Nada deseo fuera de amar y sufrir.
30 de agosto
Por voluntad de Dios, sigo todavía sintiéndome siempre mal de salud. Pero lo que más me martiriza son esos dolores fuertes y agudos en el tórax. En algunos momentos me producen molestias tan fuertes que me parece que hasta quieren despedazar la espalda y el pecho. Pero Jesús, de cuando en cuando, no deja de endulzar mis sufrimientos de otro modo: hablándome al corazón. ¡Oh!, sí, padre mío, ¡qué bueno es Jesús conmigo! ¡Oh!, ¡qué momentos tan preciosos son éstos!; es una felicidad que no sé a qué compararla; es una felicidad que el Señor me da a gustar casi solamente en los sufrimientos.
En esos momentos, más que en ningún otro, todo en el mundo me aburre y me pesa; nada deseo fuera de amar y sufrir. Sí, padre mío, también en medio de tantos sufrimientos soy feliz, porque me parece sentir que mi corazón palpita con el de Jesús. Imagínese, pues, el inmenso consuelo de un corazón que sabe, casi con certeza, que posee a Jesús.
(4 de septiembre de 1910, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 197)
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