"Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo"
BUEN SAMARITANO HOMILÍA PARA EL XV DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO C
DEUTERONOMIO
30,10-14. COLOSENSES 1,15-20 LUCAS
Queridos hermanos… ante la perspectiva que nos
presenta la liturgia dominical de este día no podemos cerrar los ojos a la
realidad que el mundo está viviendo. No podemos cerrar los ojos a la realidad
de nuestro amado País. No podemos cerrar los ojos a la realidad de nuestra
bella Ciudad, lugar elegido de manera privilegiada por Santa María de
Guadalupe, “La Madre del verdadero Dios por quien se vive”, para morar, para
vivir en medio de nosotros. Todos estamos siendo testigos de las convulsiones,
de los desastres, de las alteraciones que el mundo universo está sufriendo, y
muchos ponemos el grito en el cielo ante tales cataclismos. Y, ¡hay que
hacerlo! ¡Claro que sí! Es necesario hacerlo y comprometernos seriamente en el
cuidado de “nuestra casa común” como nos la describe el Santo Padre Francisco en
su segunda Carta Encíclica “Laudato sii”. Sin embargo, yo me pregunto: ¿nos
preocupamos verdaderamente de lo que está aconteciendo a la humanidad? ¿Qué
hago yo para evitar tanta muerte de gente inocente? ¿Al menos rezo? ¿Me
comprometo realmente en la instauración del Reino de Dios? ¿Me gasto y me
desgasto por mi prójimo? O es que ¿he dejado de escuchar al Señor mi Dios que
es el único que tiene palabras de vida eterna? Escuchar significa poner manos a
la obra. Escuchar significa salir de mi comodidad y comprometerme con la
instauración del Reino de Dios. Escuchar significa: convertirme al Señor mi
Dios, con todo mi corazón y con toda mi alma. No será que ¿el dejar de escuchar
a Dios, y volvernos a Él de todo corazón con lágrimas de arrepentimiento y
conversión ha ocasionado un mundo pagano, un mundo sin Dios? Tal vez hemos
intentado tanto buscar a Dios fuera, que nos olvidamos que está dentro
juntamente con sus mandamientos que están en “tu boca y en tu corazón”, porque
quien cumple la voluntad de Dios vive en Dios y Dios en él. Éste es el reto que
nos lanza la primera lectura el día de hoy: que volvamos verdaderamente al
Señor que nos escucha porque es bueno. Él sí nos escucha y por eso siente amor,
compasión y misericordia del enfermo, del afligido, del pobre, del triste y del
pecador. Precisamente desde el momento en que Dios pensó crear el universo,
nuestra casa común, era para compartir su Reino ya aquí en la tierra, y tan era
para compartir su reino que Él estaba en constante relación con la humanidad,
de manera maravillosa Dios mismo entraba en contacto con la humanidad para divinisarla,
para recordarle que todos somos obra de sus manos. Que somos importantes para
Él, tanto que se ha despojado de sí mismo para compartir nuestra vida, nuestra
historia, nuestra humanidad. Para compartir su vida con nosotros. Muchas veces
nosotros no entendemos estos, pero Dios sí lo entiende y lo reafirma. Entiende
que ha enviado a su Hijo para salvarnos. Entiende que en este mundo tan ingrato
su Hijo por medio del Espíritu Santo continúa realizando su obra de salvación.
