Liturgia y vida Beata María Lorenza Longo, Religiosa Capuchina





Beata María Lorenza Longo, Religiosa Capuchina

 

21 de octubre

 

Fiesta para las Clarisas Capuchinas

Memoria para la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos



Antífona de entrada 

Cfr. Pr 31,29

 

«¡Muchas hijas hicieron cosas excelentes, pero tú las superas a

todas!»

 

Se dice el Gloria

 

ORACIÓN COLECTA

Dios omnipotente y eterno, 

que en la beata María Lorenza has dado a la Iglesia 

un luminoso ejemplo de contemplación 

y de amorosa caridad hacia los enfermos y hacia las mujeres necesitadas de ayuda, 

concédenos también a nosotros la gracia de seguir a Cristo pobre y crucificado, 

para alcanzar juntamente con ella la gloria de tu reino. 

Por Cristo nuestro Señor.

 

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Acoge, oh Padre, nuestros dones,

en este memorial del infinito amor de tu Hijo,

y por la intercesión de la beata María Lorenza,

confírmanos en la generosa entrega a ti y a los hermanos.

Por Cristo nuestro Señor.

 

Prefacio de santas Vírgenes y de santos religiosos

 

Antífona de la comunión

1Jn 4,12

Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros 

y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.

 

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios omnipotente,

que en estos sacramentos nos comunicas la fuerza de tu Espíritu,

has que, sobre el ejemplo de la beata María Lorenza,

aprendamos a buscarte, sumo bien,

y a servirte sin cesar.

Por Cristo nuestro Señor.

 

Se puede utilizar una de las bendiciones solemnes

 

PRIMERA LECTURA

Una mujer sabia realiza obras dignas de elogio

 

Lectura del libro de los Proverbios

31, 10-13. 19-20. 30-31

 

Una mujer completa, ¿quién la encontrará? 

Es mucho más valiosa que las perlas. 

En ella confía el corazón de su marido, 

y no será sin provecho. 

Le produce el bien, no el mal, 

todos los días de su vida. 

Se busca lana y lino 

y lo trabaja con manos diligentes.

Echa mano a la rueca, 

sus palmas toman el huso. 

Alarga su palma al desvalido, 

y tiende sus manos al pobre.

Engañosa es la gracia, vana la hermosura, 

la mujer que teme a Yahveh, ésa será alabada. 

Dadle del fruto de sus manos 

y que en las puertas la alaben sus obras.

Palabra de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Salmo 102 (103)

 

R: El Señor ama a quien lo teme

 

Bendice, alma mía, al Señor,

y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor,

y no olvides sus beneficios. R.

 

Él perdona todas tus culpas

y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa

y te colma de gracia y de ternura. R.

 

Como un padre s compasivo con sus hijos,

así es compasivo el Señor con quien lo ama;

pues bien sabe él de lo que estamos hechos

y de que somos barro, no se olvida. R.

 

El amor del Señor es eterno

para todos los que lo temen,

de hijos a hijos pasa su justicia,

para quienes saben guardar su alianza,

y se acuerdan de cumplir sus mandatos. R.

 

SEGUNDA LECTURA

Revestíos de la caridad

 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses

3, 12-17

 

Hermanos, revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.

 

Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.

 

La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos, himnos y cánticos inspirados. Y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.

 

Palabra de Dios

 

Aclamación antes del Evangelio

 

R. Aleluya, Aleluya.

 

Si permanecen en mi palabra,

serán de verdad mis discípulos, dice el Señor,

y conocerán la verdad.

 

R. Aleluya, Aleluya.

 

EVANGELIO

Te seguiré adondequiera que vayas

 

Lectura del santo Evangelio según san Lucas

9, 57-62

 

En aquel tiempo, mientras iban caminando, uno le dijo: «Te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le dijo: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza.»

 

A otro dijo: «Sígueme.» El respondió: «Déjame ir primero a enterrar a mi padre.»

Le respondió: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el Reino de Dios.»

 

También otro le dijo: «Te seguiré, Señor; pero déjame antes despedirme de los de mi casa.» Le dijo Jesús: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás es apto para el Reino de Dios.»

Palabra del Señor


Beata María Lorenza Longo, Religiosa y Fundadora

 

21 de octubre

 

Fiesta para las Clarisas Capuchinas

Memoria para la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos

 

Nació en Lérida (España) en 1645. Desposada con Juan Lonc, jurista de la cancillería de Fernando el Católico, se traslado con él a Nápoles en 1506. Fue envenenada e inmediatamente quedó paralizada, fue curada en Loreto en 1510. Quedando viuda, se dedicó a los enfermos y en 1519, junto con Héctor Vernazza fundó, con sus bienes, el Hospital de Santa María del Pueblo, llamado de los Incurables, para los enfermos de sífilis y las mujeres en dificultad. En 1535, siguiendo el consejo de san Cayetano de Thiene, fundó el monasterio de Santa María en Jerusalén, adoptando la Regla original de santa Clara y las constituciones de santa Coleta, recibiendo la aprobación papal y el cuidado espiritual de los Capuchinos en 1538. Murió a los 76 años, en octubre de 1539,

 

Del común de santas mujeres

 

Oficio de Lecturas

 

PRIMERA LECTURA

Comparte tu pan con el hambriento

 

Del libro del profeta Isaías

58, 6-11

 

Así dice el Señor:

¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos 

de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los

quebrantados, y arrancar todo yugo? 

¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir 

en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te 

apartes?

 

Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará

rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá. 

Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: 

«Aquí estoy.» 

Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas 

maldad, repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada,

resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. 

 

Te guiará Yahveh de continuo, hartará en los sequedales tu alma,

dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial

cuyas aguas nunca falta.

 

Responsorio 

Cfr. Mt 5,13-16; Is 1,17

 

R. Vosotros sois la sal de la tierra; vosotros sois la luz del mundo; brille así vuestra luz delante de los hombres. Vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.
V. Aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda.
R. Vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.

