LECTIO DIVINA DÉCIMO CUARTO VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO.

 LECTIO DIVINA DÉCIMO CUARTO VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO. 

El que persevere hasta el fin, se salvará.

Génesis 46,1-7. 28- 30. Mateo 10,16-23

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del Génesis 46,1-7. 28- 30

 

En aquellos días, partió Jacob con todas sus pertenencias y llegó a Bersebá, donde hizo sacrificios al Dios de su padre Isaac. Por la noche, Dios se le apareció y le dijo: "¡Jacob, Jacob!". Él respondió: "Aquí estoy". El Señor le dijo: "Yo soy Dios, el Dios de tu padre. No tengas miedo de ir a Egipto, porque ahí te convertiré en un gran pueblo. Yo iré contigo allá, José te cerrará los ojos y después de muerto, yo mismo te haré volver aquí". 

Al partir de Bersebá, los hijos de Jacob hicieron subir a su padre, a sus pequeños y a sus mujeres en las carretas que había mandado el faraón para transportarlos. Tomaron el ganado y cuanto habían adquirido en la tierra de Canaán y se fueron a Egipto, Jacob y todos sus descendientes, sus hijos y nietos, sus hijas y nietas. Jacob mandó a Judá por delante para que le avisara a José y le preparara un sitio en la región de Gosén. Cuando ya estaban por llegar, José enganchó su carroza y se fue a Gosén para recibir a su padre. Apenas lo vio, corrió a su encuentro y, abrazándolo largamente, se puso a llorar. Jacob le dijo a José: "Ya puedo morir tranquilo, pues te he vuelto a ver y vives todavía". 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Los elementos que caracterizan este fragmento (llegada de Jacob a Berseba, ofrenda del sacrificio, oráculo divino, salida de Berseba) recuperan las historias patriarcales y lo asocian a ellas. El itinerario de Jacob, conectado con el de Abrahán, se convierte en otra etapa decisiva de la historia de salvación de Israel. Si Abrahán salió de Ur para llegar a la tierra de Canaán, ahora es Jacob quien sale de la tierra de Canaán y se dirige a Egipto, acompañado, como Abrahán, por la promesa: «allí haré de ti un gran pueblo» (v. 3). Se trata de un camino que espera su consumación en el retorno a la tierra de Canaán. El libro del Éxodo abrirá esta nueva etapa. 

La importancia de esta última está subrayada por el hecho de que Jacob, a diferencia de lo que ocurría en el capítulo 28, «conoce» a su interlocutor (v. 3: «Yo soy Dios, el Dios de tu padre»), recibe una revelación que enmarca su acontecer en la historia que Dios ha preparado para su pueblo (cf. la revelación a Moisés). Una historia que él custodia y dirige: «No temas [...]. Yo bajaré contigo a Egipto y yo te haré subir de allí» (vv. 3ss). La esperanza, en su continua presencia incluso en tierra extranjera, es lo que da sentido a un itinerario que, de otro modo, sería incomprensible, puesto que aleja a Jacob para siempre de la tierra de la promesa, ya que para él ya no habrá retorno (v. 4: «José te cerrará los ojos»). En Jacob está descrita la parábola de todo creyente que, siguiendo la Palabra que Dios le ha dirigido, se deja conducir allí donde Dios quiera llevarle, al encuentro con un hijo, siempre deseado, que se encontrará solo en el abandono a la voluntad divina: «Israel dijo a José: Ahora ya puedo morir, porque te he visto y estás vivo» (v. 30).

 

+EVANGELIO 

según san Mateo 10,16-23

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: "Yo los envío como ovejas entre lobos. Sean, pues, precavidos como las serpientes y sencillos como las palomas. 

Cuídense de la gente, porque los llevarán a los tribunales, los azotarán en las sinagogas, los llevarán ante gobernadores y reyes por mi causa; así darán testimonio de mí ante ellos y ante los paganos. Pero, cuando los entreguen, no se preocupen por lo que van a decir o por la forma de decirlo, porque en ese momento se les inspirará lo que han de decir. Pues no serán ustedes los que hablen, sino el Espíritu de su Padre el que hablará por ustedes. El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre a su hijo; los hijos se levantarán contra sus padres y los matarán; todos los odiarán a ustedes por mi causa, pero el que persevere hasta el fin, se salvará.

