Lectio Divina Lunes XVI del Tiempo Ordinario A. Dios salva al que cumple su voluntad.
Conocemos lo que
es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos
nosotros dar la vida por nuestros hermanos (1 Jn 3, 16).
Miqueas 6,1-4. 6-8 Salmo 49 Mateo
12,38-42
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Miqueas 6,1-4. 6-8
Escuchen lo que dice el
Señor: “Levántate; llama ajuicio a los montes, que las colinas escuchen tu voz.
Escuchen, montes, el juicio del Señor, pongan atención, cimientos de la tierra:
el Señor entabla juicio contra su pueblo, presenta sus quejas contra Israel.
Pueblo mío, ¿qué mal te
he causado o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme. Con la ayuda de Moisés,
Aarón y María, yo te saqué de Egipto y te libré de la esclavitud”.
¿Qué cosa digna le
ofreceré al Señor, postrado ante el Dios del cielo? ¿Le ofreceré en holocausto
becerros de un año? ¿Aceptará el Señor un millar de cameros o diez mil ríos de
aceite? ¿En expiación por mis culpas le ofreceré a mi primogénito, al fruto de
mis entrañas, por mi pecado? Hombre, ya te he explicado lo que es bueno, lo que
el Señor desea de ti: que practiques la justicia y ames la lealtad y que seas
humilde con tu Dios.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
Este oráculo profético
tiene la forma literaria del proceso judicial. Todo el orden creado está
llamado a ser testigo, mientras que el imputado es el pueblo elegido (v. 2). La
acusación que formula YHWH tiene el tono de un lamento repleto de ternura.
Israel es el pueblo de Dios; le pertenece porque Dios mismo lo ha elegido y
constituido como tal (Dt 32,6), lo ha guiado a la libertad y ha cerrado con él
un pacto eterno. Y lo ha hecho sólo porque lo ama (cf. Dt 7,7ss). ¿Qué acto
malo, por tanto, se le puede reprochar (v. 3)? Dios no se cansa de recordarle
al pueblo infiel sus orígenes, para que tome conciencia de su identidad y la
manifieste con un comportamiento coherente. El pueblo reconoce implícitamente,
a través de su portavoz, sus propias responsabilidades y, con una serie de
preguntas, busca cómo aplacar la indignación de YHWH. Se pregunta en el oráculo
si podrán agradar a Dios los sacrificios cruentos de animales apreciados y en gran
número, o abundantes sacrificios incruentos. Se llega incluso a preguntar,
sobre la base de un uso común en el mundo pagano desterrado por la Ley, aunque practicado
a veces y nunca desaparecido del todo en Israel-, si el pecado podrá ser
expiado mediante el rito de la inmolación de los hijos primogénitos.
Ahora es cuando
interviene el profeta, a quien corresponde ejercer el servicio de intermediario
entre Dios y el pueblo. Éste reafirma la voluntad que Dios mismo ha manifestado
y que siempre habían anunciado los profetas. Esa voluntad interpela a cada
hombre, que, por esa misma razón, está llamado a dar una respuesta personal. La
propuesta de Dios, en la línea de la alianza sinaítica, ha sido sintetizada por
Miqueas en tres puntos: justicia social, amor (cf. Ex 20,12-17; Dt 5,16-21) y
sumisión obediente y dócil a Dios, viviendo las ocupaciones diarias en su
compañía». El orgullo y la altivez alejan de Dios y separan del prójimo. El
amor y la humildad recomponen la armonía de la comunión.
SALMO RESPONSORIAL
(SAL 49)
R./ Dios salva al que cumple su voluntad.
L. Congreguen ante mí a los que sellaron sobre el altar mi
alianza. Es Dios quien va a juzgar y el cielo mismo lo declara.
R./ Dios salva al que cumple su voluntad.
L. No voy a reclamarte sacrificios, pues siempre están ante mí tus
holocaustos. Pero ya no aceptaré becerros de tu casa ni cabritos de tus
rebaños.
R./ Dios salva al que cumple su voluntad.
L. ¿Por qué citas mis preceptos y hablas a toda hora de mi pacto,
tú, que detestas la obediencia y echas en saco roto mis mandatos?
R./ Dios salva al que cumple su voluntad.
L. Tú haces esto, ¿y yo tengo que callarme? ¿Crees acaso que yo
soy como tú? Quien las gracias me da, ése me honra y yo salvaré al que cumple
mi voluntad.
R./ Dios salva al que cumple su voluntad.