SEGUNDA LECTURA

De la «Vida» de Matías de Saló

 

Historia Capuccina, vol. II, Monumenta histórica Ordinis Minorum Capuccinorum, 6,

Romae 1950, 266-272, n. 320-321.324.326

 

No las grandes obras, sino un poco de fe salva

 

Cuando se encerró en el monasterio, madre María Lorenza, se dedicó a la oración y a la meditación, ya que por la enfermedad no podía hacer ningún tipo de trabajo manual, y enseñaba a sus hijas a la observancia de la Regla según el propósito de san Francisco y de santa Clara. En esto era guiada por el consejo de los hermanos capuchinos, los cuales confesaban y atendían espiritualmente a todas las monjas. Sobre todo, era diligente en el culto divino, y en esto mismo formaba e impulsaba a las monjas. Cuando el coro todavía no estaba construido, hacía celebrar el divino oficio en una pequeña habitación, a donde pedía que la llevaran para estar con las demás. Recibía la santísima comunión cada ocho días y todas las fiestas prescritas, y en ese día vivía en recogimiento, derramando abundantes lágrimas durante la oración y permaneciendo en contemplación, como fuera de sí. Don Cayetano de Thiene, uno de los primeros fundadores del instituto de los padres Teatinos, frecuentemente la visitaba, porque ella profundamente reflexionaba sobre los misterios divinos y daba admirables y profundas interpretaciones de las Divinas Escrituras, frente a las cuales él permanecía asombrado y lleno de consolación. Decía que de ella recibía grande comprensión: más que de las lecturas de los libros. Y eso mismo sucedía con todos los demás, los cuales por ese motivo iban a buscarla. Y quienes se encontraban atribulados, percibían en su presencia y en sus consejos grande consolación. Los nobles señores iban a encomendarse a sus oraciones, a escuchar sus consejos y sus reflexiones, revelándoles frecuentemente cosas ocultas. Por este motivo ella era tenida en gran consideración y era estimada como un oráculo divino.

Pero sobre todo formaba a sus monjas, de manera que, aun con el poco tiempo que le quedaba de vida, las pudiera instruir bien, procediendo en cada cosa, tanto material como espiritual, con gran espíritu y prudencia. Amonestaba y corregía con maravilloso fervor, tanto en las cuestiones generales como en las particulares. Y muchas veces adivinaba las tentaciones de las hermanas, revelándoles la interna disposición del corazón; y por eso ellas, confundidas y sorprendidas, se corregían.

Después de haber renunciado al oficio de abadesa, no hacía otra cosa que hablar de la observancia de los preceptos de Dios y de la Regla, de la paz y de la unión, de la humildad, obediencia y pobreza, de la mortificación y desprecio de sí misma, exhortando a las hermanas, con mucha eficacia, a vencerse a sí mismas. Lo hacía con tanta delicadeza, firmeza y benignidad, que las hacía conmover hasta las lágrimas, y las enfervorizaba en el amor de Dios.

Antes de expirar, dirigiéndose a las hermanas, les dijo: «Hermanas, a ustedes les parece que yo realicé muchas obras buenas; sin embargo, yo no confío en mí misma, sino que toda mi confianza está en el Señor», y mostrando la punta del dedo pequeño, dijo: «Una chispa de fe me ha salvado». Su cuerpo bendito fue puesto ante la grada; ahí acudió una multitud del pueblo y todos besaban sus pies exclamando que despedían un delicado perfume. Puesto que madre Lorenza había dejado escrito que quería ser sepultada con las hermanas, pero todavía no había cementerio, la colocaron en una caja y la sepultaron debajo del altar mayor del coro.

 

RESPONSORIO

Cfr. Rm. 12, 9-12

 

R. Con gran sabiduría comunicaba la Palabra de Dios * y con una vida de caridad testimoniaba su confianza en el Señor.

V. Alegre en la esperanza, constante en la tribulación, perseverante en la oración,

R. y con una vida de caridad testimoniaba su confianza en el Señor.

 

Himno Te Deum.

Oración como en Laudes.



Laudes

 

Ant. Ben. De tu alabanza está llena la boca: todo el día canto tu esplendor.

 

ORACIÓN

Dios omnipotente y eterno, 

que en la beata María Lorenza has dado a la Iglesia 

un luminoso ejemplo de contemplación 

y de amorosa caridad hacia los enfermos y hacia las mujeres necesitadas de ayuda, 

concédenos también a nosotros la gracia de seguir a Cristo pobre y crucificado, 

para alcanzar juntamente con ella la gloria de tu reino. 

Por Cristo nuestro Señor.

 

Vísperas

 

Ant. Magnificat. Les dejo la paz, les doy mi paz. No se turbe su corazón y no tengan miedo.

 

 


 Beata María Lorenza Longo, Religiosa Capuchina[1]

 

21 de octubre




 

Francisco Javier Toppi

 

Matias Bellintani de Saló, en el segundo libro de las «Crónicas Capuchinas», cierra la galería de cuadros de los personajes claves en los comienzos de la «Bella y Santa Reforma», con el perfil biográfico de María Lorenza Longo, presentándola como «la hermana Clara» de aquellos primeros frailes.

Este apelativo tiene su correspondencia en la historia. Absorber plenamente el espíritu de Francisco y conjugarlo fielmente con su condición femenina, caracterizan la figura poliédrica de esta mujer que, llegada a Italia desde Cataluña, se encamina tras las huellas del Poverello de Asís en el servicio a los enfermos y en la vida contemplativa. Construye y dirige el gran hospital de Santa Maria del Popolo en Nápoles y funda el protomonasterio de las capuchinas, que, en cierto modo, es para los capuchinos como S. Damián fue para S. Francisco y los primeros frailes menores.

 

Los orígenes de su misión

 

No se conocen exactamente el lugar y el año de su nacimiento. Se sabe solamente que nació en Cataluña, «de la noble familia llamada Richenza», probablemente alrededor de 1463. En la casa paterna recibió, con la formación común a las jóvenes de su tiempo, los gérmenes de fe y caridad que después se desarrollaron vigorosamente en la edad madura. 

 

Siendo todavía muy joven se casó con Juan Llone, de quien tomó el apellido que, una vez en Italia, se transformó en «Longo», por influjo del correspondiente apellido italiano. Tuvo dos hijos y una hija; de esta sabemos por acta notarial que se llamaba Esperanza y que estaba casada con un certo Gerardo de Omes.

 

Muy probablemente Maria Longo se traslado de Espana a Italia en 1806 con su marido, al que Fernando de Aragón, llegando Nápoles, le encargó la regencia de la cancilleria real.

 

Los biógrafos están de acuerdo en testimoniar las virtudes domésticas de María Lorenza y en referir que contrajo una enferme dad incurable -una terrible parálisis- provocada por el veneno que le había proporcionado una sierva suya a la que ella habia amonestado por la ligereza de sus costumbres, Bellintani no duda en entrever «la mano de Dios para servirse de ella para determinadas obras en honor de Dios y beneficio de las gentes»

 

Fue, de hecho, la premisa de una curación que señaló un cambio decisivo en su vida. El episodio está suficientemente documentado; lo traen autorizados escritores, aduciendo testimonios directos de contemporáneos Identificables.

Estamos en los años 1510-1511 Maria Longo, ya viuda, va con su yerno a Loreto a pedir la gracia de la curación del mal que la atormenta Llegada a la santa casa, un sacerdote, accediendo a sus deseos, celebra la misa del viernes después de Pentecostés, en que se lee el episodio del paralitico curado por el Señor. Las palabras de Jesus, reproducidas en el capitulo quinto del evangelio de s. Lucas, adquieren para ella una eficacia actual: en ese momento siente que una energia extraordinaria atraviesa sus miembros y la sana completamente.

