Nadie les podrá quitar su alegría
Yo los
volveré a ver, se alegrará su corazón
y nadie podrá quitarles su alegría.
Hechos 18,
9-18 Salmo 46 Juan 16,20-23
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 18,
9-18
En
aquellos días, Pablo tuvo una visión nocturna en Corinto, en la que le dijo el
Señor: “No tengas miedo. Habla y no calles, porque yo estoy contigo y nadie pondrá
la mano sobre ti para perjudicarte. Muchos de esta ciudad pertenecen a mi
pueblo”. Por eso Pablo se quedó allí un año y medio, explicándoles la palabra
de Dios.
Pero
cuando Galión era procónsul de Acaya, los judíos, de común acuerdo, se
abalanzaron contra Pablo y lo llevaron hasta el tribunal, donde dijeron este
hombre trata de convencer a la gente de que den a Dios un culto contrario a la
ley”. Iba Pablo a tomar la palabra para responder, cuando Galión dijo a los
judíos: “Si se tratara de un crimen o de un delito grave, yo los escucharía,
como es razón; pero si la disputa es acerca de palabras o de nombres o de su
ley, arréglense ustedes”. Y los echó del tribunal. Entonces se apoderaron de
Sóstenes, jefe de la sinagoga, y lo golpearon delante del tribunal, sin que
Galión se preocupara en lo más mínimo.
Pablo
se quedó en Corinto todavía algún tiempo. Después se despidió de los hermanos y
se embarcó para Siria, con Priscila y Aquila. En Céncreas se rapó la cabeza
para cumplir una promesa que había hecho.
Palabra
de Dios.
R./
Te alabamos, Señor.
Otras
informaciones de utilidad: los hechos se desarrollan hacia el año 51-52, que es
cuando el procónsul Galión se encontraba en Corinto. Éste actúa de manera inteligente
como «laico»: no quiere entrometerse en cuestiones religiosas. A su modo de
ver, las cuestiones
que le someten son discusiones internas al
judaísmo, cuestiones que no tienen nada que ver con su función.
Lucas
lo subraya adrede, y da muestras de apreciar tanto la neutralidad de Roma como
el hecho de que las autoridades romanas en general no se mostraran hostiles, en
los comienzos, a los cristianos. Hasta salvaron a Pablo en más de una ocasión
del fanatismo de sus adversarios.
Los
judíos no se dan por vencidos y caldean en exceso la atmósfera: Pablo continúa
llevando una vida difícil. Pero queda confortado y confirmado en su misión: está
haciendo lo que quiere el Señor. Es el Señor quien quiere que se dedique
también a los paganos. Estos continuos subrayados expresan -una vez más, la
seriedad del problema del paso a los paganos para las primeras generaciones
cristianas. Es casi una idea fija: ¿cómo explicar el hecho de que el pueblo de
la promesa hubiera rechazado a Jesús, mientras que éste era acogido por los
gentiles, esto es, por los tan depreciados
paganos? Pero es el Señor -nos asegura Lucas, quien dice: «En esta ciudad hay
muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo», como en otras muchas
ciudades, un pueblo constituido por algunos judíos y por muchos paganos.
Y
en Corinto, donde se encontraba lo mejor y lo peor de la cultura griega, la
confrontación con el paganismo no iba a ser una broma: dieciocho meses en
Corinto representan una verdadera iniciación en la evangelización de los
gentiles.
Finalmente,
concluye Pablo, casi a hurtadillas, su viaje misionero, embarcándose con sus
patronos de trabajo, Priscila y Aquila, primero con destino a Jerusalén y después
hacia Antioquía. A un misionero como Pablo, quedarse durante dieciocho meses en
un solo lugar,
aunque fuera con provecho, pudo parecerle
excesivo.
Salmo responsorial (Sal 46)
R./ Dios es el rey del universo. Aleluya.
