Lectio Divina Jueves XI del Tiempo Ordinario A. USTEDES OREN ASÍ.
Hemos recibido un
espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre!
Sirácide
(Eclesiástico): 48, 1-15 salmo
96,1.2.3-4.5-5. 7. Mateo
6,7-15
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Cuando Elías fue envuelto por el torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu.
Del libro del Sirácide (Eclesiástico): 48, 1-15
En aquel tiempo, surgió Elías, un profeta de fuego; su palabra quemaba como una llama. El hizo caer sobre los israelitas el hambre y con celo los diezmó. En el nombre del Señor cerró las compuertas del cielo e hizo que descendiera tres veces fuego de lo alto. [Qué glorioso eres, Elías, por tus prodigios! ¿Quién puede jactarse de ser igual a ti? Tú resucitaste del sepulcro a un muerto, lo arrancaste de la muerte por la palabra del Altísimo. Tú llevaste la ruina a los reyes y la muerte a los príncipes en su lecho. Tú escuchaste las amenazas de Dios en el Sinaí y sus palabras de castigo en el Horeb. Tú ungiste a reyes vengadores y nombraste como sucesor tuyo a un profeta.
En un torbellino de llamas fuiste arrebatado al cielo, sobre un carro tirado por caballos de fuego. Escrito está de ti que volverás, cargado de amenazas, en el tiempo señalado, para aplacar la cólera antes de que estalle, para hacer que el corazón de los padres se vuelva hacia los hijos y congregar a las tribus de Israel. Dichosos los que te vieron y murieron gozando de tu amistad; pero más dichosos los que estén vivos, cuando vuelvas.
Cuando Elías fue arrebatado por el torbellino, Eliseo quedó lleno de su espíritu. Ningún príncipe lo intimidó, nadie lo pudo dominar. Ninguna cosa le era imposible y aun estando en el sepulcro, resucitó a un muerto. En vida hizo prodigios y después de muerto, obras admirables.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
El texto del Eclesiástico constituye algo así como el elogio
fúnebre de los profetas Elías y Eliseo, que desarrollaron su ministerio en el
reino del Norte (siglo IX a. de C.), en un momento crítico para el yahvismo. De
Elías, el profeta de fuego, se recuerda el papel que desarrolló en la carestía
y en la sequía, la llama encendida por tres veces en el Carmelo, la ayuda que
prestó a la viuda de Sarepta, la oposición que ejerció respecto a Ajab, Ocacías
(853-852) y Jorán (852-841), su frecuentación de la montaña santa (cf. 1 Re
19,9-14), la unción y el repudio del rey, la investidura de profetas y, por
último, su ascensión al cielo. Una alusión al futuro papel mesiánico del profeta,
como se recuerda también en Mal 3,23ss.
De Eliseo, cuyo nombre significa «Dios salva», se recuerda el
papel político y taumatúrgico que desempeño (con una alusión al prodigio
póstumo del que se habla en 2 Re 13,20ss). Este último aspecto ha sido repetido
en diferentes circunstancias, incluso por la liturgia: la
sunamita y el doble nacimiento del hijo (2 Re 4,8-37); la multiplicación
de los panes (2 Re 4,42-44); la curación de Naamán (2 Re 5).
Del salmo 96,1.2.3-4.5-5. 7.
R/. Que se alegren los justos con el Señor.
Reina el Señor, alégrese la tierra; cante de regocijo el mundo entero. El trono del Señor se asienta en la justicia y el derecho. R/.
Un fuego que devora a sus contrarios a nuestro Dios precede; deslumbran sus relámpagos el orbe y viéndolos, la tierra se estremece. R/.
Los montes se derriten como cera ante el Señor de toda la tierra. Los cielos pregonan su justicia, su inmensa gloria ven todos los pueblos. R/.
Los que adoran estatuas que se llenen de pena y se sonrojen, lo mismo el que se jacta de sus ídolos. Que caigan ante Dios todos los dioses. R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Rm 8, 15
R/. Aleluya, aleluya.
Hemos recibido un espíritu de hijos, que nos hace exclamar: ¡Padre! R/.
EVANGELIO
Ustedes oren así.
