Sí, yo amo la cruz
15 de febrero
Jesús me dice que, en el amor, es él quien me deleita a mí; en los dolores, en cambio, soy yo quien le deleito a él. Por tanto, desear la salud sería ir a buscar alegrías para mí y no buscar alivio para Jesús. Sí, yo amo la cruz, la cruz sola; la amo porque la veo siempre en los hombros de Jesús. Ahora bien, Jesús ve muy bien que toda mi vida y todo mi corazón están consagrados totalmente a él y a sus sufrimientos.
¡Oh!, padre mío, perdóneme si uso este lenguaje; sólo Jesús puede comprender cuán grande es mi pena cuando se despliega ante mí la escena dolorosa del Calvario. Es igualmente incomprensible el alivio que se da a Jesús, no sólo al compartir sus dolores, sino cuando encuentra un alma que, por su amor, no le pide consuelos, sino más bien tomar parte en sus mismos sufrimientos.
Cuando Jesús quiere darme a conocer que me ama, me da a gustar, de su dolorosa pasión, las llagas, las espinas, las angustias… Cuando quiere alegrarme, me llena el corazón de aquel espíritu que es todo fuego, me habla de sus delicias; pero, cuando es él el que quiere ser amado, me habla de sus dolores, me invita, con voz de súplica y de mandato a la vez, a ofrecerle mi cuerpo para aligerarle sus sufrimientos.
¿Quién le resistirá? Me doy cuenta de que le he hecho sufrir demasiado con mis miserias; de que le he hecho llorar demasiado con mi ingratitud; de que le he ofendido demasiado. No quiero a otros sino sólo a Jesús; no deseo ninguna otra cosa (que es el mismo deseo de Jesús) que sus sufrimientos.
(1 de febrero de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 334)
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