Otro año que pasa a la eternidad




29 de diciembre

¡Otro año que pasa a la eternidad bajo el peso de las culpas que he cometido durante el mismo! ¡Cuántas almas más afortunadas que la mía saludaron el inicio del año y no su término! ¡Cuántas almas dichosísimas, a las que envidio, han pasado a la eternidad con la muerte de los justos, con el beso de Jesús, confortadas por los sacramentos, asistidos por un ministro de Dios, con la sonrisa en los labios, a pesar de los dolorosos sufrimientos físicos a los que estaban sometidas!

Padre mío, la vida aquí abajo me aburre. La vida en este destierro es para mí un tormento tan amargo que casi ya no puedo más. El pensamiento de que en cualquier instante puedo perder a Jesús, me angustia tanto que no sé explicarlo; sólo las almas que aman sinceramente a Jesús lograrán saberlo.

En estos días tan solemnes para mí, porque son las fiestas del Niño celestial, con frecuencia he experimentado aquellos excesos de amor divino que tan fuertemente hacen languidecer a mi pobre corazón. Convencido plenamente de la benignidad de Jesús hacia mí, le he dirigido con más confianza esta súplica: «¡Oh Jesús, pudiera yo amarte, pudiera yo sufrir cuanto quisiera y contentarte y reparar de algún modo las ingratitudes de los hombres para contigo!».

 (30 de marzo de 1912, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 327)

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