Nace de la Compasión de Dios
Homilía para el tercer domingo de Cuaresma ciclo "C"
Queridos
hermanos y hermanas: caminamos, corremos, avanzamos a pasos apresurados en el
frenesí de la vida actual que nos toca vivir de forma casi violenta,
desenfrenada ante las diferentes circunstancias que se nos van presentado en
nuestro diario vivir. Ante esta realidad, son pocos, muy pocos los capaces de
hacer un verdadero alto en el camino para vaciarse de esa contaminación que
intoxica cada vez más a la humanidad, y a lo que nosotros llamamos stress,
agobio o falta de tiempo. Falta de tiempo para nosotros mismo. Falta de tiempo
para la familia. Falta de tiempo descansar y sobre todo, falta de tiempo para
Dios.
La cuaresma
precisamente nos recuerda que en este tiempo álgido de gracia del Señor es
necesario hacer un alto en el camino. Sí un alto para descansar, para
contemplar y para entrar en el misterio del Dios Vivo y Verdadero. La llamada
de atención de la liturgia de hoy brota de lo más profundo del Ser de Dios. Es
decir de sus entrañas de Misericordia. Se trata de la misma experiencia que
Moisés experimentó de la revelación de Dios. El Dios de la salvación. El Dios
libertador. El Dios que sufre y se conduele ante el sufrimiento de su pueblo.
El Dios que se compadece también ante los opresores de su pueblo. Dios habla a
Moisés desde la zarza ardiendo le revela su nombre “Yo Soy” y le confiere a
Moisés su misión.
Asistimos
aquí al nacimiento de la Pascua. La Pascua no tiene origen en la tierra sino en
el cielo. NACE DE LA COMPASIÓN DE UN DIOS, que oye el grito de los oprimidos,
ve los sufrimientos y decide intervenir. SÍ DIOS FORMA PARTE INTRÍNSECA DE
NUESTRA HISTORIA. DIOS INTERVIENE EN NUESTRA HISTORIA. El capítulo 12 del Éxodo
relata la primera Pascua celebrada por los hebreos en Egipto. Desde este
momento, la fiesta acompañará toda la historia del pueblo de Israel hasta
nuestros días reflejando las vicisitudes alternas. En la fase más antigua, la
Pascua era la fiesta típica de un pueblo nómada de pastores, la víctima debía
ser un cordero o un cabrito.
En tiempos
de Jesús, la celebración de la Pascua permitía dos momentos: la inmolación de
la víctima, que tenía lugar en el templo de Jerusalén, y la cena pascual, que
tenía lugar de casa en casa. En el curso de la última cena pascual, Jesús
instituyó la Eucaristía, como memorial del nuevo éxodo universal de toda la
humanidad desde la esclavitud del pecado a la libertad de hijos de Dios, que,
de allí a poco, se iba a realizar con su muerte.
En la
segunda lectura, Pablo aplica a los cristianos las aventuras del éxodo de los
hebreos. Escribiendo a los Corintios, Pablo hace notar que todo el pueblo de
Israel pasó el Mar Rojo, todos estuvieron bajo la nube, todos comieron el maná
y bebieron el agua de la roca. Pero, el Señor no se apiadó de la mayoría de
ellos, porque murmuraron y desearon cosas malas. Y añade una afirmación
importante: “Estas cosas sucedieron en figura para nosotros… Todo esto les
sucedía como un ejemplo y fue escrito para escarmiento nuestro”.
¿Qué
significa esto? Que no basta el éxodo físico, es necesario asimismo el éxodo
espiritual; no basta con pasar de un sitio a otro; no basta con pasar y
traspasar y volver a pasar una PUERTA SANTA EN ESTE AÑO JUBILAR DE LA
MISERICORDIA. ES NECESARIO PASAR DE UN ESTADO A OTRO, DE UN MODO DE VIVIR A
OTRO. A muchos israelitas no les sirvió para nada salir de la esclavitud de
Egipto, porque no salían de sí mismos, de su propia voluntad. Para poco nos
sirve también a nosotros los cristianos estar bautizados y hasta comer el
Cuerpo del Señor y beber su Sangre si después, como sucedía en Corinto, no se
abandona el viejo modo de vivir con la fornicación y con la idolatría.
Llegamos,
así, al pasaje del Evangelio. Le llega a Jesús la noticia de que algunos
galileos han sido hechos asesinar por Pilatos. Jesús aprovecha la ocasión para
dar una enseñanza y dice: “Piensan que estos galileos eran más pecadores que
los demás galileos porque acabaron así? Les digo que no; y, si no se
convierten, todos perecerán de la misma manera. Y aquellos dieciocho que
murieron aplastado por la torre de Siloé, ¿piensan que eran más culpables que
los demás habitantes de Jerusalén? Les digo que no; y, si no se convierten,
todos perecerán de la misma manera”.
Las
desgracias no son, como piensan algunos, un signo del castigo divino para los
culpables; son, en todo caso, un aviso para el que permanece en la maldad. Éste
pasaje completa la enseñanza sobre el éxodo. Nos dice cuál es el nombre nuevo
del éxodo: ¡CONVERSIÓN! CONVERSIÓN, EN EL LENGUAJE BÍBLICO, NO INDICA EL PASO
DE UN LUGAR A OTRO, SINO PRECISAMENTE DE UN MODO DE VIVIR A OTRO.
La palabra
conversión, oída en el contexto de la Cuaresma, nos recuerda una cosa
fundamental. Dios hace el noventa y nueve coma nueve por ciento de nuestra
salvación. Pero hay algo que también debemos hacer nosotros. Pascua significa
dos cosas: Dios que pasa, pero, también, que el hombre pasa, esto es, gracia y
libertad. Una no es suficiente sin la otra. Cristo Jesús ha pagado la deuda.
Tenemos muchos intercesores para nuestra salvación, María la Madre de
Misericordia en primer lugar, luego todos los santos, pero con todo, es
necesario que también nosotros pongamos la parte que nos toca para experimentar
real, verdadera y existencialmente la salvación de Dios. ¿Qué es lo que falta
para alcanzar esta salvación? Nuestra conversión. Pasar de un estilo de vida de
pecado al estilo de vida de la reconciliación, de la gracia, de la indulgencia.
COMO EN EL CASO DE LA HIGUERA. UN AÑO JUBILAR DONDE SE NOS BRINDA NUEVAMENTE LA
OPORTUNIDAD DE DAR DIGNOS FRUTOS DE CONVERSIÓN.
Descubrimos
así que la conversión no es sólo un deber. TENGO QUE CONVERTIRME PORQUE SI NO
ME CONDENO. NO SOLAMENTE ES ESTO. Es también una posibilidad. Es como un
derecho que tenemos. Nadie está excluido de la posibilidad de cambiar. Nadie
puede ser dado por irrecuperable. Para todos, absolutamente para todos existe
la posibilidad del cambio. Basta atreverse a cambiar el estilo de vida que nos
esclaviza y la misericordia está al alcance de nuestra mano. Que el Señor que
se conduele ante la opresión de su pueblo y que en Cristo Jesús, en verdad,
Dios ha descendido en persona para liberarnos a todos del pecado y de la
muerte, podamos encontrar todos, la libertad de los hijos de Dios para ser
plenamente felices y celebrar así la Pascua, porque Cristo es nuestra Pascua.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.
Misionero de la Misericordia por gracia de Dios.
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