Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario B

 Homilía Domingo XXIII del Tiempo Ordinario B 

Marcos 7,31-37




EVANGELIO

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.

Del santo Evangelio según san Marcos: 7, 31-37

En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.


Palabra del Señor. 


R. Gloria a ti, Señor Jesús. 


Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien


En este XXIII Domingo del Tiempo Ordinario Ciclo B, sale a nuestro encuentro la Palabra de Dios, para descubrirnos los secretos de nuestro propio corazón, para darnos luz, para hacernos hablar. Para que no nos quedemos cayados cuando debemos hablar, fruto de un verdadero y sano discernimiento. ¡Qué importante es darnos cuenta que el Espíritu de Dios nos ilumina y nos impulsa a escuchar y a hablar! Pensemos seriamente en los momentos que estamos viviendo como Iglesia, como familia, como sociedad, como Mexicanos, nuestro País está siendo afectado por muchas circunstancias adversas no solamente a la democracia, sino a los valores que como cristianos y como hijos de Dios debemos defender. 

Así pues, en sintonía con la liturgia de la Palabra del domingo pasado, la locución del profeta Isaías y la de Jesús convergen en anunciar la liberación frente a todas las servidumbres, y situaciones de pecado, en ser Buena Noticia para todos que elimina las trabas y los miedos. La Buena Noticia nos hace libres. Nos da una seguridad incalculable, que ninguna terapia psicológica nos puede brindar. En Jesús podemos constatar, verificar, palpar la fidelidad de Dios anunciada en la profecía del Antiguo Testamento: “Miren a su Dios, viene en persona a salvarlos”. ¡Dios está aquí en medio de nosotros!, no le vemos porque estamos miopes, porque nuestra mirada de fe es obtusa, circunspecta, porque somos incapaces de creer realmente con una fe transformadora. Cristo Jesús es la Palabra hecha carne, que se dirige a todo ser humano, sin hacer acepción de personas. Él ha querido venir a estar y ser entre nosotros el signo de la alianza, nueva y eterna, como decimos en la consagración de los dones de pan y vino en la Misa. Jesucristo, ha roto las fronteras de Israel, ha hecho presente un Dios cercano, fraterno, ninguna religión puede afirmar que Dios ha descendido hasta ellos como nosotros para llevarnos a Él. Solamente la Religión Cristiana, es decir, nosotros podemos afirmarlo. No somos nosotros los que vamos a su encuentro, es Él quien nos ha encontrado, el que ha venido a nuestra ayuda, el que nos habla de un Padre rico en misericordia, es Jesús de Nazaret que viene a revelarnos nuestra verdadera identidad, llegando hasta los confines de la tierra, nos va descubriendo y diciendo a todos que somos hijos de Dios, y se encamina a todos los confines de la tierra, especialmente donde se encuentran los más desfavorecidos para generar esta conciencia.


Queridos hermanos y hermanas, también hoy el Señor nos habla a nosotros, sí, a ti y a mí, a todos los que escucharan este mensaje, Jesucristo viene a ofrecernos su palabra gozosa, liberadora y cargada de esperanza. No seamos como los sordos que oyen, pero no quieren escuchar, dejémonos tocar por Jesús, permitamos que su Palabra penetre hasta lo más profundo de nuestro corazón y hagamos de Él y de nuestra fe una realidad en la propia vida y en la vida de los demás.


No olvidemos nunca que la relación con Dios no se basa ya en ritos de pureza externos, sino en un corazón bueno y esta novedad genera también un modo original de relacionarse con las personas.  Pero, para ello, es necesario escucharle a Jesús, permitirle que abra nuestros oídos, nuestra mente y nuestro corazón, solamente así podremos realmente ser discípulos suyos. Dios sale al encuentro de todos superando las fronteras del pueblo de Israel, ampliando de manera absoluta los límites que no son límites para Dios, generando así, una comunidad de creyentes abierta y universal. Dios en su Hijo Jesucristo nos ha traído la salvación a todos, absolutamente a todos, porque todos somos hijos de Dios, y por lo tanto dignos del Reino. Si no hay alimentos impuros tampoco hay personas impuras. Y la cultura judía consideraba impuros a los extranjeros, de modo que quien entraba en su casa, comía en su mesa o tenía contacto físico con ellos quedaba manchado. Pero Jesús superando estas formas rituales simplemente externas, hace que llegue a todos la salvación de Dios.


La salvación universal es el proyecto del Padre manifestado en Jesús, por eso, Éste, después de discutir sobre costumbres y alimentos puros e impuros con los fariseos y letrados y de instruir a sus discípulos y a la gente sobre el mismo tema, ahora, extiende el anuncio del evangelio del Reino a algunos territorios extranjeros. Ciertamente, Jesús indica que Dios no tiene limites para ejercer su amor, su salvación, su misericordia. Por eso, en  Tiro y Sidón cura a la hija endemoniada de una mujer pagana (Mc 7,24-30) y luego, en la Decápolis, realiza el milagro que hemos leído donde se resalta muy intencionadamente el contacto personal y físico entre Jesús y el sordomudo.


