En mis oraciones y en la Santa Misa pido por Ti
24
de julio
En mis oraciones y en la santa misa pido continuamente
muchas gracias para su alma, y pido de modo especial el santo y divino amor.
Este amor es todo para nosotros; es nuestra miel, mi querido padre, en la cual
y con la cual deben ser endulzados todos nuestros afectos, acciones y sufrimientos.
¡Dios mío!, ¡mi buen padre!: ¡Cuánta felicidad en nuestro
reino interior, cuando ahí reina este santo amor! ¡Qué felices son las
facultades de nuestra alma, cuando obedecen a un rey tan sabio! Bajo su
obediencia y en su reino, él no permite que haya pecados graves y tampoco que
haya afecto alguno a los veniales.
Es cierto que él, con frecuencia, les permite que se
acerquen hasta la frontera, para ejercitar en la lucha a las virtudes internas
y para hacerlas más valientes. Y permite también que los espías, que son los
pecados veniales y las imperfecciones, corran de un lado a otro en su reino;
pero esto no es si no para darnos a conocer que, sin su ayuda, seríamos presa
de nuestros enemigos.
(24 de julio de 1917, al P. Agustín de San
Marco in Lamis – Ep. I, p. 917)
El pecado va ocasionando en la vida de la persona las distracciones que al aparecer como buenas, como agradables, como dulces, nos apartan del camino y hacen que vayamos andando las veredas de la superficialidad, de lo efímero, de lo transitorio. Sin embargo, cuando el alma advierte tan semejante distracción, corre presurosa a los pies del Divino Maestro para volver a centrar su vida, su mente, su corazón y su espíritu en el Amor eterno. Para ello es necesaria la oración, la contemplación y el abandono en los brazos amorosos del Padre. En el Eterno Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo. Oh que agradable y del todo amable y deleitable poder degustar las delicias del perdón y de la misericordia de Aquel que nos ha amado primero. Cuida por tanto de apartarte de la más mínima ocasión de pecado y así permanecerás en la presencia de Dios. Y si caes, corre, corre presuroso al Sacramento del Perdón y no permitas que tu alma se manche por la desidia y la irresponsabilidad. Dejate amar pues, porque sabiéndote y sintiéndote amado no claudicarás.
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