Viacrucis de los emigrantes
Queridos hermanos: Paz y bien
Fundamento espiritual de la emigración
El extranjero en la Biblia.
La presentación y las ponencias de este día han sido muy duras y dramáticas. Hemos constatado como a lo largo y ancho del mundo existen un sinfín de personas que emigran de un lugar a otro, tanto a nivel interno de los países, como a nivel externo, es decir, más allá de las propias fronteras. Su emigracion se senvierte en un verdadero viacrucis ya que muchas de las personas que emigran no vuelven nunca a su patria de origen.
Al constatar la realidad de la muerte en el fenómeno de la emigración nos hemos dejado interpelar por dicha realidad y hemos tratado de dar una respuesta fraterna a la misma desde el contexto del “otro”, es decir del que es diferente a mí, pero del cual soy parte y por lo tanto no puedo permanecer ajeno a dicha realidad puesto que sin el otro estoy incompleto. Al ser parte de cuerpo de Cristo si mi hermano sufre, yo sufro con él.
Desde el inicio hasta el fin de la Biblia constatamos la realidad de un Dios que ha emigrado de manera total y radical ya que Jesucristo siendo de condición divina se hizo en todo igual a los hombres, menos en el pecado. Dios emigró para hacerse como nosotros y al mismo tiempo desde el primer momento de su nacimiento fue una persona perseguida. De ahí la huida a Egipto (Mateo 12,12-23) no era a José ni a María a los que perseguían ni eran ellos los que ponían en peligro su vida. Estaba en peligro la vida de Dios y por eso tienen que emigrar a otro lugar. En el Antiguo Testamento tenemos el llamado de Abraham, es decir, el Éxodo. Es decir en este contexto y utilizando la hermenéutica de la emigración en la Biblia constatamos que el ser humano desde sus inicios ha sido emigrante.
La iglesia se entiende a sí misma como un pueblo peregrino. Estamos en nuestra patria y buscamos la tierra prometida, es decir, la Patria eterna. Dios en Jesucristo amó tanto al mundo que se hizo hombre como nosotros.
La parte más dura de ser migrante es que la gente, o la sociedad del lugar al que llegan les condena como lo más bajo que existe, como un perro que anda en la calle. Esta es la realidad más dura del migrante aunque este sea alguien que verdaderamente contribuya al país al que emigra. Constatamos que la visión de Dios es diferente de como nosotros vemos al mundo.
Nosotros no podemos ver al pobre al emigrante como lo ve el mundo, mucho menos como lo pueden ver las autoridades, es necesario verlo de manera diferente y aceptar que nosotros como franciscanos capuchinos también somos peregrinos y forasteros, es decir, también somos emigrantes.
Nuestra vida apostólica con los migrantes no tendría sentido si no parte de la Sagrada Escritura, del mismo Cristo. Se trata de la opción de Francisco. Esto nos ayuda a descubrir a Cristo en el Migrante.
Constatamos también que no es un trabajo fácil. Muchas veces se ve a los migrantes como una amenaza y no lo son, los emigrantes no son terroristas, son personas que salen y se ponen en camino, en búsqueda de mejores condiciones de vida. Dentro de nuestra pastoral siempre surge la disyuntiva de hasta dónde podemos y hemos de promover a los migrantes y hasta dónde estamos también faltando a la ley. Sin embargo, ante esto surge el texto de Lucas 6,6-11: ¿Qué es lo que está permitido…? Obviamente hacer el bien. Los emigrantes son hombres y mujeres que dejándolo todo, absolutamente todo, se convierten así en personas divididas porque dejan parte de su vida en su país de origen, con su familia y van en búsqueda de superación. Todos hemos de constatar que en la forma de cómo les tratamos a ellos, así le tratamos al Señor Jesús. Las condiciones de salir de tu patria, buscar trabajo que nadie te da, y comunicarte con tu familia y decirle que no se preocupen, que todo está bien, sabiendo que se vive en condiciones precaria de vida es algo muy doloroso e indigno de cualquier persona. Son los migrantes los que están salvando a la Iglesia y al mundo.
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