Lectio Divina Noveno Jueves del Tiempo ORdinario A. Si con él morimos, viviremos con él
Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas
y amarás a tu prójimo como a
ti mismo.
II Pablo a timoteo 2,8-15 Marcos 12,28-34
LECTIO
Primera lectura: 2 Timoteo 2,8-15
Querido hermano:
Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de
David, según el Evangelio que yo anuncio, por el cual sufro hasta verme
encadenado como malhechor, pero la Palabra de Dios no está encadenada. Por eso
todo lo soporto por amor a los elegidos, para que ellos también alcancen la
salvación de Jesucristo y la gloria eterna. Es doctrina segura:
Si con él morimos,
viviremos con él;
si con él sufrimos,
reinaremos con él;
si lo negamos, también
él nos negara;
si somos infieles, él
permanece fiel,
porque no puede negarse
a sí mismo.
Recuerda estas cosas y
ordena, en nombre de Dios, que nadie se enzarce en discusiones vanas, que no sirven
para nada, si no es para la perdición de los que escuchan. Cuida de presentarte
ante Dios como un hombre probado, como un obrero que no tiene de qué avergonzarse,
como fiel pregonero del mensaje de la verdad.
Palabra de Dios:
Te alabamos Señor
La vida del cristiano es la vida de Cristo en él; es una
participación siempre renovada en la muerte y en la vida gloriosa del Señor,
que, en cierto modo, sufre y resurge a una vida nueva en aquel que cree en Él.
Como Pablo, encadenado por el Evangelio «como malhechor» (v. 9), aunque
también seguro de reinar con él (v. 12). De ahí podemos extraer dos
consecuencias.
En primer lugar, que
los sufrimientos del cristiano participan del valor redentor de los
sufrimientos de Cristo y son, de hecho, instrumento de salvación en la
medida en que el cristiano -como le gusta decir a Pablo- sufre por Cristo y
muere con él (cf. w. 11.12). Desde el momento en que el Hijo del Eterno murió
en la cruz, ya no hay sufrimiento terreno que sea inútil, ni creyente que no se
sienta responsable de la salvación de los demás. Es la comunión de la cruz lo
que da, a cada individuo, la fuerza para soportarlo todo por los hermanos, «para
que ellos también alcancen la salvación de Jesucristo y la gloria eterna»
(v. 10).
Entonces -segunda consecuencia-,
la vida del cristiano se convierte en una existencia pascual, gracias a la
memoria de la resurrección de Jesús (v. 8) y gracias a la profecía de su propia
resurrección (v. 11); una existencia que proclama la fidelidad del Eterno,
mayor que cualquier infidelidad humana (v. 13). Por eso el cristiano no se
enzarza en «discusiones vanas» (v. 14), ni se avergüenza de la Palabra
que debe anunciar, aunque deba sufrir por ella, porque es Palabra de la verdad
y nunca podrá ser encadenada (v. 9).
Evangelio: Marcos 12,28-34
En aquel tiempo, un maestro de la Ley que había oído la discusión
y había observado lo bien que les había respondido se acercó y le preguntó:
-¿Cuál es el mandamiento más importante?
Jesús contestó:
-El más importante es éste: Escucha, Israel, el Señor nuestro
Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda
tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más importante que
éstos.
El maestro de la Ley le dijo:
-Muy bien, Maestro. Tienes razón al afirmar que Dios es único y
que no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el
entendimiento y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo
vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Jesús, viendo que había hablado con sensatez, le dijo:
-No estás lejos del Reino de Dios.
Y nadie se atrevía ya a seguir preguntándole.
El tono de la pregunta
del maestro de la Ley, a diferencia de Mateo y Lucas, no es aquí, en Marcos, ni
polémico ni tendencioso, sino simplemente teórico y escolar, sin trampas más o
menos escondidas. Al contrario, parece darse un reconocimiento recíproco de la
exactitud y de carácter pertinente de la respuesta del otro por parte de cada
uno de los interlocutores. Al mismo tiempo, la cuestión planteada era en
aquellos tiempos una pregunta clásica y debatida con frecuencia; tampoco era
nueva del todo la respuesta de Jesús. En realidad, se trata de la cuestión
central para él y para todo creyente: es la pregunta a la que Jesús intentará
responder con toda su vida.