Sin embargo, debemos destacar que la curación realizada por Jesús y tal como nos la describe el texto evangélico de hoy, no tiene nada de particular ni de extraordinario, era la manera de como otros muchos del mundo pagano curaban. Las coincidencias son  realmente llamativas, hasta escandalosas, fíjense si esto se hiciera en la actualidad se le acusaría a quien lo realizara quien sabe de qué: Jesús se lleva al enfermo a un lugar retirado, introduce los dedos en los oídos, humedece con su saliva la lengua paralizada, levanta los ojos al cielo y suspira implorando la ayuda divina y manifestando su compasión. Tras la orden: “Ábrete”, se produce la curación. ¡Dios ha obrado gracias también, a la fe de Jesús, no solamente al hecho de meterle los dedos en las orejas tocar la lengua del sordomudo con su saliva untada en la mano. ¿Dios y Jesús podía hacerlo sólo con esto? ¡Por supuesto que sí, sin duda! Pero también ha estado de por medio la fe de Jesús y la oración del corazón de Jesús. En otro texto, el mismo Jesucristo dará gracias al Padre porque siempre le escucha. 


En el último versículo del texto evangélico que hemos proclamado encontramos la novedad absoluta y la diferencia entre un curandero y  Jesucristo. Cristo Jesús no es simplemente un taumaturgo, no es solamente un curandero, no es un embaucador, como tantos que pululan en la actualidad ¡No! Absolutamente ¡no! Jesús “Todo lo ha hecho bien”, mejor dicho, todo lo hace bien. Queridos hermanos y hermanas, esta afirmación nos traslada al momento de los orígenes, a aquel que muchas veces pensamos que es solamente un relato fruto de la imaginación del autor sagrado, no es así. Trasladémonos al Inicio, al Génesis en el momento de la creación: “Y vio Dios que era bueno”, aquí tenemos la respuesta a la acción de Jesús. Él es el bueno por excelencia por eso hace cosas buenas. De igual manera lo anunciado por el profeta Isaías sobre los signos de la cercanía del Mesías según hemos leído en la primera lectura (Is 35,1-10). Jesús no es un curandero más. Todo cuanto él hace es signo de la presencia Divina, y por lo tanto salvífica de Dios que con su poder abre los oídos para que oigan y entiendan verdaderamente lo que Jesús es y hace, y suelta las lenguas para que lo proclamen a todos. Sin embargo, estos signos no se quedan en los oídos ni en la boca, sino que van directamente hasta el corazón. Allí hunde sus raíces la palabra salvadora, sanadora y santificadora de Jesús, una vez que a irrumpido en la vida de la persona.


Queridos hermanos y hermanas, los dichos, las palabras, las acciones de Jesús ponen de manifiesto, sin lugar a dudas, la salvación universal. Dios, el Padre de Jesús y nuestro Padre, nuestro Padre Dios no quiere y no puede perder a ninguno de sus hijos, por eso, la sanción de este hombre pagano, más allá  de un hecho histórico, pretende comunicarnos y hacernos entender que Dios ha abierto la salvación a todos los que le escucha y experimentan la necesidad imperiosa de abrirle su vida. El sordomudo al que Jesús cura se convierte en símbolo de las personas que en otro tiempo y ahora no querían o no queremos escuchar la voz de Dios ni responderle con la alabanza. Jesús ha inaugurado un pueblo nuevo donde nadie es marginado por su raza o cultura y todos pueden escuchar y alabar Dios. 


¡Ánimo, no teman! Es el mensaje que el Señor, nuestro buen Padre Dios nos envía desde su santo cielo hoy a todos. Extirpemos de raíz todo aquello que nos aqueja y presentémoslo delante del Señor  con la confianza que Él y sólo el nos dará la luz que cada quien necesita para ser coherentes con nuestra fe, descubriendo siempre y en todos la misma dignidad de hijos de Dios, sin favoritismos ni nada que se les parezca, así seremos verdaderamente felices, con una felicidad que nada ni nadie nos podrá arrancar, porque el Señor es nuestra fuerza y nuestra alegría en Él está nuestra salvación, de ahí  que de lo más profundo de nuestro ser brote un himno de acción de gracias a Dios.


Pidamos a la Santísima Virgen María, nuestra Madre y poderosa intercesora que nos conceda la gracia de permitir dejarnos tocar por Jesucristo el Señor, por su Espíritu Santo para que el Padre vaya haciendo y consolidando cada vez más en nosotros su obra de salvación.


Paz y Bien

Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.

Hermanos Menores Capuchinos

Fraternidad de Santa Verónica Giuliani

Cuautitlán Izcalli, Estado de México

6 de septiembre de 2024

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