ACLAMACIÓN antes del Evangelio (Cfr. Sal 94, 8)
R./ Aleluya, aleluya.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice:
“No endurezcan su corazón”.
R./ Aleluya, aleluya.
+ EVANGELIO según san Mateo 12, 38-42
En aquel tiempo, le
dijeron a Jesús algunos escribas y fariseos: “Maestro, queremos verte hacer una
señal prodigiosa”. Él les respondió: “Esta gente malvada e infiel está
reclamando una señal, pero la única señal que se le dará, será la del profeta
Jonás. Pues de la misma manera que Jonás estuvo tres días y tres noches en el
vientre de la ballena, así también el Hijo del hombre estará tres días y tres
noches en el seno de la tierra.
Los habitantes de
Nínive se levantarán el día del juicio contra esta gente y la condenarán,
porque ellos se convirtieron con la predicación de Jonás, y aquí hay alguien
más grande que Jonás. La reina del sur se levantará el día del juicio contra
esa gente y la condenará, porque ella vino de los últimos rincones de la tierra
a oír la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien más grande que Salomón”.
Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
En el contexto de la
diatriba entre Jesús y sus interlocutores que siguió a la curación del
endemoniado ciego y mudo (cf. Mt 12,22-37), se presenta la petición de un signo
por parte de los maestros de la Ley y de los fariseos.
Jesús responde sacando
a la luz la naturaleza de tal petición: es una pretensión formulada por gente
malvada e incrédula (v. 39a). No piden el signo para apoyo de su fe, porque los
maestros de la Ley y los fariseos han demostrado ya en otras ocasiones qe no
creen en Jesús, que no reciben su palabra y, con ella, la revelación de los
misterios del Reino de Dios, de modo diferente a lo que han hecho “los
pequeños” (cf. Mt. 11,25-27).
Al negar el signo
pedido, Jesús declara una vez más que la fe no es fruto de la evidencia, no es
resultado de un cálculo lógico, sino disponibilidad para recibir el don de
Dios, que es el mismo Jesús. De ahí que el signo de Jonás siga siendo
incomprensible para quienes no tienen esta disponibilidad, porque sólo la fe en
Jesús y en su palabra puede permitir reconocer, en su muerte y resurrección, la
verdad de la filiación divina y de la redención del hombre. Sólo por la fe nos
convertimos.
La permanencia de Jonas
en el vientre del pez y la acogida positiva de la invitación a la conversión
por parte de los ninivitas paganos son pálidas prefiguraciones de lo que está
sucediendo, dice Jesús. Él será sepultado duran te un breve tiempo, como
preludio de su glorificación salvífica, y los paganos se dispondrán a acoger la
Palabra de Dios que se les anuncie (vv. 40ss). Se trata de un signo que sigue
siendo ineficaz -como el brindado por el largo viaje realizado por la reina del
sur para escuchar la sabiduría de Salomón (v. 42), para una generación que, por
no estar dispuesta a cumplir la voluntad de Dios, no sabe reconocer en Jesús a
su enviado -más aún, a su Hijo- y por no creer en sus palabras no acoge la
sabiduría de Dios.
MEDITATIO
Cuántas veces nos las
damos de acreedores de Dios, reivindicamos cuentas pendientes con él, como si
no fuera era él nuestro Creador, el que nos ha dado y nos sigue dando la vida.
«Dios no me escucha, no hace lo que le pido, no me concede esto o aquello,
después de todo lo que he hecho por él, sacrificios, renuncias, oraciones...»:
son palabras que oímos con cierta frecuencia. En ellas se revela que tenemos la
imagen de un Dios dispuesto a satisfacer nuestros caprichos de una manera
mecánica...
Sin embargo, Dios,
puesto que siente por nosotros una altísima estima y un amor auténtico, nos
llama a mantener con él una relación personal en un clima de libertad y de
responsabilidad. Dios quiere hacernos crecer, nos desea adultos en el espíritu.
A menudo nosotros, que tanto deseamos quemar etapas en el crecimiento humano y,
de pequeños, nos las damos de grandes (salvo cuando seguimos siendo infantiles
después en la edad adulta), no nos mostramos preocupados con la misma
intensidad por madurar en la fe, en la relación con el Señor. De este modo,
permanecemos anclados en el «ver», en el «tocar» con los sentidos, y nos
mostramos dispuestos a correr detrás de magias y supersticiones aun cuando eso
comporte un notable
dispendio de tiempo y dinero.
