Lectio Divina XI martes del Tiempo Ordinario A. Sean perfectos en el amor, como su Padre celestial.
Les doy un mandamiento
nuevo, dice el Señor,
que se amen los unos a
los otros, como yo los he amado
I Reyes: 21, 17- 29 Salmo 50 Mateo
5,43-48
LECTIO
Has hecho pecar a Israel.
Del primer libro de los Reyes: 21, 17- 29
Después de la muerte de Nabot, el Señor le dirigió la palabra al profeta Elías y le dijo: "Levántate y ve al encuentro de Ajab, rey de Israel, que vive en Samaria. Se encuentra en la viña de Nabot, a donde ha ido para apropiársela. Dile lo siguiente: 'Esto dice el Señor: ¿Así que, además de asesinar, estás robando?'. Dile también: 'Por eso, dice el Señor, en el mismo lugar en que los perros han lamido la sangre de Nabot, los perros lamerán también tu propia sangre' ".
Ajab le dijo a Elías: "¿Has vuelto a encontrarme, enemigo mío?". Le respondió Elías: "Sí, te he vuelto a encontrar. 'Porque te has prestado para hacer el mal ante mis ojos, dice el Señor, yo mismo voy a castigarte: voy a barrer a tu posteridad y a exterminar en Israel a todo varón de tu casa, libre o esclavo. Haré con tu casa lo que hice con la de Jeroboam, hijo de Nebat, y con la de Basá, hijo de Ajías, porque has provocado mi cólera y has hecho pecar a Israel. A los hijos de Ajab que mueran en la ciudad, los devorarán los perros; y a los que mueran en el campo, se los comerán los buitres'. También contra Jezabel ha hablado el Señor y ha dicho: 'Los perros devorarán a Jezabel en el campo de Yezrael' ". (Y es que en realidad no hubo otro que se prestara tanto como Ajab para hacer el mal ante los ojos del Señor, instigado por su esposa Jezabel. Su proceder fue abominable, porque adoró a los ídolos que habían hecho los amorreos, a quienes el Señor expulsó del país para dárselo a los hijos de Israel).
Cuando Ajab oyó estas palabras, desgarró sus vestiduras, se puso un vestido de sayal y ayunó; se acostaba con el sayal puesto y andaba cabizbajo. Entonces el Señor le habló al profeta Elías y le dijo: "¿Has visto cómo se ha humillado Ajab en mi presencia? Por eso, no lo castigaré a él durante su vida, pero en vida de su hijo castigaré a su casa".
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Elías desarrolla con Ajab, por encargo del
Señor, el mismo papel de Natán con David. Dios venga -y lo hace a través de los
profetas, de la injusticia y defiende al oprimido. El orden quebrantado tiene
que ser reparado y Jezabel será la primera en pagar las consecuencias (2 Re
9,30ss). Por muy férreo que pueda ser, el principio de la retribución admite
atenuantes en virtud del arrepentimiento del culpable y de la misericordia
divina. Con todo, eso no es obstáculo para que, siguiendo la lógica del Antiguo
Testamento, se imponga de todos
modos la reparación (cf. 2 Re 9ss).
El Libro primero de los Reyes dedica los dos
últimos capítulos a ilustrar las nuevas y desdichadas empresas bélicas de Ajab,
a pesar de la opinión contraria del profeta Miqueas, así como la sórdida muerte
del desventurado soberano, cuyas llagas fueron lamidas por los perros.
Del salmo 50,3-4. 5-6a.1l y 16.
R/. Misericordia, Señor, hemos pecado.
Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos y purifícame de mis pecados. R/.
Puesto que reconozco mis culpas, tengo siempre presentes mis pecados. Contra ti solo pequé, Señor, haciendo lo que a tus ojos era malo. R/.
Aleja de tu vista mis maldades y olvídate de todos mis pecados. Líbrame de la sangre, Dios, salvador mío, y aclamará mi lengua tu justicia. R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 13, 34
R/. Aleluya, aleluya.
Les doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como yo los he amado. R/.
EVANGELIO
Amen a sus enemigos.
