LECTIO DIVINA DÉCIMO SEXTO MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA DÉCIMO SEXTO MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO 

Mi fuerza y mi canto es el Señor; él me ha salvado

Éxodo: 14,21-15,1. Mateo: 12, 46-50


 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA 

Del libro del Éxodo: 14,21-15,1

 

En aquellos días, Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo soplar durante toda la noche un fuerte viento del este, que secó el mar, y dividió las aguas. Los israelitas entraron en el mar y no se mojaban, mientras las aguas formaban una muralla a su derecha y a su izquierda. Los egipcios se lanzaron en su persecución y toda la caballería del faraón, sus carros y jinetes, entraron tras ellos en el mar. 

Hacia el amanecer, el Señor miró desde la columna de fuego y humo al ejército de los egipcios y sembró entre ellos el pánico. Trabó las ruedas de sus carros, de suerte que no avanzaban sino pesadamente. Dijeron entonces los egipcios: “Huyamos de Israel, porque el Señor lucha en su favor contra Egipto”. 

Entonces el Señor le dijo a Moisés: “Extiende tu mano sobre el mar, para que vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes”. Y extendió Moisés su mano sobre el mar, y al amanecer, las aguas volvieron a su sitio, de suerte que al huir los egipcios se encontraron con ellas, y el Señor los derribó en medio del mar. Volvieron las aguas y cubrieron los carros, a los jinetes y a todo el ejército delfaraón, que se había metido en el mar para perseguir a Israel. Ni uno solo se salvó. 

Pero los hijos de Israel caminaban por lo seco en medio del mar. Las aguas les hacían muralla a derecha e izquierda. Aquel día salvó el Señor a Israel de las manos de Egipto. Israel vio a los egipcios muertos en la orilla del mar. Israel vio la mano fuerte del Señor sobre los egipcios, y el pueblo temió al Señor y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo. Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron este cántico al Señor: 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

El acontecimiento de la travesía del mar Rojo, magníficamente descrito por el autor con acentos poéticos y gloriosos, marca uno de los momentos culminantes de la historia y de la teología de Israel. Forzosamente debía ser así, tratándose de una experiencia que nunca se ha borrado de la memoria del pueblo judío. 

Los israelitas se veían perdidos, acosados por el faraón y su ejército. Frente a ellos tenían el mar; no había, por consiguiente, escapatoria. Y precisamente en esa situación desesperada desde el punto de vista humano es donde se hace sentir la mano omnipotente de Dios, su fuerza, su intervención oportuna y grandiosa: los vencedores son vencidos; los condenados a muerte quedan libres; el terror se convierte en maravilla y exultación. Es cierto que este hecho, histórico y concreto, ha sido adornado después con elementos de epopeya, cual acontecimiento prodigioso, con una acción divina también llamativa. La teología, la poesía, la sabiduría y los mismos historiadores de Israel han descrito el paso del mar con acentos entusiastas para hacer resaltar la acción de Dios y para fijar de una manera indeleble en la mente del pueblo el hecho de su salvación. 

El acontecimiento, aunque ciertamente tuvo lugar, sucedió sin duda de una manera mucho más sencilla, y se vio ayudado por elementos naturales (los lagos amargos, poco profundos; la fuerza del viento, que pudo desplazar, como sigue sucediendo todavía hoy, parte de las aguas de los lagos). Sin embargo, los judíos supieron ver en aquellas circunstancias una intervención providencial de Dios, que les salvó de una muerte segura. Las frases «así salvó el Señor aquel día a Israel del poder de los egipcios» (v. 30) e «Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios» (v. 31), se convertirán en un acto de fe fundamental para el creyente israelita.

 

+ EVANGELIO.

Del santo Evangelio según san Mateo: 12, 46-50

 

En aquel tiempo, Jesús estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”. 

Pero él respondió al que se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y señalando con la mano a sus discípulos, dijo: “Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntadde mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Jesús había iniciado hacía ya tiempo su actividad pública y mesiánica: se encontraba en un estadio más allá del círculo familiar, que podía limitar o condicionar su obra. Ni siquiera le acompañaba su madre. Jesús no había renegado de los suyos; se trataba simplemente de que fuera de su ambiente se podía sentir -y ser- totalmente libre. Los vínculos naturales de la familia o de la amistad pertenecen ya a un plano subordinado: son relativos, secundarios. En este sentido debemos comprender las palabras de Jesús (vv. 48-50), de ninguna manera ofensivas respecto a su madre o a sus parientes. Jesús sitúa las cosas y las personas en la perspectiva de Dios y de sus designios.  

