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Mostrando entradas de mayo, 2013

Acércate humilde y santamente

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31 de mayo Jesús está siempre contigo, también cuando a ti te parece que no lo sientes. Y siempre está tan cerca de ti, como cuando lo está en las luchas espirituales. Él está siempre ahí, cerca de ti, animándote a mantenerte con valentía en las batallas, está ahí para detener los golpes del enemigo de modo que no quedes ultrajada. Por caridad, te suplico por lo que para ti es más sagrado, que no le agravies sospechando, aunque levemente, que has sido abandonado por él aunque por un solo instante. Esa es precisamente una de las tentaciones más satánicas, y tú aléjala de ti, tan pronto como te des cuenta de ella. Consuélate, pues, querida mía, sabiendo que las alegrías de la eternidad serán tanto más profundas y más íntimas, cuanto más días de humillación y años infelices contemos en nuestra vida presente. No es este un modo de ver y de pensar mío; es la sagrada escritura la que nos da su infalible testimonio. He aquí lo que el salmista dice a propósito: «Devuélveno

Él sabrá consolarte

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30 de mayo Dime esto: ¿iluminar y descubrir los objetos es propio del sol o es propio de las tinieblas? Te dejo a ti que saques la aplicación correcta. Dios sólo es su gracia; Dios sólo es el supremo sol, y todos los demás o no son nada o, si lo son, lo son por él; Dios sólo, digo, con su gracia puede iluminar al alma y mostrarle lo que ella es. Y cuanto más conoce el alma su miseria y su indignidad ante Dios, tanto más insigne es la gracia que la ilumina para conocerse. Comprendo que el descubrimiento de la propia miseria por obra de este sol divino, en el primer momento es motivo de tristeza y de aflicción, de pena y de terror, para la pobre alma que es iluminada de modo semejante; pero, consuélate en el dulce Señor, porque, cuando este sol divino haya calentado con sus ardientes rayos el terreno de tu espíritu, hará despuntar nuevas plantas, que a su tiempo darán frutos exquisitos, manzanas jamás vistas.   (4 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 36

Medita asiduamente en su...

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24 de mayo En estos días el diablo me las hace de todos los colores y clases, me las va haciendo todo lo que puede y más. Este desgraciado redoblará sus esfuerzos para hacerme daño. Pero a nada tengo miedo, sólo a ofender a Dios. Me parece que ese infeliz la tiene tomada más con usted que conmigo, porque querría privarme de su orientación. De hecho, quién sabe la violencia que debo hacerme para comunicarle a usted mis cosas. Dolores fortísimos de cabeza, hasta el punto de casi no poder ver dónde pongo la pluma. Todos los espantosos fantasmas que el demonio me va poniendo en la mente, desaparecen cuando con confianza me abandono en los brazos de Jesús. Y si estoy con Jesús crucificado, es decir, si medito en sus dolores, sufro inmensamente, pero es un dolor que me hace mucho bien. Gozo de una paz y de una tranquilidad que no se puede explicar. (29 de marzo de 1911, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 216)    

Agradece todo el bien que Dios realiza en Ti

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20 de mayo Yo no tengo palabras ni sentimientos apropiados para agradecer la bondad del Señor que tan amorosamente te trata y te protege. Veo con claridad, mi buena hijita, que él te ha elegido para que estés muy cerca de él, si bien es cierto que no tienes ningún mérito para ello. Ahora bien, puedes estar segura de que él quiere poseer totalmente tu corazón, y de que lo desea traspasado de dolor y de amor como el suyo. La enfermedad, los sobresaltos del corazón, las caricias, los arrobamientos, las tentaciones, las arideces y las desolaciones son pruebas de su inefable caridad; y, cuando el maligno te quiere convencer de que eres víctima de sus asaltos o del abandono de Dios, no le creas, porque lo que te dice es mentira y quiere engañarte. No es verdad que tú peques; no es verdad que disgustas al Señor; y por eso no es verdad que el Señor no haya perdonado tus culpas y tus desvíos del pasado. La gracia divina está contigo y tú eres muy querida por el Señor. Como

Permanece siempre a los pies del Maestro

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17 de mayo Mantente, hijo mío, cerca, muy cerca de los pies de Jesús con la Magdalena; conténtate con practicar aquellas pequeñas virtudes que son más adecuadas a tu edad y a tu espíritu. A un comerciante al por menor se le confía, no una canasta grande, sino una pequeña. Te recomiendo, porque es propia de tu edad, la santa sencillez, con la que se conquista el corazón de Jesús. No tengas miedo de esos peligros que ves de lejos, como tú me escribes, y sobre los que hemos tratado de palabra largamente en diversas ocasiones. Te parece a ti que son ejércitos, y no son otra cosa que sauces con muchas ramas y que, al caminar, corres el peligro de engañarte, hasta que los tienes ante tu vista. Ten, hijito mío, un firme y general propósito de querer servir y amar a Dios con todo tu corazón; y, fuera de esto, que no te inquiete ningún pensamiento del futuro. Piensa en obrar bien en el día presente y, cuando llegue el día de mañana, entonces se llamará hoy, y entonces será

He sentido muy fuerte en mi corazón el impulso a escribirte

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16 de mayo Nuestra vida terrena se va muriendo poco a poco en nosotros; de igual modo es necesario hacer morir en nosotros nuestras imperfecciones. Imperfecciones, es cierto, que para las almas piadosas que las sufren, pueden ser también fuentes de mérito y motivos poderosos para adquirir virtudes; porque, a través de esas imperfecciones, conseguimos conocer cada vez mejor el abismo de miseria que somos; y ellas nos impulsan a ejercitarnos en la humildad, en el desprecio de nosotros mismos, en la paciencia y en el esfuerzo. Hijo mío, yo no sé qué impresión producirá en tu alma esta pobre carta, pero todo lo he escrito al pie del crucifijo. He sentido muy fuerte en mi corazón el impulso a escribirte lo que te he escrito, porque he juzgado que una gran parte de tu mal pasado ha estado motivado por haber hecho grandes proyectos y, viendo después que los resultados eran pequeñísimos y que las fuerzas eran insuficientes para poner en práctica aquellos deseos, aquellos planes y aquellas i

Cuestión de santidad

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10 de mayo Santidad quiere decir ser superiores a nosotros mismos, quiere decir victoria perfecta sobre todas nuestras pasiones, quiere decir despreciarnos verdadera y constantemente a nosotros mismos y a las cosas del mundo, hasta preferir la pobreza a la riqueza, la humillación a la gloria, el dolor al placer. La santidad es amar al prójimo como a nosotros mismos y por amor a Dios. La santidad, en este punto, es amar también a quien nos maldice, nos odia, nos persigue, incluso hasta hacerle el bien. La santidad es vivir humildes, desinteresados, prudentes, justos, pacientes, caritativos, castos, mansos, trabajadores, observantes de los propios deberes, no por otra finalidad que la de agradar a Dios, y para recibir sólo de él la merecida recompensa. En síntesis, según el lenguaje de los libros sagrados, la santidad, oh Raffaelina, posee en sí la virtud de transformar al hombre en Dios. (30 de diciembre de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 541)