Lectio Divina Solemindad del Nacimiento de San Juan Bautista (San Juanito) Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente
y a ti, niño, te llamarán profeta del Altísimo,
porque irás delante del Señor a preparar sus caminos
Is 49, 1-6 Sal
138 Hech 13, 22-26 Lucas:
1, 57-66. 80
LECTIO
PRIMERA
LECTURA (Is 49, 1-6)
Del
libro del profeta Isaías
Escúchenme,
islas; pueblos lejanos, atiéndanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi
madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, él pronunció mi nombre. Hizo de
mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha
puntiaguda, me guardó en su aljaba y me dijo: “Tú eres mi siervo, Israel; en ti
manifestaré mi gloria”. Entonces yo pensé: “En vano me he cansado, inútilmente
he gastado mis fuerzas; en realidad mi causa estaba en manos del Señor, mi
recompensa la tenía mi Dios”.
Ahora
habla el Señor, el que me formó desde el seno materno, para que fuera su
servidor, para hacer que Jacob volviera a él y congregar a Israel en torno suyo
-tanto así me honró el Señor y mi Dios fue mi fuerza-. Ahora, pues, dice el
Señor: “Es poco que seas mi siervo sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel; te voy a convertir en luz de las
naciones, para que mi salvación llegue hasta los últimos rincones de la
tierra”.
Palabra
de Dios.
R./
Te alabamos, Señor.
El oráculo del Siervo que figura en 47,1-8 hace hablar, de
entrada, al Siervo, en su nombre propio; después, será Dios quien lo presente.
El Siervo comienza dirigiéndose a las «Islas»; éste aparece como predestinado
por Dios, desde el seno materno, para cumplir el plan de Dios (49,1-3). Éste
evoca las figuras de los profetas (cf. Jeremías); sin embargo, supera lo que
dice habitualmente de un profeta: él habla de una palabra que «atraviesa»
(imagen de la espada en 49,2), recordando el texto de Is.11 y evocando el
retoño de la estirpe de Jesé que llevará a cabo el juicio. Escondido en la sombra
de la mano divina, éste se «reserva» para el momento elegido por Dios para
cumplir su plan (lo que confirma el v. 9). Paradójicamente, este elegido que
Dios glorifica en el v. 5 evoca su fatiga y su desánimo, como si se tratara de
un trabajador que hubiera obrado en vano. Más paradójica, si cabe, resulta la presentación
del Siervo como ser que sufre y es humillado: es un justo, desconocido en su justicia,
excepto por Dios. Nos resta afirmar que, en la presentación que Dios hace del
Siervo, éste es designado con dos expresiones que se retoman del primer oráculo
del cap. 42, como «luz de las naciones y « alianza del pueblo».
¿Podremos identificar de forma precisa a esta figura misteriosa?
Su designación con el nombre de «mi siervo Israel»> (49,3) nos inclina a ver
en él una encarnación del pueblo (personalidad corporativa). Sin embargo, este
siervo recibe la misión de traer a Jacob y congregar a Israel, lo que hace
difícil el mantenimiento hasta el final de una interpretación colectiva.
Tampoco encontramos, fácilmente, un personaje histórico del pasado
al que pudiera estar haciendo alusión este «Siervo»: nadie se ha dirigido a las
Islas, ni siquiera en los tiempos de la vuelta del exilio. Son cuestiones que
seguirán abiertas en el texto hasta que se presenten los nuevos oráculos del
Siervo...
SALMO
RESPONSORIAL (Sal 138)
R./
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
L.
Tú me conoces, Señor, profunda- mente: tú conoces cuándo me siento y me
levanto, desde lejos sabes mis pensamientos, tú observas mi camino y mi
descanso, todas mis sendas te son familiares.
R./
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
L.
Tú formaste mis entrañas, me tejiste en el seno materno. Te doy gracias por tan
grandes maravillas; soy un prodigio y tus obras son prodigiosas.
R./
Te doy gracias, Señor, porque me has formado maravillosamente.
L.
Conocías plenamente mi alma; no se te escondía mi organismo, cuando en lo oculto
me iba formando y entretejiendo en lo profundo de la tierra.