 

Bettintani señala que «convenía que de la Reina de las vírgenes tuviera principio la reforma de las sagradas vírgenes, y sobre todo de aquellas de sta, Clara, la que delante del altar de la beatsima Virgen, cortándose los cabellos, consagró a Dios su virginidad». 

La intervención prodigiosa de Nuestra Senora de Loreto llevó a Maria Longo a la determinación de consagrarse al servicio de Dios en la asistencia a los enfermos. Tomó el hábito de la orden franciscana seglar como compromiso específico de seguir las huellas del Poverello de Asls, que habia comenzado su vida evangélica sirviendo a los leprosos.

 

Entre los rayos del «Divino Amor»

 

Eran los años en los que se estaba difundiendo en Italia el movimiento del «Divino Amor», que en todas partes impulsaba hacia el fervor religioso y las obras de caridad. Se había iniciado en Vicenza durante la predicación cuaresmal de 1494 a cargo del beato Bernardino de Feltre, y había llegado hasta Génova, donde santa Catalina dei Fieschi, terciaria franciscana, le había infundido el soplo potente de su espíritu contemplativo y de su ejemplo de dedicación heróica al servicio de los enfermos. Su biógrafo y discípulo, Héctor Vernazza, lo había llevado a Roma y, posteriormente, a Nápoles, orientándolo sobre todo a promover la fundación de hospitales para enfermos «incurables», como entonces eran considerados los afectados de sífilis, enfermedad que hacía espantosos estragos por el desordenado comportamiento de soldados de todo tipo en la península. 

 

En Nápoles, Vernazza encontró en «la Compañía de los Blancos de Santa María Socorro de los miserables», fundada por S. Jaime de las Marcas, el ambiente preparado para acoger su iniciativa y en María Lorenza Longo la persona capaz de llevarla adelante. Su hija, Batistina Vernazza, escribe: «Mi padre fue a verla y le dijo: Señora, usted es la persona que Dios ha ordenado que debe estar al frente de nuestro hospital...». 

 

La interpelada se resistió a tal propuesta, no por el trabajo de servir a los enfermos, al que ya estaba habituada y le resultaba agradable, sino por el oficio de directora que el genovés le ofrecía y que para una mujer en aquel tiempo era un hecho raro, si no único. Bellintani interpreta justamente en este sentido su resistencia: «Estos hermanos (los Blancos), que ordinariamente son los principales señores de Nápoles, a petición de la señora Lunga trabajaron mucho a beneficio del dicho hospital, y vestidos de blanco iban cada sábado a proveer de lo necesario, así fuera para la alimentación, el edificio o cualquier otra carencia. Por lo cual le pareció a ella que podía lícitamente descargarse de este peso, pues ya habían otros que lo podían tomar sobre sí. Su decisión causó desagrado a un tal señor Héctor Vernazzia genovés, el cual había sido causa principal y compañero suyo en la fundación de aquel pío lugar».

 

La primera residencia de los Incurables fue el hospital de S. Nicolás al Molo. Una memoria manuscrita del tiempo da la siguiente información: «A 27 de septiembre de 1519 se comenzó el dicho hospital en esta predicha ciudad de Nápoles, y justamente donde estaba antes la iglesia de S. Nicolás al Molo, frente al Castillo Nuevo, mientras no se encontrase otro lugar». 

 

María Longo y Vernazza trabajaron juntos en S. Nicolás al Molo hasta el otoño de 1519; la hija de Vernazza refiere: «Ella (María Longo) y mi padre, en compañía, iban por las casas de Nápoles, pidiendo colchones para las camas de los enfermos. Esta señora se quedó en el hospital y lo gobernaba y regía, a la vez que hacía otras obras pías como tener niñas pobres, procurarles matrimonio y otras obras semejantes».

 

María Longo había aceptado dirigir el hospital. Vernazza podía alejarse de Nápoles, seguro de que la iniciativa, confiada a manos capaces, prosperaría; un acta notarial del 4 de diciembre de 1519 refiere que el genovés había vuelto a Roma.

 

En el hospital de Santa María del Pueblo

 

Ante el aumento de los pedidos de internación y la escasez de locales en S. Nicolás al Molo, se pensó enseguida en buscar otro lugar donde construir, desde los fundamentos, un hospital que respondiera a las necesidades crecientes de la población. El 10 de febrero de 1520 se compraron en la colina de san Agnello algunas casas y tierras; en el documento de compra-venta, extendido por el notario Juan Palomba, a la cabeza de un nutrido grupo de la Compañía de los Blancos, aparecía el nombre de María Longo. Enseguida comenzaron los trabajos y al cabo de dos años se pudo inaugurar la nueva sede que tomó el nombre de santa María del Pueblo. Nos ha quedado una instantánea de un testigo ocular, el cronista Passero: «A 23 días del mes de marzo de 1522, día domingo. De san Nicolás, los enfermos del mal incurable fueron en solemne procesión a habitar a santa María del Pueblo; así fue ordenado por una mujer catalana, llamada la Señora Longa, viuda... el cual hospital y capilla fueron terminados en este año 1522, habían sido comenzados en 1520, y dentro de dicho hospital esta mujer hizo su habitación.

 

Una memoria manuscrita de los orígenes pinta su forma de vida en el hospital y evoca la imagen de un hecho ejemplar que tiene todo el candor de una escena cotidiana en familia, en la que María Lorenza realiza el típico humilde servicio de una mamá en casa. Cuando los Blancos se trasladaron a santa María del Pueblo, adaptando los locales de la nueva residencia, «edificaron y acomodaron una sala y construyeron una escalera para subir hasta ella desde donde se entraba a las habitaciones de la señora Longa, la cual bajaba por dicha escalera a servir a los hermanos cuando tenían que ir o volvían de la Justicia', tomaba sus vestidos sucios y se los devolvía limpios y hacía lavar, coser y acomodar toda la vestimenta y calzado de los hermanos». 

 


Hospital de los incurables fundado en Nápoles por María Lorenza Longo (Baku).


Bellintani ensacha su visual al describir la actividad hospitalaria de María Longo: «Estando ella al frente del gobierno de aquel hospital ejercitaba la caridad con los enfermos, y la prudencia y diligencia en ordenar la casa y practicaba las virtudes cristianas como la humildad, el ayuno y la oración. Se despreciaba a sí misma y era disponible al servicio de los demás como una sierva, sirviendo personalmente a los enfermos, principalmente a los más graves, exhortando y consolando a todos. Era en esto tan diligente y eficaz que los pobres enfermos se sentían muy confortados y consolados, y algunos de ellos, aún después de muerta, soñaban que ella los visitaba y consolaba, y se sentían confortados, como si hubiese ocurrido en estado de vigilia y el caso hubiese sido real». ¡Magnífico recuerdo de los enfermos, que sueñan y experimentan en el sueño como un hecho real, el bálsamo eficaz de la visita materna, la figura dulce y acariciante de «María Longa» después de su muerte! 

