"¡Apártate de mí Satanás!"


I Domingo de Cuaresma
Génesis 2, 7-9;3.1-7; Romanos 5, 12-19; Mateo 4,1-11


Queridos hermanos y hermanas, el pasado miércoles dábamos inicio al tiempo sagrado, tiempo de gracia de la Cuaresma, un tiempo de careo con Dios. Tiempo de conversión, tiempo de reflexionar, de recordar que somos polvo, tal y como nos lo hace traer a la memoria la primera lectura que acabamos de proclamar. Lo más maravilloso de esta lectura es la imagen que nos manifiesta la ternura de un Dios que se abaja, se arrodilla para darnos su aliento de vida. ¡Qué bello, qué hermoso es este gesto de Dios! Soplar en nuestra nariz su aliento de vida.

El Papa Francisco nos decía en su homilía del miércoles de ceniza: "Acuérdate que eres polvo, y al polvo volverás". El polvo en nuestras cabezas nos devuelve a la tierra, nos recuerda que venimos de la tierra y que volveremos a la tierra. Somos débiles, frágiles, mortales. A lo largo de siglos y milenios estamos de paso, frente a la inmensidad de las galaxias y el espacio somos diminutos. Somos polvo en el universo”.
Somos el polvo amado por Dios, el Señor ha amado recoger nuestro polvo en sus manos y “soplar en ellas su aliento de vida”. Por eso somos polvo destinado a vivir para siempre. Somos la tierra sobre la que Dios ha vertido su cielo, el polvo que contiene sus sueños. Somos la esperanza de Dios, su tesoro, su gloria.

La experiencia de pecado que manifiesta la ruptura familiar con Dios desde los orígenes de la humanidad no ha erradicado la “Gracia Original”, sino que todos los seres humanos, por la caída de Adán aunque perdida la semejanza de Dios en la que habían sido creados, no dejaron de ser imagen suya, pues la causa de ésta es el alma no material; y quedaron sometidos al pecado y a la muerte. Por la redención la persona ha sido liberada del poder de Satanás y no está ya sometida al pecado y a la muerte; ha recibido de nuevo aquella semejanza sobrenatural que había perdido, y es hijo adoptivo de Dios. Sin embargo, el ser humano, continúa buscando realidades ajenas a él que le lleven a una razón última de los acontecimientos circundantes, Dios no le basta, y busca de un modo y de otro cómo entender y enfrentar las viscisitudes de la vida. En la actualidad, desafortunadamente nuestro mundo tecnológico, científico e industrializado pulula de magos, brujos urbanos, ocultismo, espiritismo, escrutadores de horóscopos, vendedores de hechizos, de amuletos, así como de auténticas sectas satánicas. Expulsado por la puerta, el diablo ha entrado por la ventana. O sea, expulsado por la fe, ha vuelto a entrar con la superstición. Basta echar una mirada a las principales plazas de nuestras ciudades, leer lo letreros en los postes de luz, de teléfono, etcétera, pasear por algunas calles y avenidas, para darnos cuenta del terrible sin sentido y la inseguridad en la vivimos.

El episodio de las tentaciones de Jesús en el desierto, que hemos leído, nos ayuda a aportar un poco de claridad a estos temas. Ante todo, podemos preguntarnos ¿existe el demonio? ¿Usted que piensa? «la mayor astucia del demonio es hacer o hacernos creer que no existe». Tampoco se trata de ver “moros con tranchetes”, ni ver al demonio donde no está. Lo primero que no hemos de olvidar es que poseemos el Espíritu de Dios, por lo tanto, si creemos verdaderamente en Dios, no podemos creer en el demonio, una cosa es que el demonio exista y otra cosa es que creamos en él. Y, si poseemos el Espíritu de Dios, entoces, las posibilidades de influencia del Demonio en nosotros, son mínimas.

La principal prueba de la existencia del demonio en los evangelios no la encontramos en los numerosos episodios de liberación de posesos que realiza Jesús. Recordemos como en la primera parte del ciclo del Tiempo Ordinario, sobre todo el Evangelista Marcos nos hablaba precisamente de muchas liberaciones, pero también de que los demonios se le sometían a Jesús, entonces, en cuanto a la interpretación de estos hechos de liberación pueden haber influido creencias antiguas sobre el origen de ciertas enfermedades.

