LECTIO DIVINA PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO C

 LECTIO DIVINA PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO C

JEREMÍAS 33,14-16            1 TESALONICENSES 3,12-4,2      LUCAS 21,25-28.34-36

Finalmente, Dios será Todo en todos

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías 33,14-16

 

Se acercan los días, dice el Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En aquellos días y en aquella hora, yo haré nacer del tronco de David un vástago santo, que ejercerá la justicia y el derecho en la tierra. Entonces Judá estará a salvo, Jerusalén estará segura y la llamarán 'el Señor es nuestra justicia'". 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

La lectura es un breve extracto de los “oráculos de esperanza” de Jeremías (Jer 30-33) y contienen palabras de confianza para el futuro. Podemos pensar que fueron pronunciadas hacia el año 587 a.C., cuando la ciudad de Jerusalén estaba a punto de caer en manos del enemigo. 

«Mirad que llegan días -oráculo del Señor, en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel» (v. 14): Jeremías había pronunciado palabras de amenaza sobre la ciudad de Jerusalén infiel, pero ahora que el castigo es inminente, proclama que Dios tiene en su mente “palabras buenas”, es decir, la promesa y el proyecto de una ciudad nueva donde habite la justicia. Jeremías, a continuación, quiere indicar que no se tratan de palabras huecas o de ideales utópicos o nebulosos, sino de palabras que cobran consistencia en la historia de la ciudad y del pueblo. 

Para convertir en realidad esta promesa de bien enviará a un descendiente de David, un Mesías «germen de justicia» (v. 15), expresión que no se reduce al sentido de vástago legítimamente descendiente de David, sino como promesa de un rey que tendrá de verdad la justicia como programa. 

En el desarrollo de este programa se manifestará el rostro de Dios como “justo”. A Jerusalén se le impondrá un nombre nuevo ideal: «Señor-nuestra-justicia», es decir, será el testimonio vivo de la justicia de Dios. El nombre quizás haga alusión al último rey, Sedecías, quien no supo estar a la altura del proyecto que manifiesta su nombre (en hebreo significa "justicia del Señor"). Dios, sin embargo, se manifestará precisamente en el momento en que aparecerá su fidelidad a la promesa de edificar un pueblo nuevo, fundado en la justicia.

 

SEGUNDA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses 3,12-4,2 

 

Hermanos: Que el Señor los llene y los haga rebosar de un amor mutuo y hacia todos los demás, como el que yo les tengo a ustedes, para que él conserve sus corazones irreprochables en la santidad ante Dios, nuestro Padre, hasta el día en que venga nuestro Señor Jesús, en compañía de todos sus santos. 

Por lo demás, hermanos, les rogamos y los exhortamos en el nombre del Señor Jesús a que vivan como conviene, para agradar a Dios, según aprendieron de nosotros, a fin de que sigan ustedes progresando. Ya conocen, en efecto, las instrucciones que les hemos dado de parte del Señor Jesús. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

La comunidad espera la parusía, cuando «Jesús, nuestro Señor, se manifieste junto con todos sus santos» (v. 13). Todas las exhortaciones de Pablo tiene sentido bajo esta luz. 

La iglesia de Tesalónica no es muy problemática para el Apóstol, por eso los consejos se dirigen al día a día de la vida del creyente. Exhorta a esos cristianos a seguir comportándose como ya lo hacen, pero tratando de mejorar constantemente su conducta. La exhortación fundamental es la de mantener viva la caridad (v. 12), ya que constituye el núcleo esencial de la santidad y es la auténtica “forma" de la tensión del cristiano por la venida de Jesús (v. 13). 

Otro principio de fondo que, según Pablo, debe configurar toda la vida cristiana es el deseo de «agradar al Señor» (4,1). No hay que tener como norma la aprobación de los hombres, sino lo que agrada a Dios. 

En el mismo versículo encontramos una invitación que puede pasar desapercibida, aunque sea bastante rara en Pablo: «Para que progreséis más y más cada día». El Apóstol piensa en una vida cristiana en continuo crecimiento y en constante profundización, ya que la hondura del amor de Dios que nos llama es inagotable.