Marcos se fija en el detalle de la mirada de Jesús posada sobre sus discípulos en el momento de hablar de su nueva familia. Es cosa sabida que el evangelista Mateo muestra preferencia por el tema del discipulado, y por eso, al subrayar el gesto de la mano de Jesús, dice cuál es la verdadera familia de Jesús: no ya la de la carne y la de la sangre, sino la formada según el Espíritu, que hace semejantes los corazones, que abre a la escucha de la Palabra, a la renuncia a nosotros mismos, a la fidelidad de un seguimiento de Jesús absoluto y gozoso, comparable a la alegría del mercader de perlas preciosas que adquiere una de gran valor. 

Jesús mismo es el primero en observar la renuncia que impone a sus seguidores -renuncia a los sentimientos más naturales, a las tendencias más fuertes, a los impulsos más legítimos- cuando ese sacrificio sirva para la difusión del Reino.

 

MEDITATIO

 

La Palabra de Dios adquiere novedades sorprendentes cada vez que la leemos. Dice san Gregorio Magno: «Scriptura crescit cum legente» (la Escritura crece junto con el que la lee), es decir, va profundizando en la medida en que el lector profundiza en la fe, crece en la medida en que crece su vida cristiana. Una cosa leída en un determinado estadio de vida espiritual vuelve a tener mayor profundidad y más sentido cuando la leemos en un estadio más elevado. 

La Palabra de Dios nos presenta hoy dos páginas importantes: en una se nos muestra el maravilloso obrar de Dios; en la otra, la verdadera familia de Jesús. Sólo un Dios que tenga un poder infinito puede cambiar las relaciones humanas de la vida y de la familia, y puede exigir que los vínculos familiares sean diferentes a los brindados por la naturaleza y por la sociedad. Y cambia precisamente estas relaciones sólo cuando alguien ha comprendido y ha experimentado su salvación, esto es, cuando el hombre se siente sumergido en la esfera de Dios, de la acción de su amor. Entonces puede comprender la nueva relación que existe entre él mismo y Dios, entre él mismo y Cristo, entre él y los otros, a los que considera como «sus hermanos».  

El apóstol Pablo nos recuerda: sois «conciudadanos dentro del pueblo de Dios, sois familia de Dios» (Ef 2,19). Como todas las obras de Dios, también la familia espiritual, a pesar de su aparente extrañeza, posee una riqueza inconmensurable. Nos hace salir de un ámbito pequeño y restringido, para abrirnos a unos horizontes ilimitados de vínculos y de relaciones. En vez de dos, cuatro, seis hermanos y hermanas, lo propio del corazón cristiano es decir: todoslos hombres y todas las mujeres del mundo son mis hermanos y mis hermanas, a los que amo, por los que rezo, a los que confío cada día al Señor a fin de que les bendiga. Intento mantener con todos relaciones de respeto, de amistad, de paz, de apertura.

 

ORATIO

 

Tú me hablas de tu nueva familia, oh Señor, y yo sigo bien apegado a los vínculos de la carne y de la sangre, en el pequeño círculo de los míos. Es cierto que tú quieres también este afecto -es una ley inscrita en nuestra naturaleza-, pero tu invitación nos impulsa a ir más allá de estos límites humanos, aunque sean sagrados e intocables. Haz que tu Espíritu me introduzca en el corazón de esta familia divina, que es la familia de la fe. Concédeme un corazón grande, capaz de amar, de amar a todos y siempre, de perdonar, de no restringir nunca los amplísimos horizontes que tú me ofreces para que mi vida se vuelva generosa y magnánima. 

Sólo cuando pertenezca a ti y a tu familia seré capaz de ver las grandes obras que tú has realizado, como el éxodo de Egipto -tu salvación y tu liberación-. Sólo cuando pertenezca a ti podrá palpitar mi corazón al ritmo del tuyo y podrá sentir, precisamente entonces, las llamadas a la universalidad, al amor total, al desprendimiento por el Reino de Dios, a la opción por el Evangelio y por cuanto Jesús nos ha enseñado. Señor, que has querido hacerte como nosotros a fin de que nosotros lleguemos a ser como tú, concédeme unos ojos claros para verte, un corazón abierto para acogerte, unas manos diligentes para servirte, una voz convencida para anunciarte, unos pies ligeros para llevarte a donde quieras.

 

CONTEMPLATIO

 

En el Antiguo Testamento, el pueblo fue liberado de Egipto; en el Nuevo, ha sido liberado del diablo. En el primero, los judíos fueron perseguidos por los perseguidores egipcios; en el segundo, el pueblo cristiano es perseguido por sus mismos pecados y por el diablo, príncipe de los pecadores. Pero así como los judíos fueron perseguidos hasta el mar, así también los cristianos son perseguidos hasta el bautismo. Los judíos salieron de Egipto y después del mar Rojo vagaron por el desierto; así también los cristianos, tras el bautismo, no están aún en la tierra prometida, sino que viven en la esperanza. 

