LECTIO DIVINO TERCER DOMINGO DE CUARESMA B. Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré.

 LECTIO DIVINO TERCER DOMINGO DE CUARESMA B

Éxodo: 20, 1-17.  I Corintios: 1,22- 25. Juan: 2, 13-25

Predicamos a Cristo crucificado

 

 

 

 

PRIMERA LECTURA

La ley fue dada por Dios a Moisés. 

Del libro del Éxodo: 20, 1-17

 

En aquellos días, el Señor promulgó estos preceptos para su pueblo en el monte Sinaí, diciendo: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto y de la esclavitud. No tendrás otros dioses fuera de mí; no te fabricarás ídolos ni imagen alguna de lo que hay arriba,

en el cielo, o abajo, en la tierra, o en el agua, y debajo de la tierra. No adorarás nada de eso ni le rendirás culto, porque yo, el Señor, tu Dios, soy un Dios celoso, que castiga la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación de aquellos que me odian; pero soy misericordioso hasta la milésima generación de aquellos que me aman y cumplen mis mandamientos. 

No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios, porque no dejará el Señor sin castigo a quien haga mal uso de su nombre. Acuérdate de santificar el sábado. Seis días trabajarás y en ellos harás todos tus quehaceres; pero el día séptimo es día de descanso, dedicado al Señor, tu Dios. No harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el forastero que viva contigo. Porque en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y cuanto hay en ellos, pero el séptimo, descansó. Por eso bendijo el Señor el sábado y lo santificó. 

Honra a tu padre y a tu madre para que vivas largos años en la tierra que el Señor, tu Dios, te va a dar. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su esclavo, ni a su esclava, ni su buey, ni su burro, ni cosa alguna que le pertenezca". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Promulgado como núcleo de la alianza con su pueblo, el Decálogo es el acontecimiento extraordinario de un Dios que se revela. En estas "diez palabras" -como lo

llama el texto hebreo, hay que buscar los rasgos del rostro de Dios que se une a Israel, al que se manifiesta como "su" Dios (v. 2), un Dios celoso (v. 5), un fuego devorador (cf. 34,14; Sal 78,58), porque su amor es el de un esposo fiel. La comunión con él, libremente ratificada, conlleva fuertes exigencias: en primer lugar en sentido vertical -abolir los ídolos, no pronunciar en falso el nombre de Dios, santificar el sábado-, pero también en sentido horizontal en las relaciones con los demás (v. 12-17).

La aceptación o rechazo de estas “palabras” equivale a la fidelidad o el adulterio en las relaciones con Dios. Bendiciones o maldiciones (vv. 56-6), es decir, vida o muerte, se siguen inevitablemente. En el Sinaí, como respuesta de amor al amor de Dios, Israel dio su adhesión de fe a este código de alianza. Allí el pueblo no podía todavía conocer lo que significaría en el futuro; todo se revelaría progresivamente a lo largo de muchos siglos, y llegaría a su plenitud en Jesucristo, cuando todas las leyes se resumirían en el único mandamiento del amor.

 

SEGUNDA LECTURA

Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero sabiduría de Dios para los llamados.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 1,22- 25

 

Hermanos: Los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

La comunidad de Corinto está dividida en diversos grupos según sea el discípulo de Cristo que les predicó el Evangelio o les administró el bautismo (1 Cor 1,11s). Informado de la situación, Pablo interviene con ardor recordando a los corintios el núcleo central de la predicación apostólica, donde aparece el absurdo de cualquier división: Cristo crucificado. Todos están dispuestos a creer en un Dios grande, al que los judíos adoran en su poder libertador, y por eso buscan signos, mientras los griegos admiran su sabiduría. 

Cristo crucificado es la sorprendente respuesta de Dios a las expectativas de la humanidad: el verdadero signo es su cruz, que libera a la humanidad de la esclavitud del mal; la mayor sabiduría es su muerte, que asume y expía la necedad de nuestro pecado para abrir a todos un destino glorioso. Pero para entenderlo hay que abandonar la lógica de este mundo, que piensa en la cruz como locura e impotencia, y adorar los designios de Dios, tan distintos de los nuestros (cf. Is 55,8). Entonces podremos intuir el inefable amor de Dios por nosotros, manifestado en la pascua de Cristo.

 

EVANGELIO

Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré.

