Nuestra Señora de Los Ángeles. Indulgencia de la Porciúncula.
PAZ Y BIEN
FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOS ÁNGELES 2 DE AGOSTO
EL PERDÓN DE ASÍS
INDULGENCIA DE LA PORCIÚNCULA
INDULGENCIA DE LAS ROSAS
FIESTA DE LA MISERICORDIA
En una noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya era conocido y amado por miles de personas. Doce años más
tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverello de Assisi" se consideró siempre el más pecador de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverello: "Francisco, ¿quién puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero. Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja capilla de Nuestra Señora de los Ángeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). En esta humilde iglesita, que había pertenecido a los Monjes benedictinos de Monte Subasio, el Poverello de Asís, fundó la Orden Franciscana en 1209. Allí en la noche del 27 al 28 de marzo de 1211, Clara de Favarone di Offreduccio recibió el hábito religioso, y se consagró a Dios dando lugar a la Orden de las hermanas Clarisas, Hermanas pobres de Santa Clara. Allí en 1221, se reunió el Capítulo de las Esteras, en el participaron más de cinco mil frailes, procedentes de toda Europa, para rezar juntos, tratar de la salvación del alma y para discutir y aprobar la nueva Regla franciscana. Y allí San Francisco murió devotamente, depuesto sobre la desnuda tierra, al caer la tarde del 3 de octubre del año 1226.
Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a Él, en la vida nueva de santa pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta contrición, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quién eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. ¡Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer más por amor a ti! Repetía: "Señor ten misericordia de mí que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía, ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos
los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque. De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos, Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contrición y confiesen sus pecados, el perdón completo e indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigió con un confiado amor a María, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entonces Jesús miro a María, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreír a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concédele a Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mí".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salió con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse, ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Ángeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
El Papa replicó: "No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuántos años quieres que sea esta indulgencia? Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino ¿almas?
¿Qué significa eso de almas, Francisco?
Ahora Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza
hizo su extraordinaria petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora: "Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mí mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inocencio III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverello. Movido, por el Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presentes al escuchar esta innovación revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo más posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche, hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levantó y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adónde vas, tu pequeño poverello? No tienes garantía sobre esta indulgencia". Francisco se volvió hacia él y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mí, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." Y Francisco recordó aquella “visión” en la que escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo compartió esta revelación al hermano Maseo da Marignano, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Ángeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió el día 2 de agosto, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque el día 1 de agosto, era la fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel.
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados». Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rayo de luz, con el Niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados. Más tarde los obispos de Asís y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los más famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Más tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula» (Emilia Pardo Bazán la llamó: “Indulgencia de las Rosas”).
Condiciones para obtener la indulgencia del Perdón de Asís son las prescritas para las indulgencias plenarias.
Visita al Santuario con la recitación del Credo y el Padrenuestro.
Confesión sacramental y Santa Comunión.
3. Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice, por los vivos y por los difuntos (al
menos Padrenuestro, Ave María y Gloria al Padre...)
Todos los fieles cristianos pueden obtener la “indulgencia”, desde el 1 de agosto – mediodía-, hasta la medianoche del día 2 de agosto, visitando Santa María de los Ángeles, o cualquier iglesia franciscana, o una iglesia catedral o parroquial. Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
¡TODOS A CONFESARNOS!
PAZ Y BIEN
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