Novena al Padre Pío de Pietrelcina




NOVENA BÍBLICA
NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



PRIMER DÍA

LA LLAMADA DE DIOS 1-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: Jeremías 1,4-5. I Pedro 5,10.
Entonces me fue dirigida la palabra de YAVE en estos términos:
Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía,
y antes que nacieras, te tenía consagrado:
Yo, profeta de las naciones te constituí. (Jr 1,4-5). 
El Dios de toda gracia,
el que los ha llamado a su eterna gloria en Cristo,
después de breves sufrimientos les restablecerá, afianzará, robustecerá y los consolidará. (I Pe 5,10)

Reflexión
Baste con esto para descubrir y convencernos en primer lugar que es Dios quien llama. La iniciativa es de Dios y de nadie más. No llama ni a las personas más sabias, ni más elocuentes. Tampoco a las importantes y poderosas. Más aún no llama a las personas que se consideran “buenas”, “santas” aptas para servir en el Reino de Dios no. Dios nos llama a todos a ser sus discípulos, pero llama a quien quiere para ser sus apóstoles. La llamada de Dios es un don, un regalo que Él da a la persona.
En Francesco Forgione, quien después se llamará Padre Pío, no es la excepción. Dios lo llama desde que tiene uso de razón. Estamos hablando entre los 4 ó 5 años de edad. Ya desde entonces siendo apenas un “bambino”, Dios ya lo había mirado con un amor muy especial y se lo había reservado para ser el signo de la presencia de la misericordia de Dios en el mundo.
Es verdad que cuando Francesco (P. Pío después) experimenta en sí mismo el llamado que Dios le está haciendo pasa por un momento de lucha entre la atracción efímera, pasajera y engañosa del “mundo” y el seguimiento de Jesucristo pobre humilde y crucificado al estilo de San Francisco de Asís. Es como si la llamada del Señor taladrara y penetrara el corazón de Francesco desde su tierna infancia. Su libertad es puesta a prueba y llega el momento de decidir entre Dios o el “mundo”, el bien o el mal, la muerte o la vida. Elegir a Dios y su voluntad constituye una lucha real, pues la propia libertad se ve estorbada por las consecuencias del pecado. “El espíritu está pronto, pero la carne es débil” (Mt 26, 41) y por eso es necesario gozar de la plena libertad de los hijos de Dios para elegir, porque “para ser libres nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1). Ésta era la disyuntiva y el reto enorme que Francesco experimentó desde pequeño. Él mismo lo va a contar de la siguiente manera:

Sentía dos fuerzas que se enfrentaban en mí y me desgarraban el corazón: el mundo me quería para él y Dios me llamaba a una nueva vida. Dios mío, ¿cómo describir mi martirio? Sólo de recordar la lucha que se desarrollaba en mí se me hiela la sangre en las venas. Veinte años han pasado. Sentía que tenía que obedecerte a ti, Dios verdadero y bueno, pero mis enemigos me tiranizaban, me descoyuntaban los huesos y me retorcían las entrañas. Quería obedecerte, mi Dios y mi Esposo, pero ¿dónde encontrar la fuerza para resistir a este mundo que no es el tuyo? Al final apareciste y, tendiéndome tu mano todo poderosa, me llevaste adonde me habías llamado… (Ep. III, pp. 1006ss.).

Ésta es la voz y el testimonio de nuestro Hermano Pío. El seguimiento de Cristo no es fácil. Tampoco para San Pío le fue fácil. No sólo no es fácil, sino que en la actualidad parece un sin sentido. En un mundo globalizado, hedonista, materialista, light en el cual nos hemos empeñado por matar a Dios, sacándolo de casi todos los ámbitos donde el ser humano vive y se mueve, en el aparente sinsentido florecen las más exquisitas flores de Santidad.
Gracia de Dios. Sin duda. La pura llamada ya es gracia de Dios. Es gracia que se haga caso y se ponga atención a esa voz que llama. Gracia es la respuesta a esa llamada que desemboca en la decisión del seguimiento de Cristo. Todo absolutamente todo es gracia. Pero cuenta mucho la respuesta que la persona le dé a Dios. En el caso de Francesco si no hubiese respondido al llamado, al plan que Dios tenía para él, seguro que hoy no lo tendríamos como fraile capuchino, mucho menos como “un gigante de la santidad”. Sin embargo, cuando descubrimos que a la gracia de Dios se unió precisamente la colaboración incondicional y generosa, ése “fíat (hágase en mí)” de Francesco Forgione, entonces podemos descubrir que cuando se aúnan la gracia de Dios y la generosidad incondicional del hombre, Dios hace “obras grandes y maravillosas” como las hizo en el Padre. Pío. 
No hemos de olvidar, pues, que el llamado surge en el seno de la familia. Es dentro de la familia donde se han de promover los valores evangélicos y las vocaciones sacerdotales y religiosas. Un llamado que inicia con el don de la vida y se consolida en nuestro bautismo. Dios tiene siempre un proyecto para cada vida que viene a este mundo, por eso la vida ha de ser respetada, valorada y defendida desde los inicios de su existencia, hasta que Dios mismo la llama nuevamente a su presencia, porque del don de la vida depende la propagación y consolidación del Reino de Dios.
Para revisar nuestra vida
. ¿Soy consciente de la llamada de Dios en mi vida?
. ¿Desde cuándo descubrí en mí dicha llamada?
¿Cuáles son las luchas que me impiden seguir más de cerca de Jesucristo?
¿Estoy dispuesto a renunciar a todo con tal de ganar a Cristo, o me parece mejor el camino fácil y efímero del pecado?
¿Confío verdaderamente en Dios para dejarle acceso libre a mi vida?
¿Cuál es mi actitud ante todo lo anterior?
¿Qué respuesta le doy a Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo?

Para orar:
Señor nuestro Jesucristo rostro humano de Dios y rostro divino del hombre,
manifestación infinita de la misericordia del Padre,
derrama sobre nosotros la Luz de tu Espíritu Santo 
para que pueda yo saber lo que te es grato,
y pueda cultivar en mí la gracia de la santidad
que Tú oh Augusta Trinidad has querido compartirme.
Te pido por intercesión del Padre Pío me concedas el arrepentimiento de mis pecados, y la generosidad para darte a conocer a todos los que están cerca y lejos de Ti. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y pido la gracia de...
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.




NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA


SEGUNDO DÍA

EL AMOR DE DIOS 2-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: (Jn 3,16. 1Jan 4,9-10. 20)
Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga vida eterna. (Jn 3,16).
En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados. (I Jn 4,9-10).
Si alguno dice: “Amo a Dios”, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. (I Jn 4,20).

Reflexión
En esta sencilla reflexión queremos de alguna manera introducirnos en el océano inmenso del amor y de la misericordia de Dios. 
Es necesario que al dirigirnos al “amor de Dios” lo entendamos adecuadamente y con todo lo que esto significa. Es decir, el amor de Dios hace referencia tanto al amor que Dios tiene a la humanidad, tanto cuanto al amor que la humanidad tiene o debe tener por Dios. Sin embargo, no hay que perder jamás de vista que Dios nos ha amado primero.
En verdad quien ama a Dios, arde por hacerlo amar, y por enseñar a amarlo. El Padre Pío era una de esas almas privilegiadas, convencido de que en el camino de la santidad lo que no es amor o no conduce al amor, es perder el tiempo, o vana ilusión. Por ello impulsaba a las almas confiadas a él y a su dirección espiritual a recorrer generosa y alegremente la ruta del amor y a intercambiar con su correspondencia el amor de Dios que primeramente les había amado. 
Dado lo anterior, podemos hablar de dos tipos de amor: uno pasivo y otro activo. Al referirnos al amor pasivo no significa que sea algo estático o sin vida, sin movimiento, o actividad, sino todo lo contrario estamos diciendo que la persona debe estar muy atenta para recibir el Amor de Dios y dejar así que este amor vaya transformado la propia vida a través de un encuentro profundo, constante y vivo con Dios. Es como la gota de agua que cae encima de una piedra y que con el tiempo logra perforarla.
Al hablar de un amor activo nos referimos al amor que como seres humanos debemos practicar de cara hacia Dios y también de cara a las personas o al prójimo. Pero también es necesario dejarnos amar por Dios. Experimentar la frescura siempre nueva y agradable de ese Amor, sin descartar el sufrimiento y la purificación. Son dos tipos de amor y dos formas de amar, en las cuales tanto Dios como el ser humano están directamente implicados.

 <<¿Qué es este amor? >>

El mismo Padre Pío se hizo esta pregunta y se dio la respuesta, recordemos algunas de sus ideas contenidas en el epistolario.
La caridad no es una realidad estática sino dinámica. Como el amor natural también el sobrenatural e infuso se revela y manifiesta en el alma como una tendencia y un movimiento de la voluntad y del corazón hacia el bien conocido, y en este caso hacia el Sumo Bien percibido a la luz de la fe y de la revelación. El Padre Pío lo manifieste de muchas maneras, por ejemplo:

¡Que tu confianza ilumine una vez más mi inteligencia, que tu Amor dé calor a este corazón molido de dolor por ofenderte en la hora de la prueba! (E I, c. 368).

Amar a Dios es el mayor deber de la vida, y yo lo comprendí desde niño, como lo comprenden aún muchos niños, todavía no emponzoñados por el mundo.

Todo lo podría resumir así: me siento devorado por el amor a Dios y el amor por el prójimo.

El amor no es más que una chispa de Dios en los hombres, la esencia misma de Dios personificada en el Espíritu Santo; nosotros, pobres mortales, deberíamos entregarnos a Dios con toda la capacidad de nuestro amor.

            El P. Pío era una persona capaz de descubrir y de agradecer la gracia de Dios, sobre todo el don del amor. Para él el principio básico de su vida era el amor a Jesucristo, el amor a Dios, que solía comparar con un fuego devorador. Éste amor lo llevaba a entregarse completamente a Él, aceptando completamente su voluntad. Es verdad que la naturaleza de este amor es inefable pero nuestro humilde fraile hacía el esfuerzo de confesarlo y darlo a conocer aún con palabras:

Oh, si tuviera un número infinito de corazones, todos los corazones del cielo y de la tierra, el de tu Madre… todos, todos, oh Jesús, te los ofrecería a Ti. Jesús, te quiero muchísimo; es inútil que te lo repita, te quiero mucho. Toma este corazón, llénalo de tu amor y después mándame lo que quieras.

