Lectio Divina Viernes Segundo de Adviento. No escuchan ni a Juan ni al Hijo del hombre.

 El Señor vendrá con esplendor a visitar a su pueblo, para traerle la paz y la vida eterna.

Isaías: 48, 17-19   Mateo 11,16-19






LECTIO

 

PRIMERA LECTURA 

Del libro del profeta Isaías: 48, 17-19 

 

Esto dice el Señor, tu redentor, el Dios de Israel: "Yo soy el Señor, tu Dios, el que te instruye en lo que es provechoso, el que te guía por el camino que debes seguir. 

¡Ojalá hubieras obedecido mis mandatos! Sería tu paz como un río y tu justicia, como las olas del mar.
Tu descendencia sería como la arena y como granos de arena, los frutos de tus entrañas. Nunca tu nombre hubiera sido borrado ni arrancado de mi presencia".

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor. 

 

En su anuncio, el Segundo Isaías se concentra en la revelación del Señor como Dios de Israel ofreciendo una especie de “rosario” de los nombres de Dios. Además de “redentor”, aparece aquí el título «Santo de Israel», expresión que cita siete veces (41,14; 43,3.14; 47,4; 48,17; 49,7; 54,5), siempre para definir al Dios de Israel que rescata a su pueblo. La acción salvífica que manifiesta la santidad divina se realiza también en adoctrinar íntimamente el corazón del pueblo, para que pueda seguir el camino de la alianza y para que logre conocer el designio amoroso, salvador, gratuito de Dios con la humanidad, con vistas a su realización creó el mundo (v. 17).

Esta realidad lleva al profeta a hacer una especie de balance de la historia pasada de la alianza, como tiem po en el que la falta de escucha de la Palabra divina y la transgresión de su ley de vida han arrastrado a Israel lejos de la prosperidad de las promesas incluidas en la alianza. Pero ahora Dios da nuevamente su Palabra eficaz para que obedeciéndola produzca efectos profundos y duraderos, llevando a Israel a vivir en la justicia derramada por Dios al pueblo (v. 18), garantizando el cumplimiento de la promesa hecha a los Padres (v. 19: cf. Gn 12,2-3; 22,17).

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 16-19

 

En aquel tiempo, Jesús dijo: "¿Con qué podré comparar a esta gente? Es semejante a los niños que se sientan en las plazas y se vuelven a sus compañeros para gritarles: 'Tocamos la flauta y no han bailado; cantamos canciones tristes y no han llorado'. Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dijeron: 'Tiene un demonio'. Viene el Hijo del hombre, y dicen: 'Ése es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y gente de mal vivir'. Pero la sabiduría de Dios se justifica a sí misma por sus obras".

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El evangelista nos transmite un dicho de Jesús acerca de la radical incapacidad de sus contemporáneos a aceptar la bondad del tiempo presente, porque no están dispuestos a desear nada que sea realmente diverso.

Son como niños que no entran en el juego, que ni saben lamentarse ni divertirse. La parábola presenta dos grupos de niños en conflicto entre ellos, porque el segundo grupo ha perdido interés en el juego, incluso antes de haberlo comenzado (vv. 16-17). La doble reacción de los contemporáneos con el Bautista y con Jesús (v. 18), su mala voluntad manifiesta, les asemeja a los niños caprichosos de la parábola.

En Mateo la sentencia final ofrece una respuesta a esa reacción contrapuesta de los estilos de devoción: el estilo sabio de Dios ha sido reconocido justamente por los que se toman seriamente en consideración su modo de actuar. Jesús es la sabiduría de Dios, la cual se manifiesta en sus obras (v. 19). En definitiva, pretende sacudir las conciencias de sus oyentes para disponerlos a acoger la "hora desconocida de Dios". Sus palabras sobre el Bautista concluyen con una llamada a la comprensión de fe, equivalente a una decisión del proyecto salvífico de Dios, en sintonía con su modo de actuar y de revelarse en la historia.

