Si no tengo amor nada soy


CUARTO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO “C”
Jeremías 1,4-5; I Corintios 12,31-13,13; Lucas 4,21-30

SI NO TIENEN AMOR…

Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien. 
Nuevamente volvemos a encontrarnos por estos medios y es la Palabra de Dios la que hace, la que ocasiona, la que propicia nuestro encuentro. ¿Podría haber un motivo mayor? Ninguno. Es la Palabra la que hace posible que nuestra vida, que nuestra Historia de Salvación tenga sentido, porque la Palabra viene a manifestar de manera plena y absoluta el amor del Padre, pero no solamente eso, sino que bien a interpelarnos y a enseñarnos cómo ha de ser ese amor, nada más y nada menos que como el amor de Dios. Hace dos domingos reflexionábamos precisamente sobre este amor manifestado en las Bodas de Caná (Juan 2,1-11). Ahí afirmábamos contundentemente que el Amor va más allá del eros que trasciende el mero apetito sexual, el amor efímero, superficial, caduco. En cambio, el amor de Dios permanece para siempre. El mundo gira y gira, el sol lleva su curso, la historia de cada uno de nosotros se va escribiendo segundo a segundo, pero el amor de Dios es eterno, permanece desde siempre y para siempre. Es siempre el mismo. “El amor no pasa jamás” (I Corintios 13,8)
Evidentemente ha sido este amor revelado, alcanzado, manifestado y ofrecido el que ha cautivado la vida y el ser de muchos hombres y mujeres a lo largo de todos los tiempos, pensemos por ejemplo en: Abrahán, Moisés, los profetas del Antiguo Testamento, hoy en concreto en Jeremías, y por qué no, hasta Juan Bautista y “María, de la cual nació Jesús” (Mateo 16b). Ha sido el amor de Dios quien ha cautivado la vida de estos personajes, ellos a su vez, han respondido y correspondido a este amor. Un amor que concretamente se ha manifestado en la vocación que Dios le da a cada uno de sus hijos. Así, por ejemplo cuando Dios llama a Abrahán de oriente, -Ur de los caldeos, al sur de Mesopotamia- es para que él inicie un camino de búsqueda y fidelidad monoteísta que hasta el día de hoy sigue definiendo a judíos, cristianos y musulmanes (cf. Génesis 12-25). Abrahán se ha convertido en el padre de todos los creyentes. Los judíosconsideran a Abrahán como padre nacional legítimo, a través de su esposa Sara y su hijo Isaac. Por esto, Abrahán aparece así como padre de una nación muy concreta de creyentes que viven su fe y se sienten vinculados a su misma sangre y tierra que Dios les prometió. Así lo podemos descubrir en lo que se le puede llamar el texto fundacional que es Génesis 12,1-3.
Los cristianos, a su vez, consideramos a Abrahán como padre de los creyentes por Cristo. La herencia de Abrahán nos viene a través de la fe y de una experiencia personal como la de Jesús, por eso para nosotros, es el padre de todos los creyentes: “Creyó Abrahán en Dios antes de ser circuncidado (antes de cumplir la ley judía) para así ser padre de todos los creyentes, sea incircuncisos o circuncisos (cf. Romanos 4,2. 9-12; citando Génesis 15,6). Pablo ha destacado la fe de Abrahán el cual es padre de todos nosotros, como está escrito: padre de muchos pueblos te he constituido (Génesis 17,5),ante Dios en quien creyó como en aquel que resucita a los muertos y llama a la existencia a lo que no existe (Romanos 4,16-18). Abrahán es padre por creer en Dios.
Los musulmanesse convierten así como en una expansión posterior a la fe de Abrahán, a quien conciben como padre biológico y espiritual del nuevo pueblo creyente que Mahoma suscitó entre los árabes.
Moisés, por su parte, desde el comienzo de la tradición bíblica es el fundador de Israel, hombre del Éxodo y la Alianza. Él ha sido quien llevó al pueblo de Israel a la liberación, vidente que descubrió a Dios en la montaña del Sinaí y ha escuchado el nombre de Dios (Éxodo 3-4). Es legislador: establece la norma de vida de su pueblo, concretada en las leyes más valiosas; por eso, toda la ley posterior de Israel bien a entenderse como Ley de Moisés, transmitida por la escritura (Pentateuco) o por la tradición oral (Éxodo 19-34). Es el sacerdote que inicia la liturgia y fundador del culto sagrado (cf. Éxodo 35-40)
Así llegamos hasta los profetas quienes se encargan de dictar los oráculos de parte de Dios al pueblo, destacamos, por ahora la figura de Juan Bautista, que suscitó en su entorno un movimiento cercano al de Jesús.
Y finalmente con encontramos con María, la Madre de Jesús, siendo Pablo quien por primera vez habla de ella en sus escritos del Nuevo Testamento cuando nos dice: Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley. Pablo sitúa a María en el centro de la revelación de Dios en la historia de la salvación.