Del santo Evangelio según san Mateo: 6, 7-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal.
Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si
ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La referencia a la oración brinda a Mateo la oportunidad de
insertar en este sitio la enseñanza del Padre nuestro. Todo guía espiritual y
todo grupo de discípulos tenían sus propias modalidades de oración (cf. Lc
11,1). La oración del cristiano debe evitar la ostentación farisaica, pero
también la «polilogía» de los paganos, ese multiplicar palabras que resuena en
los oídos del Señor como un desagradable bla-bla-bla. «Si el pagano habla mucho
en la oración -observa Jerónimo-, de ahí se sigue que el cristiano debe hablar
poco». Juan Casiano señala que la succinta brevitas en la oración vence las distracciones.
Algunos podrían objetar que «si Dios conoce el objeto de nuestra
oración, y si conoce, antes de que formulemos nuestra oración, aquello de lo
que tenemos necesidad, es inútil que dirijamos nuestra palabra a quien ya lo
sabe todo. A esos -apremia Jerónimo- se les puede responder de manera breve
como sigue: nosotros no somos gente que cuenta, sino hombres que suplican. Una
cosa es expresar nuestras necesidades a quien no las conoce, y otra pedir ayuda
a quien las conoce. Allí se da la comunicación; aquí, el homenaje. Allí
contamos de modo fiel nuestras desgracias; aquí, por lo míseros que somos,
imploramos». En la Glosa se lee que «Dios quiere que le pidan, a fin de
dar sus dones a quienes los desean, de suerte que no envilezcan».
La oración del Señor, que Agustín define como «regla de la
oración» (orationis forma), contiene «una inmensidad de misterios» (inmensa
continet sacramenta) (Landulfo de Sajonia). Está introducida con la doble puesta
en guardia respecto a la oración farisaica (vv. 5ss) y a la pagana. Esta última
estaba destinada a forzar la voluntad de la divinidad para que atendiera a las
peticiones de sus devotos. Por eso era prolija y ruidosa. La oración enseñada
por Jesús, más que intentar hacernos oír por Dios, nos compromete a escuchar a
Dios, es decir, a entrar en su plan de salvación.
El Padre nuestro puede ser leído como «el compendio de todo el
Evangelio» (Tertuliano), y, en efecto, resulta fácil encontrar no pocas citas
en el texto sagrado donde se confirma que, antes de darla a los discípulos, fue
la oración del mismo Cristo.
El Padre nuestro se presenta, antes que nada, como la
fórmula de alianza en la que están recogidos todos los compromisos que el
hombre está llamado a asumir (santificación del nombre, edificación del Reino y
cumplimiento de la voluntad divina) y los dones que recibe (pan de vida,
remisión de los pecados, liberación del
maligno). En segundo lugar, los modos verbales típicos,
intraducibles a las lenguas modernas, indican que los designios divinos
ensalzan un cumplimiento absoluto e incondicional, aunque su traducción a la
vida real de los hombres a lo largo de la historia puede sufrir desmentidos y
retrasos.
MEDITATIO
Dado que el Padre nuestro es la regla de la oración cristiana,
estudiaré las posibilidades de profundizar en las modalidades con las que
«recitarlo»; mejor aún, «vivirlo». En primer lugar, pensando en la triple señal
de la cruz que hago sobre la frente, sobre los labios y sobre el pecho antes de
la proclamación del Evangelio, intentaré activar la mente y el corazón con la
boca, a fin de que las palabras del Señor puedan morar en mí. Si ninguna de
ellas debe caer en el vacío, sino que todas han de cumplirse, eso vale en
especial para el Padre nuestro.
Eso viste un carácter sacramental, en la medida en que me hace
hijo de Dios y constituye la renovación cotidiana de la alianza, con los compromisos
que incluye (primera parte del Padre nuestro) y los beneficios que otorga
(segunda parte). Así pues, tomando conciencia
de que me estoy dirigiendo al Padre, me identifico con la mente y
con los sentimientos de Cristo y acojo el «grito» del Espíritu de adopción. Al
pronunciar las palabras «con una atención total» (Simone Weil), me detendré en cada
frase hasta que «encuentre significados, comparaciones [con otros textos
evangélicos), gustos y consuelos » (Ignacio de Loyola).
