Meditación de la Pasión de Cristo
Primer lunes de cuaresma
Meditando la pasión de de Cristo
Fija tu mente y tu corazón en Cristo enclavado en la cruz. ¡Mírale, contémplale, ámale! Cae de rodillas ante Él, póstrate ante sus pies con gran reverencia, humildad y profundo respeto, amor y fe. ¡Pídele! ¡Suplícales desde lo más recóndito de tu corazón! Que te conceda la gracia de sumergirte en el océano suave y abrasador de su Pasión y su muerte.
Deseo de participar de la Cruz de Cristo
“Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo pero no vivo yo, es Cristo quien vive en Mí! (Gal 2,20)
“Sólo sé a Cristo Crucificado y esto me basta” (San Francisco de Asís)
Es necesario pedir a Dios la acción sublime y amorosa, siempre atenta y cercana de su Espíritu santo para que suscite en nosotros el deseo y la necesidad de atender y gustar los misterio de la cruz de Cristo, hacen falta hoy más que nunca almas crucificadas por amor para la salvación de la humanidad, la conversión de los pecadores y para aliviar el sufrimiento y el dolor en el mundo. También para participar de manera activa en el amor que Dios le tiene a la humanidad y que se lo hace presente a través de la Pasión de su Hijo. También hacen falta almas crucificadas, amantes del padecer y que sepan penetrar en el interior del corazón de Jesucristo en los momentos supremos, álgidos de su Pasión y Muerte.
Tenemos un gran repertorio de hombres y mujeres que han contemplado profundamente y vivido la Pasión de Cristo y hoy les llamamos santos, porque el clavario es el lugar de los santos. La cruz es la sede de los mártires. Por ello, los santos más semejantes al Divino Modelo crucificado pasaron su vida entera o bien de rodillas al pie de la cruz tanto espiritual como físicamente o bien, suspendidos en la cruz de Jesús juntamente con Él.
Al contemplar los divinos misterios de la Pasión de nuestro Redentor, nos trasladamos a su corazón amoroso hasta dejar que Dios y solamente Él nos consuma, nos abrace y nos transforme en una imagen viviente de “Cristo Pobre, Humilde y Crucificado”.
Debes acercarte a la cruz de Jesús y a Jesucristo mismo con deseo vivísimo de participar de sus dolores para aliviarlos y hacer que Él encuentre el deseado y anhelado consuelo en Ti. Participar, pues, de la Pasión de Cristo, de sus penas, amar su cruz, es amar a Cristo nuestro Dios y Salvador como Él desea ser amado, con amor gratuito y sacrificado en profunda unión y sincera amistad hacia Él y hacia los hermanos.
Cristo único Modelo de virtudes
“Contemplarlo y quedarás radiante. Tu rostro no se avergonzará” (Sal 33,2-23)
Es necesario llegar a la cruz para meditar sus misterios con gran deseo de ver en Cristo crucificado, no sólo a nuestro Salvador, sino al modelo de todas las virtudes y a la fuente inagotable de todas las gracias.
Dicho deseo el Señor tendrá a bien concedérnoslo, haciéndonos ver las riquezas infinitas, no sólo de dolor, sino de purísimos consuelos que se encierran en la cruz de Cristo, de lo que participan los que en la cruz de Cristo buscan todo. Jesucristo en su cruz es inmensamente generoso porque la cruz es el trono de sus gracias. La mayor gracia que recibimos de Él desde la cruz es la salvación y la gloria de Dios, por eso los que se acercan a la cruz disfrutan ya desde este mundo de dichas gracias con profunda generosidad de parte de Dios.
Si deseas ser más humilde: contempla a Cristo Jesús que a pesar de su condición Divina no hizo alarde de su categoría de Dios, al contrario se anonadó a Sí mismo y se convirtió en esclavo de todos, esto ha de inspirar en ti el desprecio del mundo y hará morir en ti el orgullo.
Deseas alcanzar la castidad: Lo acerbo de sus dolores te hará vencer la tentación y el gusto de los placeres terrenos, y su preciosísima Sangre, cayendo gota a gota sobre ti, extinguirá el fuego de la concupiscencia que amenaza abrasarte. Lo mismo debes hacer: contemplar la Cruz de Cristo para vencer todos los vicios y pecados y alcanzar un alto grado de virtud, porque todas ellas se encuentran en Cristo Pobre y Crucificado y, Él desea compartirlas con nosotros.
