La Verdadera Sabiduría



3 de noviembre

Oh, mis queridísimas hijas, ¡qué pesada es esta vida mortal para los hijos de Dios!; y, por el contrario, la vida del más allá, la que la misericordia del Señor tendrá a bien otorgarnos, oh Dios, ¡cómo es mucho más deseable! Aunque somos tan miserables, nunca hemos de dudar de que un día poseeremos esa vida; y, si no somos tan miserables, es porque Dios es misericordioso con los que han puesto en él su confianza. Cuando el santo cardenal Borromeo estaba para terminar su vida terrena, pidió que le llevaran el crucifijo, para que su partida de este mundo le fuera más dulce a la vista de la de nuestro Señor.

El mejor remedio cuando os encontréis en cualquier clase de prueba, física o moral, corporal o espiritual, es, pues, pensar en quien es nuestra vida, y no pensar nunca en la primera vida sin añadir el pensamiento de la segunda. Dios mío, mis queridísimas hijas, no os preguntéis, os ruego, si lo que hacéis y lo que queréis hacer fue, es y será mucho o poco, si estuvo bien hecho o mal hecho lo que hicisteis. Absteneos únicamente del pecado y de aquellas acciones en las que descubrís con certeza el pecado; y haced todas vuestras acciones con rectitud de intención y con la voluntad de agradar a Dios. 

 (8 de marzo de 1918, a las hermanas Ventrella – Ep. III, p. 576)

 

La persona que constantemente medita y reflexiona en el Amor y la Misericordia de Dios va preparando su mente y su corazón para el encuentro con el Señor, un encuentro que cuanto más se tarda más agoniza el corazón. ¡Oh hombre! Cuándo repararás en la importancia de profundizar en el amor y la misericordia de Dios para que puedas vivir a la luz de la gracia de Dios y tu vida sea una constante alabanza y una entrega totalmente generosa y desinteresada al bien de los demás. Es necesario pues que te conduzcas en esta vida con rectitud de conciencia y con un corazón puro buscando agradar solamente a Dios y no a los hombres. En este agradar a Dios radica la verdadera sabiduría, la libertad de espíritu y el anhelo de santidad. Abrázate pues a Cristo pendiente de la cruz y encontrarás consuelo a los momentos difíciles que ahora estás viviendo y mañana te darás cuenta que el dolor y el sufrimiento si no te asemejan a Cristo Jesús te alejan totalmente del Él y te pierden por el camino de la desesperanza y de la frustración. Corre pues a los pies de Jesús en la Cruz y abrázate a Él cual yedra enredada al árbol en su lozanía.

Paz y Bien.

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