 

«La Señora Longa -anotaba el cronista Passero- gobernó dicho hospital, y con sus propias manos, siempre lo ha servido y lo sirve de continuo, no ahorrando fatigas, y se abastece parte de limosnas y parte con sus haberes propios. Pero, quien no ha visto el servicio que esta mujer ha prestado y presta, no lo creerá». 

Los biógrafos no se cansan de referir, admirados, conmoventes episodios de la asistencia caritativa de María Lorenza. Entre otros, recuerdan la costumbre, introducida por ella, de hacer tocar el De Profundis por los muertos, una hora después del Angelus de la tarde, costumbre que se difundió en la ciudad de Nápoles y en muchas ciudades y naciones católicas, que Gregorio XIII más tarde indulgenció.

 

Hacia la vida contemplativa

 

En septiembre de 1529 el cardenal Pompeo Colonna, lugarteniente general del virrey, principe de Orange, permitía a los capuchinos introducir su reforma en Nápoles. Algunos meses más tarde llegaron los primeros frailes, mandados por Ludovico de Fossombrone, y se dirigieron, como a un punto seguro de apoyo, a santa María del Pueblo, donde los acogió la misma fundadora y gobernante, María Lorenza Longo. 

 

«Ella fue la primera -atestigua Bellintani - en aceptar a los capuchinos en Nápoles y con su influencia logró que pudieran tener el lugar de san Efrén. Pero, mientras tanto, los recogió en el hospital de los incurables. Y después, cuando se encontraron en tribulaciones, no pequeña ayuda les dio ante Carlos V, el cual, teniendo conocimiento de la santidad y calidad de esta mujer, mucho la estimaba y hacía caso de sus palabras. Lo mismo hizo ella con Pablo III. Todo lo cual fue motivo para que ellos aceptaran el cuidado del monasterio de las monjas que ella edificó, como se dirá». 

 

Esta información es sumamente preciosa, aunque dada su brevedad, hace desear otros datos y particulares necesarios para conocer exactamente el papel desempeñado por María Longo en los tormentosos comienzos de la reforma capuchina. Por cuanto sabemos, sin embargo, podemos deducir que ella puede con justicia ser colocada al lado de Catalina Cibo y Victoria Colonna en la defensa y protección de nuestros primeros frailes. 

 

Estamos en 1530, cuando llegan a Nápoles los capuchinos y María Lorenza, acogiéndolos en el hospital y procurándoles después el convento de san Efrén Antiguo, tiene la ocasión de conocerlos de cerca, de escucharlos y de entrar en su órbita espiritual. Aquel mismo año, sor María Carafa, hermana de Giampietro, cofundador de los teatinos, inicia la reforma de las hermanas dominicas en el monasterio de la Sabiduría en Nápoles, abandonado por las clarisas. 

 

Estas dos circunstancias, para un alma abierta a los requerimientos divinos, como la de María Lorenza, fueron determinantes. Decidió entonces consagrar el resto de su vida a la fundación de un monasterio de clarisas, que llevase a cabo, en la rama femenina franciscana, una reforma paralela a la de los capuchinos. 

 

Las dificultades que se interpusieron no debieron ser pocas, pues se necesitaron años para superarlas. Piénsese solamente a la inextricable confusión en la que se debatían entonces los capuchinos. 

Tres años más tarde, la Providencia mandaba a Nápoles a san Cayetano Thiene. Cuando a fines de agosto de 1533 llegaron los primeros teatinos, Thiene y Marinoni no se dirigieron a otro sino a María Longo. Carafa había escrito a su hermana dominica de confiarlos a la hospitalidad de «Madama Longa», de quien más tarde dio este elocuente testimonio: «De un principio los hemos encomendado a las manos de V.S. sin pensar en ningún otro, amigo o pariente, ...y yo he comprobado que mi fe no ha sido vana, porque V.S, no ha recibido a los dichos hermanos como hombres enviados por hombres, sino como santos ángeles mandados por la Magestad de Dios, y los ha tratado luego con gran caridad, que supera todo nuestro agradecimiento y opinión». 

 

En efecto María Longo reconoció a los padres teatinos como hombres enviados por Dios, y supo cuidadosamente conservarlos en Nápoles. Y así, cuando ellos, pasados seis meses, decidieron volver a Venecia, por no faltar a una regla fundamental del Instituto, fue ella la que impidió su partida. Conocía ella muy bien el valor de la pobreza en la vida religiosa, por lo que acogió en el hospital a los padres cuando abandonaron su primera residencia en Nápoles, a fin de no verse obligados a aceptar dinero de las rentas del conde de Oppido. 

De marzo a julio de 1534 los teatinos estuvieron alojados en sta. María del Pueblo, de donde pasaron a unas casas poco distantes, que María Lorenza les había procurado. Santa María de la Stalleta, como se llamó esta tercera residencia de los teatinos, pobre, simple, que permitía una libre acción pastoral en medio al pueblo, disuadió a Carafa de obligarles a retornar a Venecia. S. Cayetano erigió la iglesita soñada, campo predilecto de su ministerio sacerdotal. 

Ya desde los primeros encuentros, san Cayetano había asumido la dirección espiritual de Maria Longo, a la que su Orden había recibido como «honorable hermana y madre en Cristo». Las dos almas, ambas dispuestas a la contemplación y al servicio del prójimo, se comprendieron plenamente. Al santo director Maria Lorenza manifestó su proyecto, tanto tiempo acariciado: terminar sus días fundando un monasterio de clausura. San Cayetano debió decir que tal proyecto le parecía de inspiración divina y que se podía llevar adelante. 

 

Pero, precisamente, en aquel periodo el hospital atravesaba un momento crítico; debido a su rápido desarrollo, favorecido por la amplitud de los locales, a los cientos de enfermos se mezclaban no sólo personas deseosas de servirlos, sino también gente que se aprovechaba, agitadores de todo tipo, entre los que no faltaban clérigos y religiosos vagabundos. El prestigio moral de la fundadora lograba, en cierto modo, superar estos inconvenientes. ¿Qué hubiese sucedido si ella se hubiese alejado? ¿No debía permanecer en la brecha en aquella lucha cotidiana? 

 

A sus pretensiones se añadía el ardiente deseo de su amiga, María Ajerbo, duquesa de Termoli, de seguirla para participar con ella en la vida de clausura, abandonando también ella el hospital. El problema se presentaba complejo y la prudente humildad de san Cayetano creyó oportuno someter el caso al experto Giampietro Carafa.  

