Lectio Divina Martes XII del Tiempo Ordinario A. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes.

Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida.
II Reyes: 19,9- 11.14-21.31-35.36  Salmo 47, 2-3ab. 3cd-4.10-11. Mateo: 7, 6.12-14

LECTIO

PRIMERA LECTURA
Protegeré esta ciudad y la salvaré, por ser yo quien soy y por David, mi siervo.

Del segundo libro de los Reyes: 19,9- 11.14-21.31-35.36

En aquellos días, Senaquerib, rey de Asiria, envió mensajeros para decir a Ezequías: "Díganle esto a Ezequías, rey de Judá: 'Que no te engañe tu Dios, en el que confías, pensando que no será entregada Jerusalén en manos del rey de Asiria. Sabes bien que los reyes de Asiria han exterminado a todos los países, ¿y crees que sólo tú te vas a librar de mí?' ".
Ezequías tomó la carta de manos de los mensajeros y la leyó. Luego se fue al templo, y desenrollando la carta delante del Señor, hizo esta oración: "Señor, Dios de Israel, que estás sobre los querubines, tú eres el único Dios de todas las naciones del mundo, tú has hecho los cielos y la tierra. Acerca, Señor, tus oídos y escucha; abre, Señor, tus ojos y mira. Oye las palabras con que Senaquerib te ha insultado a ti, Dios vivo. Es cierto, Señor, que los reyes de Asiria han exterminado a todas las naciones y han entregado sus dioses al fuego, porque ésos no son dioses, sino objetos de madera y de piedra, hechos por hombres, y por eso han sido aniquilados. Pero tú, Señor, Dios nuestro, sálvanos de su mano para que sepan todas las naciones que sólo tú, Señor, eres Dios".
Entonces el profeta Isaías, hijo de Amós, mandó decir a Ezequías: "Esto dice el Señor, Dios de Israel: 'He escuchado tu oración'. Ésta es la palabra que el Señor pronuncia contra Senaquerib, rey de Asiria: 'Te desprecia y se burla de ti la doncella, la ciudad de Sión; a tus espaldas se ríe de ti la ciudad de Jerusalén. De Jerusalén saldrá un pequeño grupo y del monte Sión unos sobrevivientes. El celo del Señor de los ejércitos lo  cumplirá'. Por eso, esto dice el Señor contra el rey de Asiria: 'No entrará en esta ciudad. No lanzará sus flechas contra ella.
No se le acercará con escudos ni levantará terraplenes frente a ella. Por el camino por donde vino se volverá. No entrará en esta ciudad'. Lo dice el Señor. 'La protegeré y la salvaré por ser yo quien soy y por David, mi siervo' ". Aquella misma noche salió el ángel del Señor e hirió a ciento ochenta y cinco mil hombres en el campamento asirio. Por la mañana, al contemplar los cadáveres, Senaquerib, rey de Asiria, levantó su campamento y regresó a Nínive.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

La narración bíblica prosigue hablando de la masiva inmigración de cinco estirpes extranjeras e idolatricas (los famosos «cinco maridos» de Jn 4,18) en tierras de los samaritanos, inmigración que provocó un auténtico sincretismo: «aquellas gentes daban culto al mismo tiempo al Señor y a sus ídolos. Y sus descendientes siguen haciendo lo mismo hasta el día de hoy» (2 Re 17,41). A Judá le aguardaba un destino que no era diferente. Reinaba allí el piadoso rey yahvista Ezequías (716-687), que logró salvar Jerusalén entrando en una relación de vasallaje con Asiria (2 Re 18,13ss). A pesar de ello, la reacción antiasiria, con el apoyo egipcio, era viva.

El fragmento que hoy nos ofrece la liturgia nos presenta la carta del rey de Asiria Senaquerib (704-681) en la que amenaza a Ezequías con ponerse en contra de él. Al mismo tiempo, Isaías, en un extenso canto que incluye el oráculo divino (vv. 21-34, reducidos en el texto litúrgico), anuncia la derrota, por obra del mismo Señor, del ejército de Senaquerib, diezmado probablemente por la peste.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 47, 2-3ab. 3cd-4.10-11.
R/. Recordamos, Señor, tu gran amor.

Grande es el Señor y muy digno de alabanza, en la ciudad de nuestro Dios. Su monte santo, altura hermosa, es la alegría de toda la tierra. R/.

