Lectio Divina 1 de Enero. Santa María Madre de Dios. Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer.
SANTA MARÍA MADRE DE DIOS
1 de enero
Te aclamamos, santa Madre de Dios, porque has dado a luz al rey que gobierna cielo y tierra por los siglos de los siglos.
Números: 6, 22-27. Pablo a los gálatas: 4, 4-7. Lucas: 2, 16-21
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Números: 6, 22-27
En aquel tiempo, el Señor habló a Moisés y le dijo: "Di a Aarón y a sus hijos: 'De esta manera bendecirán a los israelitas: El Señor te bendiga y te proteja, haga resplandecer su rostro sobre ti y te conceda su favor. Que el Señor te mire con benevolencia y te conceda la paz'.
Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré".
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El primer dia del año civil la Iglesia celebra la fiesta de María Madre de Dios, y a pesar de que las lecturas biblicas, además de concentrarse sobre María, ponen de relieve a su Hijo y su nombre, lo cual, lejos de reducir la función de Maria en la vida de la Iglesia, la subrayan justamente al colocarla como madre junto al Hijo.
Esta lectura recuerda la antigua bendición que los sacerdotes impartian al pueblo la víspera de las solemnidades liturgicas, especialmente en la fiesta del año nuevo. Bendecir al pueblo era prerrogativa del rey (cf. 2 Sm 6,18: 1 Re 8.14-55) y del sacerdote (cf. Dt 10.8; 21,5), que actuaban en nombre de Dios. La fórmula recuerda los favores que Dios concederá al pueblo que está en su presencia. Particularmente significativos son los dos términos que abren y cierran la fórmula: bendición («te bendiga»: v. 4) y paz («te conceda la paz»: v. 26). El primero indica la acción de Dios hacia el pueblo, que es benevolencia, protección y favor (cf. Sal 4,7; 31,17) y significa invocar sobre ellos su nombre (v. 27), para que el Señor sea fuente de salvación. El segundo indica el contenido de los dones de Dios, y se resume en el don mesiánico de la paz, esto es, de la plenitud de la felicidad (cf. Sal 121,6-7; Jn 14,27). La palabra shalom tiene un significado bastante amplio y comprende plenitud, integridad de la vida, pero sobre todo el estado del hombre que vive en armonía con Dios, consigo mismo y con la naturaleza.
En realidad es el hombre nuevo, plenamente abierto a Dios, de quien Jesús es figura y modelo, porque en él se realiza el encuentro de las libertades humana y divina. Y Dios la concede a quien la busca en la solidaridad entre los hombres.
SEGUNDA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los gálatas: 4, 4-7
Hermanos: Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estábamos bajo la ley, a fin de hacernos hijos suyos.
Puesto que ya son ustedes hijos, Dios envió a sus corazones el Espíritu de su Hijo, que clama "¡Abbá!", es decir, ¡Padre! Así que ya no eres siervo, sino hijo; y siendo hijo, eres también heredero por voluntad de Dios.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El célebre texto paulino es un fragmento cristológico que nos habla de Jesús, de María, terreno fecundo que ha acogido al Hijo de Dios, y de la experiencia cristiana. La venida de Jesús al mundo ha señalado la plenitud del tiempo y ha cumplido las antiguas promesas de un retorno del hombre a la vida de comunión con Dios: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para liberarnos de la sujeción de la ley» (vv. 4-5).
