Lectio Divina Noveno Viernes del TOA Quienes aman tus leyes, de inmensa paz disfrutan
El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor;
y mi Padre lo amará y vendremos a él.
2 Timoteo 3,10-16 Salmo 1118
Marcos 12,35-37
LECTIO
Querido hermano: Tú, en
cambio, has seguido atentamente mis enseñanzas, mi conducta, mis planes, mi fe,
mi paciencia, mi amor, mi constancia, mis persecuciones y pruebas, como las que
tuve que soportar en Antioquía, en Iconio, en Listra. ¡Cuántas persecuciones he
sufrido, y de todas me ha librado el Señor! Todos los que quieran llevar una
vida digna de Jesucristo sufrirán persecuciones." Pero los malvados y los
impostores irán de mal en peor, extraviando a otros y extraviándose ellos
mismos.
Tú, por tu parte,
permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste, sabiendo de quién lo has
aprendido, y que desde la infancia conoces las Sagradas Escrituras, que te
guiarán a la salvación por medio de la fe en Jesucristo. Toda Escritura ha sido
inspirada por Dios, y es útil para enseñar, para persuadir, para reprender, para
educar en la rectitud," a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté
preparado para hacer el bien.
Palabra de Dios.
Te alabamos Señor
En los primeros
versículos del capítulo 3, Pablo recuerda a Timoteo los dolorosos
acontecimientos de su primer viaje misionero (cf. Hch 13,50; 14,5-6.19; 2 Cor
11,23-33), de los que el mismo Timoteo (oriundo de Listra) fue testigo, y,
probablemente, un testigo fuer temente impresionado. Pablo quiere recordar que
el discípulo de Cristo debe saber ya desde el principio que, a ejemplo y según
las palabras de su Maestro, tiene que sufrir persecuciones (v. 12), pero
intenta sobre todo reconocer la fidelidad del Señor, que lo ha liberado de todas
las adversidades. Por eso no debe temer Timoteo, sino permanecer «fiel» a lo
que ha aprendido y le ha sido transmitido.
Pablo subraya aquí, en
realidad, dos dimensiones vitales de la fe, a saber: el hecho de que la fe es
antes que nada recibida o bien acogida de las Escrituras (del Antiguo
Testamento), que introducen a la fe en Jesucristo, y, a continuación, del
testimonio de otros creyentes, como nuestros mismos familiares (su madre y su
abuela, en el caso de Timoteo) y otros «testigos» (Pablo sobre todo), para ser
sometida, después, a un proceso de aprendizaje que lleva a la convicción
personal (v. 14), esto es, a la fe como sabiduría cristiana, síntesis de
conocimiento orante y de praxis coherente, que, de todos modos, pasa a través
de la prueba: es la dimensión de la fe probada y vivida. En esta lógica, la
Escritura desempeña un papel decisivo para «enseñar, para persuadir, para
reprender, para educar en la rectitud» al «hombre de Dios» (v. 16), creyente y
maestro de la fe: ésta, en efecto, «ha sido inspirada por Dios» o bien tiene su
origen en Aquel que, sirviéndose de la inteligencia humana, se ha revelado al
hombre y continúa comunicándosele, a través de la misma Palabra (cf. Dei
Verbum, 11), y sosteniéndole en la prueba de la vida.
Del salmo 118, 157.160.161.165.166.168.
R/. Quienes aman tus leyes, de inmensa paz disfrutan.
Muchos son mis contrarios y mis perseguidores, pero yo no me aparto, Señor, de tus preceptos. Verdad es el compendio de todas tus palabras, y son eternas todas tus justas decisiones. R/.
Aunque los poderosos sin razón me persiguen, sólo tus palabras hacen temblar mi corazón. Quienes aman tus leyes, de inmensa paz disfrutan; para ellos no hay tropiezos. R/.
Espero que me salves, pues he puesto en práctica, Señor, tus mandamientos. Observo tus mandatos, obedezco tus órdenes; tú conoces mi vida. R/.
Evangelio: Marcos 12,35-37
Del Santo Evangelio Según San Marcos
Gloria a Ti Señor
En aquel tiempo, Jesús tomó
la palabra y enseñaba en eltemplo diciendo: -¿Cómo dicen los maestros de la Ley
que el Mesías es hijo de David? David mismo dijo, inspirado por el Espíritu
Santo:
Dijo el Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha
hasta que ponga a tus enemigos
debajo de tus pies.
Si el mismo David le
llama «Señor», ¿cómo es posible
que el Mesías sea hijo suyo?
La multitud le
escuchaba con agrado.
Palabra del Señor.
Gloria a Ti, Señor Jesús.
La sección precedente
había terminado con la observación de que «nadie se atrevía ya a seguir
preguntándole» (v. 34), y ahora es el mismo Jesús quien toma aquí la
iniciativa, encaminada a brindar una enseñanza de la máxima importancia sobre
el misterio de su persona y hacer más sutil el velo de su secreto mesiánico.
