Lectio Divina Domingo XXIII del Tiempo Ordinario B

 Lectio Divina Domingo XXIII del Tiempo Ordinario B

Isaías: 35, 4-7 Santiago: 2, 1-5 Marcos: 7, 31-37




LECTIO


PRIMERA LECTURA

Se iluminarán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán.


Del libro del profeta Isaías: 35, 4-7


Esto dice el Señor: “Digan a los de corazón apocado: ‘¡Ánimo! No teman. He aquí que su Dios, vengador y justiciero, viene ya para salvarlos’.

Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará.

Brotarán aguas en el desierto y correrán torrentes en la estepa. El páramo se convertirá en estanque y la tierra sedienta, en manantial”.


Palabra de Dios. 


R. Te alabamos, Señor


Al juicio de Dios sobre los pueblos enemigos de Israel (Is 34) le sirve de contrapaso la gloria del pueblo elegido (Is 35). La prosperidad y la fecundidad de Israel, fruto de la radical transformación llevada a cabo por la intervención divina, celebran la magnificencia y el poder de YwH. Los que han sufrido las atrocidades de la opresión enemiga reciben el anuncio de una palabra de consuelo, una palabra que les invita a tener ánimo porque Dios intervendrá en su ayuda. La venida de Dios castiga a los culpables y premia a los inocentes, según la ley del talión.

La salvación divina aparece descrita, sobre la base de la doctrina de la retribución temporal, como una curación completa de las enfermedades físicas: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos brincan, los mudos cantan (vv. 5-6a). También la naturaleza recibe una nueva vitalidad: el desierto y la estepa reciben un riego abundante, la tierra árida se vuelve rica en manantiales (vv. 6b-7a).


Los profetas contemplan esa perspectiva ideal para expresar el cumplimiento de la expectativa mesiánica. El Mesías que ha de venir inaugurará unos tiempos en los que no habrá más sufrimiento y hasta la muerte será destruida (cf. Is 25,7ss). Jesús asumirá los signos de la curación radical del hombre, para introducir a sus oyentes en la comprensión de la verdad de su persona y de su misión (cf. Mt 11,2-6).


SEGUNDA LECTURA

Dios ha elegido a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino.


De la carta del apóstol Santiago: 2, 1-5


Hermanos: Puesto que ustedes tienen fe en nuestro Señor Jesucristo glorificado, no tengan favoritismos. Supongamos que entran al mismo tiempo en su reunión un hombre con un anillo de oro, lujosamente vestido, y un pobre andrajoso, y que fijan ustedes la mirada en el que lleva el traje elegante y le dicen: “Tú, siéntate aquí, cómodamente”. En cambio, le dicen al pobre: “Tú, párate allá o siéntate aquí en el suelo, a mis pies”. ¿No es esto tener favoritismos y juzgar con criterios torcidos?

Queridos hermanos, ¿acaso no ha elegido Dios a los pobres de este mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?


Palabra de Dios. 


R. Te alabamos, Señor.


Santiago pide a los cristianos que no contradigan la fe profesada con un comportamiento incoherente. Interpelando directamente a los destinatarios de la carta, les invita a no caer en la práctica de favoritismos basándose en la riqueza: atenciones con los ricos, ninguna consideración con los pobres (v. 3). Quien muestra semejante actitud demuestra no creer en Jesucristo, Señor de la gloria (v. 1); son otros sus «señores»: el primero de todos la riqueza. Ésta es la primera asechanza, contra la cual no se cansaron de lanzar invectivas los profetas (cf. Am 6,1-7; Is 5,8-12; Miq 2,1ss), sintetizadas por Jesús en esta advertencia categórica: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

A Jesús se le llama aquí «Señor de la gloria» porque su cuerpo, después de la resurrección, es un cuerpo glorificado y también porque es la revelación de la gloria del Padre. La gloria, signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo, se ha hecho carne en Jesús, se ha hecho visible (cf. Jn 1,14). Practicar discriminaciones significa no reconocer esta manifestación de Dios y no acoger la consiguiente revelación de que todos los hombres, criaturas suyas, son iguales. Esto es algo particularmente grave, dado que tiene lugar con ocasión de las celebraciones litúrgicas (v. 2), o sea, precisamente cuando más evidente tenía que ser la identidad cristiana de la comunidad, en su unidad con Dios y entre los miembros que la componen. Los cristianos que practican el favoritismo demuestran que siguen teniendo una mentalidad mundana, alejada de la que se configura con el modo de obrar de Dios, y por eso no es auténtico el culto que le tributan (cf. Sant 1,27).