 

En una carta, fechada el 18 de enero de 1534, llegaba la respuesta firme y decidida: «Con respecto a aquellas dos religiosas mujeres, estoy de acuerdo contigo en que del servicio a aquellos pobres enfermos se eleven a cosas mejores y más perfectas; y, así como llegaron a acoger a Cristo en sus pobres, de la misma manera lo acojan a El en persona. Escuchen a El que habla así de la soberbia humana y de la búsqueda fraudulenta: las zorras tienen sus cuevas, los pájaros del cielo, sus nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza. ¿Acaso podrá el Señor Jesús reclinar su cabeza donde se da asilo a glotones vagabundos, a impíos desertores de la sagrada religión, a perversos apóstatas?... ¿Es posible que un hospicio que acoge tanta canalla pueda acoger a Cristo? Dirás tú, por tanto, oh carísimo hermano, a aquellas devotas hermanas en Cristo: ¿Por qué buscáis un vivo entre los muertos? Dejad que los muertos entierren a sus muertos. Se abandonen, más bien, a los sapientísimos designios del Salvador y Señor nuestro, escuchen sus saludables inspiraciones, sigan sus huellas e imiten sus ejemplos». 

Carafa, como se ve, resolvía la dificultad con el acostumbrado impetu de su carácter, exasperado ante los aspectos negativos del ambiente hospitalario. Pero aquello que en su respuesta debió convencer fue la motivación cristológica que adujo. No se trataba tanto de huir del mundo corrompido, como de pasar de acoger a Cristo en los pobres a acogerlo a El en persona, dándole la posibilidad de encontrar en un círculo de almas generosas el intimo reposo de la casa de Betania. En esta perspectiva, maduró, y tradujo después en realidad, el proyecto del proto-monasterio de las clarisas capuchinas. 

 

Entretanto, un profundo examen de las graves exigencias de la situación del hospital llevó, con sano realismo, a la decisión de que, mientras María Longo podía encaminarse a la clausura, María Ajerbo quedaría como directora del hospital, con el compromiso de fundar una casa religiosa para mujeres de mal vivir que decidieran convertirse. 

Inspiradora y ejemplar, también en esta área tan delicada, era María Longo. Bellintani refiere: «Ella iba frecuentemente a los lugares donde estaban las meretrices, procurando con todo tipo de exhortaciones, razones y dones de apartarlas del pecado, y cuando no obtenía un resultado completo, arrodillada delante de ellas, les rogaba que al menos los viernes y sábados se abstuvieran de pecar, y durante esos días, a fin de que la necesidad o la avaricia del premio no las llevase al pecado, ellas les pagaba. Y a aquéllas que podía convencer, apartadas del mismo, o lograba casarlas o las tenía consigo al servicio del hospital». 

 

Tras las huellas de su santa amiga y maestra, Maria Ajerbo desarrolló este apostolado con la ayuda de capuchinos y teatinos, adaptó algunos locales de su propiedad, cercanos al hospital, los amplió e hizo un monasterio. El 17 de diciembre de 1538 el cardenal penitenciario Antonio Pucci le otorgaba el decreto de erección canónica. La eminente figura moral de la duquesa de Termoli imprimió una impronta espiritualidad tan sobresaliente que se atrajo el respeto y la estima de la opinión pública. No una simple casa de arrepentidas, sino un auténtico centro de vida religiosa llegó a ser aquel monasterio, que adoptó la Regla de la tercera orden franciscana, y ya a fines del siglo XVI manifestaba su vitalidad dando origen a un segundo monasterio de tipo más austero. 

 

María Ajerbo permaneció allí como directora y madre hasta el final. Hubiera preferido seguir a su santa amiga en la clausura. Pero, con admirable abnegación, aceptó continuar su misión en el mundo entre los incurables y las convertidas. Aceptó permanecer separada en vida, y el Señor quiso mostrarle con un notable prodigio cuánto le agradaba este sacrificio y esta amistad. Después de la muerte, queriendo poner su cadáver junto al de Maria Longo, «...éste -refiere Bellintani aduciendo el testimonio ocular de nueve Personas- alzando milagrosamente el brazo y tendiéndolo hacia la duquesa la abrazó, y permaneció en esa postura, puesto que tanto se habían amado en vida, no debían en la muerte separarse».




 

Fundación de las capuchinas

 

Hacia fines de julio de 1534 los teatinos se trasladaron del hospital de los Incurables a santa Maria de Stalletta. En los locales dejados libres, Maria Longo comenzó a albergar aquellas personas que intentaban seguirla en la vida contemplativa. A principios de 1535 pidió a la Santa Sede el permiso para poder fundar un monasterio bajo el título de Nuestra Señora de Jerusalén, haciendo referencia a una peregrinación que hubiera querido hacer a Tierra Santa y a la que había renunciado. El 19 de febrero de aquel mismo año, papa Pablo III con la bula Debitum pastoralis officii la autorizaba a construir el monasterio, del que la nombraba abadesa vitalicia, formando una comunidad religiosa de la Tercera Orden de san Francisco según la regla de santa Clara». 

 

Sólo cinco meses más tarde, el 19 de julio de 1535, la bula papal era comunicada a la curia metropolitana de Nápoles por los ejecutores designados con una rescripto pontificio: el obispo de Caserta, el abad de san Severino y el prior de san Martín. El 20 de julio de ese mismo año, un acta notarial presenta a Maria Longo como «directora del hospital de los Incurables», y refiere que recientemente había fundado el monasterio de santa María de Jerusalén. 

 

El 21 de agosto de 1535, una carta del card. Andrés Mateo Palmieri autorizaba a la señora María Lorenza Longo, por benigna concesión papal, a tomar el hábito de la «Tercera Orden de san Francisco según la regla de santa Clara» de manos de cualquier sacerdote. Teniendo en cuenta su avanzada edad —tenía ya más de setenta años, y de su estado de salud, podía vestir el rojo sayal parcial o completamente, según el consejo del confesor, y emitir la profesión solemne de los tres votos sin hacer el año de noviciado. 

 

Una segunda carta del mismo card. Palmieri del 22 de noviembre de 1535, da por primera vez el apelativo de «Sor María» a la «comúnmente llamada señora Longa», y le comunica que el Papa le permite habitar con todas sus religiosas en un monasterio provisorio, hasta que sea terminado el definitivo. 

 

Mientras tanto los pedidos de la admisión se acumulaban. Religiosas de otros monasterios y aspirantes venidas del mundo, solicitaban ansiosamente entrar en la nueva comunidad. Hasta la célebre marquesa de Pescara, Victoria Colonna, estuvo a punto de tomar el velo. El naciente monasterio florecía bajo los impulsos de su fundadora. Fue necesario recurrir a la Santa Sede para ulteriores concesiones. 