Cuando los persigan en una ciudad, huyan a otra. Yo les aseguro que no alcanzarán a recorrer todas las ciudades de Israel, antes de que venga el Hijo del hombre". 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a tí, Señor Jesús.

 

Este fragmento, con la recuperación del verbo de la misión (apostéllein) en el v. 16, prolonga el discurso dirigido a los discípulos enviados, anunciando la hostilidad y la persecución a los enviados como algo inevitable y necesario para la misión. Mateo había señalado ya en otros textos la situación de persecución en la que tendrían que vivir los enviados (cf. Mt 5,11ss). Y de una manera coherente subraya constantemente que la respuesta del discípulo a la prueba es la fidelidad y la perseverancia. Una respuesta que encuentra su razón y su posibilidad en las palabras dichas por el Maestro: ellas son la única referencia autorizada y la única clave de lectura para seguir siendo fieles en el tiempo de la prueba. 

Esas palabras recuerdan al discípulo la «sabia simplicidad» que debe caracterizarle en el tiempo de la perseverancia. Discreción y simplicidad, coherencia y realismo perspicaz configuran el estilo del discípulo enviado al mundo, siguiendo el ejemplo del Maestro. En este contexto se explica la invitación a la huida de las ciudades que no reciban a los enviados (v. 23); la persecución que obliga a los discípulos evangelizadores a dejar una ciudad bajo el apremio de la persecución se vuelve ocasión para proseguir la misión evangelizadora en la espera de la venida definitiva del Hijo del hombre, el único a quien corresponde el juicio final: «Les aseguro que no recorrerán todas las ciudades de Israel antes de que venga el Hijo del hombre» (v. 23). De este modo, queda motivada la perseverancia de los discípulos y subrayada la urgencia de su obra misionera. 

Así, de modo paradójico, la conflictividad violenta y la persecución, manifiestan el estatuto del discípulo que, en su acontecer, comparte el destino histórico de su Señor, La cruz marca la historia del discípulo, la condición del Crucificado marca la vida del evangelizador. Ahora bien, para la actividad evangelizadora tenemos también la promesa del Espíritu del Padre (v. 20), de suerte que el enviado participa a través de su testimonio en el estado del Resucitado. La misión viene a situarse en el horizonte de la esperanza y se comprende la razón de que al discípulo que persevere se le prometa la salvación (v. 22).

 

 

MEDITATIO

La gracia de la llamada a compartir la misión del Hijo configura a aquel que, despojándose de su naturaleza divina, se hizo hombre y vivió entre los hombres como siervo (Flp 2,7), viviendo entre los suyos «como el que sirve» (Lc 22,27). Esta conformidad con Cristo «siervo» la otorga el Espíritu, que permite al discípulo unir, en una existencia renovada, el obrar y el ser, y en virtud de ello unificar el amor a Dios y al prójimo en el servicio prestado según la verdad (cf. Mt 9,13). La misión y la kenosis se reclaman recíprocamente, revelando, con la humillación de Dios en Cristo, el signo histórico del servicio del discípulo, que prosigue en el tiempo la acción salvífica de su Señor en cada hombre. 

En consecuencia, en Cristo, tanto la vida como la misión del discípulo están situadas bajo el signo de la cruz gloriosa: «Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba; no volví la cara ante los insultos y salivazos. El Señor me ayuda, por eso soportaba los ultrajes, por eso endurecí mi rostro como el pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado» (Is 50,6ss). Hasta en el momento del abandono y el fracaso, del miedo que nos lleva a mirar atrás, a dirigir la mirada hacia el pasado, en el que pensamos encontrar protección, confía el discípulo su propia historia a la memoria de una Palabra consoladora: «Soy yo en persona quien os consuela. ¿Por qué has de temer a un ser mortal, a un hombre que pasa como la hierba? ¿Olvidarás al Señor, tu creador, que desplegó el cielo y cimentó la tierra?» (Is 51,12ss). El anuncio del Evangelio queda sustraído de esta manera a los criterios de evaluación mundanos y es entregado, definitivamente, al discernimiento de la Palabra del Señor: «Hermanos, no actúen como niños en su manera de juzgar; tengan la inocencia del niño en lo que se refiere al mal, pero sean adultos en sus criterios» (1 Cor 14,20).

