LECTIO DIVINA XXII JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA XXII JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO

Puesto que tú lo dices, echaré las redes

Colosenses 1, 9-14. Lucas 5, 1-11

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Nos ha liberado del poder de las tinieblas, y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado.

De la carta del apóstol san Pablo a los colosenses 1, 9-14

 

Hermanos: Desde que recibimos noticias de ustedes, no hemos dejado de pedir incesantemente a Dios que los haga llegar a conocer con plenitud su voluntad, por medio de la perfecta sabiduría y del conocimiento espiritual. Así ustedes vivirán según el Señor se merece, le agradarán en todo, darán fruto con toda clase de buenas obras y crecerán en el conocimiento de Dios. Fortalecidos en todo aspecto por el poder que irradia de él, podrán resistir y perseverar en todo con alegría y constancia, y dar gracias a Dios Padre, el cual nos ha hecho capaces de participar en la herencia de su pueblo santo, en el reino de la luz. Él nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es, el perdón de los pecados. 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor.

 

 

Pablo continúa dirigiéndose a los colosenses en tono de oración, que desembocará después en el himno cristológico de los vv. 15-20. Ahora, sin embargo, pide para la comunidad el don de un profundo conocimiento de la voluntad de Dios, un conocimiento espiritual. El lenguaje puede parecer, a primera vista, ambiguo, puesto que invoca voluntariamente la idea gnóstica de una ciencia superior, capaz de escrutar las profundidades del misterio. Sin embargo, a continuación Pablo especifica mejor de qué conocimiento se trata, caracterizándolo definitivamente en sentido cristiano: caminar de manera digna del Señor, agradarle en todo, dar frutos de obras buenas, ser fuertes y pacientes... son acciones que indican un itinerario de conversión. Éste requiere la adhesión de la voluntad del hombre, su compromiso para perseverar en el bien, realizando las obras agradables a Dios, las obras del Evangelio. 

Ésta es la verdadera epígnosis, la verdadera «ciencia superior» que nos pone en condiciones de participar en la vida divina. Debemos señalar que en el Antiguo Testamento aparece el mismo vocabulario (santos, luz, tinieblas...) en un conocido pasaje del libro de la Sabiduría que reconstruye la salida de Egipto (Sab 17–18). No sólo se contraponen aquí dos tipos de conocimiento de lo sobrenatural -el egipcio de la magia y el israelita de la revelación (Sab 17,7ss)-, sino que se emplea sobre todo el lenguaje de la liberación, que en el paso lingüístico del hebreo al griego, equivale a «redención», entendida ésta como rescate de la esclavitud.

El cristiano no está simplemente llamado a la adquisición de un saber, sino a la entrada en un nuevo éxodo que establece la pertenencia al pueblo de Dios. A ello se refiere el «compartir la herencia de los creyentes en la luz» (v. 12), la luz de la columna de fuego, que es Cristo resucitado (cf. Sab 18,1), que nos libera de una vez por todas de la esclavitud del pecado y de la muerte.

 

EVANGELIO

Dejándolo todo, lo siguieron.

Del santo Evangelio según san Lucas 5, 1-11

 

En aquel tiempo, Jesús estaba a orillas del lago de Genesaret y la gente se agolpaba en torno suyo para oír la palabra de Dios. Jesús vio dos barcas que estaban junto a la orilla. Los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió Jesús a una de las barcas, la de Simón, le pidió que la alejara un poco de tierra, y sentado en la barca, enseñaba a la multitud. 

Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: "Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar". Simón replicó: "Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero, confiado en tu palabra echaré las redes". Así lo hizo y cogieron tal cantidad de pescados, que las redes se rompían. Entonces hicieron señas a sus compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a ayudarlos. Vinieron ellos y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. 

Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!" Porque tanto él como sus compañeros estaban llenos de asombro, al ver la pesca que habían conseguido. Lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. 

Entonces Jesús le dijo a Simón: "No temas; desde ahora serás pescador de hombres". Luego llevaron las barcas a tierra, y dejándolo todo, lo siguieron. 