 

El 30 de abril de 1536 un Breve de Pablo III autorizaba a María Longo a trasladar el monasterio a locales más capaces, y le permitía aumentar el número de las religiosas de doce a treinta y tres. Pero algunos obstáculos debieron haberse interpuestos, pues, el 20 de julio siguiente, se necesitó otro rescripto pontificio que confirmaba las concesiones precedentes y otorgaba otras nuevas. 

 

En Roma trabajaba un poderoso protector, el card. Andrés Mateo Palmieri, que, declarándose «obedientíssimo hijo y hermano», escribía a María Longo: «el mayor placer que tengo en este mundo es servirla». Amigo de los capuchinos y de Victoria Colonna, uno de los pocos curiales intimos de Pablo III, fue el mediador eficaz de las amplias concesiones papales al monasterio de María Longo, de la cual, como napolitano, conocía de cerca los méritos excepcionales y las eximias virtudes. 

Desde 1535 a 1538 fue director espiritual de la fundadora y de las monjas san Cayetano Thiene, alma sinceramente franciscana, que contribuyó en manera decisiva a una auténtica reforma de la vida religiosa en el naciente monasterio. Pero, cuando la comunidad teatina, en mayo de 1538, se traslado de santa María de la Stalletta a la grande iglesia parroquial de san Pablo Mayor, el santo creyó necesario dejar tal oficio, aduciendo una norma de su instituto.

 

María Longo trasladó entonces el monasterio a santa María de la Stalletta y pidió a la Santa Sede que confiase a los capuchinos la dirección espiritual. El 10 de diciembre de 1538 Pablo III, con el Motu Proprio Cum monasterium declaraba que era conveniente que se cuidaran del monasterio aquellos frailes que desde los comienzos habían sido inspiradores de las decisiones y del estilo de vida. Con esta finalidad el papa ordenaba que se eligiese un confesor de entre los capuchinos, mientras a éstos les obligaba a que lo concedieran, no obstante cualquier norma en contrario. Este importante documento papal marca la fecha oficial del nacimiento de las clarisas capuchinas. 

 

La Bula de fundación de 1535 y el Breve de 1536 hablan de un monasterio de la «Tercera Orden de san Francisco según la regla de santa Clara», mientras que el Motu Proprio de 1538 usa esta sola denominación específica de la «Orden de santa Clara», y hace notar, junto al influjo de los capuchinos, que las monjas siguen «la estrictísima observancia de la regla de santa Clara». 

 

El cambio no era sólo en los términos, sino en los hechos: el monasterio pasaba efectivamente de la tercera a la segunda orden franciscana, y no se le otorgaba ya, como en la bula de fundación, la capacidad de recibir bienes, muebles e inmuebles, cosa incompatible con la estricta observancia de la regla de santa Clara. Se debió también, examinando el tenor de las primeras concesiones papales al monasterio, solicitar una convalidación integrativa, puesto que habían sido otorgadas a un monasterio de la tercera orden. Un Breve pontificio, salvando el defecto jurídico, afirmaba que las monjasvivían bajo la regla de santa Clara y no ya de la tercera orden de san Francisco, desde el tiempo en que el monasterio había sido trasladado a otro lugar, lo cual coincidía justamente con el período en el que los capuchinos habían sustituido a los teatinos como padres espirituales. 

 

No se escribieron nuevas constituciones, sino que fueron adoptadas las de santa Coleta, que en el siglo XVI representaban todavía la más rígida interpretación de la regla de santa Clara. Se añadieron algunas observancias tomadas de los capuchinos, los cuales junto con el primitivo ideal de reforma seráfica comunicaron a aquellas hermanas el apelativo de capuchinas. 

La fama de austeridad, que rodeaba al monasterio desde sus comienzos, contribuyó a difundir en la Iglesia la nueva familia religiosa. En 1553 Perusa, sobre el mismo modelo, fundaba un monasterio que el papa confió a los capuchinos. Gubio y Brescia siguieron el ejemplo; en Milán san Carlos Borromeo fundaba dos; en 1576 Gregorio XIII mandaba que viniesen a Roma cuatro monjas del proto-monasterio de Nápoles para traer su institución, y obligaba a los capuchinos a tomar la dirección del nuevo monasterio que reconocía como «principal e insigne monumento de piedad, establecido en Roma por singular beneficio de Dios». 

Un siglo más tarde, en Italia se contaban 89 monasterios de capuchinas con más de 2.500 monjas, mientras que ya desde principios del siglo XVII eran numerosos en Francia y España. Oasis de vida contemplativa, eremitorios con frecuencia sepultados en el corazón de populosas ciudades, irradiaban sobre el mundo la luz que les venía de Dios en el retiro y la oración.

 

Ocaso silencioso

 

En la quietud de su monasterio, la fundadora del hospital de los Incurables pasó sus últimos años, dedicada enteramente a la oración y la formación de sus hermanas. Bellintani escribe: «Encerrada en el monasterio se dio a la oración y a los ejercicios mentales por completo, ya que por su enfermedad no podía hacer los corporales. Amaestraba a sus hijas en la observancia de la regla según el pensamiento de san Francisco y de santa Clara, guiada por el consejo de los frailes capuchinos, quienes las confesaban y dirigían a todas». 

 

Conocidísima en la ciudad de Nápoles, Maria Longo atraía al monasterio una multitud de almas necesitadas de su consejo y su consuelo, La visitaban los pobres beneficiarios de otro tiempo y los grandes del mundo que habían colaborado con ella en el hospital. Sus palabras frecuentemente inspiradas eran el eco de un corazón lleno de la ternura de Dios. Allá la visitaba su amiga Maria Ajerbo, que, con esta finalidad, había obtenido un rescripto pontificio para entrar y a veces entretenerse en el monasterio. Al monasterio iba san Cayetano porque, «ella hablaba altamente de las cosas divinas, y daba admirables y profundos significados a las divinas Escrituras, tanto que él quedaba estupefacto y lleno de consolación y decía que más luz había recibido de ella que de la lectura de los libros». 

 

Su principal preocupación era la de formar su comunidad en un auténtico espíritu franciscano. La larga experiencia de una vida vivida en el ejercicio de toda virtud, le ponía sobre los labios las más sabias enseñanzas, y la aureola que ya circundaba su frente la confirmaba con profunda eficacia. El Señor frecuentemente convalidaba su misión de madre y maestra con singulares carismas, como lo narran sus biógrafos. 

 

En agosto de 1542 tuvo un éxtasis extraordinario. Las monjas que estaban a su alrededor, junto con María Ajerbo, pensando que estaba expirando, pretendieron moverla fuertemente. Ella, vuelta en sí, sonriendo las amonesto y, sin revelar cosa alguna de su indescriptible experiencia mística, les hizo entender que había sabido que su hora estaba ya cercana. Dispuso de las cosas del monasterio, nombró, de acuerdo con las facultades recibidas del papa, la abadesa y las otras oficiales, y se entregó enteramente a prepararse para el suspirado tránsito. 

