Lectio Divina Martes XV del Tiempo Ordinario A. Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón


Ten piedad de mí, Señor, porque desfallezco; sáname, Señor, porque mis huesos se quiebran y la enfermedad me aflige 
(Sal 6, 3-4).
Isaías 7,1-9                 Salmo 47                     Mateo 11,20-24




LECTIO

Primera lectura: Isaías 7,1-9

PRIMERA LECTURA
Cuando Ajaz, hijo de Jotam, hijo de Ozías, reinaba en Judá, Rasón, rey de Siria, y Pécaj, hijo de Remabas y rey de Israel, fueron a Jerusalén para atacarla, pero no lograron conquistarla. Cuando al heredero de David le llegó la noticia de que los sirios acampaban en Efraín, se estremeció su corazón y el del pueblo, como se estremecen los árboles del bosque, agitados por el viento.
Entonces el Señor le dijo a Isaías: “Sal al encuentro de Ajáz con tu hijo Sear Yasub, donde termina el canal de la alberca superior, junto a la calzada del batanero, y dile: 'Mantente alerta, pero tranquilo. No le tengas miedo a ese par de tizones humeantes; no te acobardes ante la cólera de Rasón, rey de Siria, y de Pécaj, rey de Israel. No importa que tramen tu ruina, diciendo: Ataquemos a Judá, sitiémosla, conquistémosla y nombremos rey de ella al hijo de Tabel'”. Esto dice el Señor: “Eso no llegará a suceder. Damasco es la capital de Siria y Rasón es el rey de Damasco; Samaria es la capital de Efraín y el hijo de Remabas es el rey de Samaria. Pues bien, dentro de sesenta y cinco años Efraín será destruido y dejará de ser pueblo. Y si ustedes no creen en mí, también irán a la ruina”.

Palabra de Dios. R./
Te alabamos, Señor

Sobre el fondo de la guerra siro-efraimita, que opuso a los reyes de Israel y de Siria contra el rey de Judá, se abre con el capítulo 7 de Isaías el así llamado «libro del Enmanuel», «Enmanuel», Dios-con-nosotros, es el nombre del hijo anunciado a Ajaz, rey de Judá, como signo que garantiza la intervención salvífica de YHWH, a pesar de la incredulidad del soberano y de los grandes del reino.

En torno a esta figura se agrupan los oráculos de los capítulos. 7-11, en los que se atribuye al hijo que ha de nacer prerrogativas que superan los confines de su historia contemporánea y lo elevan a símbolo e imagen del mesías que había de venir. Dios cumplirá su promesa y asegurará el futuro de la dinastía davídica. Al rey y al pueblo les corresponde esta adhesión de fe, condición indispensable para participar de la promesa misma.

Frente a la inminente amenaza de Israel y de Siria, que no perdonan a Judá su no participación en la coalición antiasiria, el rey Ajaz, por un lado, dota a Jerusalén de defensas que puedan asegurarle la supervivencia en caso de asedio y, por otro, intenta aliarse con el más fuerte, esto es, precisamente Asiria.

El profeta va al encuentro del rey para recordarle que lo que cuenta y marca la diferencia no es tanto la estrategia política y militar como la fe en Dios (v. 9b), único auténtico soberano de Judá, a quien el profeta representa. El Señor garantiza la victoria sobre los dos reyes, cuyo poder es comparable al de «dos tizones humeantes» (v. 4).

SALMO RESPONSORIAL (SAL 47)
R./ Dios es nuestro defensor.

L. Grande es el Señor y muy digno de alabanza, en la ciudad de nuestro Dios. Su monte santo, altura hermosa, es la alegría de toda la tierra.
R./ Dios es nuestro defensor.

L. El monte Sión, en el extremo norte, es la ciudad del rey supremo. Entre sus baluartes ha surgido Dios como una fortaleza inexpugnable.
R./ Dios es nuestro defensor.

L. Los reyes se amotinaron para atacarla juntos; pero al verla, quedaron aterrados y huyeron despavoridos.
R./ Dios es nuestro defensor.

L. Allí los invadió el pánico y dolores como de parto; como un viento del desierto, que destroza las naves de Tarsis.
R./ Dios es nuestro defensor.

ACLAMACIÓN antes del Evangelio (Cfr. Sal 94, 8)
R./ Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: “No endurezcan su corazón”.
R./ Aleluya, aleluya.

+EVANGELIO según san Mateo 11, 20-24

En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse convertido. Les decía:
“¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes. Y tú, Cafamaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizá estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti.

Palabra del Señor
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

El pasaje presenta tres invectivas, de sello profético, dirigidas por Jesús a algunas ciudades de Galilea. Corozaín, Betsaida y Cafarnaún constituyeron el primer espacio operativo de Cristo, fueron espectadoras y beneficiarias de su actividad taumatúrgica y de su primer anuncio del Reino (vv. 21-23). Sin embargo, se las cita como prototipos de la «generación caprichosa» que se parece a los niños en las plazas. Estos últimos, en vez de participar en el juego, se quedan sentados, como dice la parábola que precede al pasaje de hoy (cf. Mt 11,16-19).