R./
Te doy gracias, Señor, por- que me has formado maravillosamente.
SEGUNDA
LECTURA (Hech 13, 22-26)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
En
aquellos días, Pablo les dijo a los judíos: “Hermanos: Dios les dio a nuestros
padres como rey a David, de quien hizo esta alabanza: He hallado a David, hijo
de Jesé, hombre según mi corazón, quien realizará todos mis designios.
Del
linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un
salvador, Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel
un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decía: 'Yo no soy
el que ustedes piensan. Después de mí viene uno a quien no merezco desatarle
las sandalias'. Hermanos míos, descendientes de Abraham, y cuantos temen a
Dios: Este mensaje de salvación les ha sido enviado a ustedes”.
Palabra
de Dios.
R./
Te alabamos, Señor.
La elaboración lucana consta sobre todo de reflexiones sobre el
Antiguo Testamento.
Aquí se trata de una rápida síntesis de la historia de la
salvación, indicando algunos de sus hitos para mostrar que en Jesucristo
culmina toda ella. El Bautista aparece sin solución de continuidad respecto a
sus antecesores, empalmando con ellos. Es el último eslabón de la acción de
Dios para preparar la venida de un Salvador. Jesús, por su parte, es la Palabra
de salvación (Hch 13,26).
Juan no apunta hacia sí mismo, sino hacia Cristo, tal como dice la
tradición del Bautista (Lc 3,16; Mc 1,7; Mt 3,11; Jn 1,20.27). Es uno de los
textos donde este personaje es contemplado más explícitamente como figura veterotestamentaria.
+
EVANGELIO según san Lucas: 1, 57-66. 80
Por
aquellos días, le llegó a Isabel la hora de dar a luz y tuvo un hijo. Cuando
sus vecinos y parientes se enteraron de que el Señor le había manifestado tan
grande misericordia, se regocijaron con ella.
A
los ocho días fueron a circuncidar al niño y le querían poner Zacarías, como su
padre; pero la madre se opuso, diciéndoles: “No. Su nombre será Juan”. Ellos le
decían: “Pero si ninguno de tus parientes se llama así”. Entonces le
preguntaron por señas al padre cómo quería que se llamara el niño. El pidió una
tablilla y escribió: “Juan es su nombre”. Todos se quedaron extrañados. En ese
momento a Zacarías se le soltó la lengua, recobró el habla y empezó a bendecir
a Dios.
Un
sentimiento de temor se apoderó de los vecinos, y en toda la región montañosa
de Judea se comentaba este suceso. Cuantos se enteraban de ello se preguntaban
impresionados: “¿Qué va a ser de este niño?”. Esto lo decían, porque realmente
la mano de Dios estaba con él.
El
niño se iba desarrollando físicamente y su espíritu se iba fortaleciendo, y
vivió en el desierto hasta el día en que se dio a conocer al pueblo de Israel.
Palabra
del Señor.
R./
Gloria a ti, Señor Jesús.
De nuevo, como ocurría en los relatos del anuncio, los nacimientos
de Juan y Jesús están descritos paralelamente para subrayar el contraste entre
ambos personajes, quizá aquí mucho más acentuado. De hecho, el nacimiento de
Juan es contado en pocas líneas, mientras que el nacimiento de Jesús y los
acontecimientos posteriores se describen con mucha más detención. El relato
sobre Jesús no sólo es mucho más detallado, sino que además está impregnado de
los rasgos teológicos lucanos. Por eso podemos decir que esta sección encuentra
su centro teológico en el anuncio a los pastores (véase Le 2,11).
1,57-80 Nacimiento de Juan. Las promesas de Dios a Zacarías se
realizan en medio de la alegría, signo de que los tiempos del cumplimiento han
llegado. El origen del nombre del niño (Lc 1.13) indica el carácter excepcional
de Juan y su misión en los nuevos tiempos que se inician. Como era costumbre, los
vecinos y parientes dan por hecho que el niño se llamaría como el padre (Tob
1,9). El acuerdo entre la madre y el padre en un nombre que no era familiar
aparece como divinamente inspirado. De ahí que al recuperar Zacarías el habla,
todos los vecinos se interroguen sobre el futuro del Bautista.