 

No se conoce con exactitud la fecha de su muerte. Con mucha probabilidad podemos ubicarla a fines de 1542, pues de una carta escrita por sus religiosas al card. Carpi, en abril de 1543, se deduce que había muerto por este tiempo. Dos días antes de la muerte reunió a las monjas y les dio las últimas recomendaciones: «...exhortándolas a la observancia de la regla y de las virtudes, pero especialmente a la paz, usando las palabras que Jesús dijo a los apóstoles: os doy mi paz, os dejo la paz. Y abrazando a todas, una por una, las encomendó, en particular a las más ancianas, y rogó a la abadesa de tener cuidado de ellas, ayudándoles en la observancia, teniendo compasión de ellas y no permitiendo que les falte cosa alguna, ni siquiera en las necesidades corporales». 

 

En el ambiente saturado de austeridad que había formado, María Longo dejaba en su muerte el signo de su comprensión materna como último recuerdo. 

 

Sus últimos días fueron turbados por las perspectivas de grandes males que amenazaban a los capuchinos y a Nápoles. A esta ciudad, por la que había consumido sus mejores energías, le presagiaba funestos tumultos, que de hecho se verificaron posteriormente a causa de la Inquisición, mientras que, justamente por ese tiempo, sobre los capuchinos pendía, como una espada de Damocles, la apostasía de Occhino; ella debió compartir la indescriptible consternación de aquellos frailes, para los cuales había sido «la hermana Clara». 

 

¿Ofreció el supremo sacrificio de su vida por aquellos que habían estado más cerca de su corazón? Podemos creerlo así, si tenemos presente con qué conmovido reconocimiento Bernardino de Colpetrazzo recuerda los sacrificios, las oraciones, las lágrimas las penitencias de las capuchinas de Nápoles en aquel triste trance. 

 

Bellintani nos ha dejado una crónica detallada de sus últimos instantes: «Y poco antes de expirar, volviéndose a sus hermanas les dijo: “Hermanas, a vosotras os parece que yo haya hecho muchas obras buenas; no tengo ninguna confianza en mi, sino sólo en el Señor. Y mostrando la punta del dedo meñique dijo: este poquito de fe me ha salvado. Todo esto lo dijo con gran alegría y con un bellísimo rostro; siempre tuvo el crucifijo en la mano; después de decir estas palabras, besándolo, dijo tres veces: Jesús, y expiró”». 

 

Después de la muerte, entorno a su cadáver, tuvieron lugar ingentes manifestaciones de afecto y estima, se registraron gracias y prodigios, y se comenzó a difundir su gran fama de santidad. Sin embargo, pasaron muy pocos decenios y la sombra inexplicable del olvido rodeó a esta excepcional criatura. 

 

Auténtica hija de la España católica, fundadora y directora del gran hospital de los Incurables, punto de referencia de toda reforma llegada o iniciada en Nápoles en los primeros decenios del siglo XIV, mística privilegiada de carismas y madre de almas, fundadora de una de las más florecientes familias de clarisas, después de una actividad de resonancia mediterranea, en el caso de la vida se eclipsa en un monasterio de clausura, donde se confunde con las humildes her manas del claustro, y muriendo, comparte la sepultura común, que no tardará en hacer perder las huellas de sus restos mortales.  

 

Bellintani narra que cuando se quiso colocar el cadáver de su amiga Maria Ajerbo al lado de Maria Longo, éste, desenterrado, esparcio a su alrededor una maravillosa fragancia de violetas. Cuando seis meses más tarde, trasladando a otro lugar su sepultura, se identifico y se separo la cabeza de la venerable, ésta emitía perfume de violetas, y después de casi cincuenta años, cuando escribía el dicho biógrafo, éste afirmaba que ella «todavía emitía perfume de violetas 

 

¿Se presagiaba, tal vez, con este gentil signo el silencio que luego, en la historia, cubriria la espléndida figura de la fundadora de las capuchinas? Parece que sí, pues hubo que esperar nada menos que hasta 1880 para que en Nápoles se iniciara el proceso ordinario informativo sobre su fama de santidad, y hasta 1892 para ver introducida la causa de beatificación por León XIII, mientras los procesos apostolicos sobre sus virtudes fueron realizados en Napoles en los años 1893-1904.

 

NOTA BIBLIOGRAFICA

 

Matthias (Bellintan) a Sald, Historia capuccina II, ed. a Melchiore a Pobladura (Monumenta historica Ordinis minorum capuccinorum, Vi) Roma, 1950, 255-272.

 

Neapolitana, Beatificationis et canonicationis servae Dei Mariae Laurentiae Longo... Positio super introductione causae, Roma 1982.

 

Los procesos ordinarios y apostolicos, como también los relacionados con Super introductione causae y super virtutibus,están en Roma, en el Archivo de la postulación general de los capuchinos.

 

Lexicon Capuccinum, Romae, 1951, col 1049,

 

Francesco Saverio [Toppil da Brusciano, Maria Lorenza Longo e l'opera del Divino Amore a Napoli, Romae 1954. Es un extracto de la tesis doctoral aún manuscrita; fue publicada en Collectanea Franciscana 23 (1953) 166-228. Contiene una bibliografía abundante con indicaciones particularizadas de las fuentes archivísticas y con un apéndice de documentos. 

 

Acta et decreta causarum bestificationis et canonizationis O.F.M.Cap..., cura et studio Silvini a Nadro, Romae-Mediolani 1964, 1119-1130.

 

Agostino (Falanga) da Resina, La venerabile Maria Lorenzo Longo in Napoli (1463-1542), Napoli 1968.

 

G. Passero, Storie in forma di Giornali, ed. da V. M. Altobelli... con añadidos de M. M. Vecchioni, Napoli 1785.

 

Battistina Vernazza, Opere spirituali IV, Verona 1602.

 



María Lorenza Longo, nacida en la segunda mitad del siglo XV, hoy beata en Nápoles[2]

Se puede decir que en su vida vivió todas las vocaciones, siguiendo siempre el soplo del Espíritu Santo. Esta mañana, en la catedral de Nápoles, la misa de beatificación de esta noble mujer que hizo de su vida una cuestión de entrega a Dios. En su homilía, el cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, destacó la armonía de María Lorenza Longo entre la contemplación y la acción al servicio de los más pequeños.