El desierto es el mundo, y el que es cristiano de verdad, después del bautismo, vive en el desierto, si ha comprendido bien lo que ha recibido. Si el bautismo no consiste para él solamente en unos cuantos signos externos, sino que produce efectos espirituales en su corazón, comprenderá adecuadamente que este mundo es para él un desierto, comprenderá que vive en peregrinación, que espera la patria. La espera durante días y días y vive en la esperanza. Esta paciencia en medio del desierto es signo de esperanza. Si se considera ya en la patria, no llega a ella. Para no quedarse en el camino, ha de esperar la patria, desearla, sin salirse del camino. Y es que están las tentaciones. Y así como en el desierto se presentaron las tentaciones, así se presentan también después del bautismo. 

Cuando el cristiano, después del bautismo, haya empezado a recorrer el camino de su corazón con la esperanza de las promesas de Dios, no debe cambiar de camino. Llegan las tentaciones que sugieren otras cosas -los placeres de este mundo, otro modo de dirigir nuestra vida- para desviarnos a cada uno de nosotros del propio camino y alejarnos del que nos había sido propuesto. Si superas estos deseos, estas sugerencias, los enemigos quedarán derrotados en el camino y el pueblo llegará a la patria (Agustín de Hipona, Sermones sobre el Antiguo Testamento, IV, 9).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Mi fuerza y mi canto es el Señor; él me ha salvado» (Ex 15,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

«Lo primero que hace falta es salir de Egipto...» El Antiguo Testamento nos muestra el esbozo de las grandes obras de Dios, el Nuevo nos anuncia la consumación de las mismas, la Iglesia nos presenta su repercusión actual. Una de las más importantes de estas obras de Dios es el éxodo. Es propiamente un misterio de salvación. Sin embargo, no es más que un aspecto de la Pascua. Y es que la Pascua encierra en sí todo el misterio cristiano; es creación y liberación, expiación y purificación. El Cántico del Éxodo no exalta más que un aspecto particular del misterio cristiano: el de la liberación del pueblo de Dios, cautivo de las fuerzas del mal. Este misterio del Dios liberador de los cautivos resurge en todos los ámbitos de la historia de la salvación como un sonido que resuena en ecos cada vez más profundos. Fue, a orillas del mar Rojo, la liberación para lsrael, perseguido por los jinetes de Egipto, fue, al borde de las aguas profundas de la muerte, liberación para Jesús, cautivo del Principe de este mundo, fue, al borde de los aguas bautismales, liberación para los paganos, cautivos de los potencias de la idolatria (...). Y ya en la otra orilla, tras haber escapado milagrosamente de la persecución del enemigo, el pueblo de los rescatados entona el cántico triunfal. 

El pueblo de Israel, guiado por la columna de nube, escapaba de la tiranía egipcia. El faraón y sus carros se pusieron a perseguirlo. El pueblo llegó al mar. El camino estaba cortado. Israel estaba abocado a su aniquilación o a una nueva servidumbre. Se encontraba como un ejército acorralado contra la orilla del mar y a punto de ser destruído o capturado. Es preciso subrayar este corácter desesperado de la situación, pues es el que da todo su sentido al episodio. En efecto, fue entonces, cuando se encontraban en la impotencia absoluta para salvarse a sí mismos, cuando el poder de Dios llevó a cabo lo que era imposible para el hombre: «Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor, por medio de un recio viento del este, empujó al mar, dejándolo seco y partiendo en dos las aguas. Los israelitas entraron en medio del mar como en tierra seca, mientras las aguas formaban una especie de muralla a ambos lados. Los egipcios se lanzaron en su persecución; toda la caballeria del faraón, sus carros y caballeros, entraron tras ellos en medio del mar. Moisés extendió su mano sobre el mar, y al amanecer volvió el mar a su estado normal. Los egipcios toparon con él en su huida, y así los arrojó el Señor en medio del mar. Las aguas, al juntarse, anegaron carros y caballos y a todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar en persecución de los israelitas. No escapó ni uno solo» (Ex 14,21-30). Esta acción de Dios, liberando a su pueblo de una situación desesperada, permanecerá como el mayor recuerdo de la historia de Israel a través de los siglos (J. Daniélou, Essai sur le mystère de l'histoire, E. du Seuil, Paris 1953, pp. 202-203 [edición española: El misterio de la historia, Dinor, Pamplona 1957]).

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