De todos modos, el
Maestro le brinda al maestro de la Ley, interlocutor leal, una respuesta
precisa y rigurosamente bíblica, no sólo por los envíos a Dt 6,4ss y Lv 19,18,
sino porque sólo es posible entenderla dentro de la revelación, según la cual
nuestro amor a Dios y al prójimo supone un hecho precedente y fundador: el amor
de Dios por nosotros. Éste es el dato que precede a cualquier otro, el origen y
la medida del amor humano. Si éste nace del amor divino, debe medirse sobre la
base del mismo, amando a toda la
humanidad, amando a cada hombre sin distinción y con toda nuestra propia
humanidad: corazón-mente-voluntad. De todos modos, Marcos no se contenta con
estas especificaciones, sino que introduce en su texto otras dos importantes
notas particulares: una observación polémica sobre el culto (v. 32), que
recupera la antigua batalla de los profetas contra el ritualismo embarazoso que
separa la oración del amor, y la afirmación del monoteísmo (vv. 29.32), en
abierta polémica con el ambiente pagano en que vivía la comunidad de Marcos,
afirmación destinada a dejar bien sentado que sólo de Dios –es decir- de haber
puesto a Dios en el centro de su vida, puede venirle la libertad al hombre. Esa
libertad es ya signo del Reino que viene.
MEDITATIO
Dios creó al hombre a su semejanza, le dio un corazón capaz de
dejarse amar y de amar a su vez. Pero no sólo le hizo capaz de amar a su
manera, divina, no se contentó con verter su benevolencia en el ser humano
haciéndolo amable, sino que activó en él una capacidad afectiva que no es ya
sólo humana. Éste es el signo más grande del amor de Dios hacia el hombre: el
Creador no se ha guardado, celosamente, su poder de amar, sino que lo ha
compartido con la criatura. En realidad, Dios no hubiera podido amar más al
hombre. Ésa es también la razón de que éste sea asimismo el primer y más
importante mandamiento: antes de ser mandamiento, es el don más grande. Y si
vale más que todos los holocaustos y sacrificios, eso significa que el hombre
lleva a cabo la mayor experiencia del amor divino cuando ama de hecho a la
manera de Dios, más aún que cuando ora y adora, porque es entonces, y sólo
entonces, cuando puede descubrir cómo ha sido amado por el Eterno, hasta el
punto de haber sido hecho capaz de amar a su manera. Precisamente en esta línea
invita Pablo a Timoteo y a todo creyente a sufrir y a morir con Cristo
por la salvación de los hermanos. Pero, entonces, no se da aquí sólo la comunión
redentora de la cruz; antes aún está el misterio sorprendente de la comunión de
Dios con el hombre, del amor divino con el amor humano. Gracias a esta
comunión, el amor de Dios se hace ya presente y visible en esta tierra; más
aún, Dios mismo es amado en un rostro humano y el corazón de carne produce ya
desde ahora latidos eternos.
ORATIO
Dios del amor, tú eres
el Señor y el Maestro, sólo tú tienes las palabras de la vida y puedes revelar
al hombre su verdad y su dignidad. Todos quisiéramos saber qué es importante en
la vida, para no correr en vano; y si te preguntamos es porque tú eres amor y
sólo el amor conoce la verdad y no se la guarda para sí. Concédenos comprender
también que la grandeza del hombre está en el amor: en la certeza de ser amado
desde siempre por el Señor del cielo y de la tierra y en la certeza de poder
amar al mismo Creador junto con sus criaturas. En esto consiste la grandeza
humana, y es humana y divina a la vez, es mandamiento, pero antes es don; es
reposo y felicidad para el alma, pero también lucha contra el egoísmo y la
desesperación; es la verdad de donde nace la libertad, la libertad de depender
en todo de aquél a quien amamos y a quien estamos llamados a amar; por
consiguiente, de ti, que eres el amor. Concédeme, Padre, esta libertad: la
libertad de entregarte mi vida, para que tú la conviertas en un evangelio,
historia y providencia de amor para muchos hermanos; la libertad de amarte a ti
y a todos con el corazón del Hijo, hasta la cruz.