 

MEDITATIO

 

Reconocer la hora de Dios, el tiempo oportuno, es un signo de sabiduría (cf. Ecl 3,1ss). Como a los contemporáneos de Jesús, también a mí me invita la figura de Juan a hacer sinceras obras de penitencia. Reconocer la hora de Dios es para mí, ante todo, renunciar a atrincherarme en mis diversas escusas, que enmascaran mi desinterés y mi resistencia a la invitación a la conversión que la Palabra de Dios incesantemente me dirige. Las reiteradas admoniciones proféticas me exhortan a caminar por la justicia y por la fe operativa y sincera.

Pero la hora de Dios no es sólo la de la penitencia y cambio de vida, es también la del gozo que nos trae el evangelio de Jesús. El gozo evangélico nacerá en mí al reconocer que él no se avergonzó de ser llamado «amigo de publicanos y pecadores». El perdón que me anuncia no se reduce a una mera palabra o una noticia genérica de Dios en mis confrontaciones, sino que es acontecimiento desconcertante de venir a celebrar una fiesta conmigo que soy pecador. No se trata de una fiesta que puedo dejar para mañana (como quisieran los niños caprichosos de la parábola evangélica); ¡para mí es hoy!

 

ORATIO

 

Señor, tu Palabra me hace hoy pensar y reflexionar sobre mí mismo. Sé que hay un tiempo para cada cosa bajo el sol: tiempo de llorar y tiempo de bailar. Pero descubro que, con frecuencia, soy poco sabio, distraído e incapaz de reconocer tu hora en mi vida. Querría hacer

todo a mi estilo, decidir los tiempos a mi gusto, y por desgracia me debo reconocer entre los niños caprichosos que no han entrado en el juego. Temo llegar a ser yo también víctima de una terca obstinación que me impida juzgar rectamente.

Te ruego, pues, que no dejes de dirigir tu Palabra a mi corazón obstinado y duro, así podré comprender tu designio sobre mí y lograr la verdadera sabiduría. Repréndeme, incluso con dureza, cuando quieras que escuche los llamamientos del Bautista a la penitencia y a la conversión. Ayúdame a saber reconocer que éste es el tiempo de tu gracia, porque eres: «El Señor mi Dios que me enseña para mi bien y me guía por el camino que debo seguir».

 

CONTEMPLATIO

 

El alma que ha perdido la paz debe arrepentirse, y el Señor le perdonará los pecados, y entonces encontrará el gozo y la paz. ¿Qué más debemos esperar? ¿Pedir que alguien cante músicas celestiales? En el cielo todo vive por obra del Espíritu Santo y a nosotros en la tierra se nos ha dado el mismo Espíritu Santo, y si lo conservamos, se nos liberará de toda tiniebla y permanecerá en nosotros la vida eterna.

El Señor ama al hombre y se le manifiesta como le place. Y el alma, cuando ve al Señor, se regocija humildemente de la misericordia de Dios. Para conocer al Señor, no se necesita ser rico o sabio, sino obediente, sobrio, tener un espíritu humilde y amar al prójimo. El Señor amará a esa alma, y él mismo se le manifestará y enseñará el amor divino y la humildad, y le dará todo lo necesario para encontrar reposo en Dios (Archimandrita Sofronio, San Silouan el Athonita, Madrid 1996).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Yo soy el Señor tu Dios, te enseño para tu bien» (Is 48,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Soy un traidor, si tú no me ayudas, Jesús mío misericordioso.

Tú me conoces, Señor; no te fies de tu siervo: porque si tú no lo guardas, huirá, engañado por otro: una bestia dorada será su dios, pero si tu le ayudas, Señor, si no le privas de la luz de tu rostro dorable, si además él no huye de tu mirada, temerá y temblará y se quedará contigo.

Jesús, sobre mi cabeza está la impronta de tu sangre y, si el mundo intenta encantarme, esa sangre resplandezca a lo lejos y el mundo se apartará, sin haber extendido su mano (G. Gezelle, en A. Mor - J. Weisgerber, Le letterature del Belgio, Milán 1968).

 

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