También, como María, Zacarías recita un salmo, llamado tradicionalmente
«Benedictus, cuyo tema es la acción de gracias por la salvación que se apunta
en la historia de los hombres, y en el que se alude también a la misión
específica de Juan como profeta y
heraldo de Jesús. El himno se inicia con la buena noticia de que
Dios ha visitado a su pueblo. La «visita> es un término bíblico que indica
una intervención salvífica de Dios (Ex 4,31; Rut 1,6; Sal 65,10; 80,15; 106,4).
En el contexto del evangelio de la infancia la visita es el envío del Mesías
del que Juan es el precursor. Esta visita de salvación cumple las promesas
hechas a David (Lc 1,68-71), a los patriarcas de Israel (Lc 1,72-75) y las
hechas por los profetas Malaquias e Isaías (Lc 1,78-79). La descripción del
Mesías tiene aquí un rasgo poco conocido en el resto del Nuevo Testamento. Se
le llama el sol que nace de lo alto. Tenemos que entender esta expresión a la
luz de los textos del Antiguo Testamento que nos hablan de la aparición de la
estrella mesiánica (Nm 24,17; Mal 3,20), un tema que utiliza también Mateo en
su relato de los magos (Mt 2,2). Pero más interesante que el nombre que recibe
el Mesías es ver cuál es su función. Dos verbos nos la describen como
iluminación y dirección de
nuestros pasos. Jesús, con su vida, muerte y resurrección, es la
revelación definitiva de Dios que traza la senda por donde debemos caminar los
que hemos asumido su evangelio como rasgo distintivo de nuestra vida.
MEDITATIO
Recordemos
que Juan nace de una anciana estéril; Cristo, de una jovencita virgen: el
Futuro padre de Juan no cree el anuncio de su nacimiento y se queda mudo; la
Virgen cree en el nacimiento de Cristo y lo concibe por la fe.
Podemos
resaltar tres palabras claves del Texto. La admiración (1,65): “invadió el
temor a todos sus vecinos, y en toda la montaña de Judea, se comentaban todas
estas cosa”. Esta reacción, denominada “temor”, es la señal de apertura con
sencillez ante la presencia de Dios. A lo largo del Evangelio de Lucas le da un
gran valor a la admiración del pueblo ante la obra de Jesús, mientras que los
enemigos de Jesús (la gente más religiosa) ni siquiera es capaz de dar este
primer paso. Hay que dejarnos sorprender por Dios. La meditación (1,66): “todos
los que oían las grababan en su corazón”.
Juan
viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el
nuevo. Así lo manifiesta el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas
llegaron hasta Juan. Por tanto, él es con la personificación de lo antiguo y el
anuncio de lo nuevo. Porque personifica lo antiguo, nace de padres ancianos;
porque personifica lo nuevo, es declarado profeta en el seno de su madre. Aún
no ha nacido y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de
gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo (1,41). Se
puede ver ya revelada su misión como precursor, aun antes de nacer; porque en
efecto, la mano del Señor estaba con el (1,66).
Es
importante evidenciar como en estos dos acontecimientos se va manifestando la
grandeza y misericordia de Dios con dos hermosísimos cánticos, la virgen María
proclama el hermoso cántico del Magnificat engrandece mi alma al Señor y mi
espíritu se alegra en Dios mi salvador… (1,46-55). Y el bello cantico de
Zacarías el Benedictus: Bendito el Señor Dios de Israel… (1,67-79).
ORATIO
Te doy
gracias, porque me has escogido portentosamente. Tú has creado mis entrañas, me
has tejido en el seno materno. Son admirables tus obras; conocías hasta el
fondo de mi alma. No desconocías mis huesos, cuando en lo oculto, me iba
formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra (Sal. 138).
CONTEMPLATIO
Eres
tu Juan, el nuevo Elías, alimentado en el desierto no con pan y por un cuervo,
sino de saltamontes y miel, por Dios tu eres el nuevo Isaías que no has dicho:
Mirad una virgen concebirá y dará a luz (7,14), sino que has proclamado delante
de todos: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,29).
(San Efrén, diácono.)