El monte Sión, en el extremo norte, es la ciudad del rey supremo. Entre sus baluartes ha surgido Dios como una fortaleza inexpugnable. R/.

Recordamos, Señor, tu gran amor en medio de tu templo. Tu renombre, Señor, y tu alabanza, llenan el mundo entero. R/.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 8, 12
R/. Aleluya, aleluya.
Yo soy la luz del mundo, dice el Señor; el que me sigue tendrá la luz de la vida. R/.

EVANGELIO
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes.
Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 6.12-14

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No den a los perros las cosas santas ni echen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes y los despedacen. Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. En esto se resumen la ley y los profetas.
Entren por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y amplio el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por él. Pero ¡qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que conduce a la vida, y qué pocos son los que lo encuentran!".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Hallamos aquí algunos dichos del Señor reunidos por el evangelista en el magno «sermón del monte». El texto litúrgico omite los versículos relativos a las cosas buenas» que los hombres intercambian entre ellos y que el Padre celestial concede a quienes se las piden.

El primero de los dichos referidos tiene que ver con el uso de lo «santo». El sentido de esta expresión no está claro, aunque podemos sobreentender con ella la Palabra evangélica y, en último extremo, la eucaristía (Didajé 9,5). Parece que se bosqueja aquí lo que será definido como «la disciplina del arcano». Consiste esta en no revelar los santos misterios a los extraños y menos aún a las personas indignas. «Si cerramos nuestras puertas antes de celebrar los misterios y excluimos a los no iniciados», precisa Juan Crisóstomo, «es porque hay todavía muchos que están demasiado poco preparados para poder participar en estos sacramentos».

Con el término «perros» se designaba de modo despreciativo a los paganos, considerados idolatras por definición (cf. Mt 15,26ss, donde apenas se atenúa la palabra poniéndola en diminutivo, «perrillos»). A los cerdos, considerados proverbialmente como animales impuros, eran equiparados los que mantenían una conducta contraria a la Ley (ambas categorías de animales se encuentran en 2 Pe 2,21ss). Según Jerónimo, «algunos quieren ver en los perros a aquellos que, tras haber creído en Cristo, vuelven al vómito de sus pecados; y en los cerdos, a los que no han creído aún en el Evangelio y siguen revolcándose en sus vicios y en el fango de la incredulidad. En consecuencia, no conviene confiar demasiado pronto a hombres de tal condición la perla del Evangelio, por miedo a que la pisoteen y, revolviéndose contra nosotros, intenten destrozarnos».

Frente a la bondad divina, los hombres son «malos»; sin embargo, son capaces de dar pan y pescado. Pues bien, ¿qué «pan» y qué «pescado» no nos dará el Padre con el don de su Hijo? Estas «cosas buenas» son «ciertamente, ante todo, los bienes superiores, el Reino y la justicia de Dios. Lc 11,13 dice "dará el Espíritu Santo" a los que se lo pidan. El Espíritu Santo es el don por excelencia, siempre conforme a la voluntad de Dios, y se concede siempre a los que lo piden: espíritu de vida y de regeneración, inteligencia de las Escrituras, discernimiento espiritual, carismas varios en la comunidad. Pero hay muchas otras cosas que pueden ser “buenas” en el marco y desde la perspectiva del Reino y de su justicia: también una buena salud y el pan de cada día, así como la paz eterna y la tranquilidad favorable al buen trabajo. Debemos abstenernos, pues, de una excesiva timidez, de un orgullo espiritualista, de un estoicismo cristiano, o como se quiera decir, que venga a detener la espontaneidad natural de la oración de los hijos al Padre» (G. Miegge).

El v. 12 constituye la «regla de oro» del obrar cristiano. La encontramos, aunque formulada de manera negativa, en Tob 4,15 y no falta tampoco en las antiguas tradiciones espirituales. Hemos de señalar aún la insistencia en el hacer, que se repite más veces en este último capítulo del sermón del monte (vv. 12; 17; 19; 21; 24; 26).

Por último, están las dos puertas y los correspondientes caminos a los que dan acceso. La doctrina de los dos caminos estaba formulada ya en el Antiguo Testamento (Dt 30,15-20) y fue recuperada en la primera catequesis cristiana (Didajé 1,1). La imagen de la puerta y del camino remite al mismo Cristo (cf. Mt 22,16), que se atribuye a sí mismo esta doble realidad (Jn 10,7; 14,6), así como a los Hechos de los apóstoles, donde aparece con bastante frecuencia.

