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Mostrando entradas de septiembre, 2011

TRIDUO EN HONOR A SAN FRANCISCO: Primer día

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TRIDUO EN HONOR A SAN FRANCISCO Día Primero: Ilumina las tinieblas de mi corazón. Para nuestro Triduo en honor a nuestro Padre San Francisco de Asís, haremos uso de las mismas palabras que él utilizó al momento de dirigirse a Jesucristo en la capilla de San Damián. Esta oración podemos situarla en el momento más decisivo de la conversión de Francisco, hacia el 1206. Francisco nos invita a volver nuestra mirada a Dios. Una mirada cargada de fe, de amor, esperanza y pureza de corazón para poder contemplarle tal cual es y descubrir delante de Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida nuestra propia medida y todo el amor infinito que nos abrasa y nos consume de amor.              Comenzamos pues invocando la presencia del Señor como lo hacía Francisco de Asís cuando se encontraba delante de Cristo en la imagen de la capilla de san Damián: Oración ante el Cristo de San Damián: “Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza c
TRIDUO EN HONOR A SAN FRANCISCO Para nuestro Triduo en honor a nuestro Padre San Francisco de Asís, haremos uso de las mismas palabras que él utilizó al momento de dirigirse a Jesucristo en la capilla de San Damián. Esta oración podemos situarla en el momento más decisivo de la conversión de Francisco, hacia el 1206. Francisco nos invita a volver nuestra mirada a Dios. Una mirada cargada de fe, de amor, esperanza y pureza de corazón para poder contemplarle tal cual es y descubrir delante de Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida nuestra propia medida y todo el amor infinito que nos abrasa y nos consume de amor.              Comenzamos pues invocando la presencia del Señor como lo hacía Francisco de Asís cuando se encontraba delante de Cristo en la imagen de la capilla de san Damián: Oración ante el Cristo de San Damián: “Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor,

Tú alcanzarás la salvación y el enemigo se consumirá en su rabia.

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30 de septiembre No dudes de la ayuda divina, no te abandones a ti misma por las múltiples aflicciones, de las que te ves rodeada de continuo, pues todo redundará en gloria de Dios, y en salvación del alma. Dime, ¿cómo puedes dudar de estas aseveraciones? Sin la gracia divina ¿habrías podido superar tantas crisis y tantas luchas, a las que en el pasado ha estado sometido tu espíritu? Confía, pues, siempre, porque esa misma gracia hará en ti el resto: tú alcanzarás la salvación y el enemigo se consumirá en su rabia. Mientras tanto, sigue rezando, agradeciendo y sufriendo por las intenciones que Dios quiere y de acuerdo a su divina voluntad. Que te anime a ello el pensamiento de que el premio no está lejos. Comprendo que la prueba es dura, que la lucha es para el alma más penosa de lo que se pueda decir, pero es grande también el mérito del triunfo, inefable el consuelo, inmortal la gloria, eterna la recompensa.   (20 de abril de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 403)

Nada deseo fuera de amar y sufrir.

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30 de agosto Por voluntad de Dios, sigo todavía sintiéndome siempre mal de salud. Pero lo que más me martiriza son esos dolores fuertes y agudos en el tórax. En algunos momentos me producen molestias tan fuertes que me parece que hasta quieren despedazar la espalda y el pecho. Pero Jesús, de cuando en cuando, no deja de endulzar mis sufrimientos de otro modo: hablándome al corazón. ¡Oh!, sí, padre mío, ¡qué bueno es Jesús conmigo! ¡Oh!, ¡qué momentos tan preciosos son éstos!; es una felicidad que no sé a qué compararla; es una felicidad que el Señor me da a gustar casi solamente en los sufrimientos. En esos momentos, más que en ningún otro, todo en el mundo me aburre y me pesa; nada deseo fuera de amar y sufrir. Sí, padre mío, también en medio de tantos sufrimientos soy feliz, porque me parece sentir que mi corazón palpita con el de Jesús. Imagínese, pues, el inmenso consuelo de un corazón que sabe, casi con certeza, que posee a Jesús.   (4 de septiembre de 1910, al P. Bene

Dìas 4, 5, 6, 7, 8, y 9 de la novena hen honor de San Pìo de Pietrelcina

Cuarto día: Texto a reflexionar (Hch 12,6-19) 12: 6 La noche anterior al día en que Herodes pensaba hacerlo comparecer, Pedro dormía entre dos soldados, atado con dos cadenas, y los otros centinelas vigilaban la puerta de la prisión. 12: 7 De pronto, apareció el Ángel del Señor y una luz resplandeció en el calabozo. El Ángel sacudió a Pedro y lo hizo levantar, diciéndole: "¡Levántate rápido!" Entonces las cadenas se le cayeron de las manos. 12: 8 El Ángel le dijo: "Tienes que ponerte el cinturón y las sandalias", y Pedro lo hizo. Después le dijo: "Cúbrete con el manto y sígueme". 12: 9 Pedro salió y lo seguía; no se daba cuenta de que era cierto lo que estaba sucediendo por intervención del Ángel, sino que creía tener una visión. 12: 10 Pasaron así el primero y el segundo puesto de guardia, y llegaron a la puerta de hierro que daba a la ciudad. La puerta se abrió sola delante de ellos. Salieron y anduvieron hasta el extremo de una calle, y en seguida el Á