Cristianos postmodernos


28 de febrero

Sean precavidas para no hablar nunca con otras personas, a excepción de su director y de su confesor, de aquellas cosas con las que el buen Dios las va favoreciendo. Dirijan siempre todas sus acciones a la gloria de Dios, exactamente como quiere el apóstol: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios». Vayan renovando esta santa intención de tanto en tanto. Examínense al final de cada acción; y, si descubren alguna imperfección, no se turben por ello; pero avergüéncense y humíllense ante la bondad de Dios; pidan perdón al Señor y suplíquenle que las preserve de esa falta en el futuro.

Renuncien a toda vanidad en sus vestidos, porque el Señor permite las caídas de estas almas en esas vanidades.

Las mujeres que buscan las vanidades de los vestidos, no podrán nunca vestirse de la vida de Jesucristo, y pierden los adornos del alma tan pronto como entra este ídolo en sus corazones. Su vestido esté, como quiere san Pablo, decente y modestamente adornado; pero sin cosidos de pieles, sin oro, sin perlas, sin prendas preciosas que suenen a riqueza y suntuosidad.

(2 de agosto de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 396)

 

En la actualidad, los que nos decimos cristianos del siglo XXI, o cristianos postmodernos pensamos que todo lo tenemos, que todo lo poseemos por nuestro esfuerzo, por nuestra dedicación, inteligencia y sabiduría. Al tal grado hemos llegado que la autosuficiencia que manifestamos con nuestras constantes actitudes dejan mucho que desear del nombre de cristianos que hemos adquirido desde nuestro Bautismo. Nos hemos empeñado en sacar a Dios de nuestra vida y de nuestra historia, nos hemos propuesto alejarlo de nosotros y hacer nuestra vida independiente de Dios pero desafortunadamente dependiente de otras muchas cosas que no nos hacen bien, nos humillan, nos matan, nos denigran, pero nosotros así somos “felices”, eso es lo que decimos, lo que argumentamos. Cuando no podemos más con esta triste realidad entonces corremos presurosos en la búsqueda de los psicólogos, de los psiquiatras. Queremos que todo esté bien cuando verdaderamente no puede estar nada bien porque Dios no forma parte de la propia vida. Y cuando ya no encontramos la puerta entonces sí queremos respuesta a todo lo que va pasando, queremos y exigimos explicaciones a quién no hemos ni siquiera conocido. Cuestionamos la existencia de Dios, la imagen que podamos tener de Él y al final lo culpamos de lo que nos sucede. ¡Qué terrible!

Cuando las personas de hoy descubran la profunda importancia de no dejarse guiar sólo por sentimientos baratos, cuando propugnen no buscar al dios fácil y tapa agujeros. Cuando se atrevan a vivir un seguimiento radical entonces las cosas serán diferentes. El sol brillará en tu vida y la gracia de Dios se hará presente en tu historia. Para que esto se haga realidad en tu vida es necesario que te des cuenta que hay cosas que no puedes ir predicando o comentando con todo el mundo sino que debes buscar a esa persona que Dios ha puesto en tu camino como director espiritual, como confesor para que pueda guiar tus pasos por el camino de la paz. Dios está siempre presto a atender tus necesidades, está ansioso de poder compartir su amor, su misericordia, su fidelidad. Sólo Dios podrá dar respuesta a todas tus dudas, a todos tus sufrimientos y a todas tus angustias. Confía en Él. Busca a un director espiritual que te conduzca por el camino de Dios, no por donde tú quieras ir. Que tu confesor pueda verdaderamente llevarte por el camino de conversión y no alguien que te dé por tu lado. La dirección espiritual y la confesión son herramientas para llegar a la plenitud de la vida, para ir al encuentro con Cristo Jesús que es el Camino, la Verdad y la Vida.

 
Tanto el confesor como el director espiritual son la persona que Dios ha puesto en el mundo para que favorezca el estado humilde, sencillo, apasionado y puro de tu alma que es ese templo purísimo del Padre del Hijo y del Espíritu Santo.

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