MEDITATIO

Las «perlas», según Juan Crisóstomo, son los misterios de la verdad», o sea, la totalidad del patrimonio revelado. En consecuencia, dejaré aparecer en qué consideración tengo la Palabra divina. El fragmento litúrgico omite los vv. 7-11, relacionados con la eficacia de la oración. Los leemos directamente en la Biblia, a fin de convertirlos en objeto de meditación. La Glosa medieval explicita el trinomio «pedir, buscar y llamar», diciendo que «nosotros pedimos con la oración, buscamos con la rectitud de la vida y llamamos por medio de la perseverancia». El texto evangélico nos invita, por otra parte, a preguntarnos si somos capaces de dar cosas buenas a los hermanos, cosas que se convierten de este modo en la medida de nuestras acciones. Por último, tomo conciencia de si voy por el camino estrecho que es Cristo mismo o si intento hacerme el recorrido cómodo y gratificador al precio de compromisos y mediocridad.

ORATIO

Clementisimo Señor Jesucristo, hazme entrar por la puerta de la salvación y en la vida de la gloria después de haber recorrido el camino estrecho de la justicia y haber entrado por la estrecha puerta de la penitencia.
Enséñame a evitar las sugerencias de los engañadores y concédeme evitar la sencillez y la inocencia de los hombres espirituales. Que mi corazón eche sus raíces no en la tierra, sino en el cielo, de modo que sea encontrado fiel en los frutos de las buenas obras más bien que en el follaje de las solas palabras.

Concédeme cumplir la voluntad del Padre celestial y traducir en obras las palabras que escucho de ti, de suerte que, arraigado en ti, no haya tentación que me separe de ti. Amen (Landulfo de Sajonia).

CONTEMPLATIO

El camino ancho es el apego a los bienes del mundo que los hombres desean ardientemente. Estrecho es el que se recorre al precio de fatigosas renuncias. Observa también cómo insiste en los individuos que marchan por ambos caminos: son muchos los que caminan por el camino ancho, mientras que sólo pocos encuentran el estrecho.

No es preciso ir a buscar el camino ancho, ni resulta difícil encontrarlo: se presenta espontáneamente a nosotros, porque es el camino de los que se equivocan; el estrecho, en cambio, no todos lo encuentran, y los que lo hallan no siempre entran en él de inmediato. Muchos, en efecto, aunque han encontrado el camino de la verdad, se vuelven atrás a medio camino, presos de las seducciones del mundo (Jerónimo, Comentario al evangelio de Mateo).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«¡Cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se las pidan!» (Mt 7,11).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

El camino de los seguidores es angosto. Resulta fácil no advertirlo, resulta fácil falsearlo, resulta fácil perderlo, incluso cuando uno ya está en marcha por él. Es difícil encontrarlo. El camino es realmente estrecho y el abismo amenaza por ambas partes: ser llamado a lo extraordinario, hacerlo y, sin embargo no ver ni saber que se hace..., es un camino estrecho. Dar testimonio de la verdad de Jesús, confesarla y, sin embargo, amar al enemigo de esta verdad, enemigo suyo y nuestro, con el amor incondicional de Jesucristo..., es un camino estrecho. Creer en la promesa de Jesucristo de que los seguidores poseerán la tierra sin embargo, salir indefensos al encuentro del enemigo, sufrir reconocer al otro hombre en su debilidad, en su injusticia, y nunca juzgarlo, sentirse obligado a comunicarle el mensaje y, sin embargo, no echar las perlas a los puercos..., es un camino estrecho. Es un camino insoportable.

En cualquier instante podemos caer. Mientras reconozco este camino como el que me es ordenado seguir, y lo sigo con miedo a mí mismo, este camino me resulta efectivamente imposible. Pero si veo a Jesucristo precediéndome paso a paso, si sólo le miro a él y le sigo paso a paso, me siento protegido. Si me fijo en lo peligroso de lo que hago, si miro al camino en vez de a aquel que me precede, mi pie comienza a vacilar. Porque él mismo es el camino. Es el camino angosto, la puerta estrecha. Sólo interesa encontrarle a él (Dietrich Bonhoeffer, El precio de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca "1999, p. 125).






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