Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida


No pierdan la paz, si creen en Dios, crean también en mí

HECHOS 6,1-7          SALMO 32        PRIMERA DE PEDRO 2,4-9      JUAN 14,1-12



LECTIO

PRIMERA LECTURA
del libro de los Hechos de los Apóstoles (6, 1-7)
En aquellos días, como aumentaba mucho el número de los discípulos, hubo ciertas quejas de los judíos griegos contra los hebreos, de que no se atendía bien a sus viudas en el servicio de caridad de todos los días. Los Doce convocaron entonces a la multitud de los discípulos y les dijeron: “No es justo que, dejando el ministerio de la Palabra de Dios, nos dediquemos a administrar los bienes. Escojan entre ustedes a siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encargaremos este servicio. Nosotros nos dedicaremos a la oración y al servicio de la palabra”. Todos estuvieron de acuerdo y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y éstos, después de haber orado, les impusieron las manos. Mientras tanto, la palabra de Dios iba cundiendo. En Jerusalén se multiplicaba grandemente el número de los discípulos. Incluso un grupo numeroso de sacerdotes había aceptado la fe.

Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.

El cuadro ideal de la primera comunidad cristiana, presentado por Lucas en los “compendios” de los Hechos de los Apóstoles, da la impresión de que está estropeado por las tintas más oscuras introducidas por el episodio de Ananías y Safira (5,1-11) y el relacionado con el descontento de los helenistas a causa de cierto descuido en la distribución de los bienes a los pobres. Sin embargo, estos hechos nos ayudan a comprender la verdadera naturaleza de la Iglesia, que ni está a salvo de las penas ni se compone de santos. La comunión busca en ella de manera constante, el bien al que tiende, son resultado de un camino no exento de problemas y dificultades, afrontados y superados mediante una colaboración cotidiana y paciente, dejándose guiar por el Espíritu, que conduce a todos hacia la unidad perfecta a través de la multiplicidad de los carismas y de los ministerios (cf. Ef 4,11-13).
En el fragmento que nos presenta la liturgia de hoy puede percibir el resultado de la atención otorgada por los Doce a las cuestiones planteadas por un grupo de discípulos. El hecho tiene una importancia fundamental: no sólo la dificultad no se vuelve motivo de desencuentro y de división, sino que lleva a los cristianos a tomar una mayor conciencia de su propio papel en la sociedad y a encontrar soluciones nuevas para poder hacerse «todo con todos». Poniéndose a la humilde escucha del Espíritu reciben luz para establecer una primera diferenciación en los servicios eclesiales. Los Doce examinan el problema, convocan a todos los discípulos y proponen una solución (vv. 2-4), que es aprobada y entra en vigor. Con todo ello manifiestan que la Iglesia es una realidad viva, en continuo crecimiento.
En esta nueva situación, los apóstoles saben discernir cuál ha de ser su tarea insustituible: presidir la oración, transmitir con fidelidad las enseñanzas de Jesús, orientar a la comunidad para que elija de manera responsable en su seno a los hombres adecuados («de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría») para ejercer un servicio caritativo que no excluya a nadie y difunda por todas partes el buen perfume de Cristo. El versículo con el que concluye la perícopa casi parece su coronación: la sabia articulación de los servicios en el interior de la Iglesia tiene como resultado la difusión de la Palabra de Dios y el incremento masivo de la comunidad cristiana con nuevas e inesperadas conversiones.

SALMO RESPONSORIAL (SAL 32)

R./ El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya.

Que los justos aclamen al Señor; es propio de los justos alabarlo. Demos gracias a Dios al son del arpa, que la lira acompañe nuestros cantos.
R./ El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya.

Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. El ama la justicia y el derecho, la tierra llena está de sus bondades.
R./ El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya.

Cuida el Señor de aquellos que lo temen y en su bondad confían; los salva de la muerte y en épocas de hambre les da vida.
R./ El Señor cuida de aquellos que lo temen. Aleluya.

SEGUNDA LECTURA
de la primera carta del apóstol san Pedro(2,4-9)

Hermanos: Acérquense al Señor Jesús, la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios; porque ustedes también son piedras vivas, que van entrando en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios, por medio de Jesucristo. Tengan presente que está escrito: He aquí que pongo en Sión una piedra angular, escogida y preciosa; el que crea en ella no quedará defraudado. Dichosos, pues, ustedes, los que han creído. En cambio, para aquellos que se negaron a creer, vale lo que dice la Escritura: La piedra que rechazaron los constructores ha llegado a ser la piedra angular, y también tropiezo y roca de escándalo. Tropiezan en ella los que no creen en la palabra, y en esto se cumple un designio de Dios.
Ustedes, por el contrario, son estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable.

Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.