Mi vida es Cristo: vivo para Jesús, para su gloria, para servirlo, para quererlo. Se ha enamorado Él tanto de mi corazón, que me hace arder todo en su fuego divino, en su fuego de amor. ¿Qué es este fuego que me consume todo? Si Jesús nos hace estar así de felices en la tierra… ¿Cómo será en el cielo?

El alma que ha escogido el amor divino, no puede mostrarse egoísta en el Corazón de Jesús, sino que debe sentir en ella arder también la caridad para con los hermanos, que con frecuencia hacen sufrir. No es difícil entenderlo, porque el alma, no viviendo más la propia vida, sino la de Jesús que vive en ella, debe sentir, desear y vivir los mismos sentimientos, deseos y vida que vive en ella. Y tú sabes, aunque lo has comprendido tarde, sabes, digo, de qué sentimientos y de qué deseos estaba y está animada, este divino Maestro por Dios y por la humanidad. Sufra, pues, tu alma por Dios y por los hermanos que no quieren saber de él, porque esto es el sumo agrado de él.

            Consideramos que con lo anterior tenemos suficiente para hacer una seria y profunda reflexión de la vivencia de la experiencia de Dios en la propia vida. Es un don, una gracia, un regalo. Desafortunadamente también muchas veces los regalos los dejamos sin desenvolver o al recibirlos los ponemos en cualquier sitio y no les damos mayor importancia…

Para revisar nuestra vida
. ¿Soy verdaderamente consciente del Amor de Dios en mi vida?  
. ¿Cuál es mi actitud ante el Amor que Dios me tiene?                   . ¿De qué manera amo a Dios?                                                                                                           . ¿En qué momentos y circunstancias de cada día experimento con mayor intensidad el Amor de Dios?          . ¿Soy capaz de hablar y de compartir el Amor de Dios con los demás o me avergüenzo de él?                                                                                               . ¿Me entrego como ofrenda de amor por la salvación de la humanidad?

Para orar:
Señor Jesucristo camino verdad y vida,
que has hecho del amor a ti y a los hermanos
la forma de perfección evangélica,
concédeme un amor a Dios infinitamente generoso.
Una fidelidad radical a tu proyecto de amor en mi vida,
y con el fuego del tu Espíritu Santo 
purifica y lleva a feliz término mi deseo de santidad
y de entrega por la redención de la humanidad entera. Amén.


I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que por amor también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA




TERCER DÍA:
EL ESCUDO DE LA FE  3- 9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: (Mateo 8,26. Efesios 3,17-19)
Pero él les dijo:”¡Qué miedosos son ustedes! ¡Qué poca fe tienen!” Entonces se levantó, dio una orden al viento y al mar, y todo volvió a la más completa calma. (Mt, 8,26). Que Cristo habite en sus corazones por la fe, que estén arraigados en el amor y en él puedan edificarse. Que sean capaces de comprender, con todos los creyentes cuán ancho, y cuan largo, y alto y profundo es, en una palabra que conozcan este amor de Cristo que supera todo conocimiento. (Ef. 3,17-19).

Reflexión
 La fe es un don que Dios nos da a través de la acción de su Espíritu Santo en la vida del ser humano desde el día de nuestro bautismo. Precisamente desde la fe es cómo podemos vivir como miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Es la fe la que nos aúna con Dios y con los hermanos por medio de la gracia. La fe es la luz del Espíritu santo y por eso tiene su propio “carácter luminoso”. La fe ilumina a la humanidad entera y todo lo que existe en su entorno. Se trata de “una luz tan potente que no puede venir de    nosotros mismos, viene de una fuente más primordial, viene de Dios. La fe nace del encuentro con Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor”.
En las enseñanzas del Padre del Pío la fe ocupa el puesto preminente que le corresponde como fundamento del edificio espiritual que se ha de proyectar y construir, como principio unitivo y transformante del organismo sobrenatural. Cuanto se diga de la esperanza y de la caridad, presupone la existencia y el dinamismo de la fe.

El Padre Pío hace resaltar positivamente la función unitiva de la fe en Dios, verdad suma y objeto de la visión beatífica:

<<Dios quiere desposarse con el alma en la fe y el alma que debe celebrar este desposorio celestial, debe andar en la fe pura, que es el medio adecuado y único para esta unión de amor >>. (19,|2-1913, I, 441).

Y, por tanto, se explica y comprende la insistencia con que recomienda reavivar siempre esta fe para conservar y acrecentar la unión con Dios, al mismo tiempo que se ponen en fuga todas las artes diabólicas que la puedan obstaculizar. Se trata de una fe viva. 

La fe es un don gratuito de Dios, que se ha de pedir mediante la oración, y se ha de solidificar y consolidar con actos personales, que se hacen meritorios precisamente por ser inspirados y dirigidos por la fe.

El Padre Pío pone de manifiesto la excelencia de la fe para hacer que las almas turbadas por las dudas e incertidumbres recobren la serenidad.

<<Manténganse siempre firmes en la fe y siempre vigilantes y así desaparecerán las malas artes del enemigo […]. De modo especial reaviven la fe en las promesas de vida eterna que el dulcísimo Señor nuestro hace a quienes combatan con fuerza y valentía>> (26 – 11-1913, II, 249).

Y el 6 de agosto de 1915, escribe:

<<Entre gemidos y ansiedades pedía San Pablo incesantemente el verse liberado, pero el mismo Jesús le respondió que su gracia le sería bastante. Lo mismo dice a todas las almas que quieren amarlo con sinceridad y pureza de corazón. ¿cómo dudarlo? ¿No es él por ventura nuestro Dios, fiel más que todos los hombres, para no permitir que no seamos probados sobre nuestras fuerzas? >> (III,92).


El 22 de octubre de 1916, refiriéndose a algunos pensamientos de su director espiritual, el Padre Agustín, escribe: <<La fe viva, la creencia ciega y completa adhesión a la autoridad constituida por Dios respecto a ti, es la luz que iluminó los pasos del pueblo de Dios en su peregrinación por el desierto; es la luz que brilla siempre en la altura de todo espíritu adepto al Padre; es la luz que condujo a los Magos a adorar al Mesías recién nacido; es la estrella profetizada por Balaam; es la antorcha que dirige los pasos de estos espíritus desolados. Y esta luz, esta estrella y esta antorcha son también las que iluminan tu alma, dirigen tus pasos para que no vaciles; robustecen tu espíritu en el amor divino y sin que el alma lo advierta, avanza siempre hacia la meta eterna. Tú no lo ves y no lo comprendes; pero no es necesario; tú no percibirás más que tinieblas, pero que no esconden el sol eterno. Ten seguridad que este sol es precisamente aquel que cantó el vidente de Dios: “A través de tu luz vemos nosotros tu luz” >> (Sal 35,10-III,400).


<<Crean, si es que no pueden persuadirse, que en su espíritu brilla la luz y que no son ya las tinieblas que les parece contemplar. Crean que están cercanos a la aurora. Crean que Jesús, sol de justicia, está con ustedes, los quiere bien y siempre los querrá, con tal de que se presten a que actúe libremente en ustedes >> (III, 170).
<<No deben preocuparse de verse con claridad a ustedes mismas. No es necesario; basta que las vea quien las dirige y se cuida de sus almas. Aténganse a lo que se les dice y no importa que le crean a fuerza y a punta de espíritu. También los mártires creían sufriendo. El Credo más hermoso es el que se recita en la oscuridad, en el sacrificio y en un esfuerzo de violencia >> (7-12-1916. III, 545).

El  Padre Pío  conocía esta verdad por propia experiencia, y también lo que implicaba de arduo para el alma. El 13 de noviembre de 1918 a escasos dos meses de la estigmatización, escribía a su director espiritual

“Quisiera y me esfuerzo siempre por quererlo, incluso para hacer menos penosa mi situación casi desesperada, quisiera, digo, tranquilizarme con las indicaciones que se me hacen; pero ¡ay! sólo decir Creo constituye para mí un martirio atroz, y cuando por fin he logrado pronunciar este credo, ¡qué amargura queda en el fondo del alma que se va extinguiendo, a la luz creada, sin ver la luz!” >>. (1,1097).

Con la gracia de Dios y la asistencia siempre fiel y activa del Espíritu Santo dejémonos ver seriamente y amorosamente por Dios para hacer ahora nuestra revisión de vida a la luz de lo anterior. 

Para revisar nuestra vida
. La fe es un don ¿Soy consciente de este regalo que Dios me ha hecho?
. ¿En qué y en quién creo?
. ¿Cómo ejercito mi fe?
. ¿Cómo manifiesto mi fe ante los demás, me avergüenzo de ella?                                                                                                                                                                     
. ¿Qué significa para mí creer?
. ¿Cuál es mi compromiso de cara a Dios desde la fe?
. ¿Manifiesto mi fe a través de mis obras?

Para orar:
Señor Dios nuestro, 
Padre de misericordia y Dios de todo consuelo.
Concédenos la luz del Espíritu Santo
para creer, amar, servir y dar a conocer 
A tu Santísimo Hijo nuestro Señor Jesucristo, nuestro Dios y Salvador.
Tú que vives y reinas,
Por los siglos de los siglos. Amén.


I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA




CUARTO DÍA

LA FE CONDUCE A AMAR A DIOS Y LA PROPIA SANTIFICACIÓN  4-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén

Lecturas bíblicas: (Mateo. 15,28. Efesios. 2,8). 
Entonces Jesús le dijo: “Mujer, grande es tu fe: que te suceda como deseas” (Mt. 15,28). “Pues han sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de ustedes, sino que es don de Dios”. (Ef. 2,8).

