Lectio Divina Lunes XI T O A No vuelvas la espalda al que te necesita
Tus palabras, Señor, son
una antorcha para mis pasos
y una luz en mi sendero
I Reyes: 21, 1-16 Salmo 5 Mateo: 5, 38-42
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Apedrearon a Nabot hasta que murió.
Del primer libro de los Reyes: 21, 1-16
Nabot de Yezrael tenía una viña junto al palacio de Ajab, rey de Samaria, y Ajab le dijo a Nabot: "Dame tu viña para plantar ahí una huerta, ya que está pegada a mi casa; yo te doy por ella una viña mejor o si prefieres, te pago con dinero". Nabot le respondió a Ajab: "Dios me libre de darte la herencia de mis padres". Ajab se fue a su casa, triste y enfurecido, porque Nabot le había dicho: "No te daré la herencia de mis padres". Se acostó en su cama, se volvió de cara a la pared y no quiso comer. Entonces se le acercó su esposa, Jezabel, y le dijo: "¿Por qué estás de mal humor y no quieres comer?". El respondió: "Es que hablé con Nabot de Yezrael y le dije que me vendiera su viña o que, si prefería, yo se la cambiaría por otra mejor; pero él me respondió que no me daría su viña".
Su esposa Jezabel, le dijo: "¿No que tú eres el rey poderoso que manda en Israel? Levántate, come y alégrate. Yo te daré la viña de Nabot". Entonces ella escribió unas cartas en nombre de Ajab, las selló con el sello del rey y las envió a los ancianos y hombres principales de la ciudad en que vivía Nabot. Las cartas decían: "Promulguen un ayuno, convoquen una asamblea y sienten a Nabot en primera fila. Pongan frente a él a dos malvados que lo acusen, diciendo: 'Ha maldecido a Dios y al rey'. Luego lo sacan fuera de la ciudad y lo apedrean hasta que muera".
Los habitantes de la ciudad, los ancianos y los hombres principales que vivían cerca de Nabot, hicieron lo que Jezabel les había mandado, de acuerdo con lo escrito en las cartas que les había remitido. Promulgaron un ayuno y en la asamblea sentaron a Nabot en primera fila. Llegaron los dos malvados, se sentaron frente a él y lo acusaron delante del pueblo, diciendo: "Nabot ha maldecido a Dios y al rey". Luego lo sacaron fuera de la ciudad y lo apedrearon hasta que murió. En seguida le mandaron avisar a Jezabel que Nabot había muerto apedreado.
Cuando Jezabel supo que Nabot había muerto apedreado, le dijo a Ajab: "Ve a tomar posesión de la viña de Nabot de Yezrael, que no quiso vendértela, pues Nabot ya no vive: ha muerto". Apenas oyó Ajab que Nabot había muerto, fue a tomar posesión de la viña de Nabot de Yezrael.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El rey Ajab no sólo confía más en los manejos
políticos que en la protección divina (capítulo 20), sino que se mancha también
con un doble y grave crimen por instigación de su mujer, Jezabel, ávida de
extender las posesiones de la casa real. El hurto y el homicidio perpetrados a
espaldas de Nabot, el campesino israelita atacado en su propia tierra, indican la
degradación moral de la monarquía, a pesar del montaje que parece conferir
legalidad a lo obrado por el rey: proclamación del ayuno y convocación de la
comunidad, como se acostumbraba a hacer en estado de catástrofe nacional.
La maldición del rey, en no menor medida que
la de Dios, implicaba la lapidación (Ex 22,27; Lv 24,16) siempre que estuviera
acreditada por dos testigos (Nm 35,30; Dt 17,6), que aquí resultan falsos.
R/. Señor, atiende a mis gemidos.
Señor, oye mi voz, atiende a mis gemidos, haz caso de mis súplicas, rey y Dios mío. R/.
Pues tú no eres un Dios al que pudiera la maldad agradarle, ni el malvado es tu huésped ni ante ti puede estar el arrogante. R/.
