Dios permanece para el alma
13 de agosto
En otra ocasión, a la sierva del Señor [santa Clara] le llegó a faltar el aceite, de tal forma que no podía ni preparar la comida para las hermanas enfermas. Entonces S. Clara, maestra de humildad, tomó ella misma el recipiente, lo lavó con sus manos, y lo colocó en el hueco del muro preparado para este fin, para que el hermano limosnero lo pudiera tomar. Después, lo llamó para que fuera en busca del aceite. El hermano Bentivenga se apresuró a remediar la necesidad de las hermanas pobres. Pero antes de que él llegara, el recipiente se encontró lleno de aceite, por la misericordia divina, que ya tenía la súplica de S. Clara, obediente al mandato del santo Padre [san Francisco] de preocuparse de sus pobres hijas. Y pensando el buen hermano que le habían llamado en balde, se lamentó: quizás estas hermanas me han llamado para burlarse de mí, porque la vasija está llena. Se buscó en los alrededores al que podría haber traído el aceite, pero no se encontró a nadie. De este modo el Señor venía milagrosamente en ayuda de aquellas que habían abandonado todo por él, y se plegaba obediente a la voluntad de su esposa, que le rogaba con pureza y con esa fe que transporta los montes.
Pidamos también nosotros a nuestro querido Jesús la humildad, la confianza y la fe de nuestra querida santa; como ella, oremos a Jesús con fervor; abandonémonos en él, alejándonos de este mentiroso aparato del mundo, donde todo es locura y vanidad, donde todo pasa; sólo Dios permanece para el alma, si ésta ha sabido amarlo bien.
(30 de diciembre de 1921, a Graciela Pannullo – Ep. III, p. 1087)
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