Él te consolará y te salvará.


20 de marzo

Vive tranquila y no te inquietes por nada. Jesús está contigo, y te ama; y tú correspondes a sus inspiraciones y a su gracia, que obra en ti. Sigue obedeciendo a pesar de las resistencias internas y sin el alivio que se da en la obediencia y en la vida espiritual; porque está escrito que quien obedece no debe dar cuenta de sus acciones, y sólo debe esperar el premio de Dios y no el castigo. «El hombre obediente – dice el Espíritu – cantará victoria».

Recuerda siempre la obediencia de Jesús en el huerto y en la Cruz; fue con inmensa resistencia y sin consuelo; pero obedeció hasta lamentarse con los apóstoles y con su Padre; y su obediencia fue excelente y tanto más bella cuanto más amarga. Nunca, pues, fue tu alma tan grata a Dios como ahora que obedeces y sirves a Dios en la aridez y oscuridad. ¿Me he explicado? Vive tranquila y alegre, y no quieras dudar por ningún motivo de las aseveraciones de quien hoy dirige tu alma.

Del modo de actuar en ti la gracia divina, tú tienes todos los motivos para animarte y para esperar y confiar en Dios; porque es la actuación que suele tener con las almas que él ha elegido como su porción y su heredad. El prototipo, el modelo en el que es necesario mirarse y modelar nuestra vida, es Jesucristo.

Pero Jesús ha elegido por estandarte la cruz; y por eso quiere que todos sus seguidores recorran el camino del Calvario llevando la cruz, para después expirar tendidos en ella. Sólo por este camino se llega a la salvación.

(4 de septiembre de 1916, a María Gargani – Ep. III, p. 241)

 

El mayor signo de obediencia es la paz y la tranquilidad que engendra la certeza de la presencia de Dios con el alma que Él ama, a quien obedece instantáneamente. Es necesario corresponder a las inspiraciones del Espíritu Santo aún en contra de la propia voluntad, porque cuando se actúa con recta intensión no hay lugar al pecado. El alma muchas veces se resiste a someterse a dichas inspiraciones y a obedecer a Cristo Jesús, y a la instauración de su Reino. No tengas ninguna duda. Cristo Jesús nos da el vivo ejemplo de obediencia y sumisión a la voluntad de Dios. Jesucristo se hizo obediente hasta la muerte y una muerte ignominiosa, una muerte de cruz. Esto lo manifestó desde su nacimiento, su pasión y su muerte en cruz, recuerda que sólo hizo la voluntad de Dios. El hacer la voluntad divina significa estar siempre y en todo en sintonía con el Espíritu Santo, no buscar otra orientación, otra luz y otro consuelo que el estar siempre al lado del Maestro junto al Tabor, consolándole y amándole, sirviéndolo y obedeciéndole. ¿No es acaso esta la actitud correcta de un siervo? Recuerda siempre y en todo momento que no hay virtud sin obediencia, y no hay gloria sin cruz, de la misma manera que no hay resurrección sin muerte. Confía pues y abandónate en los brazos de este amoroso Maestro y está seguro que Él te consolará y te salvará.

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