 Reflexión
Por lo que se refiere a la eficacia de la fe en la práctica de la vida cristiana, el P. Pío reclama nuestra atención principalmente acerca de dos puntos trascendentales para avanzar por los caminos de la propia santificación. Ante todo, el alma guiada por el espíritu de fe sabe que se sirve de un arma, garantía de la victoria: “Y esta es la victoria que vence al mundo, su fe”. (1 Jn. 5,4). En las batallas del espíritu no cuentan preferentemente los medios naturales y humanos, que son de una eficacia limitada, sino más bien los medios sobrenaturales y trascendentes; se actúa en Dios y con Dios, que ha empeñado su palabra. Y es lo que el alma nunca debe olvidar.

Es bien sabido por todos que la fe no se adquiere en un súper mercado, ni tampoco en los libros ni en las universidades. La fe es un don que Dios nos hace desde el momento en que nos convierte en sus hijos por el bautismo, así que nadie puede decir “yo tengo mucha fe” o “yo tengo poca fe”. La fe no es ni poca ni mucha, no se puede medir, es verdad que, en la prueba, en el momento de oscuridad y de desierto, de desaliento y muchas veces de temor es cuando nos podemos dar cuenta que grado de fe tenemos, pero la fe es una y si se posee, con ello es suficiente. Con la fe tenemos la gran posibilidad de trascender en el amor y en la caridad porque ponemos de manifiesto que creemos que “Dios nos ha amado primero”. Solamente la humildad sincera, de corazón nos podrá conducir verdaderamente por el camino de la fe, que muchas veces será el camino del calvario, y otras el camino de la gloria, que al final es el mismo. Escuchemos al Padre Pío que nos lo dice así:

<<Tengan calma y reaviven su fe, su confianza en Dios. Sean humildes y sumisas a la voluntad divina y nada podrá hacer daño a su espíritu >> (30-10-1915, III, 149).

<<Reaviva siempre tu fe y nunca la abandones, que ella no abandona jamás al hombre, y mucho menos al alma que con vehemencia desea amar a Dios >> (28-2-1915, II, 361).

<<¡Arriba, arriba los corazones! Ascendamos hasta el trono de Dios; aquí no se combate con la fuerza del cuerpo, sino con la virtud del alma; aquí se alza a la victoria no con armas de acero, sino con la oración; aquí la fe mantiene hasta el fin de la prueba […]. Avivemos nuestra fe y tengamos presente la estrepitosa victoria registrada en las páginas sagradas >> (14-10-1915, II, 517).

Es un hecho que quien vive de la fe aprende a contemplarlo todo según el talante de la visión de Dios; descubre el modo de regularse en conformidad con los principios evangélicos y por tanto todo lo juzga, personas, cosas y los acontecimientos, las realidades contingentes y transitorias a través de una óptica sobrenatural. Y así la fe es la guía segura para pensar y hablar, para amar y actuar. Al final este es el objetivo último, actuar por medio de la fe y por las obras manifestar la propia fe.

<<Dispongámonos siempre a reconocer en todos los acontecimientos de la vida el orden sapientísimo de la divina providencia, adorémosla y hagamos que nuestra voluntad siempre y en todo esté informada de la de Dios, que así glorificaremos al Padre Celestial y todo será ventajoso para la vida eterna>> (23-2-1915, II, 341).

<<En todos los sucesos de la vida reconozcamos la divina voluntad, adoradla bendecidla. Especialmente en las cosas más duras para vosotras, no seáis solícitas en buscar la liberación>> (4-3-1915. II, 570).

<<En la parte superior (del alma) reside, como en su trono, el Espíritu de fe que debe consolarnos en las aflicciones. Qué felices son aquellas almas que viven de la fe, que en todo adoran los justos y santos juicios de Dios y que se alegran en la aflicción y que hacen que el ajenjo se convierta en miel>> (25-7-1917, III, 809).

La fe es un don gratuito y de tales dimensiones que obliga a que el alma lo agradezca siempre al divino bienhechor; sobre todo considerándose privilegiada frente a tantos otros que no han sido iluminados por esta luz extraordinaria y no han podido gozar de su claridad.

El alma no quiere y no puede gozar sola de este don. Por ello con espíritu misionero quiere contribuir a propagar este reino de fe, sirviéndose de la conocida trilogía: oración, sacrificio, testimonio: con las palabras, con las plegarias, con las ofrendas. Y de modo particular con los sacerdotes heraldos del evangelio y con todos aquellos que en la Iglesia tienen el compromiso de propagar y defender la fe.

<<Agradeces sin descanso la liberalidad de un tan buen Padre y suplícale que acreciente siempre cada vez más en tu corazón la santa caridad. No todos somos llamados por Dios a salvar las almas y a propagar su gloria mediante el apostolado de la predicación; y se debe saber que no es éste el único medio para alcanzar estos dos grandes ideales. El alma puede propagar la gloria de Dios y trabajar por la salvación de las almas mediante una vida verdaderamente cristiana, rogando incesantemente al Señor “que venga su reino”, que su santísimo nombre “sea santificado”, que “no permita la tentación” que “nos libre del mal”.
Esto es lo que también ustedes deben hacer, ofreciéndose totalmente y continuamente a ustedes mismas al Señor con este fin. Rueguen por los pérfidos, rueguen por los tibios, rueguen por los fervorosos, pero de modo especial rueguen por el Sumo Pontífice, por todas las necesidades espirituales y temporales de la Iglesia, nuestra tierna Madre; y una oración especial por todos aquellos que trabajan por la salvación de las almas y por la gloria de Dios en las misiones entre los infieles e incrédulos.
De nuevo vuelvo a exhortarte a que te consagres por entero y también a todas aquellas almas a las cuales puedas inducirles a esta empresa salvadora, con la seguridad de que este es el más excelente apostolado que un alma puede realizar en la Iglesia de Dios >> (11-4-1914, II, 70-71)

<<Agradece a Dios cien veces al día el haber llegado a ser hija de la Iglesia, a ejemplo de tantos santos hermanos nuestros, que nos han precedido en esta nuestra peregrinación. Ten gran compasión de todos los pastores, predicadores y directores de almas, esparcidos por toda la tierra, porque no hay en el mundo provincia donde no los haya. Ruega a Dios por ellos, a fin de que salvándose a sí mismos, procuren fructuosamente la salvación de almas >> (27-1-1918-III, 707, cf. 893).

En conformidad con estos principios animaba y estimulaba a sus hijas espirituales a comprometerse en obras externas de apostolado a fin de que todos los cristianos llegaran a conocer y apreciar los tesoros de la fe profesada en el santo bautismo.

<<En relación con lo que me dices respecto a enseñar a esas niñas el catecismo, no tengo nada que oponer. Tienes, por tanto, mi aprobación y bendición>> (8-11-1916- III, 409)

<<Bendigo de todo corazón la obra de catequizar a los niños, que son las flores predilectas de Jesús. Bendigo también la obra de las celadoras de las obras misioneras>> (10-3-1923, III, 457).

<<Apruebo el que tú colabores en ganar almas para Jesús, enseñándoles el modo de agradarle>> (15-6-1923, III, 459).

La fe es la virtud que las almas consagradas a Dios desde el bautismo han de ir cultivando hasta llegar a la plena convicción de que el creer en Dios es la certeza de poseer ya la prenda de la vida futura y así poder vivir como verdaderos hijos de Dios.


Para revisar nuestra vida
¿Amo a Dios sobre todas las cosas?
¿Me abro a su gracia santificante?
¿Practico mi fe a la hora de tomar decisiones?
¿Soy misionero propagador de la fe?
¿Doy testimonio de la fe con mis palabras y con mis obras?

Para orar:
Señor nuestro Jesucristo rostro humano de Dios y rostro divino del hombre, manifestación infinita de la misericordia del Padre, derrama sobre nosotros la Luz de tu Espíritu Santo para que pueda yo saber lo que te es grato, y pueda cultivar en mí la gracia de la santidad que Tú oh Augusta Trinidad has querido compartirme. Te pido por intercesión del Padre Pío me concedas el arrepentimiento de mis pecados, y la generosidad para darte a conocer a todos los que están cerca y lejos de Ti. Por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y te pido la gracia de...
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



QUINTO DÍA
EL YELMO DE LA ESPERANZA 5-9
Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.
Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: (Salmo 33. De La Carta de San Pablo a los Romanos 5)
Nuestra alma en YAVE espera, él es nuestro socorro y nuestro escudo; que en él se alegra nuestro corazón, y en su santo nombre confiamos. Sea tu amor, YAVE, sobre nosotros, como está en ti nuestra esperanza. (Sal. 33,20-22).

Y la esperanza no falta porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rom. 5,5).

Reflexión
La esperanza es la virtud del exilio y el cristiano es el hombre de la esperanza. Esta es una doctrina aprendida y practicada en la “escuela de la cruz”, en la cual se respira una atmósfera de profunda serenidad, de alegría íntima, de certeza segura y de un optimismo iluminador. El P. Pío que de “esta escuela del dolor y del sacrificio” fue primero un aventajado discípulo, y después un excelente y admirado maestro, llegó a ser muy pronto un convencido pregonero de esta virtud teologal; enseñó a vivir “alegres en la esperanza” (Rom. 12,2); supo descubrir y comunicar los tesoros escondidos en esta virtud cristiana y fue un consolador de las almas afligidas, infundiendo en ellas confianza y seguridad, dilatando los corazones y despejando las sombras del espíritu. La esperanza mantiene en los hijos de Dios la alegre certeza de poseer ya la vida eterna. Es la esperanza la que nos impulsa a vivir como personas misericordiadas, como personas salvadas. 

a). Actitud y fundamento de este mensaje
El mundo actual, denominado “posmoderno”, es decir fracasado, sin sentido, al cual podemos denominar como la sociedad del bienestar, del consumismo y del hedonismo, de la superficialidad y de lo superfluo tiene una gran necesidad de este gran y optimista mensaje de la esperanza, porque a pesar de todas las apariencias seductoras es tremendamente triste y angustioso, caótico y carente de todo sentido profundo. Se cierne en las arenas movedizas del pantano de la muerte Y, por desgracia, ni siquiera los cristianos respiran el aire confortante de la santa esperanza. Y ciertamente la esperanza se presenta como una ventana siempre abierta, por la cual penetran luz y fuerza, ayuda y consuelo, optimismo y firmeza, cosas tanto más necesarias cuanto que, por los misteriosos designios divinos, todos debemos hacer el doloroso peregrinaje terreno, caminando a tientas hacia las verdades más fundamentales expuestos a pruebas de toda clase, a conflictos, a dolores, a sufrimientos, a peligros, violencias y a tantos males causados por el pecado.