Hicimos este breve recorrido por los personajes antes mencionados, para llegar a decir, que la vocación de un profeta es dada por Dios, que si bien es cierto, cada quien ha de ir descubriendo su propia vocación, lo cierto es que Dios, desde antes de crearnos, de formarnos, de enviarnos al mundo ya nos conoce. Nos conoce porque estamos con él y en él. Es una forma de existencia eterna en el corazón de Dios. Por eso, cuando el hombre viene a este mundo, ya trae consigo el sello de pertenencia a Dios Padre creador. Es verdaderamente hermoso y comprometedor escuchar las palabras que Dios dirige al profeta Jeremías y por lo tanto a nosotros también: Desde antes de formarteen el seno maternote conozco; desde antes de que nacieras, te consagré como profeta para las naciones. (Jeremías 1,5).Mis queridos hermanos todos somos profetas, tú eres profeta, yo soy profeta, desde nuestro Bautismo Dios nos eligió para ser signo de su presencia aquí en la tierra, con la gran misión de anunciar su Palabra sin avergonzarnos de Él, tratando de generar entre nosotros un mundo, una sociedad más justos. Dios nos ha dado un espíritu de fortaleza, de valor para la lucha de alegría y esperanza para los decaídos, convirtiéndonos así en portadores de buenas nuevas, profetas que viven su fe arraigada en el encuentro constante y profundo con Dios.
Los cristianos no hemos de conformarnos con cualquier cosa, Dios no nos ha llamado a ser mediocres, nos ha destinado a ser grandes, a ser gigantes en el espíritu, porque lo tenemos a él, y con él ¿qué valor tiene todo lo demás? ¡Ninguno! Ah, si lográramos entender esto, entonces no nos conformaríamos con los mínimos, sino que aspiraríamos a la grandeza de Dios en nuestra vida. Una grandeza que se manifiesta y se destaca por la vivencia del amor fraterno, de la caridad.
Escuchemos los gritos que el Apóstol Pablo dirige a los cristianos de Corinto, y también hoy, aquí y ahora a nosotros: Aspiren a los dones de Dios más excelentes (I Corintios 12,31). ¿Qué significa esto? Algo muy simple y muy sencillo: que Dios nos comparte lo que él es, no simplemente lo que él hace, que no hace otra cosa que amarnos sin medida, sino lo que él es el Amor en su plenitud. Hoy estamos ante un texto tan sublime, extraordinario y maravilloso, que tendríamos que aprenderlo de memoria, no solamente para saberlo, cuánto para vivirlo y si es necesario después de vivirlo, predicarlo. Se trata del estilo de vida de todos aquellos hombres y mujeres que han sido sujeto de la Nueva y Eterna Alianza. Es decir que han sido sujetos de salvación, y por consecuencia han de manifestar la forma suprema de vivir. Se trata de la continuación del tema anterior, Dios que actúa todo en todos. Ahora todos recibimos los carismas que nos identifican como hijos de Dios, como personas salvadas pertenecientes al Cuerpo Místico de Cristo y por lo tanto portadores de la riqueza de la salvación. Sin amor, todo, absolutamente todo carece de sentido, se reduce a la nada. Se trata del conocimiento auténtico de Dios que es amor, y quien vive en el amor vive en Dios y Dios en él, (I Juan 4,16) porque Dios es amor (I Juan 4,8). Queridos hermanos, en la actualidad son muchas las quejas en contra de la realidad que nuestro mundo está viviendo, sinceramente son pocas las personas que ven la realidad con esperanza, sin embargo, lo que nos hace falta además de ver, y buscar una solución a todo lo que nos está destruyendo, es buscar, ir a la raíz de lo que está ocasionando nuestra destrucción. Sin lugar a dudas, es precisamente la falta de amor, es decir la falta de Dios en nuestras propias vidas y en la vida de quienes nos rodean, en la vida de la humanidad entera. No se trata de ser pesimistas, más bien de entender que el amor verdadero es el manantial de todos los bienes, porque en la vivencia del amor estamos manifestando nuestra adhesión a Cristo Jesús que es el Amor de los amores y por lo tanto se trata de vivir ya aquí en la tierra lo que viviremos eternamente en el cielo. Es decir, la vida que teníamos en comunión perfecta con el Padre antes de venir a este mundo, es la que hemos de continuar viviendo aquí en la tierra, esto, evidentemente cambia todas las cosas, ya no hablamos de un amor mundano, pagano, cargado de todo el instinto carnal y lleno de intereses materiales y mezquinos. Nos encontramos ante el amor cristiano que se profesa en primer lugar a Dios y luego a nuestros hermanos, es el amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Romanos 5,5).Es un amor que se entrega sin límites, sin condiciones, sin adulaciones, gratuito, como el que Dios nos ha mostrado y donado en Jesús que se entrega por nosotros.