Entiende que nunca, jamás sus entrañas de amor y misericordia se cerrarán,
porque él es Dios. Ante esta realidad nosotros no podemos permanecer ajenos. No
podemos ser indiferentes al amor de Dios. Entiéndase bien, cuando digo que No
podemos ser indiferentes al amor de Dios, estoy diciendo que además de celebrar
la eucaristía, además de rezar, y lo hemos de hacer mucho, hemos de escuchar a
Dios, y hemos de actuar. El amor de Dios se nos ha manifestado plenamente a
través de su Hijo, “Cristo Jesús es la imagen de Dios invisible”. Por medio de
Cristo le vemos a Dios. Por medio de las obras que Cristo realizó, conocemos
quién es Dios y cuán capaz es de darnos vida plena. Cristo tuvo la maravillosa
idea de compartirnos desde su experiencia personal y de relación quién y cómo
es el Padre. Nos dijo que era un Padre Rico en Misericordia, lento a la cólera
y rico en piedad. Que no quiere la
muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva. Ciertamente no ha de
ser ni su cólera, ni su castigo cuánto su amor y su misericordia los que nos han
de mover a reconocer en Cristo Jesús el fundamento de todo cuanto existe y
además, descubrir en él la plenitud de la revelación del plan de salvación de
Dios. Solamente Cristo Jesús fue capaz de dar su vida en expiación por la
salvación de la humanidad. Solamente Cristo Jesús fue capaz de derramar gota a
gota su sangre para lavar, para limpiar, para purificar nuestras faltas y
pecados. Por medio de la muerte y el derramamiento de sangre de Cristo en la
cruz, Dios reconcilió a todos los hombres de todos los tiempos para que así
pudieran poseer su gloria eterna. Es por eso que uno de los gestos maravillosos
que manifiestan esta gloria es la misericordia, la compasión que hoy
descubrimos en la “Parábola de buen Samaritano”. Posiblemente se trate de la
palabra más provocativa y la que mejor sugiere la revolución introducida por
Jesús desde su experiencia de la compasión y la misericordia de Dios. Jesús
habla de un hombre asaltado y abandonado medio muerto en la cuneta de un camino
solitario. Afortunadamente aparecen por el camino dos viajeros: primero un
sacerdote, luego un levita. Vienen del Templo, después de realizar su servicio
cultual. El herido los ve llegar esperanzado: son de su propio pueblo;
representan al Dios Santo del templo; sin duda tendrán compasión de él. ¡No es
así! Los dos “dieron un rodeo” y pasaron de largo. Aparece en el horizonte un
tercer viajero. No es sacerdote ni levita. Ni siquiera pertenece al pueblo
elegido. Es un odiado samaritano, miembro de un pueblo enemigo. El herido lo ve
llegar lleno de miedo. Se puede esperar lo peor. Sin embargo, el samaritano
“tuvo compasión” y se acercó, se aproximó, se hizo prójimo. Movido por su
compasión hizo por aquel hombre todo lo que pudo: curó sus heridas, lo vendó,
lo montó sobre su cabalgadura, lo llevó a una posada, cuidó de él y pagó todo
lo que hiciera falta. La parábola que Jesús nos ha contado hoy, rompe todos
nuestros esquemas y discriminaciones entre amigo y enemigos, entre pueblo
elegido y gentes extrañas e impuras. Jesús mira la vida desde la cuneta, con
los ojos de las víctimas necesitadas de ayuda. Para él, la mejor metáfora de
Dios era la compasión por los que sufren. Y la única manera de ser como Dios y
de actuar de manera humana era actuar como aquel samaritano. La parábola de
Jesús introduce un vuelco total. Con la compasión caen las barreras. Hasta un
enemigo tradicional, renegado por todos, puede ser instrumento de la compasión
de Dios. La verdadera actitud de quien vive movido por la compasión es
preguntarse: ¿Quién está necesitado de que yo me acerque y me haga su prójimo?
Cuando uno vive desde la compasión de Dios toma con toda serenidad a todo ser
humano que sufre, cualquiera que sea su raza, su pueblo o su ideología. No se
pregunta a quién tengo que amar sino quién me necesita cerca. Todo herido que
encuentro en la cuneta de mi camino es mi prójimo. Sólo desde esta compasión se
construye y se hace posible el Reino de Dios. Así pues hoy Jesús nos lanza una
enseñanza tremenda, sin rodeos: prójimo es el samaritano, el que se compadece,
no el herido. Esto significa que no es necesario esperar pasivamente que el
prójimo aparezca en el propio camino, tal vez con tantas señalizaciones
luminosas y sirenas desplegadas. Nos toca a nosotros en el silencio y el
anonimato salir a buscarlo. ¡Prójimo es aquel que cada uno de nosotros está
llamado a ser!.
Nos hemos vuelto un pueblo indiferente a las necesidades del prójimo, indiferentes a nuestro entorno, sólo nos importamos nosotros mismos. Muy lamentable!!!..., estamos resquebrajando esa amistad con nuestro Señor.
ResponderEliminar