Que el mundo pueda por fuerza decir de ti: «Ahí está Cristo».
30 de diciembre
Confianza ilimitada en Dios también cuando la desdicha y las insidias del enemigo lleguen a molestarte. Quien se abandona en Dios, quien confía en él, no será nunca defraudado. Que tu vida entera se gaste en acciones de gracias al Esposo divino, a él vayan orientados todas tus acciones, todas tus palpitaciones, todos tus suspiros; permanece siempre con él durante el tiempo de la desdicha y de la prueba; permanece también con él en las consolaciones espirituales; en fin, vive para él, gasta toda tu vida por él, entrégale a él tu partida de esta tierra y la de los demás, cuando, donde y como él lo quiera. Muéstrate siempre y en todo cada vez más digna de tu vocación cristiana.
Vive de tal modo que el Padre del cielo pueda gloriarse de ti, como lo hace y lo es con tantas almas, que ha elegido de la misma forma que la tuya. Vive de tal forma que en cada instante puedas repetir con el apóstol san Pablo: «Sed imitadores míos como yo lo soy de Cristo Jesús». Vive de tal modo, te lo repito, que incluso el mundo pueda por fuerza decir de ti: «Ahí está Cristo». ¡Oh!, por caridad, ¡no encuentres exagerada esta expresión! Todo cristiano, verdadero imitador y seguidor del rubio Nazareno, puede y debe llamarse un segundo Cristo, del que lleva de modo muy eminente toda la impronta. ¡Oh!, si todos los cristianos vivieran de acuerdo a su vocación, esta tierra de destierro se transformaría en un paraíso.
(30 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 382)
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