Ustedes Serán mis testigos
FELICES FIESTA DE LA SOLEMNIDAD DEL SEÑOR JESUCRISTO, NUESTRO SALVADOR
USTEDES SERÁN MIS TESTIGOS
Queridos hermanos pareciera que después de más de cuarenta
días que hemos venido anunciando, proclamando y viviendo la gracia de la
Alegría de la Pascua de Resurrección del Señor, para la cual nos hemos
preparado antes durante cuarenta días y a través de los cuales hemos tratado
sobre todo y ante todo de ser testigos del amor y la misericordia de Dios que
se ha manifestado en el perdón de nuestros pecados y en el impulso de poder
llegar a la Fiesta de la Pascua renovados, alegres, felices, llenos de vida,
pareciera que hoy termina dicha alegría. Es como si todo llegara a su fin y
nosotros nos quedásemos nuevamente solos, sin Dios, sin Jesucristo porque se
marcha al cielo y simplemente con una promesa. Una promesa que ciertamente podemos
cuestionar puesto que no la vemos. A pesar de que dicha promesa que consiste en
la venida de una persona, se haya hecho realidad desde el día de nuestro
bautismo. Sí esa promesa vive en nosotros y está en nosotros. Me refiero a La
Tercera Persona de la Santísima Trinidad que es el Espíritu Santo con el fuimos
inhabitados el día que recibimos la gracia de ser hijos de Dios.
Quizá para muchos esto no signifique nada y esto lo podemos
palpar, lo podemos descubrir y lo podemos ver en nuestra vida diaria de acuerdo
a nuestras actitudes, a los sentimientos que abriguemos y en la caridad que
ejerzamos o dejemos de llevar a cabo con nuestros hermanos. Todo esto puede
parecer simple y sencillamente un caos donde ya no sabemos para dónde ir.
Nuestra vida se ha convertido en un laberinto que muchas no encontramos la
salida. El desierto muchas veces inunda nuestra vida, nuestro ser y nosotros
nos convertimos en un cardo en la estepa.
A propósito de la solemnidad de hoy que parece diera sentido
a todo lo que acabo de enunciar. Queridos hermanos, si queremos, en verdad que
la fiesta de la Ascensión sea una “fiesta de verdad” y no se convierta en un
triste adiós, es necesario comprender la gran diferencia entre una desaparición
y una partida. Quien parte ya no está, no se encuentra más; quien desaparece
puede estar todavía allí, a dos pasos, sólo que alguna cosa impide verle. La
partida causa una ausencia; la desaparición inicia una presencia encubierta.
Con la Ascensión Jesús no ha partido, no se ha “ausentado”, sino que, por el
contrario, se ha establecido para siempre en medio de nosotros. Jesús
desaparece, de la vista de los apóstoles; pero, para estar presente de otro
modo, más íntimo, no fuera, sino dentro de ellos. Sucede como en la Eucaristía:
mientras que la hostia está fuera de nosotros la vemos, la adoramos; cuando la
recibimos y comulgamos no la vemos más ha desaparecido, pero para estar ahora
dentro de nosotros. Se ha inaugurado una presencia nueva y más dinámica.
La Ascensión es, por lo tanto, una intensificación de la
presencia de Cristo, no una ascensión loca, que lo alejará de nosotros. Como él
no ha abandonado al Padre viniendo a nosotros mediante la encarnación, así nos
e ha separado de nosotros para volver al Padre “El Padre y Yo somos Uno”. Si no
estuviera desaparecido según la carne, habría estado visible para algunos
hombres de Judea; de este modo nuevo, espiritualizado, está presente en todos
los hombres de todos los tiempos.
Queridos hermanos: una pregunta obligada es, si no es ya
visible, ¿cómo será creído en el mundo? ¿Cómo actuarán las personas para creer
en esta su presencia? La respuesta es contundente: ¡Cristo Jesús vivo,
resucitado y glorioso se hace presente, visible a través de sus discípulos:
“Ustedes son testigos de estas cosas”. El “ustedes” indica en primer lugar a
los apóstoles, que han estado junto con Jesús. Y, de hecho, después de
Pentecostés ellos no hacen otra cosa que dar testimonio de Cristo. Anuncias a
tiempo y a destiempo: “A este Jesús Dios le resucitó de lo cual nosotros somos
testigos” (Hech 2,32). Y también: “La Vida se manifestó y nosotros la hemos
visto y damos testimonio” (I Juan 1,2). Después de los apóstoles, este
testimonio, por así decir “oficial”, esto es ligado al oficio, pasa a sus
sucesores, a los obispos y a los sacerdotes, que son los depositarios de la fe
y a los cuales Cristo Jesús les ha dado la gran encomiendo de hacerlo presente
en medio del mundo actual. Son definidos, en efecto, en un texto del concilio
Vaticano II, “Testigos de Cristo y del Evangelio” (Cfr. Lumen Gentium, 21). Sin
embargo, en sentido amplio testigos son todos los bautizados y creyentes en
Cristo. Lo afirma un poco después el mismo documento del concilio que: “cada
seglar debe ser ante el mundo testigo de la resurrección y de la vida del Señor
Jesús y señal del Dios vivo” (LG 38).
Así pues, el testigo es el que habla con la vida. En este
sentido, el modelo de todo testigo es Cristo mismo, quien ante Pilato se
definió como “Testigo de la verdad” (Jn 18,37) y que la Escritura llama el
“Testigo Fiel” (Apocalipsis 1,5). Él, ha vivido hasta la última coma o tilde lo
que ha enseñado y ha dado la propia vida para ser testigo de la verdad.
Con todo lo anterior podemos concluir que la fiesta de la
Ascensión del Jesucristo no es en absoluto una ausencia, sino una presencia
plena que le da el último sentido a nuestra vida llenándola de alegría de
entusiasmo y de impulso misionero convirtiéndonos todos nosotros en Testigos de
La verdad, del Amor, de La Ternura y de La Misericordia de Dios. Finalmente reconozcamos que a donde ha entrado Cristo, nosotros hemos ido con Él. es decir nos ha dado la gran oportunidad de estar donde él está sentado a la derecha de Dios Padre. Si en determinado
momento nos sentimos derrotados, angustiados, sin sentido en nuestra vida
recordemos que el Espíritu Santo habita en nosotros y Él es la Fuerza y la
Fidelidad de Dios. Razón para incrementar durante esta semana nuestra oración
en preparación a la Solemne Fiesta de Pentecostés. Mientras Tanto, Cristo Jesús
vivo, real y presente en la Eucaristía nos colma de alegría, de paz y de
confianza porque estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
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