 

EVANGELIO 

Lucas 21,25-28.34-36

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Habrá señales prodigiosas en el sol, en la luna y en las estrellas. En la tierra, las naciones se llenarán de angustia y de miedo por el estruendo de las olas del mar; la gente se morirá de terror y de angustiosa espera por las cosas que vendrán sobre el mundo, pues hasta las estrellas se bambolearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube, con gran poder y majestad. Cuando estas cosas comiencen a suceder, pongan atención y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación. Estén alerta, para que los vicios, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente y aquel día los sorprenda desprevenidos; porque caerá de repente como una trampa sobre todos los habitantes de la tierra. Velen, pues, y hagan oración continuamente, para que puedan escapar de todo lo que ha de suceder y comparecer seguros ante el Hijo del hombre". 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El relato litúrgico del evangelio se compone de dos fragmentos del llamado “discurso apocalíptico" de Jesús en la versión de Lucas. 

En la primera parte (vv. 25-28) el discurso se centra en la venida del Hijo del hombre. El Hijo del hombre es el que ha sido humillado y ha padecido por toda la humanidad y al que Dios ha resucitado de entre los muertos, reconociéndolo como Hijo, salvador universal. El cristiano espera el día de su manifestación «con gran poder y majestad» (v. 27), espera que aparezca, plenamente visible, su victoria sobre el mal y su señorío universal. 

Según Lucas, el día del Hijo del hombre se anuncia con ciertos signos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra la angustia se apoderará de los pueblos...» (v. 25). No se trata de manifestaciones que nos permitan calcular con anticipación el momento de la venida de Jesús. Se trata, por el contrario, de acontecimientos que se darán siempre, en cualquier tiempo. De hecho, siempre sucederán catástrofes naturales o desórdenes y acontecimientos dolorosos, lo cual indica que el hombre siempre debe estar a la espera de la venida de Jesús. 

Con todo, se darán dos modos de leer los signos: el del que espera con miedo el final de un mundo encaminado a la desaparición y la nada (de ahí la angustia, la  locura, el miedo: v. 25-26); y la del que, creyendo, no infravalora el mal, pero a pesar de todo “levanta la cabeza" y abre el corazón a la esperanza porque está seguro de la liberación (v. 28). 

En la segunda parte el evangelista resalta dos imperativos: «Procuren» (v. 34), y «velen y oren» (v. 36). Es preciso tener cuidado con lo que embota el corazón y apaga la esperanza. Hay que vigilar -y aquí aparece la añadidura de la preciosa invitación a la oración, para evitar la perversa fascinación del mal y estar lúcidos para esperar al único que da sentido a nuestra historia: al Hijo del hombre.

 

MEDITATIO

 

Sin duda, tenemos momentos en que nos centramos en los graves problemas que nos afectan directamente, o a nuestra familia o comunidad. La comunidad creyente con frecuencia precisa echar mano de los consejos más ordinarios, como los que da Pablo a los tesalonicenses. Todos necesitamos fortalecer nuestra fidelidad cotidiana al estilo que nos marca el evangelio, conscientes de que, aunque no tengamos problemas graves, no debemos vivir con una fe encogida ni debemos dar por supuesta la caridad. 

Las lecturas bíblicas son una invitación a esperar la venida del Señor con caridad y justicia. El amor del que habla Pablo es un amor “desbordante”: «los haga crecer y rebosar». Si ponemos límites o diques a nuestro amor, no es amor; nuestra caridad cristiana debe encontrar su mejor imagen en la de un río cuyas aguas no se pueden contener. 

Además se trata de un amor “recíproco”, visible dentro de la Iglesia, y un amor “a todos”, expresando así también amor hacia el exterior. No olvidemos que esta llamada a la caridad se da para una Iglesia donde las relaciones con la ciudad no son fáciles. Nuestra caridad con los más próximos y con los lejanos tiene una misma procedencia y una puede ser, hoy para nosotros, la medida de la autenticidad de la otra. 

Además es un amor que se debe manifestar más si se desempeña un ministerio en la comunidad; Pablo ha dado ejemplo: «Lo mismo que nosotros os amamos». 