Al malhechor detestas y destruyes, Señor, al embustero; aborreces al hombre sanguinario y a quien es traicionero. R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Sal 118, 105 R/. Aleluya, aleluya.
Tus palabras, Señor, son una antorcha para mis pasos y una luz en mi sendero. R/.
EVANGELIO
Yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo.
Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 38-42
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído que se dijo: Ojo por ojo, diente por diente. Pero yo les digo que no hagan resistencia al hombre malo. Si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la izquierda; al que te quiera demandar en juicio para quitarte la túnica, cédele también el manto. Si alguno te obliga a caminar mil pasos en su servicio, camina con él dos mil. Al que te pide, dale; y al que quiere que le prestes, no le vuelvas la espalda".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La quinta antítesis consiste en la así
llamada «ley del talión» (Ex 21,24; Lv 14,19ss; Dt 19,21), atestiguada en toda
la Antigüedad (cf. el Código de Hammurabi, del siglo XVIII a. de C.). Se basa
esta ley en el principio de la retribución y en la exigencia de la reparación,
poniendo un freno con ello a la retorsión (cf. Gn 4,23ss).
«Nuestro Señor, al abolir esta reciprocidad,
corta de raíz el pecado. En la Ley está la pena; en el Evangelio, la gracia.
Allí se castiga la culpa; aquí, en cambio, se desarraiga la fuente misma del
pecado» (Jerónimo). Por eso nos enseña Jesús a ser tolerantes, a no oponernos
con
espíritu de venganza e intolerancia a quien
nos pone en una situación de prueba, sabiendo que de ese modo se corta la
espiral de la violencia y de la prepotencia. Y eso incluso cuando anda de por
medio la integridad de nuestra propia persona y de nuestros propios bienes, empezando
por el tiempo. La referencia al manto sirve para indicar la ropa con que la
gente se protegía de la intemperie y se cubría en las horas de descanso. Los
mil pasos era la distancia que se permitía recorrer en sábado. Pablo recoge
también la enseñanza de Cristo: «No devolváis a nadie mal por mal [...]. No
te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal a fuerza de bien» (Rom
12,17.21).
«Esto es lo más excelente de estos
preceptos», comenta Juan Crisóstomo, «que mientras que nos persuaden a nosotros
de que soportemos el mal, al mismo tiempo enseñan a quien ofende al amor
mediante la virtud y la sabiduría», viendo nuestro comportamiento desprendido y
tolerante. «Cristo quiere que sus discípulos sean como la sal, que se conserva
a sí misma y mantiene también los otros elementos con los que se mezcla.»
MEDITATIO
El antiguo precepto «ojo por ojo, diente por diente»
ponía ya un límite a la propagación de la venganza. Ahora bien, Cristo pide un
comportamiento que extirpa su misma raíz. Se trata del principio de la no-violencia,
que neutraliza la «reacción en cadena» destinada a provocar un mal cada vez
mayor.
Me pregunto sobre la práctica de la
tolerancia, que la Biblia latina registra como uno de los frutos del Espíritu
(Gal 5,22), y, por consiguiente, de la magnanimidad, que nos recuerda que «Dios
ama a quien da con alegría» (2 Cor 9,7).
ORATIO
Qué difícil me resulta, Señor, saber perder
en la vida. Qué celoso soy de mi tiempo, de mis cosas, de mi salud, de mis
ideas, como si fuera su dueño absoluto y pudiera disponer de ellos según mi
talento. Soy incapaz de ceder, de condescender, de adaptarme al juego del otro.
Estoy siempre a la defensiva y tutelo mis
derechos (reales o presuntos) con la ilusión de tener siempre razón, de no
cometer nunca errores, de conseguir imponerme siempre. Pero tú me pides que
viva desarmado, que me mida con la impotencia, con la precariedad, con el
fracaso, con la pérdida. Me pides que me mida con la cruz. Hazme comprender,
Señor, que «encuentra lo mejor de sí mismo quien decide perder» (B. Häring).