 

ORATIO

 

Condúceme tú, luz amable, conduceme en la oscuridad que me estrecha. La noche es oscura, la casa está lejos; condúceme tú, luz amable. Guía tú mis pasos, luz amable. No pido ver muy lejos; me basta con un paso, sólo con el primer paso. Conduceme adelante, luz amable. No siempre fue así, no te recé para que tú me guiaras y me condujeras. Quise ver por mí mismo mi camino, y ahora eres tú quien me guía, luz amable. Yo quería certezas; olvida aquellos días, para que tu amor no me abandone; hasta que pase la noche tu me guiarás con seguridad a ti, luz amable (J. H. Newman, Lead, kindly ligth).

 

CONTEMPLATIO

 

El Señor Jesus preanuncia que habrían de ser muchos los que se ensañarían contra los apóstoles con un furor insensato cuando dice que los envía «como ovejas en medio de lobos». Les recomienda que sean «sencillos como las palomas y prudentes como las serpientes». La sencillez de las palomas es evidente. Sin embargo, es preciso examinar qué es la prudencia de la serpiente. Yo no sé si hay algo de prudente o de sensato en ellas, a pesar de que algunos autores nos hayan transmitido a este respecto que, cuando comprenden que han caído en manos de los hombres, apartan de todos los modos posibles su cabeza de los golpes, o bien escondiéndola en el cuerpo enrollado en espiral, o bien hundiéndola en un hueco y abandonando la otra parte del cuerpo a la matanza. Así también nosotros, siguiendo este ejemplo, debemos esconder, en caso de persecución, nuestra cabeza, que es Cristo, para defender, exponiéndonos a todas las torturas, con el sacrificio de nuestro cuerpo, la fe que hemos recibido de Cristo [...] 

Seremos conducidos además ante los jueces y ante los reyes de la tierra con el propósito de arrancar nuestro silencio o nuestra complicidad, Seremos, en efecto, testigos para ellos y para los paganos. Con nuestro testimonio debemos arrebatar a los perseguidores la excusa de la ignorancia de la divinidad, y, en cambio, debemos abrir a los paganos el camino de la fe en Cristo, predicado por las confesiones de los mártires, que perseveraron entre los suplicios de los que les torturaban. Por eso nos advierte Cristo que es preciso que nos armemos de la prudencia de la serpiente (Hilario de Poitiers, Commentario a Matteo, Roma 1988, pp. 122ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Cuando venga el Espíritu de la verdad, los iluminará para que puedan entender la verdad completa y les recordará todo lo que les he dicho» (Jn 16,13; 14,26).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Para los monjes, Jesucristo es el modelo de la humanidad por excelencia. El hecho de soportar los sufrimientos, los insultos, las acusaciones, la humillación por amor a Cristo -se trata del contenido de una de las bienaventuranza (Mt 5,10-12 - es un ideal luminoso para quien vive en el desierto; es expresión de humildad. Ahora bien, lo que proyecta su sombra de un modo impresionante a lo largo de toda la literatura de los apotegmas es el ejemplo de humildad que Cristo ofrece personalmente, su kenosis, su vaciarse de sí mismo (Flp. 2). Los padres del desierto intentaron seguir a Cristo recorriendo su camino de humildad, compartiendo sus sufrimientos, pagando su deuda de amor a quien sufrió por ellos. Este aspecto de la vida de Cristo es, de modo evidente, uno de los rasgos más conmovedores y marcados de los monjes del desierto. Sus dichos reflejan el empeño inagotable puesto por ellos para realizar su sentido en su propia vida. De este modo, esperaban llevar a Cristo a la vida del desierto. 

Para el padre Poemen, el objetivo de la vida del monje en el desierto sólo se puede entender, en su totalidad, en referencia a las bienaventuranzas. «¿Acaso no hemos venido a este lugar para la fatiga (cf. Mt 5,10ss)?», se pregunta el anciano. De modo análogo, el padre Pafnuncio le indicó el camino de la humildad trazado por las bienaventuranzas a un hermano que le pidió una palabra: «Ve y ama las tribulaciones más que la quietud, el desprecio más que la alegría, dar más que recibir» (D. BurtonChristie, La Parola nel deserto, Magnano 1998, pp. 350ss).

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