L. Aplaudan, pueblos todos; aclamen al Señor,
de gozo llenos, que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey
supremo.
R./ Dios es el rey del universo. Aleluya.
L. Fue él quien nos puso por encima de todas
las naciones y los pueblos, al elegirnos como herencia suya, orgullo de Jacob,
su predilecto.
R./ Dios es el rey del universo. Aleluya.
L. Entre voces de júbilo y trompetas, Dios,
el Señor, asciende hasta su tro-
no. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey
honremos y cantemos todos.
R./ Dios es el rey del universo. Aleluya.
Aclamación antes del Evangelio (Cfr. Le 24,
46. 26)
R./ Aleluya, aleluya.
Cristo tenía que morir y resucitar de entre
los muertos, para entrar así en su gloria.
R./ Aleluya.
+ EVANGELIO según san Juan: 16, 20-23
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que ustedes llorarán y
se entristecerán, mientras el mundo se alegrará. Ustedes estarán tristes, pero
su tristeza se transformará en alegría.
Cuando
una mujer va a dar a luz, se angustia, porque le ha llegado la hora; pero una vez
que ha dado a luz, ya no se acuerda de su angustia, por la alegría de haber
traído un hombre al mundo. Así también ahora ustedes están tristes, pero yo los
volveré a ver, se alegrará su corazón y nadie podrá quitarles su alegría. Aquel
día no me preguntarán nada.
Palabra
del Señor.
R./
Gloría a ti, Señor Jesús.
Jesús,
cuando apenas ha terminado de señalar una de las constantes de la experiencia
cristiana (la dura espera del encuentro gozoso y definitivo con él: v. 20), se vale
de la imagen eficaz y delicada de la mujer que va a dar a luz un hijo (v. 21)
para expresar el paso de la
aflicción a la alegría sobreabundante.
La
alegría de la mujer es doble: han terminado sus propios sufrimientos y ha dado
al mundo un nuevo ser. La alegría cristiana va unida al dolor, pero desemboca en
la vida nueva que es la pascua del Señor. A continuación, sigue Jesús
explicando la comparación en sentido espiritual (v. 22). El dolor por la muerte
oprobiosa del Hijo de Dios se mudará en gozo el día de la pascua, en una
alegría sin fin que «nadie podrá quitar» a los discípulos, porque está
arraigada en la fe en Aquel que vive glorioso a la diestra de Dios.
Jesús
ha hablado del tiempo inaugurado con su resurrección; en la continuación,
añade: «Cuando llegue ese día, ya no tendrán necesidad de preguntarme nada»
(v. 23b). La expresión «ese día» no se refiere sólo al día de la
resurrección, sino a todo el tiempo que comenzará con ese acontecimiento. Desde
ese día en adelante, la comunidad cristiana, iluminada plenamente por el
Espíritu Santo, tendrá una nueva visión de las cosas y de la vida, y el
Espíritu Santo iluminará interiormente a sus miembros y les hará conocer todo lo
sea necesario.
MEDITATIO
Seguimos
con la alegría. En las palabras que aquí pronuncia Jesús subyace la idea del
sufrimiento misionero como condición necesaria y lugar privilegiado de la
alegría eclesial. De esta alegría fue maestro y protagonista el apóstol Pablo.
En medio de las persecuciones que le vienen a causa de la predicación del
Evangelio, afirma: «Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas nuestras
tribulaciones» (2 Cor 7,4). Siguiendo su ejemplo,
los convertidos acogen «la Palabra con
gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones » (1 Tes 1,6). Los
ministros de la Palabra están «como tristes, pero siempre alegres; como
pobres, aunque enriquecemos a muchos; como quienes nada tienen, aunque todo lo
poseemos» (2 Cor 6,10).