Un amor, ciertamente rechazado, olvidado, denigrado, crucificado. Así nos lo manifiesta el Evangelio de este Domingo, en el cual nos encontramos con el rechazo que Jesús tuvo que experimentar por parte de los de su país natal. Era la primera vez que volvía y tenía una actuación pública, a tal grado que se vio en la necesidad de recurrir a la frase Ningún profeta es bien recibido en su tierra (Lucas 4,24).El texto, parece que desea simplemente exponer algunas situaciones, o realidades donde se hace presente la acción de Dios en los que le necesitaban y verdaderamente confiaban en él. Este es el punto medular del texto. Jesús está poniendo a prueba la fe de los de su pueblo. Es hasta cierto punto aberrante el poder pensar que si sus compatriotas le conocían –como ellos mismos pensaban- sería imposible que creyeran en él. La realidad es que no le conocían en absoluto. Le desconocían de manera total y por eso no creen en él. Ciertamente Jesús no viene a cumplir las expectativas curiosas de nadie, ni la de sus coterráneos, ni las de nosotros. Esa es una forma fácil de ver la vida. No se puede ir por el mundo pidiendo milagro y milagros, como si Dios fuera un Dios tapa agujeros, o estuviera a nuestra complacencia, como si pudiéramos pedir la carta para ordenarle según nuestras necesidades. Aquí es donde entra de por medio la fe, una fe que hace posible la confianza plena y absoluta en aquel que nos ha amado primero. Dios no defrauda. Nos podemos fiar de él que es capaz de trascender todas nuestras realidades, todas nuestras expectativas y todas nuestras aspiraciones. Jesús sufre la envidia, el rechazo, la marginación. Y con todo y esto no fue un ser resentido, no fue una persona traumada, frustrada. ¡No! Fue alguien total y plenamente libre, por eso cuando todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un barranco del monte, sobre el que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Él, pasando por en medio de ellos, se alejó de ahí. (Lucas 4,28-30).
Esta es precisamente la fuerza que viene del Espíritu Santo, la seguridad de quien se siente y se descubre verdadero Hijo de Dios. Jesús no requiere del reconocimiento de sus paisanos para desplegar su misión, su apostolado, no le interesa ser aprobado por ellos, sino manifestar la salvación de Dios al universo entero. Ciertamente sus paisanos no le conocían, no sabían de lo que Jesús era capaz, porque la familiaridad con él durante casi treinta años seguramente que había sido normal, pero ahora se abría ante ellos la posibilidad de ser testigos oculares de los tesoros del Reino de Dios a través de los milagros y las acciones de Jesús, y no quisieron formar parte de este magnífico plan de salvación. Desconocían del todo a Jesús y para él estaba claro que hacer la voluntad de Dios le suponía ya un rechazo, un repudio, sin embargo, con la misma libertad que pasa entre sus paisanos, con esa misma acepta la voluntad del Padre. 
Aquí la pregunta sería ¿verdaderamente le conoces a Jesús? O simplemente sabes cosas de él, como saber la biografía de cualquier personaje. Si les conoces, es porque verdaderamente has entrado en relación profunda y personal con él, porque sabes y haz experimentado que además de ser el hijo de “María y del Carpintero”, es tu Dios, tu Salvador. Es importante que si le conoces vivas la máxima del amor del cual nos habló San Pablo en la Segunda Lectura. En cuanto a nuestra vida cristiana, a nuestro apostolado o ministerio, en cuanto a la vivencia de la caridad, la llevamos a cabo solamente para que los demás nos vean, para que los demás nos den el reconocimiento, para agradar a los hombres, o actuamos como Jesús, inspirados por la fuerza del Espíritu Santo y buscando siempre y en todo la voluntad de Dios para llevarla a cabo manifestando y asumiendo la libertad de ser hijos de Dios. ¿Cómo nos situamos ante las realidades anteriores?
Pidamos a nuestro Buen Padre Dios la fuerza de su Espíritu Santo y la intercesión de la Santísima Virgen María para vivir de manera plena y profunda nuestra vocación cristiana y así poder dar testimonio del amor de Dios en nuestras vidas.

Paz y Bien
Puebla de Los Ángeles, 2 de febrero de 2019
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.

Comentarios

  1. Paz y bien, gracias por compartir y darnos la oportunidad de reflexionar y meditar, con la buena interpretacion que hace de las lecturas y el Evangelio como siempre muy bien explicado. Bendiciones para usted y su familia.

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