CONTEMPLATIO
La historia de Nabot sucedió hace muchos
siglos y, sin embargo, se sigue repitiendo todos los días. En efecto, todos los
días los ricos siguen codiciando los bienes de los otros, siempre están
insatisfechos con lo que ya poseen. Ajab no nació una sola vez. Sigue
renaciendo continuamente y no desaparece nunca del mundo. Por un Ajab que
muere, nacen mil. Tampoco Nabot es el único pobre que ha sido asesinado. Cada
día aparece un Nabot apedreado, un pobre aniquilado.
¿Hasta dónde, ricos, se dejarán llevar por su loco egoísmo? ¿Quieren poseer ustedes todo el planeta? Los bienes del
mundo pertenecen a todos: ¿quién los autoriza a monopolizar para ustedes el
derecho de propiedad? La naturaleza nada sabe de ricos; ella nos hace a todos pobres. Cuando salimos del vientre
materno estamos desnudos, no tenemos nada. Y cuando bajamos a la fosa es
imposible que nos podamos llevar a ella nuestras propiedades. Sobre el ataúd
del rico hay el mismo montón de tierra que sobre el ataúd del pobre. Aquel trozo
de tierra, que antes no bastaba para la codicia del rico, ahora es incluso
demasiado para albergar su cuerpo. Todos nacemos iguales, todos morimos
iguales. Ve y cava en el cementerio. Sólo esqueletos verás. Y te desafío a
distinguir a los ricos de los pobres. En ocasiones, es cierto, son envueltos
los cuerpos de los ricos con lujosos vestidos. Mas eso en nada ayuda a los
muertos: únicamente complace a los vivos. Te vistan como te vistan, rico, cuando
mueres pierdes la belleza externa sin adquirir la interior. No sólo eso; juegas
también una mala pasada a tus herederos. Éstos, primero, pleitearán entre
ellos; después, una vez hechas las partes, si son ahorradores conservarán con
ansias y preocupaciones tu herencia, mientras que si son derrochadores la
dilapidarán en poco tiempo. Ésa será tu culpa póstuma: inducir a tus herederos
a repetir los pecados que te condenaron (Ambrosio de Milán, «Nabot, I», 1ss, en
El buen uso del dinero, DDB, Bilbao 1995, pp. 87-88).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«No vuelvas la espalda al que te necesita»
(cf. Mt 5,42).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El triunfo sobre el otro sólo se consigue
haciendo que su mal termine muriendo, haciendo que no encuentre lo que busca,
es decir, la oposición, y con esto un nuevo mal con el que pueda inflamarse aún
más. El mal se debilita si, en vez de encontrar oposición, resistencia, es
soportado y sufrido voluntariamente. El mal encuentra aquí un adversario para el
que no está preparado. Naturalmente, esto sólo se da donde ha desaparecido el último
resto de resistencia, donde es plena la renuncia a vengar el mal con el mal. En
este caso, el mal no puede conseguir su fin de crear un nuevo mal y queda solo.
El sufrimiento desaparece cuando es
sobrellevado. El mal muere cuando dejamos que venga sobre nosotros sin
ofrecerle resistencia. La deshonra y el oprobio se revelan como pecado cuando
el que sigue a Cristo no cae en el mismo defecto, sino los soporta sin atacar.
El abuso del poder queda condenado cuando no encuentra otro poder que se le
oponga. La pretensión injusta de conseguir mi túnica se ve comprometida cuando
yo entrego también el manto, el abuso de mi servicialidad resulta visible
cuando no pongo límites. La disposición a dar todo lo que me pidan muestra que
Jesucristo me basta y sólo quiero seguirle a él. En la renuncia voluntaria a
defenderse se confirma y proclama la vinculación incondicionada del seguidor a
Jesús, la libertad y ausencia de ataduras con respecto al propio yo. Sólo en la
exclusividad de esta vinculación puede ser supera do el mal (Dietrich
Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca
“1999, pp. 89-90).
Comentarios
Publicar un comentario