Reflexionemos sobre la
seriedad de nuestra creencia en Dios: la actitud que mantenemos al tratar con
los hermanos y al vivir los momentos del culto expresa lo que hay en nuestro
corazón. Dios se ha hecho en Jesús compañero de viaje de cada hombre. Abramos,
con humildad, los ojos de la fe.
ORATIO
Perdona, Señor, mi
arrogancia frente a ti, una arrogancia hecha de pretensiones y nunca saciada de
tus dones. Me muestro ridículo en mi necia pretensión de desafiarte a que me
brindes siempre nuevas pruebas de tu presencia amorosa, cuando en realidad yo
no estoy en absoluto disponible para acoger ninguna. Perdona los «delirios de
omnipotencia» que me atrapan y que me llevan a intentar mirarte de arriba
abajo.
Pero tú no te espantas
ni te cansas de mí, oh Dios. Más aún, eres tú el que se hace pequeño. De este
modo me das ejemplo y me demuestras que recorriendo el camino del amor, de la
humildad, de la confianza, llegamos a ser personas verdaderamente humanas, se
nos reconoce como hijos del Padre y somos capaces de ver el signo de tu
presencia en el mundo. Por eso, Señor, nunca acabaré de bendecirte.
CONTEMPLATIO
¿Queréis que os hable
de los caminos de la reconciliación con Dios? Son muchos y variados, pero todos
ellos conducen al cielo. El primero es la condena de los propios pecados. El
segundo es el perdón de las ofensas. El tercero consiste en la oración; el
cuarto en la limosna, y el quinto en la humildad. No te quedes, por tanto, sin
hacer nada; más aún, intenta avanzar cada día por todos estos caminos, porque
son fáciles. Aun cuando te encuentres viviendo en una situación de miseria más bien
grave, siempre podrás deponer la ira, practicar la humildad, orar de continuo y
reprobar los pecados. Una vez adquirida de nuevo la verdadera sanidad,
gozaremos con confianza de la sagrada mesa e iremos con gran gloria al
encuentro de Cristo (Juan Crisóstomo, Homilía sobre el diablo tentador
2,6, en PG 49, 263ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Tú eres, Señor, el “signo” del Padre» (cf. Mt 12,38ss).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Conozco dos tipos de creyentes. Los que necesitan milagros para
creer y aquellos a quienes el milagro no añade ni una onza de fe; más aún, casi
les supone una mortificación. No hace falta escarnecer a los primeros; están en
buena compañía, puesto que el mismo san Agustín dice con ellos: «Sin los
milagros no seria cristiano». A los segundos no les hace falta creer demasiado:
si bajara a una plaza cualquiera, en una hora de tráfico o de mercado, gritando
que a una milla de allí se había aparecido la Virgen, en un abrir y cerrar de
ojos se quedaría desierta la plaza, estoy seguro de ello. Y los primeros en
correr detrás de mí serían tal vez los materialistas, los llamados incrédulos,
pero inmediatamente después, no menos jadeantes, vería a muchos de esos amigos
que solían decirme: «El milagro es para mí algo superfluo, mi fe no necesita
milagros».
La verdad para todos
nosotros es sólo esta: que somos milagros, venimos del milagro y estamos
hechos milagros. Hasta el hombre que lo tiene todo invoca el milagro,
porque el milagro, antes de ser un socorro benéfico, antes de ser un don útil y
resolutivo contra la pena, es la exaltación de la infancia que vuelve a
encantarnos, la revancha de aquella primera sabiduría inocente sobre la falaz
sabiduría de después.
El Evangelio es el
campo de los milagros. Sin embargo, hay una cosa que aparece clara de
inmediato: que Cristo fue enemigo de los milagros. El milagro, para él, es lo que
debería brotar como consecuencia, algo para cuya obtención cedió a hacerse
brujo y que, sin embargo, sólo en rara ocasión consiguió: la fe. «Más adelante
vio a otros dos hermanos: Santiago, el de Zebedeo, y su hermano Juan, que
estaban en la barca con su padre Zebedeo reparando las redes. Les llamó
también, y ellos, dejando al punto la barca y a su padre, le siguieron».
Nosotros nos hemos quedado reparando las redes, aunque él nos ha mirado en más
de una ocasión; tranquilos en la barca con nuestro padre y los mozos, hemos
hecho fracasar el milagro rarísimo, ése ante el cual la resurrección de Lázaro
es un juego. El milagro que le sale una vez de cada mil y que nadie ha sido
capaz de contar. Seguirle (L. Santucci, Volete andarvene anche voi? Una
vita di Cristo, Milán 1974).
Comentarios
Publicar un comentario