Saciémonos del Manjar del Cielo
En estos
tiempos tan tristes, en los que tantas almas apostatan de Dios, no consigo persuadirme
de que se puede vivir la vida verdadera sin el alimento de los fuertes. En
estos tiempos en que estamos rodeados continuamente por gente que tiene en el
corazón el odio a Dios y la blasfemia siempre en los labios, el medio seguro
para mantenernos lejos del contagio hediondo que nos rodea, es el de
fortalecernos con el alimento eucarístico.
Ahora bien,
mantenerse sin culpa y progresar en la vida de la perfección no podrá
alcanzarlo quien vive por largos meses sin saciarse de las inmaculadas carnes
del Cordero divino. Yo no sé qué piensan los demás sobre este punto; para mí,
dadas las particulares circunstancias en las que vivimos, es siempre ilusorio
querer convencerse de que avanza hacia la perfección el que se limita a
comulgar una o dos veces al año.
(9 de mayo de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep.
II, p. 87)
El cristiano que está convencido que solamente la
misericordia de Dios puede hacernos hijos dóciles al Espíritu de la verdad y de
la santidad, que es el Espíritu de Jesucristo Resucitado, es el cristiano que
acepta la Verdad y la santidad ofrecida por nuestro Buen Padre Dios. Es necesaria
pues una profunda humildad y una vivencia humilde de la verdad en la propia
vida para poder descubrir la obra de Dios en la humanidad entera y en todas y
cada una de las personas que nos rodean. Esto sólo lo podemos alcanzar gracias
al Alimento que Dios nos da día a día y que inmerecidamente e indignamente lo
recibimos sólo por su gracia. Éste Alimento es el Santísimo Cuerpo y la
Santísima Sangre de nuestro Señor Jesucristo. Acudamos asiduamente todos los
días al Sagrado Banquete de las Bodas del Cordero y saciémonos del Manjar del
cielo que es su Cuerpo y su Sangre. Alimento y Bebida que dan la vida eterna y
que nos mantienen siempre fieles al Amor de Dios y a nuestra fe.
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