Según la tradición judía común, basada en la promesa de Natán (2 Sm 7,14) y
confirmada por los grandes profetas de la esperanza mesiánica, el Mesías debía
ser un descendiente de David. Ahora bien, en el Sal 110,1 llama David «Señor»
al Mesías: «¿cómo es posible que el Mesías sea hijo suyo? (v. 37). Con esta
pregunta, dejada en suspenso, rompe Jesús una vez más ciertos esquemas previos
dados por supuestos, que parecen eliminar la fatiga del creer o dar por
descontada la experiencia espiritual, e invita a todos los oyentes y a todos
nosotros a no dejar de buscar, de profundizar y reflexionar, a dejarnos
escrutar por el misterio de esta persona y por las dudas e incertidumbres
ligadas al misterio, a no presumir de saberlo ya todo y a interrogarnos por la
calidad de nuestra presunta «experiencia de Dios»... Porque eso exige la fe.
En realidad, Jesús no
rechaza en absoluto la ascendencia davídica del Mesías, sino que provoca a sus oyentes
para que superen la lógica limitada de la continuidad histórica dinástica,
puesto que la promesa de Dios va más allá de los criterios de la sucesión
hereditaria; nos invita a no encerrarnos en una interpretación literal del dato
bíblico, porque el don del Padre en el Hijo va mucho más allá de lo que nuestra
mente puede comprender, y será siempre un don sorprendente e inédito. Por eso,
si antes «nadie se atrevía ya a seguir
preguntándole», ahora «la multitud le escuchaba con agrado» (v.
37).
MEDITATIO
Anunciar el Evangelio
de Jesús significa, de manera inevitable, dirigirse al encuentro del rechazo,
cuando no a la persecución: el Maestro no sólo lo había dicho, sino que incluso
ligó una bienaventuranza a la persecución: «Dichosos seréis cuando os injurien
y os persigan, y digan contra vosotros toda clase de calumnias por causa mía» (Mt
5,11). Pablo, y con él otros muchos testigos a lo largo de la historia, han
experimentado esta bienaventuranza, han vivido la persecución como experiencia
de la fuerza y de la presencia de Dios prometidas al apóstol fiel. Podríamos
decir que esta bienaventuranza es el distintivo del auténtico cristiano, de
aquel que «permanece fiel» en la prueba: fiel a la Palabra que ha escuchado y
que continúa anunciando en cada ocasión; firme en su certeza de
que ésa es su vocación y su misión, por la que vale la pena gastar la vida y
arriesgarse a la impopularidad; firme en la búsqueda de Dios a la luz de la
Palabra que él nos ha revelado, que trasciende toda pretensión humana y está
envuelta por el misterio; firme en la es peranza de que la semilla de la
Palabra dará fruto a su tiempo, tal vez gracias a su sacrificio y aunque él no
lo vea; firme en unir la vida a la Palabra, para que no sólo las acciones, sino
también los gustos y los deseos, los sentimientos y los proyectos queden plasmados
por ella;
firme en el valor de provocar y plantear las palabras justas, las
que obligan en primer lugar a él, al creyente y maestro de la fe, a
interrogarse sobre su misma experiencia espiritual, pero se muestra tenaz
asimismo en la fuerza de anunciar una Palabra perennemente contra corriente, a
un Mesías que no se presenta según las expectativas de la mayoría, un Evangelio
que no confirma las previsiones y pide a todos la honestidad de convertirse...
Entonces, si el apóstol permanece firme en la Palabra, puede sucederle también
algo que, con frecuencia, parece inesperado y le sucedió al mismo Jesús: que más
allá del rechazo inicial y, a veces, sólo aparente, la gente «le escuchaba con
agrado».
ORATIO
Te doy gracias, Señor,
por tu Palabra, que cada día ilumina mi vida y da sentido a lo que hago, porque
me enseña y convence, me corrige y va formando en mí el hombre nuevo. Te doy
gracias porque tu Palabra me da fuerza y me sostiene en las pruebas, porque en
ella resplandece la verdad como el sol y es dulce como la miel. Pero te doy
gracias también por aquellas veces en las que tu Palabra es oscura y
misteriosa, dura y amarga y penetra en mí como «espada de doble filo», poniendo
al desnudo mis miedos y heridas, los monstruos y demonios que hay dentro de mí,
o me provoca a buscar donde no quisiera, allí donde no me lleva el corazón, más
allá de mis gustos.
Perdóname, Verbo del
Padre, por todas las veces que he renunciado a la búsqueda y a dejarme guiar
por la Palabra, perdóname porque otras veces he anunciado sin pasión tu Palabra
y la he olvidado y confundido con otras palabras, y luego incluso la he hecho
callar, por miedo o engorro, por vil complacencia o respeto humano, o porque
sentía en mí su reproche antes que nada. Perdóname si he buscado en otra parte
la roca donde construir mi casa.
