TRIDUO EN HONOR A SAN FRANCISCO: Primer día

TRIDUO EN HONOR A SAN FRANCISCO

Día Primero: Ilumina las tinieblas de mi corazón.
Para nuestro Triduo en honor a nuestro Padre San Francisco de Asís, haremos uso de las mismas palabras que él utilizó al momento de dirigirse a Jesucristo en la capilla de San Damián. Esta oración podemos situarla en el momento más decisivo de la conversión de Francisco, hacia el 1206. Francisco nos invita a volver nuestra mirada a Dios. Una mirada cargada de fe, de amor, esperanza y pureza de corazón para poder contemplarle tal cual es y descubrir delante de Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida nuestra propia medida y todo el amor infinito que nos abrasa y nos consume de amor.
            Comenzamos pues invocando la presencia del Señor como lo hacía Francisco de Asís cuando se encontraba delante de Cristo en la imagen de la capilla de san Damián:

Oración ante el Cristo de San Damián:
“Oh alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta, esperanza cierta
y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla tu santo y veraz mandamiento. ”

Texto bíblico para reflexionar (Job 22,21-30)

 Llega a un acuerdo con Dios, reconcíliate, y así alcanzarás la felicidad.  Recibe la instrucción de sus labios y guarda sus palabras en tu corazón. Si vuelves al Todopoderoso con humildad y alejas de tu carpa la injusticia;  si arrojas el oro en el polvo y el oro de Ofir entre las piedras del torrente, entonces el Todopoderoso será tu oro, él será un montón de plata para ti. En el Todopoderoso estará tu deleite y levantarás tu rostro hacia Dios. Tú le suplicarás y él te escuchará, y podrás cumplir tus votos.  Si te propones algo, te saldrá bien, y sobre tus senderos brillará la luz. Porque él humilla la altivez del soberbio pero salva al que baja los ojos. El libra al hombre inocente, y tú te librarás por la pureza de tus manos.