El P. Pío, sabio y experto director espiritual, conoce a fondo la necesidad, la inmediatez, la urgencia de esta virtud teologal y su sorprendente valor psicológico. No ignora ni minusvalora los obstáculos que se interponen en el ejercicio de esta virtud en orden a conseguir su fin primario; esto, no obstante, él contempla toda la problemática desde la óptica sobrenatural en una visión de fe; y desde el ángulo visual de la esperanza fundada y anclada en la fe, desarrolla seguro su magisterio de director espiritual. Este es un aspecto muy importante que hemos de aprender, cuando decimos que contempla todo desde la óptica de la fe, no decimos que esté fuera de la realidad, sino todo lo contrario, conociendo bien lo que sucede en el mundo, contempla con un espíritu compasivo los acontecimientos para poder actuar desde la fe generando esperanza.

La doctrina de la esperanza ocupa un puesto de primer plano en su magisterio. El estado particular de muchas almas a él confiadas le obligaba a detenerse en todos los aspectos del tema. Y se puede afirmar que de alguna manera en el epistolario se tratan todos los puntos importantes y esenciales de la teología de la esperanza: sus fundamentos y su contenido, las motivaciones y los objetos. De hecho, como se verá, toda la temática de la virtud teologal de la esperanza aparece ilustrada en las cartas de dirección espiritual. Desde luego no siempre es fácil, y a la vez ni siquiera posible, agrupar bajo un común denominador el pensamiento que insinúan los textos; pero del conjunto, aunque con alguna repetición, se descubren su doctrina y sus orientaciones.

b). Abrir el corazón a la esperanza
El alma comprometida seriamente en el seguimiento de Cristo, para llegar a la perfección cristiana debe recorrer el arduo camino con un corazón abierto y generoso siempre en tensión hacia el único fin, que un día podrá satisfacer en plenitud todas las legítimas aspiraciones. Por ello el P. Pío aconseja, propone, inculca, sin jamás cansarse, la esperanza que hace confiar en Dios y desconfiar en uno mismo.

Cada uno debe persuadirse de que esta virtud infusa es inseparable de la vida del bautizado. Al igual que la fe, la esperanza la recibimos el glorioso día que nos convertimos en hijos de Dios y herederos del Reino por nuestro bautismo. Reparemos en lo siguiente:

<<Sí, el cristiano en el bautismo resucita en Jesús, es elevado a una vida sobrenatural, adquiere la bella esperanza de sentarse un día glorioso en el trono celestial. ¡Qué dignidad! Su vocación requiere una aspiración continua a la patria de los bienaventurados, considerándose como peregrino en esta tierra de exilio; la vocación de cristiano, digo, exige que no se ponga el corazón en las cosas de este bajo mundo: todo el cuidado, todo deseo del buen cristiano, que vive según su vocación, debe dirigirse a procurarse los bienes eternos; debe formarse un juicio tal de las cosas de aquí abajo, que pueda hacer estimar, apreciar sólo aquello que ayude al conseguimiento de los bienes eternos, y a tener por viles aquellas cosas que no ayuden a tal fin>> (16-11-1914, II, 229).

<<Abre el corazón a este médico celestial de las almas y abandonate con plena confianza en sus santísimos brazos>> (29-5-1914, II, 88).

<<Ármate con la bella virtud de la confianza en el Señor y atiende a las seguridades que te he dado de parte de Dios>> (23-1-1915, II, 305).

<<Fuera, pues, los temores de nuestro ánimo; abramos el corazón a la confianza, pidamos siempre a Jesús esta paz con un beso de su boca divina>> (7-9-1915, II, 493).

<<Ten siempre levantado tu espíritu; tu corazón siempre vuelto hacia allá, hacia la patria celestial, y no apartes de allí tu mirada sino para mirar dónde colocar el pie, a fin de no dar un paso en falso y para darte cuenta del camino que todavía hay que recorrer hasta llegar a Jesús>> (15-3-1915, III, 66).

<<Es preciso, pues, afianzarse en una esperanza. Ascendamos, ascendamos, sin cansarnos jamás, a la celeste visión del Salvador, alejémonos poco a poco de los afectos terrenos, despojémonos del hombre viejo y aspiremos a la felicidad, que nos está preparada>> (31-10-1916, III, 406).


No hay duda de que la esperanza teologal se apoya en sólidos y válidos fundamentos y no es difícil descubrir sus elementos constitutivos. El alma debe ardientemente desear e intensamente amar a Dios, como a su único y sumo Bien. Supuesta nuestra humana naturaleza, este amor y este deseo no excluyen la que puede interesar útilmente a la persona, como serían los bienes temporales, la salud, los medios idóneos para alcanzar el fin. Esto, no obstante, conociendo la sublimidad de la visión beatífica y la debilidad y la desproporción de las fuerzas humanas, es instintivo y casi natural el miedo y la desconfianza de poder conseguirla y de acertar de manera conveniente con los medios útiles y necesarios. Por ello cuentan la confianza y el descanso en la bondad de Dios, en su omnipotencia y en su misericordia. Dios es infinitamente misericordioso. Su misericordia no tiene límites, excede todo presupuesto y toda experiencia por grande que sea. Porque Dios es sumamente bueno, no negará lo que conviene y porque es poderoso en todo, encontrará siempre la manera de superar todas las dificultades y de remover todos los obstáculos. Esta constatación debe originar en el alma una confianza filial que honra a Dios y hace que el hombre desconfíe siempre de sus fuerzas, al par que hace desaparecer vigorosamente dudas, incertidumbres y temores.
Otro elemento importante, es el factor personal, el esfuerzo de cooperación en el uso de los medios desproporcionados. La esperanza no es una virtud estática, pasiva, sino activa y dinámica. Comporta un dinamismo de fecunda actividad santificadora; impulsa, es verdad, a confiar siempre en el auxilio divino, pero sin descuidar ni minusvalorar la aportación humana. De hecho, si algo hemos de destacar aquí es precisamente eso: la gran apertura sin límites ni restricciones del P. Pío a la gracia de Dios. Debido a esta disponibilidad incondicional, Dios pudo hacer obras grandes y maravillosas en este humilde fraile. Mientras la visión del sumo Bien estimula a desearlo, multiplica las energías e invita al valor y a la perseverancia, evitando los dos extremos, la presunción y la desesperación. De hecho, esto lo descubrimos muy claramente en el P. Pío, esperó contra toda esperanza y permaneció en la más transparente y verdadera humildad. Así nos lo manifiesta:

<<Confía en Dios y espera en su bondad paternal, que se hará la luz. Alza la mente llena de fe a la patria celestial y a ella dirijamos todas nuestras palpitaciones y aspiraciones>> (15-8-1914, II, 154).

<<Ten confianza ilimitada en la bondad divina, que la Victoria será segurísima. ¿No es él nuestro Dios interesado más que nosotros mismo de nuestra salvación? ¿No es él más fuerte que el mismo infierno? ¿Quién podrá resistir y vencer al monarca de los cielos? ¿Qué son el mundo, el demonio y la carne, todos nuestros enemigos delante del Señor?>> (25-4-1914, II, 79).

<<Jesús te quiere toda para sí, quiere que pongas toda tu confianza y todo tu afecto en él sólo>> (14-7-1914, II, 129).

<<No te abandones a las acometidas de satanás. Tu confianza siempre en Dios: con ella siempre adelante. De modo especial debes demostrarlo en la prueba presente, cuyo final será para gloria de Dios y gran triunfo para tu alma>> (25-3-1915, II, 375).

<<Es preciso todavía tener una gran confianza en la divina providencia para poder practicar la santa simplicidad (…). Pues bien, hagamos igualmente nosotros la provisión de maná para un solo día, y no dudemos de que Dios proveerá para mañana y también para todos los días de nuestra peregrinación >> (3-3-1917, III, 684).

<<No teman, insisto, más bien confíen en la divina misericordia, humíllense ante la piedad de nuestro buen Dios y agradézcanle todos los favores que quiere concederles y que ya les ha concedido hasta el presente. Tanto pide nuestra gratitud y nosotros no podremos jamás demostrar esta nuestra gratitud dignamente a quien nos ha enriquecido con tantos favores (…). Continúen rogando y sufriendo según las divinas intenciones y según la voluntad divina. A ello nos estimule el premio que nos espera y que ya no estará lejos>> (27-4-1917, III, 698).

<<Trabaja que será grande la recompensa que Jesús te reserva allá arriba>> (5-2-1923, III, 802).

Es así como el Padre Pío nos invita y exhorta a ser personas de esperanza. Nuestra vida siempre será más llevadera, más feliz y con un sentido siempre más pleno si ponemos nuestra esperanza en Cristo Jesús que nos ha alcanzado la vida eterna.

Para revisar nuestra vida
¿Qué significa para mí tener esperanza?
¿En quién o en qué tengo puesta mi esperanza?
¿Soy motivo de esperanza para los que me rodean?
¿Comparto mi esperanza en casa y, con las personas que me rodean?
¿Soy motivo de esperanza para los que se acercan a mí?