Te ruego que me
concedas el valor de Pablo en las pruebas. Haz que aprenda, como Timoteo, a
«permanecer fiel» a la Palabra y a lo que la Iglesia me ha enseñado, para que
mi fe sea una fe recibida de la Escritura y probada por la vida. Concédeme,
Jesús, tu arte de saber plantear las preguntas justas, a mí y a los otros,
aquellas que no dejan vías de escape, a fin de que la Palabra me conduzca cada
día más al umbral del misterio, de tu Misterio, y tenga la fuerza necesaria
para anunciarlo.
CONTEMPLATIO
Tú que escuchas prueba
también a tener tu propio pozo y tu propia fuente, a fin de que también tú,
cuando cojas en tus manos el libro de las Escrituras, puedas empezar a expresar
asimismo por tu propia inteligencia una cierta comprensión. Según lo que has aprendido
en la Iglesia, prueba tú también a beber de la fuente de tu espíritu, dentro de
ti está la fuente de agua viva [...]
Así pues, purifica tu
espíritu para beber tú también, finalmente, de tus fuentes y sacar agua viva de
tus pozos. Si has acogido, en efecto, en ti la Palabra de Dios, si has recibido
de Jesús el agua viva y la has recibido con fe, se convertirá en ti en fuente
de agua que brota
para la vida eterna en el mismo Jesucristo nuestro Señor (Orígenes,
Homilías sobre el Génesis, XII, 5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Permanece fiel a lo que aprendiste y aceptaste» (2 Tim 3,14).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Preguntémonos con
valor: ¿hemos experimentado alguna vez el elemento espiritual en la vida del
hombre? [...]. Pero ¿dónde habita, en qué consiste la experiencia real de lo
espiritual? Veámoslo en concreto con algunos ejemplos tomados de nuestra vida
cotidiana.
¿Hemos decidido alguna
vez permanecer en calma, por
ejemplo, cuando queríamos defendernos por haber sido tratados de
manera injusta? ¿Hemos perdonado alguna vez a alguien sin que nadie nos diera
las gracias por un perdón que se daba por descontado? ¿Hemos obedecido alguna
vez no porque estuviéramos obligados a hacerlo o porque de no haberlo hecho se
hubieran puesto las cosas mal para nosotros, sino simplemente en virtud del
misterioso, silencioso e incomprensible ser que nosotros llamamos Dios y por su
voluntad? ¿Hemos sacrificado alguna vez cualquier cosa sin recibir ningún
agradecimiento por ello, e incluso sin ningún sentimiento de satisfacción interior?
¿Hemos estado alguna vez absolutamente solos? ¿Hemos decidido hacer en alguna
ocasión algo a partir exclusivamente del juicio de nuestra conciencia, por
razones difíciles de explicar a los otros y evaluadas en la soledad personal
más absoluta, con la conciencia de no poder delegar en nadie una decisión por la
que deberemos responder durante toda la eternidad? ¿Hemos intentado amar a Dios
alguna vez incluso cuando no sentíamos el apoyo de grandes entusiasmos
espirituales, y él parecía ausente y distante de nosotros, y sentíamos estar
con él tristes como la muerte y la aniquilación absoluta? ¿Hemos intentado en
alguna ocasión amar a Dios incluso cuando nos parecía estar perdidos en el
vacío, llamar a alguien que se obstina en permanecer sordo, o ser echados en un
abismo aterrador sin fondo, donde todo parecía incomprensible y carente de
sentido? ¿Hemos realizado alguna vez un trabajo que, para ser ejecutado, nos
pedía el coraje de olvidarnos de nosotros mismos e ignorarnos, casi traicionarnos,
o con la sensación de pasar por estúpidos o de hacer algo terriblemente
estúpido? ¿Nos hemos mostrado alguna vez buenos y cordiales con alguien que ni
nos ha mostrado ni nos muestra, sin embargo, el menor signo de gratitud y
comprensión, e incluso cuando ni siquiera hemos tenido el consuelo interior de
sentirnos buenos, desinteresados, generosos [...]?
Busquemos dentro de
nosotros experiencias como éstas [...].
Si las encontramos, podemos decir que hemos tenido experiencias
espirituales y que hemos acogido la acción del Espíritu de Dios que obra en
nosotros [...]. Sólo entonces podremos decir que hemos experimentado lo
sobrenatural, que hemos hecho la experiencia de Dios (K. Rahner, Theological
Investigations, el: The Theology of the Spiritual Life, Londres 1974, pp.
86-90
[nuestra traducción es una síntesis de la inglesa] (edición
española: Escritos teológicos: Teología de la vida espiritual (tomo 7), Taurus,
Madrid 1969]).
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