Hoy como ayer, quien se compromete en el
inmenso y minado campo de la difusión de la Palabra, en la tarea misionera,
seguramente encontrará grandes tribulaciones, pero tiene garantizada la
alegría. Se trata de la alegría que procede de poner en el mundo un «hombre nuevo»,
de ver reconstruidas a personas destruidas, de volver a dar sentido y vitalidad
a vidas marchitas y apagadas, de ver aparecer la sonrisa en rostros sin esperanza.
Es la alegría de ver aparecer la vida allí donde sólo había ruinas. Ése es el
milagro de la misión. ¿Por qué no superar el miedo al fracaso, para gozar de
esta segurísima alegría, garantizada a los apóstoles generosos?
ORATIO
Hoy
me doy cuenta, Señor, de que mi escaso compromiso con la misión puede proceder
asimismo del temor al fracaso. Es preciso poner la cara, con el peligro de
alcanzar resultados escasos e incluso irrisorios. Me doy cuenta también, Señor,
de que no siento compasión por mi prójimo, que camina en su cómodo, aunque
insano, cenagal. Y me pregunto si he experimentado de verdad tu amor, si
conozco de verdad tu amor por mí, tu compasión por mí, lo que has hecho por mí.
¿Es ésa, Señor, la razón por la que me encuentro a menudo árido y triste? ¿Es
ésa la razón de que no conozca las alegrías que proporciona ver reflorecer la
vida? ¿Se debe a eso que me sienta cansado y resignado?
Concédeme,
Señor, un corazón grande, lleno de compasión, que me mueva a llevar tu vida a
mi prójimo. Muéstrame, más allá de tanto bienestar y despreocupación, la
profunda necesidad que hay en tantas personas de algo más y mejor: la necesidad
de ti. Ayúdame a superar mi aridez, para llevar un poco de alegría, para que
también en mí vuelva a florecer tu alegría.
CONTEMPLATIO
Que el que guía a las almas esté cerca de
cada uno con la compasión y esté más
dedicado que todos los demás a la contemplación, para asumir en él, con sus vísceras
de misericordia, la debilidad de los otros y, al mismo tiempo, para ir más allá
de sí mismo en la aspiración a las realidades invisibles, con la altura de la
contemplación. Y así, si mira con deseo hacia lo alto, no despreciará las
debilidades del prójimo, o si, viceversa, se acerca a ellas, no descuidará la
aspiración a lo alto. Como la caridad se eleva a maravillosas alturas cuando
se arrastra con misericordia hasta las bajezas
del prójimo, cuanto con mayor benevolencia se pliegue a las debilidades, con
más potencia subirá hacia lo alto (Gregorio Magno, Regla pastoral,
11,5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Nadie les podrá quitar su alegría»
(Jn 16,22).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La compasión consiste en tener el
atrevimiento de reconocer nuestro recíproco destino, a fin de que podamos ir
hacia adelante, todos juntos, hacia la tierra que Dios nos indica. Compasión significa
también «compartir la alegría», lo que puede ser tan importante como compartir
el dolor. Dar a los otros la posibilidad de ser completamente felices, dejar
florecer en plenitud su alegría. Ahora bien, la compasión es algo más que una
esclavitud compartida con el mismo miedo y el mismo suspiro de alivio, y es más
que una alegría compartida. Y es que tu compasión nace de la oración, nace de
tu encuentro con Dios, que es también el Dios de todos.
En
el mismo momento en que te des cuenta de que el Dios que te ama sin condiciones
ama a todos los otros seres humanos con el mismo amor, se abrirá ante ti un
nuevo modo de vivir, para que llegues a ver con unos ojos nuevos a los que
viven a tu lado en este mundo. Te darás cuenta de que tampoco ellos tienen
motivos para sentir miedo, de que tampoco deben esconderse detrás de un seto, de
que tampoco tienen necesidad de armas para ser humanos. Comprenderás que el
jardín interior que ha estado desierto durante tanto tiempo, puede florecer
también para ellos (H. J. M. Nouwen, A mani aperte, Brescia 19973,
47s).
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