Para orar:
Señor nuestro Jesucristo Camino verdad y vida reaviva en nosotros el deseo de contemplar siempre tu rostro en los más pobres y necesitado. Mantén en mí siempre la alegre esperanza de encontrarme un día contigo en la vida eterna. Tú que vives y reinas con el Padre en comunión con el Espíritu santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y te pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



SEXTO DÍA

LA ESPERANZA EN LA VIDA ETERNA 6-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: Segunda Carta de San Pablo a los Corintios 4,16-18
Por eso no nos desanimamos; al contrario, aunque nuestra condición física se vaya deteriorando nuestro ser interior se renueva de día en día. Porque momentáneos y leves son los sufrimientos que, a cambio nos preparan un caudal eterno e insuperable de la gloria; a nosotros que hemos puesto la esperanza, no en las cosas que se ven, sino en las que no se ven, pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas. (2 Cor 4,16-18).

Reflexión
Las razones más profundas y más válidas de la esperanza se deducen de los fundamentos y elementos, de los que hacíamos mención, y son los que más eficazmente mueven a la voluntad a poner en juego los medios sobrenaturales. El Padre. Pío, como de costumbre, no los menciona de modo particular, ni se detiene en discusiones teológicas. Sus afirmaciones son claras y sencillas para poder disipar las dificultades, eliminar los obstáculos y serenar el ánimo. A la luz de estas verdades fundamentales guía con seguridad a las almas en la búsqueda del Sumo Bien y en la práctica de esta virtud.

Como es obvio, frecuentemente insiste en la inmensa bondad del Padre celestial para con las personas y en la misericordia con los pecadores, al mismo tiempo que en su fidelidad en mantener las promesas. Todo esto se comprueba con la experiencia personal: “jamás nos ha abandonado en el pasado y ello es ya una garantía de que tampoco seremos abandonados en el porvenir, si correspondemos a su bondad y fidelidad. Tenemos la garantía del “piloto” Jesús y de la “estrella” María”.

<<Consuélate, pues, en el Señor, ya que tu espíritu ha escogido a Dios como su porción: Jesús está contigo, te ha ayudado hasta ahora; no puede, no quiere abandonarte; perfeccionará su obra>> (19-5-1915, III, 76).

<<¿Cómo dudarlo? ¿No es él nuestro Dios fiel más que los hombres para no permitir que seamos probados sobre nuestras fuerzas? >> (6-8-1915, III, 92).

<<Tenga la navecilla de tu espíritu el áncora fuerte de la confianza en la bondad divina ten presente delante de los ojos del espíritu esta promesa de Dios, que quien confía en él no será confundido>> (27-8-1915, III, 95).

<<No temas el que arrecien las tempestades, porque la navecilla de tu espíritu jamás será hundida. Los cielos y la tierra cambiarán, pero la palabra de Dios que nos asegura que quien obedece cantará victoria, no cambiará, permanecerá siempre escrita con caracteres imborrables en el libro de la vida: Yo subsistiré siempre>>  (8-9-16, III, 247).

<<A Dios debes recurrir en los asaltos del enemigo, esperar en él y de él esperar todo bien>> (2-3-1917, III, 414).

<<Que te reanime a enfrentarte con la guerra, que Satanás te declara, el dulce y reconfortante pensamiento de que reportarás de esta prueba la destrucción del reino de Satanás y una corona inmarcesible de gozo eterno en el reino de Dios>> (s.d., III, 649).

<<No anticipes con la aprensión los accidentes de esta vida, sino con una perfecta esperanza de que a medida que sobrevengan, Dios, de quien eres, te librará; él te ha defendido hasta el presente; procura agarrarte bien a la mano de su providencia y él te ayudará en todas las ocasiones, y cuando no puedas caminar, él te conducirá. No temas>> (23-4-1918, III, 726).

<<El descanso está reservado para el cielo, donde nos espera la palma del triunfo. En la tierra hay que combatir siempre entre la esperanza y el temor, pero de acuerdo con que la esperanza sea cada vez más fuerte, teniendo siempre presente la omnipotencia de quien nos socorre>> (11-6-1918, III, 736).

<<Pensemos en el amor que Jesús nos tiene y en su interés por nuestro bienestar, y estemos tranquilos, no dudando de que él con cuidado paternal nos asistirá siempre contra todos nuestros enemigos. Si dependiera de nosotros el estar en pie, ¡oh! no estaríamos nunca. Al primer soplo con toda seguridad caeríamos sin esperanza de rehacernos. Cuanto más se multiplican los enemigos, más debemos abandonarnos confiando en el Señor. Él nos sostendrá siempre con su brazo potentísimo, para que no tropecemos>> (28-7-1914, II, 140). 

También la consideración de la omnipotencia divina ocupa un puesto preeminente en la pedagogía de la esperanza cristiana. El alma no olvida que Satanás ha sido derrotado y que el poder de Dios en todo momento desbaratará a los enemigos y a todas las fuerzas adversas que se opongan a la consecución del fin último.

Otro válido motivo para mantenernos siempre firmes en la esperanza y no dudar por ninguna razón de la realidad de las cosas esperadas” (Hb 11,1) son los méritos de Jesucristo y su presencia en el alma. “Cristo (Jesús) el que murió mejor aún, el resucitado, es también el que está a la diestra de Dios, el que además aboga a favor nuestro” (Rom 8,34)

<<Jesús consuele también tu espíritu abatido en el mar tempestuoso; pero no temas, que no te hundirás; la navecilla tendrá siempre por piloto a Jesús y por faro a María y por tanto no hay por qué temer>> (8-10-1915, II, 509).

<<Sigamos a Jesús por el camino del dolor, mantengamos siempre fija nuestra mirada en la Jerusalén celestial y todas las dificultades que obstaculicen nuestro viaje hasta llegar allí, serán superadas felizmente>> (14-10-1915, II,51).

<<Confía y espera en los méritos de Jesús y así también la humilde arcilla se convertirá en oro finísimo, que brillará en el palacio del monarca de los cielos>> (4-8-1915, II, 51).

<<¿Quién los ha sostenido hasta ahora en los sufrimientos corporales y espirituales? Ha sido Jesús. Él ha estado con ustedes, él los ha amado. Y continuará siempre con ustedes, y continuará amándolos. Deberá completar la obra comenzada en ustedes>> (11-4-1915, III, 148).

<<No, no teman. Caminan por el mar entre los vientos y las olas; pero recuerden de que están con Jesús. ¿Quién puede temer? Pero si el temor los sorprende, griten fuerte: ¡Señor, sálvame! Él extenderá su mano, agárrenla fuertemente, y caminen con alegría>> (8-3-1918, III, 580).

La transitoriedad de los bienes terrenos y contingentes frente a los bienes futuros, a los que aspira la esperanza, son un motivo que impulsa y orienta el ejercicio de esta virtud. Con alguna frecuencia lo recuerda el P. Pío. Todo lo que es contingente y transitorio, aun cuando pueda ser amable, bueno y deseable está expuesto al cambio, tiene un término y nunca podrá satisfacer completamente las aspiraciones de felicidad del corazón humano. Breve es el dolor, eterno el gozo, y es precisamente a esta imperecedera bienaventuranza a la cual el hombre debe levarse con la esperanza.

<<¡Cuánto es amable la eternidad del cielo, y cuán miserables los momentos de la tierra! Aspira continuamente a la primera y desprecia audazmente la comodidad y los momentos de esta mortalidad>> (28-12-1917, III, 701).

<<Esta vida es breve, el premio de lo que se hace en el ejercicio de la cruz es eterno>> (5-11-1917, III, 926).

<<A los hijos de Dios debe importarles poco el vivir estos brevísimos momentos que pasan, a condición de vivir eternamente en la gloria con Dios. Hija, piensa que estás ya en camino hacia la eternidad; tú ya te has puesto en pie con tal de que sea para tu felicidad, ¿qué importa que estos momentos transitorios sean desventurados? >> (11-11-1917, III, 826).
Frente a las alegres y bien motivadas perspectivas de la esperanza, el alma no retrocede en el camino emprendido; no teme; nada le turba. Todo lo contrario, con renovado esfuerzo vuela cada vez más alto hacia el objeto deseado y amado. Que este camino espiritual que hoy nos propone el Padre Pío, podamos recorrerlo con profunda alegría y confianza en el Señor.

Para revisar nuestra vida
¿Tengo mi esperanza puesta en la vida eterna?
¿Qué significa para mí la vida eterna?
¿Lucho y trabajo por vivir eternamente en la presencia de Dios?
¿Cómo vivo ante los demás m deseo de vivir eternamente en el cielo?

Para orar:
Señor Jesucristo Camino verdad y vida aviva en nosotros el deseo de contemplar siempre tu rostro en los más pobres y necesitados. Mantén en mí siempre la alegre esperanza de encontrarme un día contigo en la vida eterna. Tú que vives y reinas con el Padre en comunión con el Espíritu santo y eres Dios por los siglos de los siglos. Amén.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y te pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina, Sacerdote Capuchino, le has concedido el insigne privilegio de participar de modo admirable en la pasión de tu Hijo, concédenos por su intercesión, identificaros en la muerte de Cristo para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



SÉPTIMO DÍA

LA CARIDAD MANANTIAL DE SANTIDAD Y DE GENEROSIDAD 7-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: Juan 13,34-35
Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros. Que como yo los he amado, así se amen también ustedes, los unos a los otros. En esto reconocerán todos que son mis discípulos; en que se aman unos a otros. (Jn 13,34-35).

Reflexión
Para el Padre Pío era como una necesidad hablar y escribir de la caridad. Esta virtud teologal era el centro de su vida interior y llegó también a ser el centro de convergencia de sus esfuerzos y de sus enseñanzas en orden a guiar a las almas por las rutas luminosas de la perfección cristiana. Es una de las ideas clave de su magisterio en la dirección de las almas, y es él algo obsesionante. En verdad quien ama a Dios, arde por hacerlo amar, y por enseñar a amarlo. El Padre Pío era una de esas almas privilegiadas, convencido de que en el camino de la santidad lo que no es amor o conduce al amor, es perder el tiempo, o una ilusión. Por ello impulsaba a las almas confiadas a su dirección a recurrir generosa y alegremente la ruta del amor y a intercambiar con su correspondencia el amor de Dios que primeramente nos ha amado. La caridad es la fuente de agua siempre fresca. En ella y a través de ella podemos beber del Amor de Dios y compartir este amor por medio de los signos de caridad que realicemos con nuestros hermanos que más lo necesiten.

