Sí, amante divino, Señor de nuestra vida...




28 de diciembre

Sí, amante divino, Señor de nuestra vida, «tus pechos son mejores que el vino, y exhalan el aroma de los más exquisitos perfumes».

Hija mía, ¿quién puede decirme los secretos admirables que se esconden bajo el velo de estas palabras de la esposa del Cantar de los Cantares? En vano lo intentaría, si quisiera explicar todos esos admirables secretos. Lo que sí puedo decir es que el alma, cuando el dulcísimo Señor la hace digna de poder pronunciar estas palabras, como las pronunció la esposa del Cantar, siente tal suavidad que se percata de que a Jesús lo tiene muy cerca. Todas sus facultades se hallan entonces en una calma tan perfecta que le parece poseer a Dios tanto cuanto le es posible desearlo. Llega como a tocar con la mano la nada que son todas las cosas de este mundo terrenal.

El Esposo divino le va descubriendo verdades importantísimas de un modo, de hecho, nuevo. Pero el alma no ve a este amante divino que así se manifiesta, solamente sabe que él está con ella, y no puede por nada dudarlo. Se encuentra en una atmósfera tan brillante de luz, experimenta en sí tales efectos admirables de esta unión con el Esposo, y se siente tan firme en la virtud, que casi no le parece ser ya la de antes; vive tan sumergida en ese océano de consuelos totalmente celestiales que, en la embriaguez de su alegría, no sabe ya qué desear o pedir a Dios.

En resumen, en ese torrente de luz y de felicidad el alma no sabe en qué se ha transformado. Se siente toda transportada fuera de sí, siente que el Esposo divino la abraza de una forma tan estrecha que la pobrecita, ante esa plenitud desbordante de alegría, en cierto modo siente desmayarse. Es precisamente entonces cuando le parece que es llevada amorosamente en esos brazos divinos, y que él la aprieta a su costado, a sus pechos divinos, y es tal la embriaguez celestial de esta alma que queda como atolondrada y casi fuera de sí, de modo que, en un arrebato de santa locura, me parece que bien podría decir a su dulce conquistador: «Tus pechos son mejores que el vino y exhalan un aroma semejante a los perfumes más exquisitos».

(30 de marzo de 1915, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 482)

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