 

Palabra del Señor.

R/. Gloria a ti, Señor Jesús

 

El cuadro representado por Lucas tiene una extraordinaria eficacia narrativa y es expresión de una experiencia de fe común, la del encuentro con Cristo y su exigente propuesta que interpela nuestra vida. En el relato salen a escena diversos personajes, la misma comunidad, pero, al mismo tiempo, todo se concentra en la respuesta de uno solo: Pedro, la roca, el primero entre los hermanos, aunque también el modelo en el bien y en el mal, en los impulsos y en los miedos, typos para todo discípulo de Jesús. 

El drama está basado en la contraposición entre la experiencia marinera del viejo pescador (viejo en experiencia) y la palabra del joven maestro que viene de las colinas de Galilea, una oposición aplastante a primera vista: experiencia y palabra, años de duro trabajo y visiones esperanzadoras. No hay que dar por descontado el desenlace del relato, a fin de captar este momento inical en toda su fuerza de contradicción. No parece haber espacio en la vida de Pedro y sus compañeros para la palabra de un joven rabí, especialmente cuando se trata de cosas del mar «Hemos estado toda la noche faeneando sin pescar nada» (.5), recuerda el peso de una larga noche de trabajo, la amargura de las redes vacías, años de alimento arrancado con fatigoso trabajo al mar. 

De manera inesperada, se abre una brecha, surge el espacio de la duda en el corazón de Pedro: «¿...y si tuviera razón?». Y en este espacio se insinúa la fe que cambiará para siempre su vida. Contra toda previsión razonable, las redes se llenan, casi se rompen, las barcas se hunden bajo el peso de la pesca milagrosa, la alegría rebosa en los corazones. Reconocerse pecador significa admitir aquí los propios límites, poner en tela de juicio las propias certezas, restituir el primado a Dios, que se ha hecho próximo en la persona de Jesús. El relato concluye con el otorgamiento del encargo por parte del Señor y la respuesta de Simón y sus compañeros: una respuesta pronta, generosa, absoluta («dejaron todo...»: v. 11), sin condiciones, como lo fue la acción salvífica de Dios en sus vidas.

 

MEDITATIO

 

Cuando el hombre vacila en sus convicciones más firmes, se crea la ocasión para la conversión. En el espacio que deja libre el hombre, en este silencio de su experiencia -limitada por lo demás-, puede actuar Dios, su señorío está en condiciones de manifestarse. En un momento cambia todo, y ya nada será como antes. Frente a la manifestación de la omnipotencia del Señor, Pedro reconoce su propia impotencia; la acción de Jesús va dirigida a colmar sus más profundas expectativas, toca la humanidad de Pedro en lo íntimo de su experiencia. 

Arrodillándose ante Jesús, Pedro se rinde a la mirada de Dios, se quita la máscara, abandona sus propias certezas para dejar espacio a lo imprevisto de Dios, que invade su vida. «Desde ahora...» (Lc 5,10b) es la sentencia que decreta este nuevo comienzo: verdadera conversión, pequeño éxodo que llena de un nuevo significado las acciones habituales. «Pescadores de hombres»: Pedro y sus compañeros están llamados a partir otra vez exactamente desde donde han dejado abandonadas las redes, aunque solamente sea por un instante, desde su experiencia del mar, que a partir de ahora mirarán con unos ojos nuevos, los ojos iluminados por la fe en el Señor Jesús. 

La noche de su pesca sin éxito, de su trabajo inútil, se ha transformado en el día de la abundancia de Dios, en el día en que saborean los bienes que Dios mismo ha preparado para nosotros desde la eternidad. Por otro lado, seguir siendo pescadores significa proseguir la propia experiencia en el espacio y en el tiempo, en la cultura y en la sociedad por las que estamos marcados y encarnar precisamente en este camino la Palabra que salva.

