LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS.

LA TRANSFIGURACIÓN DE JESÚS 



 

Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien

 

Segundo Domingo de Cuaresma, domingo de luz, de esperanza, de salvación. Domingo de transfiguración. Sí, es que el Señor no solamente se automanifiesta en intimidad profunda y existencial con el Padre, tanto que su ser se muestra tal y como es en esencia: Dios con nosotros. Así nos lo había ya anunciado San Lucas en su evangelio de la infancia. Pero esta transfiguración de Jesús va mucho más allá de una simple visión espectacular. Jesús les está diciendo a Pedro, Santiago y Juan que en necesario pasar por el dolor, por el sufrimiento. Es necesario pasar por la cruz para llegar a la resurrección. No hay punto de comparación entre una y otra. Así hoy Jesús nos dice también a nosotros no tengan miedo les espera una vida bienaventurada. Les espera toda la gloria de mi Padre. Les espera mi Padre… Esto  no es poca cosa. Es por eso que en el camino hacia la cruz, Jesús quiere animar a sus discípulos y les manifiesta su verdadera identidad. La identidad de Hijo muy amado, la identidad de Dios.

            Antes de iniciar el largo viaje de subida a Jerusalén (Lc 9,51–19,28), Jesús anuncia por primera vez su pasión y resurrección y señala las actitudes del que quiera seguirlo hasta el final (Lc 9,22-27).  Ciertamente los discípulos se orrorizan ya desde ahora ante el anuncio de la Pasión. No logran entender ni aceptar el ¿por qué Jesús tiene que sufrir de esa manera? ¿Por qué tiene que acabar así? Para nosotros, como ya nos sabemos toda la historia nos es fácil responder y asentir, pero para ellos no. Así pues, tras el anuncio de la Pasión de Jesús, justo a continuación nos encontramos con el episodio de la transfiguración, que podemos leer como una “teofanía” o relato de manifestación divina. Jesús muestra su divinidad y con ella la gloria del Padre que lo ha consagrado como su Hijo Amado.  Se trata de una “estación” de una “parada” antes de iniciar el camino que lleva a la cruz. Ante este horizonte cercano de sufrimiento se revela la verdadera gloria de Jesús. 

Queridos hermanos y hermanas, qué importante es que nos demos cuenta que siempre detrás del dolor, del sufrimiento, incluso de la muerte misma, siempre se abre ante nosotros la posiblidad de la alegría, de la esperanza, de la vida. Con su transfiguración, Jesús manifiesta su verdadera identidad e invita a sus discípulos a afrontar las dificultades del seguimiento y a entender la pasión desde la experiencia de la resurrección. 

            Jesús como ya es costumbre se retira. Sube al monte a orar. No va de camping, no va a hacer senderismo, no va a hacer rodada, no va explorar la montaña, ¡va a orar! Este es el objetivo por el cuál Jesús se retira, para entrar en intimidad con su Padre, porque cuando de verdad entramos en relación con el Padre, no necesitamos publicarlo en las redes sociales, no necesitamos anunciarlo con trompeta, ¡no! Simplemente nos retiramos, nos apartamos y nos conectamos con Dios. así pues,  Jesús sube con Pedro, Santiago y Juan “para orar”. No para hacer un día de campo ¡para orar! Jesús se aparta a un lugar fuera de lo cotidiano para entrar en contacto con el Padre. El monte es, en la simbología bíblica, un lugar donde Dios se manifiesta y el creyente puede encontrarse con él mediante la oración. 

La transfiguración de Jesús sucede precisamente “mientras oraba”, actitud en la que Lucas suele presentar a Jesús antes de que suceda algo importante en su vida. Es en esa relación con Dios mediante la oración en la que él manifiesta su auténtico rostro. Además, esta manifestación de Jesús toma algunos elementos de otras “teofanías” del AT. En primer lugar, su semblante se transforma y sus vestidos se vuelven de un blanco deslumbrante, color muy utilizado en el pensamiento del NT para aludir simbóli camente a la resurrección de Jesús y a la participación de los cristianos en ella. En segundo lugar, la aparición de Moisés y Elías. Jesús ha superado la Ley y los Profetas, dando cumplimiento pleno a la Voluntad de Dios. Ciertamente, el tema era el de la Pasión, pero al mismo tiempo de la resurrección. 