Dios tuvo la iniciativa de enviar a su Hijo y el hombre ha sido elevado de nuevo a la dignidad de hijo. Jesús entró históricamente así a formar parte de la humanidad a título pleno, sometiéndose a las leyes y a las condiciones humanas, y la humanidad, de algún modo, se ha identificado con Cristo formando con él una realidad única (cf. Rom 1,3). Y todo esto a través del vientre de una mujer, como un hombre cualquiera, en plena y normal humanidad. Pablo nos presenta aquí el esquema de toda acción liberadora: inmersión de Cristo en la pobreza humana, autoliberación con su fuerza divina y atracción a sí de la humanidad. Esta misión del Hijo ha tenido un único objetivo: revelar el auténtico sentido de la vida y posibilitarnos el llegar a ser realmente hijos adoptivos del mismo Padre (v. 7; cf. Rom 8,15-17). Y los signos que el Apóstol evidencia de esta real transformación son la plegaria confiada que el Espíritu Santo suscita en el corazón del creyente, haciéndole decir: «Abba, Padre» (v. 6) y haciéndolo sentirse ante Dios no siervo sino libre, con la libertad del Hijo de Dios. Y, en este divino proyecto, María ha sido el instrumento privilegiado.
Llamar a María “Madre de Dios" significa, pues, conocer el corazón del misterio de la encarnación у de la misma historia de la salvación.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Lucas: 2, 16-21
En aquel tiempo, los pastores fueron a toda prisa hacia Belén y encontraron a María, a José y al niño, recostado en el pesebre. Después de verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño y cuantos los oían, quedaban maravillados. María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón.
Los pastores se volvieron a sus campos, alabando y glorificando a Dios por todo cuanto habían visto y oído, según lo que se les había anunciado.
Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, aquel mismo que había dicho el ángel, antes de que el niño fuera concebido.
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
De nuevo se proclama en la liturgia el evangelio de la misa de la aurora de Navidad, con el añadido del v. 21 referente a la circuncisión de Jesús. El tema de la lectura es una reflexión posterior sobre el misterio de la encarnación. Los pastores van a la gruta de Belén, encuentran al Niño en el pesebre y, luego de adorarlo, refieren el hecho y todos quedan maravillados (vv. 1618). Después se vuelven a sus rebaños en la alegría y la alabanza por la extraordinaria experiencia vivida (v. 20).
Pasados los ocho días del nacimiento del Niño, fue celebrado el rito de la circuncisión, mediante el cual él entró a formar parte del pueblo elegido (cf. Gn 17,2-17) y se le impuso el nombre «Jesús», que quiere decir: «Dios salva» (cf. Mt 1,21). Ante todos estos acontecimientos María conserva todo en su corazón y medita todas estas cosas, dándoles el justo sentido: «María guardaba todos esos recuerdos y los meditaba en su corazón» (v. 19). María aparece así como la Madre que sabe interpretar los hechos del Hijo.
Hay, pues, diversas actitudes que se pueden asumir ante el Cristo: la búsqueda pronta y gozosa de los pastores, el asombro y la alabanza de aquellos que intervienen en el hecho, el relato a otros de la experiencia vivida. Para el evangelista sólo María adopta la postura del verdadero creyente, porque ella sabe guardar con sencillez lo que escucha y meditar con fe lo que ve, para ponerlo todo en su corazón y transformar en plegaria la salvación que Dios le ofrece.
MEDITATIO
Desde hace varios años, el primer día del año civil se celebra en todo el mundo “la jornada de la paz" en nombre de María, madre de Dios y madre de la Iglesia. La paz (= Shalom) es el don mesiánico por excelencia que Jesús resucitado ha traído a sus discípulos (cf. In 20,1921); es la salvación de los hombres y la reconciliación definitiva con Dios. Pero la paz de Cristo es también la paz del hombre, rica en valores humanos, sociales y políticos, que encuentra su fundamento, para decirlo con la Pacem in terris de Juan XXIII, en las condiciones de verdad, de justicia, de amor y de libertad, que son los cuatro pilares sobre los que se erige el edificio de la paz.