Jesús tentado en el desierto por el demonio: ésta es la prueba. Prueba son también los muchos santos que han luchado en vida contra el príncipe de las tinieblas. Hombres y mujeres concretos y de psicología sanísima.

Si muchos encuentran absurdo creer en el demonio es porque se basan en libros, pasan la vida en bibliotecas o en el escritorio, mientras que al demonio no le interesa la literatura, sino las personas, especialmente los santos. ¿Qué puede saber sobre satanás quien jamás ha tenido nada que ver con su realidad, sino sólo con su idea, esto es, con las tradiciones culturales, religiosas, etnológicas sobre satanás? Esos tratan habitualmente este tema con gran seguridad y superioridad, liquidando todo como «oscurantismo medieval». Pero se trata de una falsa seguridad. Por otro lado, es del todo normal y coherente que no crea en el diablo quien no cree en Dios. ¡Sería hasta trágico si alguien que no cree en Dios creyera en el diablo!

Lo más importante que tiene que decirnos la fe cristiana no es, en cambio, que el demonio existe, sino que Cristo ha vencido al demonio. Cristo y el demonio no son para los cristianos dos principios iguales y contrarios, como en ciertas religiones dualistas. Jesús es el único Señor; satanás no es sino una criatura que «se perdió». Si se le concede poder sobre los hombres es para que estos tengan la posibilidad de hacer libremente una elección y también para que «no se ensoberbezcan» (2 Co 12,7) creyéndose autosuficientes y sin necesidad de redentor alguno. «Qué locura la del viejo satanás -dice un canto espiritual negro–. Ha disparado para destruir mi alma, pero ha errado el tiro y destruyó en cambio mi pecado».

Jesús hace opciones: Todos pasamos por tentaciones y pruebas. Jesús también fue llevado al desierto. Tiene la opción de escoger entre el pan de sus gustos o la piedra de la voluntad de Dios; entre la búsqueda de su propia gloria, o la fidelidad a la vocación de Dios que le llama a servir a los demás; entre elevar las riquezas a categoría de dioses o poner su seguridad sólo en Dios. Jesús opta por Dios, por su voluntad, por el servicio a la humanidad.

A nosotros también se nos ofrecen opciones básicas en nuestra vida. Podemos escoger la voluntad de Dios y el servicio de los hermanos o podemos escoger nuestros propios intereses, engrandecimiento, comodidad, posesiones o ambiciones. Nuestras creencias, valores, el temple de nuestro espíritu son probados en el jardín de nuestra vida privada o en el desierto de nuestra vida pública, en la casa, en el trabajo, en los negocios, en la vida social, en la actividad política, en el desempeño de nuestro trabajo.

¿Qué decido? Si antepongo mis intereses y necesidades a las de los demás, si lo someto todo a mis propios intereses, si hago trampas en mi trabajo, si descuido al cónyuge y a los hijos, si vivo alejado de Dios, mi vida será muerte espiritual y al mismo tiempo estaré contribuyendo a hacer este mundo menos humano.
          
Si, por el contrario, soy fiel a mis compromisos, si soy honrado en mi trabajo, si respeto y ayudo a mi prójimo, si trabajo por la justicia y la paz, si soy compasivo con el necesitado y en mi interior acudo a Dios en mi oración, si escucho su palabra y acepto su voluntad, entonces estoy optando por Cristo y optar por Cristo es encontrar la liberación. Es además contribuir a crear un mundo más humano, más hospitalario, más lleno de gracia y alegría, más impregnado de la bondad de Dios.

Para la reflexión: ¿Cuáles son mis tentaciones principales cuando pienso que debo ofrecer un servicio a los demás? ¿Qué justificaciones me suelo dar a mí mismo para no dar algo, para reservarme, o para hacer mi gusto antes de ocuparme de las necesidades de los demás?  ¿Cómo me siento cuando hago opciones que, aunque supongan un sacrificio para mí, son de servicio a los demás y están motivadas por el amor?

Con Cristo no tenemos nada que temer. Nada ni nadie puede hacernos daño si nosotros no lo queremos. Satanás -decía un antiguo padre de la Iglesia–, tras la venida de Cristo, es como un perro atado en la era; puede ladrar y abalanzarse cuanto le plazca; si no nos acercamos, no puede morder. ¡Jesús en el desierto se liberó de satanás para liberarnos de satanás! Es la gozosa noticia con la que iniciamos nuestro camino cuaresmal hacia la Pascua.

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