            Moisés y Elías eran dos personajes cuya venida esperaban los judíos como signo de la llegada de los tiempos mesiánicos (Mal 3,23-24). Ambos eran tenidos por los dos mayores profetas del AT y se esperaba su regreso como anuncio de la venida del Ungido. Su sola presencia junto a Jesús indica que él es el Mesías esperado. Tanto Jesús como Moisés y Elías aparecen “resplandecientes de gloria”, un concepto que en el AT siempre se relaciona con la presencia de Dios (Éx 24,17; 40,34). Dios se hace presente sobre todo en Jesús, pero también en Moisés y Elías. Estos personajes hablan con Jesús acerca del “éxodo que había de consumar en Jerusalén”, es decir, de todo el proceso de su paso al Padre, lo cual incluye no sólo su pasión y muerte, sino también su resurrección y ascensión al cielo. 

La presencia de Moisés y Elías relaciona todos estos acontecimientos con lo que ellos mismos y toda la Escritura ya habían anunciado y esperado. Los discípulos de Jesús ven y escuchan todo eso. Sin embargo, precisamente para evitar lo que decíamos el domingo pasado: un mesianismo espectacular, Jesús prohibe a sus discípulos que digan nada de lo que han visto y oído hasta que Él haya muerto y resucitado. Pedro, Santiago y Juan son testigos oculares de la Resurrección de Jesús de manera anticipada. Con este acontecimiento, pregustan la gloria de Dios en perfecta comunión trinitaria y como cumplimiento de la redención final. Dios mismo revela nuevamente que Jesús es su hijo amado, su elegido a quien es necesario escuchar.

            La voz del cielo les invita a escuchar a Jesús. La irrupción de este tercer elemento típico de los relatos de teofanía viene a aclarar el sentido de lo que está ocurriendo. Se trata de una voz del cielo que habla desde la nube, otro símbolo que en el AT muestra la presencia y la gloria de Dios. Es Él quien habla para hacer una revelación: la gloria de Jesús le viene de Dios mismo. Para ello utiliza las mismas palabras que dirigió a Jesús en su bautismo (Lc 3,22), pero ahora se las dice a los discípulos. Pedro había mostrado su alegría, pero parecía no haber comprendido la visión. Colocaba a Moisés y Elías al mismo nivel que Jesús, y no quería afrontar las dificultades del seguimiento. Pero Jesús es el Hijo elegido con quien el Padre mantiene una relación privilegiada. Por eso merece ser escuchado como mensajero de Dios por excelencia, mucho más que Moisés y Elías. Su palabra tiene ahora un valor y una autoridad mayores que los del antiguo profetismo que representan estos dos personajes. 

            Finalmente, de nuevo Jesús está solo. Toda la atención se concentra sobre él. La ley (Moisés) y los Profetas (Elías) han desaparecido y sólo resuenan ya con fuerza la voz y la persona de Jesús. También hoy a nosotros, en medio de la Cuaresma, se nos muestra transfigurado y nos habla para que descubramos su presencia en el camino del seguimiento –que muchas veces es un camino de cruz– y para que no perdamos de vista la meta en estos días de conversión.

            No podemos dar un salto de esta vida a la resurrección sin pasar por la muerte, asumiendo día a día las vicisitudes de la vida y contrarrestando las realidades adversas con generosidad, esperanza y caridad. Por eso hoy se nos invita a dejarnos transfigurar por Dios. A dejarnos guiar por su Palabra y a proyectar nuestra vida desde la cruz para llegar a la Pascua resucitados. 

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