¡Oh alto y glorioso Dios!
 Así comienza Francisco reconociendo la presencia del Señor en su vida.
¡Tú eres grande! ¡Tú eres el Altísimo! ¿Y yo quién soy? Pequeñita criatura. Tu servidor.
¡Oh alto y glorioso Dios! Yo pequeño, menor, hermano.
Delante de la presencia de Dios, Francisco no se empequeñece voluntariamente, sino que delante de la presencia de Dios Francisco adquiere su auténtica dimensión. Descubre de verdad cuál es su medida. Delante de Dios su medida se le hace patente.
De esta manera Francisco se puede reconciliar consigo mismo y con Dios porque descubre precisamente que su grandeza radica en la grandeza de Dios.
¡Tú el Altísimo! Yo pequeño.
Tú Alto y glorioso yo mínimo, menor.
Tú el Señor Dios.
Yo el Hijo, el hermano, tu Criatura.
Estar delante de Dios nos devuelve como si nos miráramos en un espejo, nos devuelve nuestra imagen verdadera.
La presencia de Dios no nos puede engañar. La presencia de Dios, ¡no mi fantasía sobre Dios!, sino la presencia real de Dios no puede engañarme respecto de mi condición y de mi medida real.
Y Francisco se contemplaba así, mirándose en este espejo de la cruz en la capilla de san Damián.
También nosotros delante de Jesús en su imagen crucificada podemos y debemos adquirir nuestra real dimensión. Sólo así podremos reconciliarnos con nuestro Señor.
Nuestro mejor espejo ¡sin duda! es Jesús y cuando lo miramos sacramentado, esto es oculto, escondido, debajo de la pequeña forma de pan. Cuando lo miramos ahí, ahí está nuestro mejor espejo, no necesitaremos otro después para nuestra vida espiritual, para nuestra condición, para nuestro ser cristianos verdaderos y auténticos.
Oh alto y glorioso Dios, ilumina… para un medieval como Francisco, la palabra ilumina: luz, inmediatamente viene a recordar la inteligencia. Para los medievales esto era clarísimo: luz-inteligencia. Por lo tanto cuando Francisco está pidiéndole a este Alto y glorioso Dios que lo ilumine, nosotros tendríamos que esperar que inmediatamente después se refiriera a su mente, a su inteligencia. sin embargo, Francisco con una penetración espiritual y psicológica muchísimo más profunda, no va, no apunta a la inteligencia sino que va directamente al corazón y dice: ilumina las tinieblas de mi corazón.
¿Por qué el corazón? Porque normalmente la inteligencia razona según unos pasos lógicos y llega finalmente a la claridad. Normalmente nosotros, y Francisco lo sabe de haberlo experimentado él mismo, la inteligencia es la que corta, la que discierne, la que separa, la que pone las cosas en su lugar. La inteligencia en primer lugar no necesita luz, sino el corazón porque en el corazón es donde se mueven absolutamente todos los afectos. Es en el corazón donde los afectos muchas veces entenebrecen, obscurecen, opacan la inteligencia.
Lo dice Jesús con, absoluta claridad, que el mal no viene, lo que hace impuro al hombre no es lo que viene de fuera de nosotros, sino que surge, brota, desde el centro de la persona misma, que es el corazón y Francisco sabe que en su corazón hay muchas tinieblas, que necesitan ser iluminadas. Y por eso esto es lo que le pide al señor: ilumina las tinieblas de mi corazón.
Un corazón que se encuentra en la sombra… como motor de toda la existencia humana, lleva a toda la existencia  hacia el lado oscuro, hacia la sombra. Un corazón iluminado por Dios, aún en el torbellino de sus movimientos afectivos puede caminar en la luz. La luz no resuelve el torbellino, el tumulto, o el terremoto interior de los afectos. No los resuelve, pero los deja a la claridad. Lo Deja todo a la vista y cuando mi corazón está claro delante de mí, aunque no haya cambiado el contenido, lo que tiene dentro, puedo saber y caminar sabiendo con qué estoy caminando. Puedo relacionarme con los otros sabiendo desde que lugares de mi propia existencia me estoy relacionando. La serenidad, la templanza, la bronca, el odio, la fragilidad, la flaqueza, la consistencia, la solidez, lo que fuere. El corazón es el que nos revela siempre nuestras necesidades. Y una necesidad es la que pone en acto inmediatamente el deseo. “Necesito saciar mi sed”. Automáticamente se desata en mí el deseo por el agua y el deseo mueve a la acción: voy y busco agua donde sea que esté. El corazón es la sede de mis necesidades. Mis necesidades ponen en movimiento mis deseos. Los deseos hacen andar mis piernas a buscar a acabarlos. Si mi corazón no está iluminado mis deseos me llevarán para un lado y para el otro según los vientos y los aires que soplen en mi propio territorio interior. Nunca sabré hacia donde estoy yendo, detrás de qué ansiedades van corriendo mis piernas.
Ilumina las tinieblas de mi corazón.
Les invito a reflexionar en las siguientes preguntas:
1ª. ¿Soy consciente de la oscuridad en mi vida?
2ª. ¿Desde cuándo  descubrí en mí dicha oscuridad?
3ª ¿Cuáles son la luchas que me impiden seguir más de cerca de Jesucristo?
4ª ¿Estoy dispuesto a renunciar a todo con tal de ganar a Cristo y me parece mejor el camino fácil y efímero del pecado?
5ª ¿Confío en que verdaderamente en Dios para dejarle acceso libre a mi vida?
6ª ¿Confío plenamente en Jesucristo que es la luz de la vida y me dejo iluminar por Él?
7ª ¿Quiero y estoy dispuesto a ser hijo de la luz?
 Para orar:
Señor Jesucristo rostro humano de Dios y rostro divino del hombre,
y manifestación infinita de la misericordia del Padre
derrama sobre mí la Luz de tu Espíritu Santo
para que venga yo a saber lo que te es grato,
y pueda cultivar en mí la gracia de la santidad
que Tú oh Augusta Trinidad has querido compartir conmigo.
Haz que pueda caminar siempre como hijo de la luz en medio de este mundo que tanto te necesita.
Te pido por intercesión del bienaventurado Padre Francisco de Asís  me concedas el arrepentimiento de mis pecados y la generosidad para darte a conocer a todos los que están cerca de mí.
Reza tres Padres Nuestros, tres aves marías con Gloria al Padre…
Oración final:

Santa Virgen María, no ha nacido en el mundo ninguna semejante a ti entre las
mujeres, hija y esclava del altísimo y sumo Rey, el Padre celestial, Madre de nuestro
santísimo Señor Jesucristo, esposa del Espíritu Santo:
ruega por nosotros con san Miguel arcángel y con todas las virtudes de los cielos y con todos los santos ante tu santísimo amado Hijo, Señor y maestro.-

Gloria al Padre. Como era.

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