Dios escoge a los pobres y le da la vuelta a su condición, enriqueciéndoles con la fe en este mundo y dándoles después la vida eterna (v. 5). A lo largo de toda la revelación, aparece de manera constante la preferencia de Dios por los pobres, o sea, por esos que, sin buscar la seguridad en el poder o en los bienes terrenos, cuentan sólo  con él; por esos que indefensos y despreciados, «le aman» (v. 5b), es decir, viven con él  en un clima de confianza, de confidencia, de agradecimiento.


EVANGELIO

Hace oír a los sordos y hablar a los mudos.


Del santo Evangelio según san Marcos: 7, 31-37


En aquel tiempo, salió Jesús de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis. Le llevaron entonces a un hombre sordo y tartamudo, y le suplicaban que le impusiera las manos. Él lo apartó a un lado de la gente, le metió los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Después, mirando al cielo, suspiró y le dijo: “¡Effetá!” (que quiere decir “¡Ábrete!”). Al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y empezó a hablar sin dificultad.

Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, ellos con más insistencia lo proclamaban; y todos estaban asombrados y decían: “¡Qué bien lo hace todo! Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”.


Palabra del Señor. 


R. Gloria a ti, Señor Jesús.


La sección del evangelio en la que se encuentra el fragmento litúrgico de hoy está atravesada por el tema de la incomprensión de que es objeto la persona de Jesús. El sordomudo que recobra el pleno uso de sus facultades sensoriales, que le permitirán escuchar la Palabra reveladora y comunicarla a su vez, se convierte en signo de aquel que se abre a la acogida del misterio de Jesús. El hombre que recibe el milagro es un pagano que ha sido llevado a Jesús mientras este último atravesaba el territorio de la Decápolis (v. 31), situado al este del lago de Tiberíades, hasta donde había llegado la fama del Maestro como taumaturgo.

El relato de esta curación es propio del evangelio de Marcos. No se alude a la fe del que recibe el milagro ni del que le acompaña (v. 32): es la totalidad de la persona del hombre la que se abre a la fe y al reconocimiento de quien le cura. Jesús obra el milagro apartándolo de la gente (v. 33) y ordenando guardar silencio sobre lo ocurrido (v. 36): la consigna del «secreto mesiánico» recibe aquí un énfasis particular. El anuncio del Evangelio y la adhesión de fe deben ser los únicos «signos»

inequívocos de la inauguración de los tiempos mesiánicos.

El milagro va acompañado de una gran riqueza de gestos: la introducción de los dedos en los oídos, el contacto con la saliva (elemento considerado como medicamentoso en la antigüedad), el suspiro, la palabra transmitida por el evangelista en arameo (vv. 33ss). Algunos de estos gestos se han conservado en el rito del bautismo.

En virtud de la enorme admiración provocada por el milagro (v. 37), la muchedumbre no guarda la consigna del silencio (v. 36). La admiración está expresada con una afirmación que recuerda los relatos de la creación y de la liberación de la esclavitud. «Todo lo ha hecho bien» (v. 37a) remite a la expresión del libro del Génesis según la cual Dios vio que eran buenas todas las cosas creadas (cf. Gn 1). «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» (v. 37b) y, por consiguiente, cumple la promesa del rescate de la esclavitud de Babilonia y del retorno a la patria anunciado por el profeta Isaías (cf. Is 35,1-10). Jesús, por tanto, lleva a cabo una nueva creación y la salvación definitiva.


MEDITATIO


La muchedumbre, que iba a Jesús con el peso de sus propias enfermedades y con la confianza en su curación, nos sirve de espejo. Nos vemos a nosotros mismos en estos rostros: nosotros, como ellos, estamos dispuestos a acudir allí donde se intuye como posible la solución práctica de nuestros problemas contingentes, y mejor si resulta barato... Nos escapa el sentido profundo de la curación que da Jesús. Tal vez porque no sentimos necesidad de ninguna otra cosa.