Se trata del anhelo supremo de Dios, por eso “Él nos amó primero” aún sin merecerlo, por pura gracia y porque para eso nos ha creado, para amarnos eternamente. Dios es Amor, dejémonos amar por Él y amemos como Él.

Sin duda alguna que la virtud de la caridad es la más excelente de las virtudes teologales, la más unitiva y transformante. Une, da vigor y fuerza sobrenatural a las demás virtudes cristianas y sin ella ninguna podrá ser perfecta. Es la raíz, el origen y el vértice de la santidad. Si llega a faltar la caridad, todo el edificio espiritual se viene abajo. Su ausencia esteriliza todo compromiso para la propia santificación y todo esfuerzo para el bien del prójimo. Precisamente porque la caridad constituye la esencia de la perfección cristiana, es el parámetro más seguro, y la medida más exacta, por no decir la única.

<<La primera virtud, que necesita el alma que tiende a la perfección, es la caridad […] con razón la caridad en la sagrada Escritura es llamada vínculo de perfección>> (23-10-1914, II, 200).

<<Lo que más está en el corazón de este gran santo [San Pablo] es la caridad, y por ello, más que cualquier otra virtud, él vivamente la recomienda y quiere que se conserve en todo su dinamismo y actividad, ya que es la única virtud que constituye la perfección cristiana. Sobre todo –dice – conserven, tengan caridad, que es el vínculo de la perfección>> (16-II-1914. II, 235).

<<Todo puede carecer de mérito, cuando se ha hecho sin caridad, que es la reina de las virtudes y que en sí las incluye todas. Por ello tengamos muy en cuenta esta virtud, si queremos que el Padre celestial tenga misericordia de nosotros. Amemos la caridad y practiquémosla; es la virtud que nos hace hijos del mismo Padre que está en los cielos. Amemos y practiquemos la caridad, ya que es el mandato del divino Maestro; nos distinguiremos de los demás si amamos y practicamos la caridad. Amemos la caridad y evitemos cualquier cosa que pudiera ensombrecerla. Sí, amemos, finalmente, la caridad y tengamos siempre presente la enseñanza del Apóstol: todos nosotros somos miembros de Cristo> (16-11-1914, II,235).

<<Considerarla [la virtud de la caridad] muy querida, más todavía que la pupila de tus ojos, porque era la más querida del divino Maestro que solía llamarla mi mandamiento. ¡Oh!, sí, tengamos en gran aprecio este precepto del divino Maestro y todas las dificultades serán superadas. Es tan bella la virtud de la caridad, que el Hijo de Dios, para encenderla en nuestros pechos, quiso él mismo descender del seno del Padre y hacerse semejante a nosotros para enseñárnosla y facilitarnos, con medios que él nos ha dejado, la adquisición de esta preclarísima virtud>>(30-3-1915, II, 383).

El P. Pío estaba íntimamente persuadido, por la propia experiencia, de la importancia fundamental y de la necesidad absoluta de esta <<preclarísima virtud>>, no se cansaba de recomendarla, ya como condición esencial para caminar con seguridad y avanzar progresivamente por el camino de la perfección cristiana, o bien como meta única y aspiración del alma orientada a la exigencia del seguimiento de Cristo. Como ejemplo tenemos los siguientes testimonios que son exhortaciones a amar y a creer en el Amor.

<<El espíritu humano, sin la llama del amor divino, puede descender hasta el nivel de los animales, mientras, por el contrario, la caridad, el amor de Dios lo eleva tan alto que puede alcanzar hasta el trono de Dios. Agradecer sin cansarse jamás la liberalidad de un tan buen Padre y ruéguenle que acreciente siempre más la caridad en su corazón.>> (11-4-1914,II,70).

<<Continúen y esfuércense siempre en amar cada vez más a Jesús y no se preocupen de saber otra cosa>> (21-6-1914, II, 120).

<<Que ésta sea toda nuestra solicitud: amar a Dios y agradarle, sin otras preocupaciones, sabiendo que Dios tendrá siempre cuidado de nosotros, más de lo que se puede decir o imaginar>> (26-11-1914, II, 248).

<<Dios los ama, y mucho; correspondan del mejor modo posible a su amor: el no desea otra cosa; confíen, esperen, humíllense bajo las divinas operaciones y amar>> (8-6-1915, II, 445).

Hermanos y hermanas estamos ante el gran proyecto del Amor de Dios en nuestra vida. Un amor ciertamente gratuito y gratificante. La caridad como don de Dios para ser fiel a su proyecto y para amar y servir a nuestros hermanos debe cuestionarnos y desinstalarnos siempre y en todo momento. Dios no se deja ganar en generosidad, seamos generosos nosotros también, no por ser buenos, sino por estar abiertos a la gracia de Dios que es el único bueno y es quien nos ha amado primero. La caridad también es saber, entender y asumir sobre todas las cosas que Dios nos ha amado primero. Esto lo más importante del verdadero amor. Que Él nos ha amado primero ¡Qué amor tan grande!

Para revisar nuestra vida
 ¿Soy consciente de que Dios me ha amado primero y ha dado su vida por mí en Jesucristo?
¿Tengo siempre presente en mi mente y en mi corazón el amor eterno que Dios me tiene?
¿De qué manera agradezco a Dios el Don de la Caridad en mi vida?
¿Verdaderamente amo a Dios sobre todas las cosas?
¿Ejercito generosamente la Caridad con mis hermanos?
6ª. ¿Cómo manifiesto mi caridad para con los que viven conmigo?
¿Cómo ejerzo la caridad para con los que me buscan?
¿Soy capaz de irradiar el amor a Dios y la caridad a mis hermanos o me avergüenzo de ello?

Para orar:
Señor Jesucristo camino verdad y vida, que has hecho del amor a ti y a los hermanos la forma de perfección evangélica, concédeme un amor a Dios infinitamente generoso. Una caridad radical y solícita a mis hermanos y fidelidad a tu proyecto de amor en mi vida, y con el fuego de tu Espíritu Santo purifica y lleva a feliz término mi deseo de santidad y de entrega por la redención de la humanidad entera. Amén.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y pido la gracia de...
Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.



NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



OCTAVO DÍA

A JESÚS POR MARÍA 8-9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén.

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: Isaías 7,14. Mateo 2,11. Juan 2,5.
Pues bien, el Señor mismo va a darles una señal: He aquí que la doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. (Is 7,14). Entraron en la casa; vieron al niño con su madre María y, postrándose, le adoraron; luego abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. (Mt 2,11). Dice su Madre a los sirvientes: “Hagan lo que Él les diga” (Jn 2,5).



Reflexión
            Según nos refieren los biógrafos y los múltiples testimonios de quienes conocieron a nuestro Fraile, la devoción del P. Pío a la Santísima Virgen se remonta hasta los primeros años de su vida. Lo mismo que otros fenómenos místicos, seguidos por los ataques de Satanás, teniendo lugar a partir de los 5 años de edad.
            Sin embargo, hay que destacar que la devoción del P. Pío a María, su “Mammusa” (Mamita), como cariñosamente le llamaba era algo más que una simple devoción. Es como el pilar sólido y fundamental en el cual se encuentra sostenido todo el edificio de “la gran misión que el Señor le había encomendado: ‘Santifícate y santifica’”. Obviamente, la Virgen ocupa en la vida de San Pío el lugar que le corresponde. Es decir, en primer lugar y sobre todas las cosas está Jesucristo. Por eso precisamente acudía a Ella y se dejaba ayudar y socorrer por la Madre que era la que concedía todas las gracias porque el Hijo no le podía negar nada. Es “La Estrella segura que conduce al feliz puerto Jesucristo el Señor”. Por eso María va a ocupar un lugar preeminente en la vida de San Pío. La ternura, el cariño, la entrega, la confianza, el acudir constantemente a ella… eran las características, entre otras las que el P. Pío nos enseña. Por eso nos invita a “Amar a la Virgen, hagan amar a la Virgen. Recen siempre el Rosario”.
            El aspecto cultual hacia María Santísima que se transparenta en el epistolario, y que era aconsejado y exigido por el P. Pío a sus hijas e hijos espirituales, está enraizado profundamente en el dogma católico y tiene bases muy sólidas en la ascética cristiana. Con la máxima claridad se advierte la asociación íntima e indisoluble de María corredentora y dispensadora de todas las gracias a Cristo, único mediador entre Dios y los hombres. La acción de María  en la obra de nuestra salvación y santificación, aunque muy importante, aparece siempre subordinada a la de Jesús.
            Esta vinculación de María con Jesús está expresada en los augurios que el P. Pío dirige a sus hijos espirituales y en los saludos cordiales en casi todas sus cartas. En ellos hay puntos de reflexión mariana y motivos eficaces para honrar a la “Madre de Jesús y Madre Nuestra”.

            <<Jesús y María estén siempre en tu corazón y en el de tu hermana y las hagan santas>> (19-5-1914, II, 88, 153 y 15-8-1914). 

            <<Jesús y María estén siempre con ustedes, les libren de las malas artes del espíritu impío y les consuelen en todas sus aflicciones>> (29-9-1914, II, 174).

            <<Jesús y María les comunican la fuerza para luchar con nuevo empuje contra las malas artes del espíritu malo>> (30-3-1915, II, 382).

            <<La Madre de Jesús y Madre nuestra sonría siempre a tu espíritu alcanzándole de su divino Hijo toda clase de carismas celestiales>> (11-5-1915, II, 414).

            <<Jesús y María estén siempre en tu corazón y los hagan gustar siempre las dulzuras de la cruz>> (15-3-1915, III, 61).

            <<Jesús y María estén siempre en su corazón y los hagan siempre crecer en la hermosa virtud de la caridad que es el vínculo de la perfección cristiana>> (8-3-1915, III, 61).

            <<Jesús y la Virgen santísima los hagan dignos de la gloria eterna>> (11-12-1915, III, 549).