El tema de la santidad, vocación propia de todos y cada uno de los cristianos, compromiso inderogable para el bautizado, es un tema central en la Primera carta de Pedro. Tras haber tratado el asunto desde el punto de vista espiritual (1,13-21) y práctico (1,22-2,1), fija ahora el apóstol su atención en el punto fundamental. Santidad no es sinónimo de «buena conducta», ni tampoco simplemente de «lucha contra el pecado», sino de vida en Cristo, fuente de la «perfección», camino que conduce a ella. El autor, para explicar su pensamiento,
se sirve de numerosas referencias bíblicas y, en particular, se refiere a la imagen de la «piedra angular», que aparece con distintos matices de significado en Is 28,16 y 8,14s, así como en el Sal 118,22. Jesús resucitado es la piedra viva, preciosa, sobre la que todos los que se
adhieren a él son edificados como otras tantas piedras vivas, para formar un único templo espiritual en el que mora Dios. Así es como se constituye la comunidad nueva del nuevo y auténtico éxodo (v. 5b; Ex 19,5s).
Ésta, en su conjunto, se presenta como un organismo sacerdotal en el que cada miembro está llamado a ofrecer a Dios sacrificios espirituales gracias a la mediación de Jesucristo, sacerdote eterno que se ha inmolado a sí mismo para la salvación del hombre. Unido a él, el pueblo de los creyentes -adquirido a un precio elevado, no sólo lleva una vida que tiene como horizonte el cielo, sino que se convierte a su vez en cooperador de la salvación «para anunciar las grandezas » llevadas a cabo por Cristo, que ejerce su sacerdocio ya sea como servicio cultual en la liturgia de alabanza a Dios, ya sea como servicio de la Palabra, anuncio del Evangelio, apoyado por el testimonio eficaz de una vida arrancada de las tinieblas del pecado, para volverse radiante por la admirable luz de Dios.

ACLAMACIÓN antes del Evangelio

R./ Aleluya, aleluya.
Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre, si no es por mí, dice el Señor.
R./ Aleluya, aleluya.

+ EVANGELIO según san Juan (14, 1-12)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus
discípulos: “No pierdan la paz. Si creen en Dios, crean también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones. Si no fuera así, yo se lo habría dicho a ustedes, porque voy a prepararles un lugar. Cuando me vaya y les prepare un sitio, volveré y los llevaré conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Y ya saben el camino para llegar al lugar a donde voy”. Entonces Tomás le dijo:“Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí. Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto”.
Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Entonces por qué dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras que hago yo y las hará aún mayores, porque yo me voy al Padre”.

Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

Se trata de una perícopa tomada de los «discursos de despedida» que Jesús dirigió a los suyos durante la última cena, palabras que ahora se dirigen a la Iglesia.
El clima está cargado de dolorosa sorpresa por la predicción de la traición de uno de los apóstoles y de la triple negación de Pedro, y, al mismo tiempo, está invadido por un atormentado afecto a causa de la inminente separación. De ahí que Jesús consuele a los discípulos invitándoles a que tengan una fe más grande (v. 1) no sólo en Dios, sino también en él, que es el Hijo amado de Dios. Su «éxodo» ha de pasar, ciertamente, a través de la muerte y el descenso a los infiernos, pero tendrá como meta la «casa del Padre». Y precisamente en ella se detiene ahora Jesús.
También es posible hacer frente al camino de la pasión con la mirada fija en el cielo. Él «se va», pero su partida no es definitiva; se va a preparar «un lugar» para ellos (v. 2). De este modo explica el sentido de su muerte de cruz y anuncia al mismo tiempo su retorno, aludiendo tanto a la resurrección -que, para los creyentes, va desde ahora anticipo de la vida eterna- como a la parusía, o sea, al retorno glorioso al final de los tiempos.
Con todo, el discurso de Jesús sigue estando oscuro para los discípulos, y sus preguntas inician un diálogo que nos ofrece revelaciones significativas por parte de Jesús En el v. 7, por ejemplo, afirma Jesús su unidad perfecta con el Padre, hasta el punto de que verle a él es ver a Dios. Es Dios quien le ha enviado, y Jesús le obedece en todo (v. 10b), lo que le permite revelarlo de un modo completamente transparente. Sus «obras» dan testimonio de ello.
(v. 11). Del mismo modo, quien crea en él participará de su mismo poder divino y así se hará manifiesta la plena reconciliación acaecida entre el cielo y la tierra.