Finalmente, aparece la caridad que nos lleva a una fe sólida y a la santidad, una solidez que resiste hasta la venida de Cristo: «Para que cuando Jesús nuestro Señor se manifieste, nos encuentre interiormente fuertes e irreprochables» (1 Tes 3,13). Reconocemos y confesamos que Jesús es el Señor, sabiendo que su señorío se extiende ya ahora en el mundo donde nos encontramos viviendo su amor.

 

ORATIO

 

 

«A ti, Señor, levanto mi alma»: al comienzo del adviento renace en mí la esperanza de volver a caminar por tus sendas que con frecuencia he abandonado. Tu invitación a levantar la cabeza para ver la cercana liberación es lo que mueve mi esperanza. Por eso, a ti levanto mi alma. La promesa de tu venida sostenga de nuevo mi compromiso por obrar el bien. 

«Señor, enseñame tus caminos»: al pedirte que endereces mi camino, comprendo que no puedo nada si tú mismo no me enseñas tus caminos. No sólo eso, tú mismo eres el Camino, tú eres el «germen de justicia» capaz de hacer justos nuestros caminos, tú eres el único por el que pueda decidir de nuevo gastar mis días en la caridad. 

«Enseñas el camino justo a los pecadores»: Quiero ser sincero, Señor. Ante tu promesa siento todavía más fuerte el tirón de mis distracciones y los afanes que embotan el corazón, observo la capa opresora de males que afligen al mundo en el que vivo y que nos llevan con frecuencia a contentarnos con una vida ordinaria, sin relieve. Ábrenos a la esperanza, para que no dejemos de pensar noblemente y para que, en definitiva, podamos

agradarte.

 

CONTEMPLATIO

 

Esperamos el día del aniversario del nacimiento de Cristo: levántese nuestro espíritu rebosante de gozo, salga al encuentro de Cristo que viene, siempre adelante con ardor impaciente, casi incapaz de contenerse o de soportar la tardanza... Pido para vosotros, hermanos, que el Señor, antes de aparecer para todo el mundo, venga a visitar vuestro interior. Esta venida del Señor es oculta pero admirable y pone al alma que contempla en la admiración dulcísima de la adoración. Bien lo saben los que lo han experimentado; quiera Dios que quienes no lo han experimentado lo obtengan por el deseo (Guerrico de Igny, Sermones de Adviento, II).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«No queda defraudado quien en ti espera» (Sal 24,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Tendrá lugar entonces, sin duda, la Parusía sobre una Creación llevada al paroxismo de sus aptitudes para la unión. Revelándose al cabo la acción única de asimilación y de síntesis que se proseguía desde el origen de los tiempos, el Cristo universal brotará como un rayo en el seno de las nubes del Mundo lentamente consagrado. Las trompetas angélicas no son más que un débil símbolo. Agitadas por la más poderosa atracción orgánica que pueda concebirse (¡la fuerza misma de cohesión del universo!), las mónadas se precipitarán al lugar en que la maduración total de las cosas y la implacable irreversibilidad de la Historia entera del Mundo las destinarán irrevocablemente; las unas, materia espiritualizada, en el perfeccionamiento sin límites de una eterna comunión; las otras, espíritu materializado, en las ansias conscientes de una interminable descomposición. 

De este modo se hallará constituido el complejo orgánico: Dios y Mundo, el Pleroma, realidad misteriosa que no podemos decir sea más bella que Dios solo, puesto que Dios podía prescindir del Mundo, pero que tampoco podemos pensar como absolutamente accesoria sin hacer con ello incomprensible la Creación, absurda la Pasión de Cristo y falto de interés nuestro esfuerzo. 

Entonces será el final. 

Como una marea inmensa, el Ser habrá dominado el temblor de los seres. En el seno de un Océano tranquilizado, pero que en cada gota tendrá conciencia de seguir siendo ella misma, terminará la extraordinaria aventura del mundo. El sueño de toda mística habrá hallado su manifestación plena y legitima. Dios será todo en todos (P. Teilhard de Chardin, El porvenir del hombre, Madrid 1965, 378379).

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