ORATIO
«Padre nuestro», excelso en la creación, suave en el amor,
rico en la herencia, tú habitas «en el cielo» y eres espejo de eternidad,
corona de jubilo, tesoro de felicidad. «Santificado sea tu nombre», de
suerte que se vuelva miel en la boca, melodía en el oído, devoción en el
corazón. «Venga a nosotros tu Reino», alegre sin
contrariedad, tranquilo sin turbación, seguro sin pérdidas. « Hágase tu
voluntad en la tierra como en el cielo», de suerte que rechacemos lo que tú
abominas, que amemos lo que tú amas, de modo que cumplamos lo que te es grato.
«Danos hoy nuestro pan de cada día», el pan de la doctrina, de la
penitencia, de la virtud. «Perdona nuestras deudas», contraídas contigo,
con el prójimo y con nosotros mismos. «Como también nosotros perdonamos a
nuestros deudores», que nos han ofendido con palabras o en nuestra persona
o en las cosas. «No nos dejes caer en la tentación» que procede del
mundo, de la carne y del demonio. «Y líbranos del mal» presente, pasado
y futuro. Amen (Landulfo de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Porque quien da a Dios el nombre de Padre, por ese solo nombre
confiesa ya que se le perdonan los pecados, que se le remite el castigo, que se
le justifica, que se le santifica, que se le redime, que se le adopta por hijo,
que se le hace heredero, que se le admite a la hermandad con el Hijo unigénito,
que se le da el Espíritu Santo. No es, en efecto, posible darle a Dios el
nombre de Padre y no alcanzar todos esos bienes [...]. Y con este solo golpe,
mata el Señor el odio, reprime la soberbia, destierra la envidia, trae la
caridad, madre de todos los bienes; elimina la desigualdad de las cosas humanas
y nos muestra que el mismo honor merece el emperador que el mendigo, comoquiera
que, en las cosas más grandes y necesarias, todos somos iguales (Juan
Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 19,4 [edición de Daniel Ruiz
Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Como Palabra para repetir y vivir hoy con frecuencia, elíjase
alguna de las invocaciones del Padre nuestro, la que produzca en
nosotros una resonancia interior más intensa.
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
La primera parte del Padre nuestro va, de una manera atrevida, del
tú al Dios que se ha revelado como amor. Se trata de una oración de
agradecimiento llena de júbilo por el hecho de que podamos llamar, amar y
alabar de manera confiada al Santísimo como Nuestro Padre y como nuestro tú.
Expresa el compromiso de verificar nuestras aspiraciones y nuestras acciones, a
fin de ver si y hasta qué punto se toman en serio y honran el nombre del Padre
y nuestra vocación de hijos e hijas suyos. Y, no por último, nos pone sobre
todo frente a nuestra misión de promover, para honor del único Dios y Padre, la
paz y la solidaridad salvífica entre todos los hombres [...].
Recitar el Padre nuestro significa preguntarse por la seriedad con
la que tomamos, intentamos comprender y confesamos con actos concretos el plan
salvífico de Dios. Un rasgo fundamental e imprescindible del compromiso que
hemos asumido en virtud del Espíritu Santo y con la mirada puesta en el Hijo
predilecto es el de amar a Dios en todo y por encima de todo y cumplir su voluntad
santa y amorosa.
La segunda parte del Padre nuestro habla del amor al prójimo en
unión con Jesús. Se trata del «Nosotros», de vivir de manera radical la
solidaridad salvífica de Jesús con todos los hombres y en todos los campos de
la vida. La conciencia adquirida de que la recitación del Padre nuestro nos
introduce, de manera semejante al bautismo de Jesús en el Jordán, en la vida
trinitaria de Dios, así como nuestra opción fundamental en favor de la
solidaridad salvífica en todos los campos, nos ayudarán, sin la menor duda, a
conferir un perfil cada vez más claro y convincente a nuestro programa de vida
(B. Häring, Il Padre nostro. Lode, preghiera, programma di vita,
Brescia 1995, pp. 16ss (edición española: El padrenuestro, Promoción
Popular Cristiana, Madrid 1996]).
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