La constante bendición de Dios en la primera alianza, la acción de Cristo realizada en favor de toda la humanidad y de cada uno de sus componentes, el mismo nombre impuesto a Jesús, que evoca su misión de salvador, todos son hechos orientados en la línea de la paz, de la alianza, de la fraternidad. Dios no ha creado al hombre para la guerra, sino para la paz y la fraternidad. El mal en todas sus múltiples formas se contrarresta sólo con una constante educación en la paz. Aquella paz que la Virgen María, Reina de la paz, nos puede obtener del Padre: la shalom bíblica viene de Dios y está ligada a la justicia. La raíz de la paz, no obstante, reside en el corazón del hombre, esto es, en el rechazo de la idolatría, porque no hay paz sin verdadera conversión, no hay paz sin tensiones (cf. Mt 10,34). La paz de Cristo no es como la del mundo, porque la de Cristo exige que nos alejemos de la mentalidad mundana. Con la venida de Cristo la paz nos ha sido ofrecida a cada uno de nosotros, porque brota del corazón de Dios, que es amor.
ORATIO
Al inicio de este nuevo año, Señor, te rezamos volviendo la mirada hacia María, a la que, siendo la madre de tu Hijo y madre nuestra, puede hacer posible la civilización del amor y de la paz para toda la humanidad. Primeramente te queremos agradecer el don precioso de María: tú la elegiste, como flor incomparable y preciosa de la humanidad, para que Jesús pudiera venir a nosotros a traernos tu Palabra de vida, a darnos el Espíritu Santo consolador de los corazones y para que nos pudiéramos dirigir a ti llamándote Padre. Haznos capaces de seguir los caminos del evangelio de la paz, como ha caminado María en su peregrinaje terreno, viviendo en el silencio y oculta en el hogar doméstico, permaneciendo abiertos al anuncio de la "alegre noticia” que nos ha traído tu Hijo, sabiendo afrontar las pruebas de la vida con humildad y fe profundas, y confiando en ti en la hora de nuestro retorno a la casa del Padre donde tú nos esperas.
Te rogamos de modo especial por la paz del mundo, convencidos de que es un deber de todos conocer los problemas que están detrás de las graves divisiones actuales para compartir y sostener todo camino y toda propuesta de paz y de justicia. Suscita gobernantes y hombres de paz que sepan actuar de manera que el desarrollo sea posible a todas las gentes por igual, y que la solidaridad sea tal que los países ricos prevean intervenciones capaces de elevar económicamente incluso a los países más pobres. Pero haz capaz a cada hombre de
comprender que la auténtica paz y la verdadera felicidad vienen de ti, que eres el Dios de la paz.
CONTEMPLATIO
¡Cantadlo a la espera del alba, cantadlo suave, en el duro oído del mundo! Cantadlo de rodillas, cantadlo como envueltos en un velo, como cantan las mujeres encinta: el Poderoso se ha hecho dócil, el Infinito pequeño, el Fuerte sereno, el Altísimo humilde (...). ¡Niño que vienes de la eternidad, quiero elevar un canto a tu Madre! ¡Mi canto debe ser bello como la nieve iluminada por el alba! ¡Alégrate, virgen María, hija de mi tierra, hermana de mi alma, alégrate, gozo de mi gozo! ¡Soy como un vagabundo en la noche, pero tú eres mi techo bajo el firmamento! ¡Soy una copa sedienta, pero tú eres el mar abierto del Señor!
¡Alégrate, virgen María! Dichosos los que te proclaman dichosa! ¡Ya ningún corazón humano temera! Tengo un único deseo, quiero repetirlo a todos: ¡una de vosotras ha sido elegida por el Señor! ¡Dichosos aquellos que te proclaman dichosa! (Gertrud Von le Fort, Himnos a la Iglesia, Madrid 1995).
ACTIO
Repite a menudo y vive hoy la Palabra:
«María guardaba todos estos recuerdos y los meditaba en su corazón» (Lc 2,19).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
María Virgen, que por el anuncio del ángel acogió al Verbo de Dios en su corazón y en su vientre y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de manera tan eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a Él unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida a la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son «miembros de aquella cabeza», por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como Madre amantísima (LG 53).
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