Los milagros que realiza Jesús no son fines en sí mismos, sino signos que levantan el velo sobre la verdadera identidad de aquel que los realiza. Son como acciones pedagógicas cuyo objetivo es la acogida de Jesús y de su mensaje en la fe: «Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15b). Eso supone una disponibilidad radical que germina en la conciencia de nuestra propia necesidad de ser salvados, de ser liberados del mal. Por eso a las ciudades paganas y pecadoras, emblema de las cuales son Tiro, Sidón y Sodoma, se las considera, potencialmente, más dóciles para abrirse al anuncio del Evangelio y a la consiguiente conversión.

MEDITATIO

Estamos inmersos en la historia que vivimos y no podemos evitar hacer lo que podamos para obtener los resultados más ventajosos para nosotros en ella. A buen seguro, no tiene sentido que esperemos ayudas de lo alto que suplan la inhibición y nuestro carácter inoperante. Con todo, no raras veces nos sentimos impelidos hacia dos actitudes extremas: el pragmatismo, completamente escéptico o indiferente respecto al carácter incisivo de la fe en la historia, y el espiritualismo, que invoca a Dios para que resuelva problemas prácticos. Ninguna de las dos posiciones toma en serio a Dios en su verdad de Señor del tiempo y de la historia, y en su opción de confiar al hombre -como «virrey de lo creado- la suerte de la creación (cf. Gn 1,28; 2,15).

La fe no suprime la perspicacia del análisis de lo que acaece; más aún, permite ver con detenimiento y captar las consecuencias últimas de los fenómenos políticos, sociales, familiares... La fe no nos impide adquirir la necesaria competencia para tratar las cuestiones contingentes; es más, la anima con la confianza de que nada se ha de perder, ni siquiera las derrotas y los fracasos, dado que Dios es el salvador de todo lo que existe.

La fe ensancha el horizonte más allá de las apariencias y permite reconocer la obra del Espíritu Santo, que guía al hombre hacia la plena revelación del Padre en Cristo. Abrirse a este reconocimiento es abrirse a la alegría, aun en medio de las dificultades y los sufrimientos que presenta la historia: alegría por la seguridad de que, incluso en la adversidad, el Señor está con nosotros, con tal de que nosotros no nos cerremos a los signos que revelan su presencia.

ORATIO

Perdona, Señor, mi dureza de corazón. No es tanto la de quien elige pasar de ti, sino el polémico carácter refractario de quien te quiere distinto: o con una potencia más evidente, o menos embarazoso. Perdóname, Padre, por sentirme escandalizado por tu modo de revelarte en la vida de Jesús y por aceptar darte a conocer hoy a través de la vida de la Iglesia, de los cristianos, es decir, también a través de la mía: una vida llena con frecuencia de contradicciones, de incoherencias, de fragilidad y de infidelidad.

Necesito hacerme sencillo y humilde para comprender algo de tu modo de manifestarte o, por lo menos, para acoger con fe y respeto los signos de tu presencia, esos que tú mismo nos has indicado -el pan, la Palabra, el hermano- y los tejidos en la trama de la historia. ¡Ven,
Espíritu Santo, padre de los pobres, luz de los corazones!

CONTEMPLATIO

La más alta realización de la conducta cristiana consiste en humillar el propio corazón aunque sea grande en las obras, en el desprecio a la vida, y expulsar la presunción con la ayuda del temor de Dios; de este modo, gozaremos de la promesa no en proporción a los esfuerzos realizados, sino en proporción a la fe y al amor por ella. Dada la grandeza de los dones, no es posible encontrar esfuerzos proporcionados: sólo una gran fe y una gran esperanza están en condiciones de medir la recompensa prescindiendo de los esfuerzos, y el fundamento de la fe está representado por la pobreza de espíritu y del amor desmesurado por Dios (Gregorio de Nisa, Fine, professione e perfezione del cristiano, Roma 1996, p. 45).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«¡Señor, creo en ti!» (cf. Is 7,9b).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

La fe -es preciso recordarlo con vigor- no se reduce a una relación con lo divino vivida casi exclusivamente en formas emotivas y compensatorias. No se cree porque «hace bien», sino que se cree porque... Resulta difícil explicarlo. Es cuestión de enamoramiento: ¿puede explicarse el amor?

Aquí se mide la diferencia que media entre la fe pequeña y la grande. No es que hoy falte la fe. El mundo está lleno de muchos hombres con una fe pequeña. Falta, sin embargo, la fe grande. Por desgracia, cada uno de nosotros cultiva una fe pequeña, una fe que nos tranquiliza un poco, remedia algunas de nuestras insuficiencias, colma algunos vacíos y cura algunas heridas. Pero ¿dónde está la gran fe que habla del fuego del Espíritu, de la presencia y del retorno Cristo, del pecado y de la misericordia, de la cruz y de la resurrección? ¿Dónde están los verdaderos creyentes, a saber: los inquietos (no los intranquilos), heridos y humillados por la conciencia del pecado y de la derrota, se ponen ante Dios con el peso de su vergüenza, convierten su sufrimiento en una invocación y aman el sentido de la vida más que la vida misma? (L. Pozzoli, E soffia dove vuole, Milán 1997).

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