Lectio Divina Noveno Martes del T. O. A. Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
2 Pedro: 3, 12-15.17-18 Salmo 89 Marcos
12,13-17
PRIMERA LECTURA
De la segunda carta del apóstol san Pedro: 3, 12-15.17-18
Hermanos: Piensen con cuánta santidad y entrega deben ustedes vivir esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.
Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche, y consideren que la magnanimidad de Dios es nuestra salvación.
Así pues, queridos hermanos, ya están ustedes avisados; vivan en guardia para que no los arrastre el error de los malvados y pierdan su seguridad. Crezcan en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. A él la gloria, ahora y hasta el día de la eternidad. Amén.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El fragmento de hoy es una reflexión sobre el
estado del cristiano que “espera la venida del día de Dios” (cf.
V. 12), día que pertenece a Dios por excelencia. El autor de la carta pretende
recordar a los creyentes el objeto y el sentido de esta espera. En primer
lugar, lo que esperamos son «unos cielos nuevos y una tierra nueva» (cf. Is 65,17; 66,22), en los que se
manifestará Cristo y se manifestará en todos los ámbitos –en la «justicia»- el proyecto
de Dios, que ahora es sólo un deseo. Ahora bien, esta espera es algo
completamente distinto a una espera pasiva. Quien vive ya desde ahora en medio
de la piedad y la santidad puede apresurar incluso la venida del día del Señor,
puesto que realiza ya en esta tierra, en la pequeñez de su historia, lo que
será la justicia típica del día de Dios. Por eso invita el autor de la carta a
sus destinatarios «limpios», como las víctimas ofrecidas a Dios en el
culto del Antiguo Testamento, e «irreprochables ante él», «en paz con
Dios» (v. 14), como ocurrirá
en el domingo sin ocaso de la vida futura.
En estas circunstancias, se vuelve secundario
el problema del «cuándo» vendrá este «día de Dios». Lo que cuenta es la
magnanimidad del Señor, que organiza los tiempos y la historia siguiendo una
amorosa perspectiva de salvación. Ese designio es desconocido para los
impíos, mientras que es objeto de
conocimiento progresivo por parte del creyente. Este último sabe que aún tiene
que seguir descubriendo a Cristo hasta la manifestación completa del día del
Señor. A él sea la gloria, ahora y tal como aparecerá en aquel día. El «amén»
final indica que el escrito debe ser leído en la asamblea dominical de los
cristianos.
Del salmo 89, 2. 3-4. 10. 14 y 16.
R/. Tú eres, Señor, nuestro refugio.
Desde antes que surgieran las montañas, y la tierra y el mundo apareciesen, existes tú, Dios mío, desde siempre y por siempre. R/.
Tú haces volver al polvo a los humanos, diciendo a los mortales que retornen. Mil años son para ti como un día, que ya pasó; como una breve noche. R/.
Setenta son los años que vivimos; llegar a los ochenta es más bien raro; pena y trabajo son los más de ellos, como suspiro pasan y pasamos. R/.
Llénanos de tu amor por la mañana y júbilo será la vida toda. Haz, Señor, que tus siervos y sus hijos puedan mirar tus obras y tu gloria. R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Ef 1, 17-18
R/. Aleluya, aleluya.
Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento. R/.
EVANGELIO
Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Del santo Evangelio según san Marcos: 12, 13-17
En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa. Se acercaron, pues, a él y le dijeron: "Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?".
Jesús, notando su hipocresía, les dijo: "¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea". Se la trajeron y él les preguntó: "¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?". Le contestaron: "Del César".
Entonces les respondió Jesús: "Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios". Y los dejó admirados.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
En el centro del evangelio de hoy figura una
pregunta hipócrita. Los herodianos y los fariseos no buscan ninguna respuesta; lo
que quieren sobre todo es poner a Jesús en una situación embarazosa, haciéndolo
odioso para la autoridad romana o para la muchedumbre. La respuesta de Jesús,
sin embargo, evita la trampa de la rígida alternativa y aprovecha la pregunta
para brindar un criterio decisivo para la vida cristiana.
Dios y el césar no se contraponen entre sí,
no se encuentran en el mismo plano: existe un primado de Dios, pero que no
priva al Estado de sus derechos. En virtud de este principio, el cristiano
aprende a obedecer no sólo a Dios, sino también a los hombres, porque la raíz
de toda autoridad deriva en última instancia del Eterno. Precisamente de este
principio dimana la libertad de conciencia, al amparo de toda idolatría del
poder y acogiendo la respectiva soberanía de la Iglesia y el Estado.
«Esta respuesta les dejó asombrados»
(v. 17b): los que antes querían cazarlo en alguna palabra quedan asombrados
ahora por el mensaje de libertad contenido en las palabras de Jesús.