La Palabra de Dios que hemos oído hoy nos brinda la ocasión de volver a descubrir la alegría de haber sido bautizados: el bautismo, mucho más que una curación total, es un nuevo nacimiento que nos abre una vida nueva.

Ser bautizado comporta un estilo de vida radicalmente renovado, en el que nuestros mismos sentidos captan la realidad en su densidad profunda y en el que las acciones, consecuentemente, expresan una lógica diferente de la que supone el egocentrismo. El bautizado es la persona cuyos ojos se abren a la belleza de la creación, cuyos oídos se abren a la Palabra de la misericordia y de la salvación, cuyos brazos se abren para abrazar a todo hombre y a toda mujer, sin discriminaciones de ningún tipo, puesto que ha reconocido en Dios al creador y al salvador de todos.


ORATIO


Gloria a ti, Señor, que haces todas las cosas buenas y hermosas. Gloria a ti, que cuidas de todo lo que has creado y das a cada ser la posibilidad de conocer tu belleza y tu bondad.

Haz que nos sacudamos el torpor de la mediocridad y, prolongando los límites de nuestros deseos, exclusivamente terrenos y materiales, nos atrevamos a probar tu don: la salvación, que es tu misma presencia vivificante.

Haz que descubramos cómo los bienes que nos das se multiplican al compartirlos, sobre todo con quienes se encuentran en condiciones de indigencia.

Enséñanos que la gratuidad es la verdadera liberación, la verdadera curación de nuestros males. Concédenos el coraje de pasar por esta experiencia. Tal vez. entonces comprenderemos mejor que tú eres el Salvador y que nosotros, los bautizados, vivimos la nueva vida que nos has dado.


CONTEMPLATIO


El sordomudo que fue curado de manera admirable por el Señor simboliza a todos aquellos hombres que, por gracia divina, merecen ser liberados del pecado provocado por el engaño del diablo. En efecto, el hombre se volvió sordo a la escucha de la Palabra de vida después de que, hinchado de soberbia, escuchó las palabras mortales de la serpiente dirigidas contra Dios; se volvió mudo para el canto de las alabanzas del Creador desde que se preció de hablar con el seductor.

Dado que el sordomudo no podía ni reconocer ni orar al Salvador, sus amigos le condujeron al Señor y le suplicaron por su salvación. Así debemos conducirnos en la curación espiritual: si alguien no puede ser convertido por la obra de los hombres para la escucha y la profesión de la verdad, que sea llevado ante la presencia de la piedad divina y se pida la ayuda de la mano divina para salvarle. No se retrasa la misericordia del médico celestial si no vacila ni disminuye la intensa súplica de los que oran (Beda el Venerable, Omelie sul vangelo, Roma 1990, pp. 316ss).


ACTIO


Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:


«Todo lo has hecho bien, Señor Jesús» (cf. Mc 7,37).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL


Para seguir a Jesús sería preciso abandonar las enseñanzas y actuar sólo como quisiéramos que obraran los otros. Sería menester reconocer, en verdad, que eso es principalmente lo que hace él. Tras haberle conocido de cerca., ahora sé que me ama, como ama a cualquiera de los ‘am ha’aresh quele siguen, según árabe, un griego, un romano o qué se yo. Más aún, ama a un extraño del mismo modo que ama a su madre, a sus parientes, a sus discípulos. Y cuando digo del mismo modo, entiendo por ello que ya no existe diferencia alguna, entre los que están unidos por este amor suyo universal. Ningún amor verdaderamente grande implica una gradación de valores; pues bien, su amor no parece tener límites. No puedo imaginar que sea capaz de negar nada a nadie, sea quien sea. La gente le pide milagros del mismo modo que pediría un préstamo que sabe ya por anticipado que no tendrá que devolver: y él se los concede. Los hace exaltando la misericordia, la bondad del Altísimo, o sea, señalando que todas las curaciones que a diario y en gran número realiza son una demostración evidente de que Adonai no puede obrar de otro modo con aquellos que confían en él. Parece decir: «Mira cómo es misericordioso y lo que puedes esperar aún de él. Esto debe mostrarte que puedes tener fe en él»

(J. Dobraczynski, Lettere di Nicodemo, Brescia 41981 [edición española: Cartas de Nicodemo, Editorial Herder, Barcelona 1977]).

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