MEDITATIO

Jesús se manifiesta como camino, verdad y vida, y se entrega a nosotros a fin de que podamos alcanzar la verdadera y plena libertad ofrecida a los hijos de Dios para entrar en la heredad eterna. Se dirige a nosotros interrogándonos sobre la profundidad de nuestra relación con
él. Es posible, en efecto, ser cristiano, comulgar, participar en todas las peregrinaciones y en todas las iniciativas y, sin embargo, no llegar nunca a conocer a Jesús, permaneciendo siempre en la superficie. Conocer a Jesús significa, más bien, experimentarlo interiormente,
reconocer que él es el Hijo enviado por el Padre para salvarnos, la expresión del amor infinito de Dios por nosotros. Todo eso es posible sólo mediante la fe.
Creer es confiarse. No es comprender racionalmente; es acoger, dar crédito, encontrarse con el Señor y considerarlo en verdad como aquel que mueve los hilos de nuestra vida y dispone el desarrollo de todos los acontecimientos. Hasta que no lleguemos a esta experiencia de comunión -es decir, de abandono de nosotros mismos en aquel que nos ha incorporado a sí mismo en el bautismo- no podremos decir que conocemos plenamente a Jesús y, en él, al Padre. Ahora bien, para esto nos ha sido dado el Espíritu Santo. El nos permite caminar por el sendero de Dios seguros de que lo dispone todo para nuestro bien.


CONTEMPLATIO
Señor Jesús, Maestro bueno, nuestro corazón se muestra a menudo inquieto por todo el mal que hay en el mundo y por nuestras mismas debilidades, por las traiciones y negaciones de las que nos consideramos capaces. Aumenta nuestra fe en ti y en el Padre que nos has revelado.
Tú eres el camino: haz que te sigamos. Tú eres la verdad: haz que te conozcamos. Tú eres la vida: haz que vivamos en ti para ver al Padre y glorificar tu santo nombre ante todos los hombres.

ORATIO

Nosotros te seguimos, Señor Jesús, pero tú llámanos para que podamos seguirte. Nadie puede subir sin ti. Tú eres el camino, la verdad, la vida, la posibilidad, la fe, el premio. Acoge a los tuyos: tú eres el camino. Confírmalos: tú eres la verdad. Reavívalos: tú eres la vida.
Admítenos a aquel bien que deseaba ver David, habitando en la casa del Padre, cuando se preguntaba: «¿Quién nos mostrará el bien?», y decía: «Creo que veré  bienes del Señor en el país de la vida». Los bienes se encuentran allí donde está la vida eterna, la vida sin culpa.
Ábrenos el corazón al verdadero bien, a tu bien divino, «en el que existimos, vivimos y nos movemos». Nos movemos si andamos por el camino; existimos si permanecemos en la verdad; vivimos si estamos en la vida.
Muéstranos el bien inalterable, único, inmutable en el que podamos ser eternos y conocer todo bien: en ese bien se encuentra la paz serena, la luz inmortal. La gracia perenne, la santa herencia de las almas, la tranquilidad sin inquietud, no destinada a perecer, sino que ha sido sustraída a la muerte: allí donde no hay lágrimas ni mora el llanto -¿puede haber llanto donde no hay pecado?-, allí donde son liberados tus santos de los errores y de las inquietudes, del temor y del ansia, de las codicias, de todas las mezquindades y de todo afán corporal allí donde se extiende la tierra de los vivos (Ambrosio De bono mortis, XII,55).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No se inquiete vuestro corazón» (Jn 14.1).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Hace algunos años, un hombre de Dios que me guiaba entonces me envió un mensaje que me asustó mucho: «Sea siempre fiel a Dios en la observación de sus promesas y no se preocupe de las burlas de los insulsos. Sepa que los santos siempre se han hecho la burla del mundo y de los mundanos y han sido pisoteados por el mundo y por sus máximas. El campo de la lucha entre Dios y Satanás es el alma humana, donde se desarrolla esta lucha en todos los momentos de la vida. Para vencer a enemigos tan poderosos, es preciso que el alma dé libre acceso al Señor y sea fortalecida por él con toda suerte de armas, que su luz la irradie para combatir contra las tinieblas del error, que se revista de Jesucristo, de su verdad y justicia, del escudo de la fe, de la Palabra de Dios. Para revestirnos de Jesucristo, es preciso que muramos a nosotros mismos. Estoy seguro de que nuestra Madre celestial le acompañará paso a paso.
Estaba yo confuso, mi mente daba vueltas, cavilaba en estos pensamientos sin llegar a ninguna conclusión. Pasó después otro trecho de vida y comprendí que morir a nosotros mismos es hacernos vivir a nosotros mismos. Caigo en la cuenta de que los momentos de vida plena son aquellos en que siento la tentación de hacer vivir en mí a Dios y su voluntad. Al final he comprendido que abandonarme a Dios no significa haber superado todos mis problemas, sino querer verdaderamente, con todo mi ser, que él pueda obrar en mí y pueda encontrar en mí una plena colaboración.
Al leer ahora de nuevo esta carta, cada palabra toma un valor diferente y, contrariamente a hace algunos años, me anima a continuar por este sendero (E. Olivero, Amare con il cuore di Dio, Turín 1993, pp. 72s).










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