Los sentidos se suspenden ante su presencia.


21 de octubre

El modo ordinario de mi oración es éste. Apenas me pongo a orar, enseguida siento que el alma comienza a recogerse en una paz y en una tranquilidad que no se puede expresar con palabras. Los sentidos quedan en suspenso, a excepción del oído, que algunas veces permanece activo; pero de ordinario no me molesta; y debo confesar que, aunque a mi alrededor se hiciera muchísimo ruido, no por eso me molesta en lo más mínimo.

De esto deducirá que son pocas las ocasiones en las que consigo discurrir con el entendimiento.

Y me sucede con frecuencia que, en momentos en los que el continuo pensamiento de Dios, siempre presente en mí, se aleja un poco de la mente, siento entonces que el Señor, de cuando en cuando, me golpea en el centro de mi alma de un modo tan penetrante y suave que, casi siempre, no puedo menos de llorar de dolor por mi infidelidad y por la ternura de tener un padre tan bueno y tan atento para volverme a llamar a su presencia. 

(1 de noviembre de 1913, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 420)

Las almas elegidas son todas aquellas que desde nuestro bautismo le dijimos a Dios "Sí Señor ven y mora en mí. Has de mi vida tu morada, tu Tabernáculo, tu Templo, tu Hogar". Esta presencia siempre viva y actual y actuante del Padre del Hijo y del Espíritu Santo en nosotros nos lleva a confiar plenamente en Dios. Dios es nuestro auxilio y nuestra fuerza, Él nos defiende en el peligro y nos da alas de águila para emigrar hasta su sacratísimo corazón. En esto consiste la oración de abandno, la oración de contemplación, la oración más profunda, en confiar plenamente en el Señor. Cuando un alma se dispone a entrar en relación con Dios, impulsada por el Espíritu Santo, se lanza al océano inmenso de su amor, los sentidos se supenden y sólo queda un "Tú" de corazón a corazón. ¡Dios mío! ¿Cómo expresar esos momentos que queman pero no consumen? Esto solo lo podemos explicar desde la experiencia y la confianza. Ora, ora siempre y sin desfallecer y el Señor vendrá en tu auxilio, te reconfortará y te tomará en sus brazos, te arropará con los pliegues de su corazón abierto y te protejerá de todo el mal que haya a tu alrededor, te concederá la paz y la alegría y te hará una persona inmensamente feliz.

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