Que las humillaciones del Hijo de Dios...
Deseo que las
humillaciones del Hijo de Dios y la gloria que le vino de las mismas sean el
objeto de tus meditaciones diarias. Consideremos los anonadamientos del Verbo
divino, el «cual – según la expresión
de san Pablo –, siendo de condición
divina», «habitando en él
corporalmente la plenitud de la divinidad», no consideró cosa vil abajarse
hasta nosotros, para elevarnos al conocimiento de Dios.
Este Verbo
divino, por su plena y libre voluntad, quiso abajarse hasta hacerse como
nosotros, ocultando la naturaleza divina bajo el velo de la carne humana. Dice
san Pablo que de tal modo se humilló el Verbo de Dios que llegó como a
aniquilarse: «Se aniquiló a sí mismo
tomando la condición de siervo». Sí, hermana mía, él quiso esconder de tal
forma su naturaleza divina que asumió en todo las semejanzas del hombre,
sometiéndose incluso al hambre, a la sed, al cansancio; y, para usar la misma
expresión del apóstol de los gentiles: «Semejante
a nosotros, probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado».
Pero donde,
más tarde, se manifestó el colmo de la humillación fue en su pasión y en su
muerte, en las que, sometiéndose con voluntad humana a la voluntad de su Padre,
soportó muchos ultrajes, hasta sufrir la muerte más infame, y muerte de cruz. «Se humilló a sí mismo – según san Pablo
–, obediente hasta la muerte y muerte de
cruz». Esta obediencia, por la dignidad del que obedecía, por lo arduo de
lo mandato y por la espontaneidad al obedecer al Padre del cielo, ya que no fue
impulsado a ello por miedo al castigo, pues es el Unigénito del Padre, ni
seducido por el interés de alcanzar un premio, pues es Dios en todo igual al
Padre, agradó tanto al Creador eterno, que lo exaltó «dándole un nombre – dice el apóstol –, que es superior a cualquier otro nombre».
(4
de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 217)
El alma cristiana que verdaderamente ha descubierto el inmenso océano del
amor de dios no puede dejar pasar un día sin meditar en el misterio de la
bondadosa y generosa Pasión del Señor. Misterio que como digo nos manifiesta el
amor que Dios nos tiene y el precio tan alto por el cual nos ha salvado. Cristo
Jesús poseyendo en sí mismo toda la divinidad, toda la santidad, toda la gloria
del Padre no quiso permanecer ajeno a nuestra realidad, no quiso salvarnos
desde fuera, como arte de magia no. Quiso experimentar en todo nuestra pobre
condición, menos en el pecado. Dios se empequeñeció al tal grado que no había
otra forma posible de manifestarnos su cercanía, su amor, su fidelidad y el
valor que todos y cada uno tenemos para Dios. Todo un Dios ha dado su vida por
Ti. Experimentó todo cuanto una persona humana es capaz de experimentar, pero
más que este anonadamiento, más que este abajarse, más que este humillarse, fue
más cruel, más duro, más difícil, más infame el descubrirse traicionado, solo,
abandonado, negado, despreciado. “Varón de dolores”. Y el vacío existencial del
universo que en el momento de dicha realidad era como si una nube espesa de
tinieblas y sombras de muerte cubriera el universo entero. Sólo así podía
brillar en todo su esplendor el símbolo de la Cruz y Aquel a quien en ella
habíamos crucificado. Cuánta gloria! Cuánta gracia! Cuánto Perdón destila la
presencia del Crucificado como símbolo del amor y la misericordia de Dios.
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