Del santo Evangelio según san Juan: 2, 13-25

 

Cuando se acercaba la Pascua de los judíos, Jesús llegó a Jerusalén y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas con sus mesas. Entonces hizo un látigo de cordeles y los echó del templo, con todo y sus ovejas y bueyes; a los cambistas les volcó las mesas y les tiró al suelo las monedas; y a los que vendían palomas les dijo: "Quiten todo de aquí y no conviertan en un mercado la casa de mi Padre". 

En ese momento, sus discípulos se acordaron de lo que estaba escrito: El celo de tu casa me devora. 

Después intervinieron los judíos para preguntarle: "¿Qué señal nos das de que tienes autoridad para actuar así?". Jesús les respondió: "Destruyan este templo y en tres días lo reconstruiré". Replicaron los judíos: "Cuarenta y seis años se ha llevado la construcción del templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?". Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Por eso, cuando resucitó Jesús de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho aquello y creyeron en la Escritura y en las palabras que Jesús había dicho. Mientras estuvo en Jerusalén para las fiestas de Pascua, muchos creyeron en él, al ver los prodigios que hacía. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que nadie le descubriera lo que es el hombre, porque él sabía lo que hay en el hombre. 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El episodio de la purificación del templo reviste una importancia singular en el evangelio de Juan: abre la predicación de Jesús; acontece al acercarse la fiesta “grande”: toda la vida de Jesús está jalonada por el calendario de fiestas antiguas, y él las llenará de un cumplimiento pleno y definitivo al revelarse como "nuestra pascua” (1 Cor 5,7). La pascua de los judíos debía celebrarse en el templo, con el sacrificio de víctimas, para conmemorar las obras maravillosas de Dios en la liberación del pueblo de la esclavitud de Egipto.

En el relato joaneo, Jesús, entrando en el templo, expulsa no sólo a los vendedores -como narran los sinópticos-, sino también a corderos y bueyes, declarando así ser él la verdadera víctima. Con su gesto cumple la profecía de Zacarías: “En aquel día [el día de la revelación definitiva] no habrá ya traficantes en el templo del Señor de los ejércitos" (14,21). Jesús da cumplimiento a las Escrituras (v. 17) y proclama a la vez su divinidad, con poder de resucitar: “Destruyan este templo y, en tres días, lo levantaré" (v. 19). La narración llega aquí a su culmen: en contraposición con el templo antiguo y el antiguo culto abandonados por Dios a causa de la infidelidad y las profanaciones (cf. Ez 10,18ss), el cuerpo de Cristo resucitado se convertirá en el nuevo templo (vv. 1-21) para un nuevo culto “en espíritu y en verdad” (cf. 4,23).

 

MEDITATIO

 

La vida fraterna es la piedra de toque de la autenticidad de nuestra escucha de la Palabra de Dios y de nuestra respuesta a su amor eternamente fiel. Esta Palabra no es anónima; tiene un rostro inconfundible, el rostro de Jesús de Nazaret, el Crucificado resucitado, aparecido primero a los suyos y luego a Pablo en el camino de Damasco. 

Para acogerla como nuestra sabiduría, se nos pide también a nosotros, como en otro tiempo a los judíos y a los griegos, abandonar una lógica puramente humana para seguir con fe el camino de la cruz. Y esto no sólo una vez, únicamente en eventuales circunstancias extraordinarias, sino en cada momento, en la vida cotidiana personal y familiar, comunitaria y social. Aquí los tradicionales diez mandamientos, resumidos en el “mandamiento nuevo” consignado por Jesús a los suyos en la última cena, se traducen en gestos y palabras, pensamientos y sentimientos. No pretendamos que Jesús nos dé otros “signos”, porque no se nos darán, pues no hay otro signo más elocuente que su amor por nosotros hasta aceptar la muerte en cruz, hasta hacerse eucaristía en el altar.

 

ORATIO

 

Jesús, penetra una vez más en nuestro corazón como en el santuario de tu Padre y Padre nuestro. Posa tu mirada en sus escondrijos más secretos, donde ocultamos nuestras mayores preocupaciones y los afanes más dolorosos, ésos que tantas veces nos roban serenidad y paz; ésos que tantas veces nos hacen vacilar en la fe y nos llevan a mirar a otro lado, lejos de ti. Ilumina, discierne, purifica y libéranos de los que no quisiéramos dejar, aunque nos esclavizan. Que este pobre corazón sea casa de alabanza, de canto y de súplica. Que se inunde de luz, que esté abierto a la escucha, que se enriquezca únicamente de ti para alabanza del Padre. 