 

ORATIO

 

Dios, Padre nuestro, en un tiempo enviaste la columna de fuego para iluminar el camino de tu pueblo, que salía de la esclavitud del faraón. Hoy, aquí, para nosotros, hay mucho más que una nube luminosa. 

Para nosotros está tu Hijo, Jesús, revelación de tu sabiduría, manifestación de tu vida divina. Para nosotros, en cada línea del Evangelio, está su Palabra, que nos llama a conversión; en los sacramentos, su presencia eficaz, en el ministerio pastoral de la Iglesia, su sabia enseñanza. Todo esto es luz que nos arranca de la oscuridad de nuestras certezas, que nos permite ir más allá del fracaso de nuestra experiencia. 

«Hemos estado toda la noche faenando sin pescar nada» es la evidencia de nuestra naturaleza mortal, de la que tú nos liberas: «Hazte a la mar... no te encierres en tu pequeño mundo, ve más allá de tu breve experiencia, que aunque fuera la de toda la humanidad no serviría para nada. Existe otra evidencia más clara, la única que necesitas, la de mi Palabra».

 

CONTEMPLATIO

 

A ti sólo amo, a ti sólo sigo, a ti sólo busco, y estoy dispuesto a estar sometido sólo a ti, puesto que sólo tú ejerces con justicia el dominio, y yo deseo ser según lo que tú dispones. Manda y ordena lo que quieras, te lo ruego, pero cura y abre mis oídos, a fin de que yo pueda oír tu voz. Cura y abre mis ojos, a fin de que yo pueda ver tus señas. Aleja de mí los impulsos irracionales, a fin de que pueda reconocerte. Dime hacia qué parte debo mirar, a fin de que te vea, y espero poder cumplir todo lo que me mandes [...]. 

Sólo pido a tu altísima clemencia que yo me vuelva por completo hacia ti, que no me surjan obstáculos mientras tiendo hacia ti y que se me conceda que yo, mientras todavía llevo y arrastro este cuerpo mío, sea sobrio y fuerte, justo y prudente, perfecto amador y digno de aprender tu sabiduría y de estar y habitar en tu bienaventurado Reino. Amén. Amén (Agustín de Hipona, Soliloquios).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Puesto que tú lo dices, echaré las redes» (Lc 5,5).

 

 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

En primer lugar el hombre se vuelve verdaderamente él mismo solo porque es el interlocutor a quien Dios se dirige: como ha sido creado para esto, se adquiere, al convertirse en aquel que responde a Dios, plena y cabalmente en el mismo. El es el lenguaje del que Dios se sirve para dirigirle la palabra: ¿como podría jamás comprenderse a sí mismo de manera eminente? Saliendo a la luz de Dios, entre en su propia luz, sin comprender (espiritualmente) y propia naturaleza o -por soberbio- su propia condición de criatura. Sólo la Redención puede salvar al hombre. El signo de Dios que se anula a sí mismo, haciéndose hombre y muriendo en medio del abandono más completo, explica la razón de que Dios haya aceptado bajar a este mundo, renunciando a sí mismo: respondía a su esencia y naturaleza absoluta manifestarse, en su infinita e incondicionada libertad, como el amor inconmensurable, que no es el bien absoluto puesto más allá del ser, sino que representa las dimensiones mismas del ser. Precisamente por eso el eterno prius de la Palabra divina de amor se esconde en una impotencia que concede el prius a la criatura amada [...] 

La Palabra de Dios engendra la respuesta del hombre, convirtiéndose ella misma en correspondencia de amor que deja la iniciativa al mundo. Circulo vicioso, sin solución, por Dios y sólo por él pensado y realizado, que permanece eternamente por encima del mundo y precisamente por eso vive en el corazón del mundo. En el corazón está el centro: por eso adoramos el corazón de Jesús; su cabeza la adoramos sólo cuando está cubierta de llagas y de sangre, a saber como revelación de su corazón (H. U. von Balthasar, Solo l'amore e credibile, Roma 1982 [edición española: Sólo el amor es digno de fe, Sigueme, Salamanca 1990]).

 

 


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