No temas yo soy tu protector



4 de noviembre

Procurad, hijas, sin ansiedad orgullosa, el modo mejor de llevar a cabo con perfección lo que tenéis y queréis hacer; pero, una vez realizado, no penséis más en ello, sino preocupaos únicamente de lo que debéis o queréis hacer y de lo que estáis haciendo. Caminad con sencillez por las sendas del Señor y no atormentéis vuestro espíritu. Es necesario, sí, que odiéis vuestros defectos, pero con un odio tranquilo y no ya con un odio molesto e inquieto. Hay que tener paciencia ante los defectos y sacar provecho de ellos mediante una santa resignación.

Sin esta paciencia, mis buenas hijas, vuestras imperfecciones, en vez de disminuir, crecerán cada vez más, ya que no hay nada que alimente tanto nuestros defectos como la inquietud y la preocupación por alejarlos. Recordad, hijas, que soy enemigo de los deseos inútiles, no menos de lo que lo soy de los deseos peligrosos y malos; porque, si es cierto que lo que se desea es bueno, sin embargo ese deseo es siempre defectuoso en relación a nosotros mismos, sobre todo cuando se mezcla con una inquietud orgullosa, ya que Dios no exige esta clase de bienes, sino otros, en los que quiere que nos ejercitemos.

Él quiere hablarnos entre espinas, zarzas, nubes y relámpagos, como a Moisés; y nosotros queremos que nos hable en el susurro dulce y fresco, como hizo con Elías. Pero, ¿qué es lo que teméis, hijas mías? Escuchad a nuestro Señor que dice a Abraham, y también a vosotras: «No temáis, yo soy vuestro protector». Porque ¿qué otra cosa buscáis en la tierra si no a Dios?

(8 de marzo de 1918, a las hermanas Ventrella – Ep. III, p. 576)

 

La sencillez y la humildad son el distintivo de los verdaderos discípulos de Jesús. Es verdad que estas virtudes no son las más fáciles de practicar, más aún, las más fáciles de adquirir, sin embargo abriendo la mente y el corazón poco a poco se van convirtiendo en una forma de vida en aquellas personas que las van practicando. Es necesario, por lo tanto, dejar de lado nuestros defectos y poner más atención en las virtudes, sabiendo que estas vienen de Dios y es el Espíritu quien las fortalece, en cambio, el centrar siempre nuestra atención en nuestros defectos sólo favorece el fortalecimiento de los mismos. Es verdad que es necesario ser realistas, sin embargo, no es bueno ni agradable a Dios el poner toda la atención en aquello que muchas veces no es sino el fruto de nuestra atención. El provecho de centrar más nuestra atención en las virtudes que en los defectos, es sin lugar a dudas la sana aceptación de las mismas y por consiguiente el ponerlas al servicio de nuestros hermanos. La humildad consiste en reconocer que todo lo bueno que podemos hacer viene de Dios que nos da la gracia de poder vivirlo y ponerlo en práctica. Descubramos pues a Dios siempre con nosotros en medio de las vicisitudes de la vida y démonos cuenta que él está más cerca de nosotros que nosotros mismos, y que aún en medio de las tinieblas y el desasosiego se encuentra ahí para consolarnos, para fortalecernos, para amarnos. En una palabra es Él el que nos cuida, nos protege y nos libra de todo mal. Confía en él y él actuará. Pon en sus bondadosas manos benditas todas las inquietudes de tu corazón y déjate acariciar por Él que siempre está atento a tus necesidades y descubrirás lo bello, lo hermoso, lo grandioso y lo soberano que es Dios contigo.

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