Del santo Evangelio según san Mateo: 5, 43-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Han oído ustedes que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos. y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
Porque, si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen eso mismo los publicanos? Y si saludan tan sólo a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen eso mismo los paganos? Ustedes, pues, sean perfectos, como su Padre celestial es perfecto".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La sexta antitesis tiene que ver con el
mandamiento principal: el amor al prójimo (Lv 19,18). Cristo habla también del
odio a los enemigos - expresión que no
aparece en la Biblia, aunque sí en los últimos flecos del judaísmo: en Qumrán
se mandaba odiar a todos los hijos de las tinieblas- para extender también a
ellos el amor y la oración. Y esto a imitación del Padre celestial, de quien son
hijos todos los hombres, que deben reconocerse como hermanos. De este modo se
convertirán en imitadores del Padre, imitando su perfección y, por
consiguiente, su santidad (cf. Lv 19,2). El pasaje paralelo de Lc 6,36 nos dice
en qué consiste la naturaleza de la perfección divina: en la misericordia.
También aquí es preciso rebasar la medida (cf. Mt 5,20), que, esta vez, hace
referencia a los tristemente famosos publicanos, los recaudadores de las tasas
por cuenta de los romanos (Mt 18,17; 21,32), y a los paganos, ligados también
ellos a un código que, no obstante, resulta absolutamente formal e interesado. Sabemos
asimismo que, en el mundo oriental, el saludo comporta mucho más que un simple
intercambio de cumplidos; es considerado como intercambio de paz.
Mateo recupera (cf. 5,12) el término
«recompensa> o mérito, que aparece más veces en el capítulo siguiente (6,1.2.5.16),
donde se afirma que el Padre mismo nos premiará abiertamente (cf. variante de
6,4). Como es evidente, el comportamiento moral no va ligado a una
visión retributiva: hago el bien cada día
para tener un premio por ello. Más aún, esta visión está desmentida por el
hecho de que el verbo está en presente («¿qué recompensa merecen?). El
comportamiento del cristiano no es otra cosa que la libre respuesta a un don de
la gracia, y en esa respuesta está incluido ya el «premio», el don de la
salvación.
MEDITATIO
Si lo que afirma Jerónimo -estos preceptos
han de ser juzgados «con la inteligencia de los santos» y no «con nuestra
estupidez»- vale para todo el sermón del monte, con mayor razón se aplica al
mandamiento del amor. Un amor a ultranza, podríamos decir. Porque «si amar a
los amigos es cosa de todos, amar a los enemigos es cosa sólo de los
cristianos» (Tertuliano). «Jesús hubiera vivido y muerto en vano», sostiene
Gandhi, «si no hubiéramos aprendido de él a regular nuestras vidas por la ley
eterna del amor». Él nos quiere perfectos en el amor (una perfección moral, no
metafísica, por tanto) que debemos practicar con Dios y con el prójimo, aunque
sea enemigo nuestro o nos persiga, tal como nos enseñó Jesús cuando perdonó a
los mismos que le estaban crucificando. Por eso pudo Pablo escribir a sus fieles:
«Sobre el amor fraterno no tienen necesidad de que les diga nada por escrito,
porque ustedes mismos han aprendido de Dios a amarse los unos a los otros» (1
Tes 4,9).
Me pregunto en qué medida se manifiesta en mi
amor el amor de Dios. ¿Realizo un acto de amor hacia algún enemigo mío,
depositando en su corazón el bálsamo de mi oración?
ORATIO
Señor Jesucristo, dulcísimo maestro de
humildad y de paciencia, concédeme a mí, que soy el último de tus siervos,
arraigarme en la humildad, considerarme inferior a los otros y merecedor de
desprecio. Concédeme soportar con paciencia las aflicciones físicas y las
dificultades materiales; que esté dispuesto a afrontar males todavía mayores y
que sea capaz de salir al encuentro de quien me pide ayuda ya sea para el
cuerpo o para el alma. Concédeme amar con el corazón, los labios y las obras no
sólo a los amigos y a los enemigos, sino también a todos los que me persiguen,
hacerles el bien y rezar por ellos. De este modo, por tu gracia, podré ser incluido
entre tus hijos y figurar entre los elegidos.
Señor Jesucristo, mientras que a los antiguos
les prometiste bienes materiales, a nosotros nos aseguras bienes eternos para
que sobreabunde nuestra justicia. Concédeme irradiar en tu presencia y en la de
los otros la luz de la Palabra y de las obras, así como no abolir, sino cumplir
de manera sobreabundante, tu Ley. Guárdame de la ira y de ofender al prójimo,
de modo que sea agradable ante ti la ofrenda del corazón, de los labios y de
las buenas obras. Concédeme, oh Dios
clementísimo, huir de la concupiscencia, de
la mirada mala, y evitar todo juramento. Y que al abstenerme de injuriar al
prójimo, no tenga que provocar tus castigos, sino que siempre pueda complacerte
en todo (Landulfo de Sajonia).