CONTEMPLATIO
Si Cristo vino fue,
sobre todo, para que el hombre supiera cuánto le ama Dios y lo aprendiera para
encenderse más en el amor de quien lo amo antes, y para amar al prójimo según
la voluntad y el ejemplo de quien se hizo próximo prefiriendo no a los que
estaban cerca de él, sino a los que vagaban lejos; toda Escritura divina
escrita antes fue escrita para preanunciar la venida del Señor; y cualquier
cosa que haya sido transmitida después con las cartas y confirmada con la
autoridad divina habla de Cristo e invita al amor: está claro que no sólo toda
la Ley y los profetas, que hasta entonces eran toda la Sagrada Escritura, por
haberlo dicho el Señor, se apoyan en estos dos preceptos del amor a Dios y al
prójimo, sino también todo lo que, a continuación, ha sido consagrado para la
salvación, así como los volúmenes de las divinas Escrituras confiados a la
memoria. Por lo cual, en el Antiguo Testamento está oculto el Nuevo, y en el
Nuevo está la revelación del Antiguo. Según esta ocultación, los hombres
materiales que entienden sólo de modo material han estado sometidos, tanto
entonces como ahora, por el temor al castigo. En cambio, según esta revelación,
los hombres espirituales que entienden de manera espiritual, a quienes, por
estar piadosamente palpitantes, fueron reveladas las cosas ocultas y
piden ahora, sin soberbia, que no les queden ocultas las cosas reveladas, esos
hombres han sido liberados por la caridad entregada. En consecuencia, ya que
nada es más hostil a la caridad que la envidia, y la soberbia es madre de la
envidia, el Señor Jesucristo, Dios hombre, es al mismo tiempo prueba del amor
divino por nosotros y ejemplo de humana humildad entre nosotros, a fin de que
nuestro mayor mal sea sanado por la medicina contraria, que es aún más grande.
Gran miseria, en efecto, es el hombre soberbio, pero la misericordia del Dios
humilde es aún mayor. Ponte, pues como fin este amor, al que referirás todo lo
que digas; cuenta todas las cosas de manera que la persona a la que hablas crea
al escuchar, espere al creer y ame al esperar (Agustín, De catechizandis
rudibus, 4,8-11).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Si con él morimos, viviremos con él» (2 Tim 2,11).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Al envejecer nos damos
cuenta de inmediato de que todo se reduce a poquísimas certezas. Para mí, estas
certezas son tres: a pesar de todo, el Eterno es Amor; a pesar de todo, somos
amados; a pesar de todo, somos libres. Ojalá consiguiera comunicar estas tres
certezas [...], en particular la certeza de que esta misteriosa libertad que
hay en nosotros no tiene otra razón hacernos capaces de responder al Amor con
el amor. La estupenda belleza de la libertad no consiste en el hecho de
hacernos libres de, sino libres para: para amar y para ser amados. No, el
infierno no son los otros; el infierno es la soledad de quien, absurdamente, ha
pretendido ser autosuficiente.
Cuando alguien me pregunta: «¿Por qué venimos al mundo?», me
limito a responder: «Para aprender a amar». Estamos destinados a encontrar el
Amor, cuya hambre se hace sentir en forma de vacío dentro de nosotros [...].
Podemos plantearnos un montón de preguntas: ¿por qué tantas imperfecciones,
tantos sufrimientos Si tenemos la certeza de que el Eterno es Amor, de que
somos amados, de que somos libres para poder responder al Amor con el amor,
todo lo demás no son más que «a pesar de todo».
Oh nubes, aunque os
transforméis en crueles tempestades, no conseguiréis hacer negar la existencia
del sol (Abbé Pierre, Testamento, Casale Monf. 1994, 75ss).
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