¡Ven a mí Señor Jesús!
“Como busca la sierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti Dios Mío”
“Ten piedad de Mí Señor que soy un pecador”
¿Cuál ha de ser la actitud con la que me he de presentar ante Jesucristo? Como el hambriento que acude al alimento que da la vida eterna. Como el siervo sediento que acude a la fuente de agua fresca que brota del Costado abierto de Cristo. Como el avariento a sus tesoros y a su deseo desenfrenado de poseer más y más. Con el inmenso deseo y suspiro del alma como desean y suspiran los Santos por la presencia de Jesucristo en su vida, gritando, suplicando, implorando con toda el alma: “Ven a mí Señor Jesucristo” ¡Ven a mí! Y entonces el “Amante” atenderá solícito los deseos del amado, porque no hemos de perder de vista que el “Amante” es Jesús y el amando soy “Yo”. Él me ama más que nadie porque sólo Él ha dado la vida por Mí.
¡Fe recta y viva! ¡Fe vivísima en el misterio de la cruz!
Para meditar con fruto en la Pasión de nuestro Señor Jesucristo es preciso y necesario que con los ojos del cuerpo y del alma contemplemos, como si la tuviéramos presente delante de nosotros, la divina escena del Calvario; situarnos al pie de la cruz, recogiendo la sangre divina del Cordero inmaculado sin mancha ni arruga que de ella chorrea y cae sobre Ti y sobre mí, sobre el mundo entero para purificarnos, para hermosearnos, para embellecernos, para salvarnos. Esto has de traerlo siempre a tu mente y a tu corazón no como algo del pasado sino como lo más actual y contemporáneo, puesto que esto es lo que sucede día a día en cada Eucaristía. Esto se hace presente a tus ojos y a tu fe hoy. El contemplar esta escena debe conducirte a un profundo agradecimiento y a un dolor intenso de tus culpas al ver padecer y morir a Cristo por ti ante tus ojos.
Es necesario que tengas en cuenta que aunque Cristo muere por todos y cada uno de los hombres y mujeres de todos los tiempos, tú te apropies esta redención de manera personal. Así como el Amor de Dios es único para Ti, para Mí y para cada ser humano, también la redención es para cada uno, de manera personal, por ello has de mirar la Pasión como si Jesucristo no sufriera más que por ti. “Jesucristo me amó a mí y se entregó hasta la muerte por mí”, nos dice San Pablo.
Entra y sumérgete con los ojos de la fe dentro del corazón de Jesús para descubrir en él el exceso de amor con que ha sufrido por ti, para que sientas los tormentos de su Pasión como si Tú los estuvieras viviendo. Allí descubrirás y entenderás cómo se abrasaba en un celo tan ardiente por la salud e tu alma, que si hubiera sido necesario hubiera permanecido hasta el fin del mundo en la cruz.
¡Sé humilde porque Dios resiste a los soberbios!
“Humillaos en la presencia del Señor y El os exaltará”. (St 4,10)
Para meditar en la pasión de nuestro Señor Jesucristo es necesaria una profundísima humildad. Cristo mismo, el hijo de Dios nos da un claro ejemplo de ello, pues nunca oró a Su Padre Dios con tanta humildad, de sumisión y de reverencia como en Getsemaní, done por su agonía sudó gotas de sangre y desde ahí el sangriento sacrificio de la cruz. El Santo de los santos se humilló para pedir perdón a Dios por nuestras culpas y pecados y fue escuchado, por eso Dios le concedió la gracia de hacer nuevas todas las cosas.
La humillación es necesaria no porque a Dios le guste que nos humillemos, sino porque es signo de humildad y sumisión a Dios, así descubrimos que la grandeza y la majestad de Dios manifestada en la Pasión de su Hijo al resucitarlo después de tan atroz sufrimiento y muerte tan terrible, lo llena de gloria y majestad ante los ojos del universo y todo lo que contiene, a tal grado que al nombre de Jesús toda rodilla se dobla en el cielo en la tierra en el abismo y todos podemos decir que Cristo es Seño para gloria de Dios Padre. (Cfr Flp 2,10). Amén
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