CONTEMPLATIO
Amad a vuestros enemigos... ¡He aquí cómo
pone el Señor el coronamiento de todos los bienes! Porque, si nos enseña no
sólo a sufrir pacientemente una bofetada, sino a volver la otra mejilla; no
sólo a soltar el manto, sino a añadir la túnica; no sólo a andar la milla a que
nos fuerzan, sino otra más por nuestra cuenta, todo ello es porque quiere que
recibas como la cosa más fácil algo muy superior a todo eso. -¿Y qué hay -me
dices superior a eso? - Que a quien todos esos desafueros cometa con nosotros
no le tengamos ni por enemigo. Y todavía algo más que eso. Porque no dijo: No
le aborrecerás, sino: Le amarás. Ni dijo: No le hagas daño, sino: Hazle bien.
Mas, si atentamente examinamos las palabras
del Señor, aún descubriremos algo más subido que todo lo dicho. Porque no nos
mandó simplemente amar a quienes nos aborrecen, sino también rogar por ellos.
¡Mirad por cuántos escalones ha ido subiendo y cómo ha terminado por colocarnos
en la cúspide de la virtud! Contémoslos de abajo arriba. El primer escalón es
que no hagamos por nuestra cuenta mal a nadie. El segundo, que, si a nosotros
se nos hace, no volvamos mal por mal. El tercero, no hacer a quien nos haya
perjudicado lo mismo que a nosotros se nos hizo. El cuarto, ofrecerse uno mismo
para sufrir. El quinto, dar más de lo que el ofensor pide de nosotros. El
sexto, no aborrecer a quien todo eso hace. El séptimo, amarle. El octavo,
hacerle beneficios. El noveno, rogar a Dios por él. ¡He aquí una cima filosófica!
De ahí también el espléndido premio que se le promete. Como el precepto es tan
grande y pide un alma tan generosa y un esfuerzo tan levantado, también el
galardón es tal como a ninguno de sus anteriores mandatos lo propuso el Señor.
Porque aquí ya no habla de poseer la tierra, como se promete a los mansos; no
de alcanzar consuelo y misericordia, como los que lloran y los misericordiosos;
ni siquiera se nos habla del Reino de los Cielos, sino de algo más sublime que
todo eso y que bien puede hacernos estremecer: se nos promete ser semejantes a
Dios, cuanto cabe que lo sean los hombres: A fin -dice- de que seáis semejantes
a vuestro Padre, que está en los cielos (Juan Crisóstomo, Comentario al
evangelio de Mateo, 18,3ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid
1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Sed perfectos en el amor, como su Padre
celestial» (cf. Mt 5,48).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Para amar a los que nos aman, para saludar a
los que nos saludan, no tenemos necesidad de creer en ninguna religión. No tenemos
necesidad de poner a Dios en medio. Es algo que hacen todos. Es «humano».
Precisamente porque el amor a los enemigos es
tan «poco humano», precisamente porque supera la medida del hombre «normal»,
precisamente por eso, muestra, como ninguna otra exigencia del Nuevo Testamento,
que aquí tenemos delante no algo humano, sino, en un sentido más profundo, algo
divino. Se trata de algo que se encuentra también en las restantes antítesis (del
sermón del monte), pero que aquí –en la antitesis del amor al enemigo, podemos
captar del mejor modo posible: la soberanía de Dios, el Reino de Dios. No es
que con el amor a los enemigos consigamos realizar el Reino de Dios. En efecto,
con nuestras fuerzas no somos capaces de amar al enemigo. Es un «regalo» de la
soberanía de Dios, antes de cualquier iniciativa nuestra, que nos libera y nos
hace capaces de amar al enemigo. Ahora bien, si la soberanía de Dios nos libera
para que amemos al enemigo, para que le amemos de verdad, con todo lo que esto
significa y, comporta, entonces resulta verdaderamente claro que la soberanía
de Dios ha irrumpido en efecto entre nosotros, entonces resulta claro lo que
significa de verdad la soberanía de Dios, entonces resulta claro que comporta
ser hijos e hijas de aquél a quien llamamos, y es, nuestro Padre celestial y
nuestra Madre celestial.
Amad a vuestros enemigos, jugaos el todo por
el todo, amadlos con corazón indiviso, tratadlos con amor creativo (H. J.
Venetz, Il discorso della montagna, Brescia 1990, pp. 90ss).
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