Visita, Jesús, nuestra comunidad y extirpa, en cuanto aparezca, cualquier asomo de envidia, de rivalidad, de enfrentamiento. Que tu presencia traiga mansedumbre, humildad, compasión; danos, sobre todo, la silenciosa capacidad de sacrificarnos unos por otros. Graba en el corazón de cada uno y en el rostro de todos las "diez palabras” que manifiestan el único amor.

 

CONTEMPLATIO

 

Los templos de Cristo son las almas santas cristianas dispersas por todo el mundo. Exultemos, porque se nos ha concedido la gracia de ser templo de Dios; pero, a la vez, vivamos con el santo temor de violar este templo de Dios con obras malas. Temamos lo que dice el apóstol: “Si uno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él” (1 Cor 3,17). Ese Dios que sin cansancio ha creado el cielo y la tierra por su Verbo, se ha dignado poner en ti su morada; por eso debes portarte de suerte que no ofendas a tan gran huésped. Que el Señor nunca encuentre en ti, en su templo, nada sucio, oscuro o soberbio: porque desde el momento en que hallase en ti un motivo de ofensa, sin dudarlo, se alejaría, y si el Redentor te abandona, inmediatamente se apoderaría de ti el mentiroso.

Por consiguiente, hermanos, puesto que Dios ha querido hacer su templo en nosotros, y se ha dignado venir y habitar en nosotros, en cuanto esté de nuestra parte, tratemos de alejar, con su ayuda, todo lo superfluo y acoger lo que nos puede favorecer. Si actuamos de este modo, con la ayuda de Dios, entonces, hermanos, podremos invitar al Señor al templo de nuestro corazón y de nuestro cuerpo (Cesáreo de Arlés, Discursos, 229,2: CCL 104, 905-907).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

Me consumo ansiando tu salvación, esperando tu Palabra” (Sal 118,81).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

La encarnación del Verbo de Dios en el seno de la Virgen María inaugura una etapa absolutamente nueva en la historia de la Presencia de Dios: etapa nueva y también definitiva, pues ¿qué mayor don podrá ser dado al mundo? No hay ya sino un templo en el que podamos adorar, rezar y ofrecer y en el que encontremos verdaderamente a Dios: el cuerpo de Cristo. En él el sacrificio deviene enteramente espiritual al mismo tiempo que real: no sólo en el sentido de que no es otra cosa que el mismo hombre adhiriéndose filialmente a la voluntad de Dios, sino también en el sentido de que procede en nosotros del Espíritu de Dios que nos ha sido dado.

A partir de la Encarnación, ha sido dado el Espíritu Santo verdaderamente; es, en los fieles, un agua que brota en vida eterna (Jn 4,14) y los constituye en hijos de Dios, capaces de poseerle de verdad por el conocimiento y el amor. Ya no se trata sólo de una presencia, sino de una inhabitación de Dios en los fieles. Cada uno personalmente y todos en conjunto, en su misma unidad, son el templo de Dios, porque son el cuerpo de Cristo, animado y unido por su Espíritu. Así es el templo de Dios en los tiempos mesiánicos. Pero en este templo espiritual, tal como existe en la trama de la historia del mundo, lo carnal continúa todavía no sólo presente, sino dominador y obsesionante. Cuando todo haya sido purificado, cuando todo sea gracia, cuando la parte de Dios aparezca de tal modo victoriosa que "Dios sea todo en todos”, cuando todo proceda de su Espíritu, entonces el Cuerpo de Cristo será establecido para siempre, con su Cabeza, en la casa de Dios.

La alabanza del mundo precisa la del hombre, quien ha de ser su intérprete y mediador por su trabajo y, sobre todo, por el canto de sus labios (Heb 13,15). Mas el culto espiritual del hombre y la gracia que hacen de él un templo de Dios no son perfectos sino en cuanto representan aquella religión filial, única relación auténtica de la criatura con su Dios, que no puede venir sino de Jesucristo. Es Cristo quien es, en definitiva, el único templo verdadero de Dios. "Nadie sube al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo" (Jn 3,13) (Y. M. Congar, El misterio del templo, Barcelona 1964, 264-265.275-276, passim).

 

 

 

 

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