 

Adriana Masotti - Ciudad del Vaticano

El año de nacimiento de Maria Lorenza Longo no se conoce con precisión, probablemente fue en 1463. De origen catalán, pertenecía a una familia noble de Lérida. Se casó con Juan Llonc, regente del Consejo de Aragón, a una edad muy temprana, quizás a los dieciséis años. Una bebida envenenada le paralizó las piernas, pero tras enviudar, se curó durante una peregrinación al santuario de Loreto. De vuelta a Nápoles, decidió dedicarse por completo a las obras de caridad, fundando en 1519 el Hospital para los llamados "incurables", es decir, los enfermos de sífilis. Más tarde, María Lorenza también quiso ocuparse de las prostitutas, creando una comunidad de "convertidas" y abriendo un monasterio. Junto con algunas mujeres que se habían unido a ella, decidió fundar una nueva institución de clausura de franciscanas contemplativas. El 19 de febrero de 1535 obtuvo el permiso del Papa Pablo III para construir un monasterio para ellos "bajo la regla de Santa Clara". La fecha de su muerte también es incierta, pero parece que tuvo lugar en octubre de 1539.

 

Semeraro: una mujer "portadora de Cristo" 

 

La palabra del Señor debe ser leída, escuchada, alabada, pero también debe ser observada. Así lo subrayó el cardenal Marcello Semeraro en la homilía de la misa de beatificación de María Lorenza Longo que, según el prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, experimentó en su interior la "fuerza generadora de la Palabra escuchada y vivida". En la catedral de Nápoles se encuentran las clarisas capuchinas del monasterio conocido como "delle Trentatré", una orden fundada por ella, y hermanas de otras comunidades. El cardenal la describió como "una mujer para todas las vocaciones":

 

“Fue esposa, madre, laica consagrada a la caridad, monja contemplativa y en todos estos "estados" de su vida estuvo siempre a la escucha de la voz de Dios, que la llamaba a ser "portadora de Cristo".”

 


Busto de La Beata María Lorenza Longo

 

            Escuchar la voz del Espíritu

 

Constantemente trataba de entender cómo podía realizar el plan de Dios en su propia vida. María Lorenza Longo "fue una esposa fiel y una madre solícita", continuó el cardenal Semeraro, contando que cuando su marido partió hacia Nápoles, como miembro del Consejo Colateral del Virreinato tras el rey Fernando el Católico, María Lorenza le siguió incluso en su difícil estado físico, para apoyarle en el desempeño de sus funciones. Habiéndose quedado viuda, confiando en Dios incluso en esas circunstancias, se puso "al servicio de la caridad". Fundó "el Hospital de los Incurables" no sólo para asistir a "los últimos de los últimos", sino también para acompañar a los marginados al encuentro con Cristo.

 

La fundación de las Clarisas Capuchinas

 

El prefecto describe a continuación otra etapa fundamental en la vida de Maria Lorenza Longo:

 

“Entonces hizo la elección de la vida contemplativa para ella y otras hermanas: "las Treinta y Tres", que se convirtieron en seguidoras del Poverello de Asís y de Clara, su "pequeña plantita". La fecundidad de esta elección se puede comprobar todavía hoy: hoy hay más de 2.000 clarisas capuchinas en más de 150 monasterios.”

 

Su último empeño fue el fuerte apoyo que prestó a la fundación del "Monasterio de la Convertida", iniciando así "la curación de una gran lacra social".

 

Humildad y fe combinadas con obras

 

El cardenal Semeraro destacó la "armoniosa composición en su vida de la contemplación y la acción", "la íntima correspondencia entre la fe y la vida" y la humildad que la llevó a "dejar siempre la última palabra a Dios". Y concluye:

 

            “Nuestra Beata, con sus opciones de vida, imitó tanto a Marta como a María y al final de su vida, en su lecho de muerte, dijo: "Hermanas, os parece que he hecho grandes obras de bien; pero yo en nada confío, sino todo en el Señor". Luego, mostrando la punta de su dedo meñique, dijo: "¡La fe me ha salvado!”


El Papa Francisco y la beata María Lorenza Longo. Foto: Vatican Media

El Papa Francisco y la beata María Lorenza Longo. Foto: Vatican Media


    El Papa Francisco expresó su alegría por la beatificación ayer, sábado 9 de octubre, en Nápoles de la beata María Lorenza Longo, “esposa y madre de familia del siglo XVI”.

    Durante el rezo del Ángelus este domingo en la Plaza de San Pedro, el     Santo Padre recordó que la beata María Lorenza Longo, “al quedar viuda, fundó en Nápoles el Hospital de los Incurables y las Clarisas Capuchinas”.

    “Fue mujer de gran fe y de una intensa vida de oración, se prodigó en las necesidades de los pobres y de los que sufren”, destacó el Santo Padre.

    María Lorenza Longo nació en Lérida, España, en 1463. Se casó con Joan Llonc, regente del reino de Aragón y favorito del rey Fernando el Católico, rey de Aragón que se casó con la reuna Isabel de Castilla, unificando así sus reinos.

    María Longo quedó parcialmente paralizada tras sufrir un intento de envenenamiento por parte de una sierva. A pesar de su invalidez, María se trasladó en 1506 a Nápoles, donde su marido fue nombrado regente de Fernando el Católico en el Virreinato de Nápoles.

    Tres años después murió su marido y María quedó viuda con tres hijos. Entonces realizó una peregrinación a Loreto y, milagrosamente, se curó de su invalidez. Entonces decidió comenzar a vestir el hábito de la Orden Tercera de San Francisco.

    Desde ese momento dedicó su vida a las obras de caridad con la población napolitana, al principio, en el hospital de San Niccolò.

    En 1519 impulsó la construcción del hospital de Santa Maria del Popolo, conocido como hospital de los incurables, todavía existente hoy. En 1526 construyó una casa para prostitutas penitentes y en 1530 impulsó la construcción del convento de Sant’Efrano Vecchio, para los frailes Capuchinos.

    En 1535 obtuvo la bula papal, de parte del Papa Pablo III, para construir el monasterio de Santa María de Jerusalén, de la reforma Clariana, fundada con el nombre de Hermanas de la Orden Tercera de San Francisco según la regla de Santa Clara.

    Maria Lorenza Longo murió en 1539 después de haber renunciado al encargo de abadesa del monasterio por ella fundada.

    El milagro que permitió la beatificación de Maria Lorenza Longo fue la curación de la religiosa Maria Cherubina Pirro, enferma de tuberculosis pleur pulmonar crónica. El acontecimiento prodigioso se produjo el 15 de octubre de 1881 en el monasterio de Trenataré, cuando la abadesa colocó junto al cuerpo de la religiosa enferma el cráneo de la Fundadora. La religiosa vivió otros doce años y falleció por causas ajenas a su enfermedad.

    El 27 de octubre de 2020 el Papa Francisco aprobó el decreto que permitió su beatificación.

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Conferencia Ibérica de Capuchinos, 1993 El Señor me dio hermanos; Biografías de santos, beatos y venerables capuchinos. Tomo I. Sevilla. El Adalid Seráfico, S. A. 1993. Pp 1-18.

 

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