Yo
pienso que el misterio de Juan se realiza todavía hoy en el mundo. Cualquiera
que está destinado a creer en Cristo, es precioso que antes el espíritu y el
poder de juan vengan a su alma a preparar para el Señor un pueblo bien
dispuesto (Lc 1,17) y, allanar los caminos, enderezar los senderos (Lc 3,5) de
las asperezas del corazón. No es solamente en aquel tiempo que los caminos
fueron allanados y enderezados los senderos sino que todavía hoy el espíritu y
la fuerza de juan preceden la venida del Señor y salvador. ¡Oh grandeza
del misterio del Señor y de su designio sobre el mundo! (Orígenes, presbítero).
Prestemos
atención a estos tres verbos: preparar, discernir, disminuir. En ellos se
encierra la experiencia espiritual de san Juan Bautista, aquel que precedió la
venida del Mesías «predicando el bautismo de conversión» al pueblo de Israel.
Este trinomio es también paradigma de la vocación de todo cristiano, y lo
podemos encontrar en tres expresiones referidas a la actitud del Bautista con
respecto a Jesús: «después de mí, delante de mí, lejos de mí».
Aquí
se inserta «la tercera vocación de Juan: disminuir». Porque precisamente desde
ese momento su vida comenzó a decrecer, a disminuir para que creciera el Señor,
hasta anularse a sí mismo. Esta fue la etapa más difícil de Juan, porque el
Señor tenía un estilo que él no había imaginado, a tal punto que en la cárcel,
donde había sido recluido por Herodes Antipa, «sufrió no sólo la oscuridad de
la celda, sino la oscuridad de su corazón». Las dudas le asaltaron: «Pero ¿será
éste? ¿No me habré equivocado?». A tal grado que pide a los discípulos que
vayan a Jesús para preguntarle: «Pero, ¿eres tú verdaderamente, o tenemos que
esperar a otro?».
«Es
bello pensar así la vocación del cristiano». En efecto, «un cristiano no se
anuncia a sí mismo, anuncia a otro, prepara el camino a otro: al Señor». Es más
«debe saber discernir, debe conocer cómo discernir la verdad de aquello que
parece verdad y no es: hombre de discernimiento». Y finalmente «debe ser un
hombre que sepa abajarse para que el Señor crezca, en el corazón y en el alma
de los demás» (Papa Francisco).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la palabra:
“Por la entrañable misericordia de
nuestro Dios, nos ha visitado el sol que nace de lo alto”( Lc 1, 78).
LECTURA
ESPIRITUAL
Del
Catecismo de la Iglesia Católica
San
Juan Bautista es el precursor
523.
San Juan Bautista es el precursor (cf. Hch13, 24) inmediato del Señor,
enviado para prepararle el camino (cf. Mt3, 3). "Profeta del
Altísimo" (Lc1, 76), sobrepasa a todos los profetas (cf. Lc7, 26), de los
que es el último (cf.Mt11, 13), e inaugura el Evangelio (cf. Hch1, 22;
Lc16,16); desde el seno de su madre ( cf. Lc1,41) saluda la venida de Cristo y
encuentra su alegría en ser "el amigo del esposo" (Jn3, 29) a quien
señala como "el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"
(Jn1, 29). Precediendo
a Jesús "con
el espíritu y
el poder de
Elías" (Lc1, 17),
da testimonio deél mediante su predicación, su bautismo de
conversión y finalmente con su martirio (cf. Mc6, 17-29).
717
Juan, Precursor, Profeta y Bautista "Hubo un hombre, enviado por
Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo
ya desde elseno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que
la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La
"Visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de
Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).
718
Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu
lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que
viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de
"preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).
719
Juan es
"más que un
profeta" (Lc 7, 26).
En él, el Espíritu Santo
consuma el "hablar
por los profetas". Juan
termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14).
Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del
Consolador que llega (Jn 1, 23; cf.Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de
Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;
cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las
"indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1,
10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él,
ése es el que bautiza con el Espíritu Santo. Y yo lo he visto y doy testimonio
de que éste es el Hijo de Dios [...] He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1,
33-36).
720
En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que
realizará con y en Cristo: volver a
dar al hombre
la "semejanza" divina.
El bautismo de
Juan era para
el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento
(cf. Jn 3, 5).
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