            <<En todo te asista Jesús y María >> (7-6-1921, III, 790).

            <<Jesús y María reinen siempre soberanos en tu corazón y en tu familia y hagan de ti una verdadera hija del seráfico padre san Francisco y un santo modelo de una madre cristiana>> (18-1-1922, III, 1081).

            No sólo en las expresiones augurales de su correspondencia, sino también en el mismo contenido de las cartas se manifiesta de mil maneras la asociación de la Virgen santísima a Jesús en la aplicación de los frutos de la redención a las almas. Se invoca a Jesús y María. El Hijo no podrá resistir ni negarse a las súplicas de la Madre; y a ambos se les agradecerá el éxito de las oraciones.
            Es necesario destacar que el Padre Pío de la misma manera que, cuando habla del amor a Jesús, afirmaba que nos debería llevar a imitar su vida, también decía que la verdadera y auténtica devoción a María consistía en seguir el camino que ella había recorrido por amor a su Hijo.

            <<Tengo fe vivísima de que el Señor no me negará la gracia que incesantemente le pido. La espero por las manos de nuestra Madre celestial, cuya asunción celebra hoy toda la Iglesia>> (15-8-1914, II, 157).

            <<Ahora les aconsejo una plegaria: en este hermoso mes consagrado a la Madre celestial no se olviden de rogar a esta tan querida Madre y con más fervor, que quiera alcanzarme de su Hijo una gracia tan necesaria para mi alma>> (19-5-1915, III, 76).

            <<Encomiéndense a la intercesión de la santísima Virgen y a toda la corte celestial, que les ayude a meditar bien y a mantenerse lejos de toda distracción o tentación… Hecho todo esto, ofrézcanlo todo a Dios juntamente con los méritos de Jesús y de su Madre y Madre nuestra. Hagan la ofrenda por las manos de María del ángel custodio, de san José, etcétera >> (16-9-1916, III, 250).

            <<Les exhorto a hacer violencia al Corazón de Jesús y de su divina Madre por mi solicitada liberación, porque la necesidad es extrema, y casi ya no puedo más>> (4-10-1917, III, 293).
            
            <<Suplica, insta e importuna también al Corazón divino y a la Virgen bendita que alejen de mí cuanto antes esta prueba, o la cambien en otra, aunque sea duplicada, pero a la sombra del claustro sagrado>> (17-9-1917, III, 426).

            <<La Virgen clemente y piadosa continúe alcanzándoles de la inefable bondad del Señor la fuerza para soportar hasta el fin tantas pruebas de caridad, que les da con muchas mortificaciones… En esos días ayúdenme cerca de Jesús y de la Virgen su Madre con la oración más fervorosa y más prolongada>> (11-12-1916, III, 552).

            <<Mientras tanto tú, juntamente con las hermanas y todas las almas unidas a nosotros en un mismo espíritu delante de Jesús, continúen haciendo dulce violencia al divino Corazón, y al de su Madre y Madre nuestra, a fin de que cuanto antes ponga fin a tan triste destierro>> (27-8-1917, III, 601).

            <<Encomiéndame al Señor y a la Virgen su Madre, porque me encuentro en una extrema necesidad… Pide también a Jesús y a su Madre y Madre nuestra la gracia de que cuanto antes me vea libre de la milicia>> (27-1- 1918, III, 708).

            <<La Madre de Jesús y también nuestra continúe alcanzándoos la fuerza necesaria para combatir y vencer en las luchas dispuestas por Dios para ventaja nuestra>> (14-7-1915, II, 462).

            <<María santísima te sonría en todos los acontecimientos de tu vida y supla abundantemente la falta de la madre terrena>> (15-7-1915, III, 82).
            <<Les invito ahora a agradecer a la divina piedad y a la Madre celestial un favor tan grande>> (3-12-1917, III, 262)

            <<Redoblen sus oraciones por mí al buen Dios y a la querida Madre celestial, a fin de que cuanto antes termine para mí la hora de la prueba>> (3-12-1916, III, 540).

            <<Finalmente recordamos la bella imagen del “piloto” y de la “estrella” con que el P. Pío se complacía en representar la asociación de Jesús y María en conducir las almas a través de las ondas del mar tempestuoso del mundo hasta llegar felizmente al deseado puerto de la salvación>> (11-364, 373, 509; III, 55)

            Finalmente no olvidemos que el P. Pío es “El fraile del rosario”. Se mereció este título porque constantemente estaba elevando a su plegaria a Dios a través de la Madre. El Padre Pío rezaba hasta 15 rosarios diarios de quince misterios cada uno.

Para revisar nuestra vida
 ¿Qué lugar ocupa la Santísima Virgen María en mi vida?
¿Conozco las virtudes evangélicas que ella me enseña?
¿Cómo vivo estas virtudes?
¿Soy obediente cuando me dice: “Hagan lo que Él les diga”?
¿Qué importancia le doy a la oración del Santo Rosario personal y comunitariamente?


Para orar:

ORACIÓN DE JUAN PABLO II
AL PADRE PÍO DE PIETRELCINA

            Humilde y amado Padre Pío:
            Enséñanos también a nosotros, te lo pedimos la humildad de corazón, para ser considerados entre los pequeños del Evangelio, a los que el Padre prometió revelar los misterios de su Reino.
            Ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos antes de que se lo pidamos.
            Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús.
            Sostennos en la hora de la lucha y de la prueba y, si caemos, haz que experimentemos la alegría del sacramento del perdón.
            Transmítenos tu tierna devoción a María, Madre de Jesús y Madre nuestra.
            Acompáñanos en la peregrinación terrena hacia la patria feliz, a donde esperamos llegar también nosotros para contemplar eternamente la gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y te pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificaros en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.


NUEVE DÍAS ACOMPAÑADOS POR
SAN PÍO DE PIETRELCINA



NOVENO DÍA
AMOR Y SUFRIMIENTO 9 - 9

Por la señal de la Santa Cruz +
De nuestros enemigos +
Líbranos Señor, Dios nuestro +
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén

Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

Oración preparatoria:
Dios de Amor y Misericordia que en tu Hijo Amado nos has manifestado los tesoros del reino concédenos vivir de tal manera que anhelando los bienes eternos, nos esforcemos en la práctica generosa de la caridad, por el mismo Jesucristo, nuestro Señor. Amén


Lecturas bíblicas: Juan 10,11-15.
Yo soy el Buen Pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. No así el asalariado, que no es el pastor ni las ovejas son suyas. Cuando ve venir al lobo, huye abandonando las ovejas y el lobo las agarra y las dispersa. A él sólo le interesa su salario y no le importan nada las ovejas. Yo soy el Buen Pastor y conozco a los míos como los míos me conocen a mí, lo mismo que el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Y yo doy mi vida por las ovejas. (Jn 10,11- 15).

Reflexión
Sin lugar a dudas, el P. Pío fue un hombre íntimamente unido a Cristo, sobre todo en Getsemaní y en el camino al calvario, así como en su Pasión y Muerte mismas. Ésta fue la fuente de la que el P. Pío bebió siempre incesantemente para no desfallecer de sed en el camino. Un camino que Dios le había preparado poco a poco para ir recorriéndolo a lo largo de toda su vida, realizando y llevando a cabo la “gran misión” que Dios mismo le había encomendado, y para la cual lo había estado preparando desde siempre. El Padre Pío fue capaz, por gracia de Dios, llevar a cabo su ministerio como “buen pastor”. De ahí la “clientela mundial” que obtuvo.

            La vida completa del P. Pío consistió en amar el sufrimiento, porque en él veía a Jesús y al mundo cargando con la cruz y crucificado con Él. Por lo tanto, no fue un amor enfermizo ni masoquista, sino un amor que a través del sufrimiento dio grandes frutos de conversión, alegría, paz y santificación. Un amor total de expiación un amor que lo abrasaba, constantemente repetía: “Estoy devorado por el Amor a Dios y el Amor a mis hermanos” Por eso, con frecuencia decía a sus hermanos e hijos espirituales: “Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo porque la veo siempre en las espaldas de Jesús”.

“Amo a las almas como a Dios, solía decir en su lenguaje fuerte; y todo mi vivir es un vivir con Cristo en Dios, en beneficio de las almas”.

“La vida no es otra cosa que una continua reacción contra uno mismo; y no se abre a la belleza, si no es a precio del sufrimiento. Manténganse siempre en compañía de Jesús en Getsemaní y él sabrá confortarlos cuando les lleguen las horas de angustia”.