MEDITATIO
Esperar y apresurar el día del Señor. Dar a
Dios y al césar lo que le corresponde a cada uno. En estas imágenes encontramos
descrita la vida del cristiano. Ésta es, an tes que nada, acontecimiento de
espera, anuncio de que el Esposo no ha llegado todavía, nostalgia de un amor
más grande que todo afecto humano, como un deseo extinguido... Pero, al
mismo tiempo, el creyente vive y celebra cada día como día del Señor,
indica en él la presencia misteriosa del Esposo, expresa la alegría del
encuentro con él, del deseo inextinguible. Algo así como una espera que
se realiza y se vuelve cada vez más intensa y acelera en cierto modo la venida
del Señor. Por eso el cristiano no se evade del mundo ni de la historia, sino
que está
bien implantado en ellos, precisamente para
indicarle almismo mundo lo que hay en él de Dios y debe volver a Él, o bien, lo
que en el corazón humano pertenece al Altísimo y sólo en el encuentra la paz, y
también lo que es coruptible y tiene que ser abandonado; lo que es bello, pero
con una belleza que pasa; aquello que tal vez pueda craer al corazón hecho de
carne, pero no lo puede llenar del todo después. No por desprecio a lo humano,
sino -al contrario- para darle a todas las realidades su justo peso y mantener
viva la esperanza del «día de Dios», en el que todo lo terreno (afectos
y esperanzas, debilidades y angustias...) se fundirá en el fuego del amor
eterno. Y habrán «unos cielos nuevos y una tierra nueva»...
ORATIO
Señor, Dios de la historia, Eterno sin
tiempo, te alabo porque has creado también nuestra historia y nuestro tiempo.
Ambos te pertenecen y están repletos de ti. De ti proceden y a ti deben volver,
del mismo modo que nuestra persona, con todo lo más humano que posee, como el deseo
de vivir y de amar... Cuando llevamos a cabo tal recorrido y confesamos que,
verdaderamente, tú eres la fuente y el término de lo que somos y tenemos,
nuestro tiempo entra en tu eternidad y nuestra historia se convierte en
historia de salvación, al tiempo que la vida celebra tu soberanía y la muerte
es como una vuelta a casa.
Perdóname, Dios, que haces nuevas todas las
cosas, por todas las veces que he pretendido apropiarme de mi tiempo y no he
sabido esperar la novedad de tu día; por todas las veces que no he sabido
reconocer tu imagen en las cosas y he dirigido hacia mí lo que hubiera debido
«devolverte». En esas ocasiones, en vez de
soñar con «unos cielos nuevos y una tierra nueva» y reconocer el alborear
de tu día, he preferido ilusiones inmediatas y satisfacciones más seguras en
apariencia, gustos y sabores ya conocidos y ya viejos, aunque sólo para
encontrar al final aburrimiento y frustración, o ese regusto doloroso del
placer que se repite por inercia, tristemente semejante a sí mismo.
«Maestro, tú que eres sincero»,
enseñame a esperar el día de Dios y, mientras lo espero, «a dar a Dios lo que
es de Dios»: todos los latidos de mi corazón, cada aliento de mi vida.
CONTEMPLATIO
También tú, si enciendes el candil, si
recurres a la iluminación del Espíritu Santo y ves la luz en la luz, encontrarás
la dracma en ti: ya que ha sido puesta en ti la imagen del Rey celestial.
Cuando Dios, al principio, hizo al hombre, lo
hizo «a su imagen y semejanza», y puso esta imagen no en el exterior,
sino dentro de él [...]. El Hijo de Dios es el pintor de esta imagen; y puesto
que el pintor es tal y tan grande, su imagen puede ser oscurecida por la
desidia,
aunque no puede ser cancelada por la maldad.
En efecto, la imagen de Dios permanece siempre, aunque le sobre pongas la
imagen de lo terreno (Orígenes, Homilías sobre el Génesis, XIII, 4).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Nosotros esperamos unos cielos nuevos y una
tierra nueva» (2 Pe 3,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Que venga el alba, oh Dios, el día de tu
sonrisa
Dios de todos los nombres y de todos los
pueblos, Madre Y Padre nuestro, Señor de la historia, Señor del amor, alfa y
omega de los tiempos.
Te
hablo en nombre de los perdedores,
de
parte de los que ya ni siquiera tienen nombre [...].
Te
hablo de parte de aquellos que ni siquiera representan
una
cifra en las frías estadísticas.
Amo, oh Dios, las alegrías del fotón, del
tiempo y del espacio;
amo la lente que lanza su insistente mirada
al universo;
amo la magia sagrada que alivia el dolor y
difiere la muerte;
amo las manos de quien penetra en el misterio
mismo de la vida.
Amo
la forma, el sonido, el color.
Amo
el don de la palabra que has puesto en mi boca.
Pero
ya te hablarán otros de la alegría del Arte
y
de la magia de la Ciencia.
Yo te hablo del dolor. Te hablo del hambre,
oh Dios, de la muerte.
Te hablo de parte de quienes sembraron sueños
y han muerto
con un bocado de esperanza amarga en la
garganta,
Te
hablo de parte del que resiste en medio de la noche.
Te
hablo, oh Dios, de los que velan.
Desde
aquí saludo los tiempos venideros.
Saludo el tiempo en el que por fin encuentre
las manos que construyan contigo «un cielo nuevo y una tierra nueva».
Manos nuevas para poblar el mundo de colores.
(Micaela
Najlis, poetisa nicaragüense).
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