            Pareciera como si dada la realidad de la época actual, nos enfrentáramos con una persona aberrante y masoquista, centrada en sí misma, que le gustaba sufrir porque sólo así es feliz. Como si el sufrimiento fuera la fuente de atracción y atención de los demás ¿Quién ha dicho semejante cosa? El mundo en el que nos desenvolvemos hoy día es fruto de lo efímero, de lo pasajero, de lo superfluo, de la mentira, del engaño, de curar el dolor de cabeza con una aspirina, de usar y tirar, de no compromiso, de estar bien ahora, pasarla bien al rato, buscar todo lo habido y por haber para poder sentirse bien. No importa lo que sea, ni lo que haya que poner o quitar de por medio, no importa si hay que arriesgar la propia vida, recurriendo a las drogas, al alcohol, a la prostitución, al engaño, a la mentira, a la delincuencia, al robo, al atraco… y volvemos al sinsentido. Sólo el sufrimiento purifica como el fuego. Es verdad que al sufrimiento y al dolor hay que exterminarlo porque son un mal, pero el P. Pío nos enseña que esto es posible sólo y únicamente con amor. Porque “donde hay amor está Dios y donde está Dios, no falta nada”.
            Sin lugar a dudas nos encontramos ante uno de los grandes misterios que vivió el P. Pío, (el dolor y el sufrimiento) pero sobre todo nos encontramos con él como uno de los más excelsos dones que Dios ha dado a la humanidad. Sí el P. Pío vivió y experimentó el sufrimiento adherido plenamente a la vida de Nuestro salvador, principalmente en su Pasión. Por eso, el P. Pío se entregó como víctima expiatoria. Al P. Pío lo podemos nombrar El Hombre expiatorio de todos los tiempos. Porque la expiación, el dolor fue para él “Mi alimento diario, mi ¡delicia!”
El Padre Pío ha sido una víctima perfecta por la salvación de la humanidad, fue vencedor por Cristo porque se ofreció víctima con Cristo. El ser víctima, en el lenguaje tradicional ascético, quiere significar donación total para ser habitualmente inmolados por amos al Señor.
 No se trata por tanto de una simple aceptación más o menos voluntaria de sacrificios o de sufrimientos, sino de la decisión consciente de dejar vía libre a la acción purificadora y santificadora de Dios. Supone, por lo tanto, una total y definitiva renuncia a todo aquello que pueda de algún modo obstaculizar la voluntad divina. En esta situación se debe poder repetir: “Hago siempre lo que le agrada” (Jn. 8,29). 
Actualmente casi todas las personas tenemos olvidada esta dimensión de víctima expiatoria, nos consideramos tan buenos, tan rectos o tan super-hombres que no somos capaces de voltear a ver la inmundicia en la que estamos sumergidos. Somos incapaces de ser solidarios con el otro, compartiendo lo poco que tenemos, pero, sobre todo, tristemente somos incapaces de ofrecer al otro una palabra de aliento, de esperanza, de alegría, de fe. ¡Una sonrisa! En una palabra: somos incapaces de dar caridad, pero peor aún, somos incapaces de recibirla y compartirla. ¡Cuánta gente en nuestro mundo necesita de que alguien le ayude a expiar sus culpas! ¡Cuánta falta nos hacen grandes hombres como el Padre Pío, capaces de salir de sí mismos y poder ofrecerse no por él, sino por sus hermanos! ¿No es esta una dimensión de aquella aventura que un día naciera en el corazón del pobrecillo de Asís? ¿No es éste el auténtico sentido de nuestra vida de cristianos? El sufrimiento es el precio que hay que pagar por lo que se hace y por lo que se vive, pero también es el precio que hay que pagar por el otro. Sin olvidar nunca que ese otro vale más que el oro acrisolado porque fue comprado “a precio de la sangre del Cordero inmaculado, sin mancha ni arruga”. Por eso, el P. Pío se ofreció por todos. Así lo podemos constatar en sus propias palabras: “Jesús mío, salva a todos, yo me ofrezco como víctima por todos; dame fuerzas, toma este corazón, llénalo de tu amor y después mándame lo que quieras”

            Por lo tanto, podemos constatar que la vida del Padre Pío estuvo marcada por el amor y el sufrimiento. Más aún, aunque nos resulte incomprensible, el P. Pío amó el sufrimiento, lo deseó sobre todo para identificarse con Cristo. El P. Pío sufría verdaderamente, físicamente, pero más que los dolores físicos fueron los sufrimientos morales o espirituales: noche oscura del alma, aridez, incomprensiones, calumnias, represalias, prohibiciones, ¡cuánto le dolía cuando le impedían celebrar la misa en público! ¡Cuánto sufría cuando le impedían confesar! ¡Qué dolor tan grande no poder atender espiritual y a veces ni epistolarmente a sus hijos e hijas espirituales! ante todo ¡cuánto sufrió con las llagas que siempre le causaban grandes dolores, afrentas, vergüenzas, turbaciones, sobre todo cuando tenía que asistir al médico para que las examinase. 
El mismo Padre Pío nos hablará de esta noche de dolor y sufrimiento en un escrito de fecha 11 de septiembre de 1916, a los pocos días de su llegada a San Giovanni Rotondo: “La noche se va haciendo siempre más honda, la tempestad siempre más áspera y la lucha siempre más impelente. Todo amenaza sumergir a la pobre barca de mi espíritu. Ningún consuelo baja a mi alma. Me he vuelto completamente ciego. Sólo veo con claridad mi nada por un lado y por el otro la bondad y la grandeza de Dios” Pero sobre todo cuando tuvo que aceptar todas las prescripciones de parte de la Santa Sede y de la Orden para su certificación y autenticidad. El P. Pío fue como un reo al que todos tenían que juzgar, como un títere al que todos tenían que manejar a su antojo. Sin embargo, el P. Pío tenía bien claro que “No se alcanza la salvación si no es  atravesando el borrascoso mar que nos amenaza siempre con destruirnos. El Calvario es el monte de los santos, pero de allí se pasa a otro monte, que se llama Tabor”. Podemos decir que ésta era la única y la gran esperanza que mantenía al P. Pío fiel y firme para continuar con su gran misión en la tierra. El P. Pío era un misterio para sí mismo. Había muchas ocasiones en las que ni él mismo se entendía, como tampoco podía entender la gran misión que Dios le tenía reservada. Él mismo lo va a expresar de la siguiente manera: “¡Qué caos en el fondo de mi corazón! ¡Qué misterio soy yo a mí mismo! En estos días, una vez descendió mi alma al infierno. Otra vez el Señor me expuso a los furores de Satanás. Este apóstata infame quiere arrancarme del corazón lo más sagrado: la Fe. Me asalta de día y me amarga las noches. A causa de las luchas, las fuerzas físicas y psíquicas se están debilitando cada vez más…”. Sin embargo, aquí no termina tan tremendo sufrimiento, no hay duda, el P. Pío está siendo más, mucho más purificado que el oro en el crisol. Tiene que quedar como una bella imagen de mármol esculpida con absoluto lujo de detalles porque es como un tesoro precioso a los ojos de Dios. En definitiva: tiene que quedar “Cristificado”. Debido a esto, el P. Pío suplicaba, rogaba imploraba la misericordia de Dios con las siguientes palabras que nos va a mostrar el escrito de fecha 4 de junio de 1918, como un nuevo Job grita sus torturas y clama piedad:

 “¡Ya no aguanto más!... Mi alma está colmada de una extrema turbación… La mano del Señor se agravó sobre mí. El Señor está mostrando todo su poder para castigarme y, como a hoja arrebatada por el viento, Él me rechaza y me persigue… ¡No aguanto más!... Me siento aplastado bajo el peso de su justicia. Las lágrimas son mi pan cotidiano. Me agito, lo busco, pero no lo encuentro sino bajo el furor de su justicia… Como Jesús en la cruz, triturado bajo la pesada mano de la justicia de Dios, grito: ‘¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?’. Fuera de este abandono lo ignoro todo, hasta la vida que ignoro vivir”. Ante todo lo anterior, a lo único que podemos apelar es a la gran disponibilidad que el P. Pío tenía para hacer la voluntad de Dios. Quizá muchos se puedan preguntar: ¿Gracia? Sin lugar a dudas, pero sobre todo disponibilidad incondicional al proyecto que Dios tenía para Él. Dios no hubiese podido hacer su obra, si el P. Pío no le hubiese dejado. Por lo tanto “Ama el sufrimiento, que, además de ser la obra de la sabiduría divina, nos revela con mayor claridad aún la obra de su amor”

Para revisar nuestra vida
 ¿Acepto cada día en mi vida los sufrimientos diarios con amor y dignidad?
¿Le doy al sufrimiento el valor redentor y salvador que tiene?
¿Soy consciente de expiar los propios y los pecados ajenos?
Con Jesucristo ¿Estoy dispuesto a ofrecerme como víctima por la salvación de la humanidad?
¿Qué lugar ocupa el sufrimiento en mi vida?
El sufrimiento ¿lo veo como un don, una gracia o como un castigo?
¿Estoy dispuesto a cargar con alegría la cruz de cada día?.

Para orar:
Oh Jesús,
Destruye en mí todo lo que no sea de tu agrado
Y escribe tus dolores en mi corazón
Con el fuego de tu caridad.
Apriétame fuertemente junto a ti,
Suave y eternamente,
Para que nunca te abandone en tus dolores.
Que yo pueda reposar sobre tu corazón
En los sufrimientos de la vida
Para conseguir, de este modo mi recuperación.
Que mi espíritu no tenga otro deseo
Que vivir a tu lado en el Huerto
Y saciarme de las penas de tu corazón.
Que mi alma se llene de tu sangre
Y se alimente contigo
Con el pan de tus sufrimientos.
Amén.
                                                                  San Pío.


I.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, pidan y recibirán, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá!". He aquí que, confiando en tu palabra divina, llamo, busco, y te pido la gracia de...

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

II.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, todo lo que pidan a mi Padre en mi Nombre, Él se lo concederá"He aquí que, confiado en tu palabra divina, pido al eterno Padre en tu nombre, la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

III.- ¡Oh Jesús mío!, que dijiste: "En verdad les digo, los cielos y la tierra pasarán, más mis palabras no pasarán". he aquí que, confiado en la infalibilidad de tu palabra divina, te pido la gracia de…

Padre Nuestro, Avemaría y Gloria.
Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús, infinitamente compasivo con los desamparados, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que te pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre. Amén.

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.

Querido y amado Padre Pío de Pietrelcina, tú que has llevado sobre tu cuerpo de manera especialísima la Pasión gloriosa de nuestro Señor Jesucristo y has aceptado plenamente su voluntad por la salvación de las almas, asemejándote así totalmente a Él. Tú que también has llevado la Cruz por todos nosotros, soportando los sufrimientos físicos, morales y espirituales que te trituraron continuamente el alma y el cuerpo, haciendo de Ti un “Crucificado sin Cruz” en un constante y doloroso martirio, te rogamos, intercedas ante nuestro Padre Dios, siempre rico en misericordia para que cada uno de nosotros sepamos aceptar la Cruz de cada día, transformando cada uno de nuestros sufrimientos en ofrenda agradable a Dios por la salvación de las almas y la paz del mundo, siendo siempre fieles a la llamada y a la vocación que Dios nos ha hecho y regalado. Amén.

Oración final:
Oh Dios que a san Pío de Pietrelcina,
Sacerdote Capuchino,
le has concedido el insigne privilegio
de participar de modo admirable
en la pasión de tu Hijo,
concédenos por su intercesión,
identificarnos en la muerte de Cristo
para participar de su resurrección.
Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

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