Lectio Divina de Hoy Viernes XII Tiempo Ordinario A. Señor, si quieres, puedes curarme.
Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó
con nuestros dolores II Reyes:
25, 1- 12 Salmo 136,1-2.3.4-5.6. Mateo: 8,1-4
LECTIO
PRIMERA LECTURA
El pueblo de Judá es deportado de su tierra.
Del segundo libro de los Reyes: 25, 1- 12
El día diez del mes décimo del año noveno del reinado de Sedecías, Nabucodonosor, rey de Babilonia, vino a Jerusalén con todo su ejército, la sitió y construyó torres de asalto alrededor de ella. La ciudad estuvo sitiada hasta el año undécimo del reinado de Sedecías. El día nueve del cuarto mes, cuando el hambre había arreciado en la ciudad y la población no tenía ya nada que comer, abrieron una brecha en la muralla de la ciudad. El rey Sedecías y sus hombres huyeron de noche por el camino de la puerta que está entre los dos muros del jardín del rey, y ocultándose de los caldeas, que tenían cercada la ciudad, escaparon en dirección al desierto.
El ejército caldeo persiguió al rey y le dio alcance en los llanos de Jericó, donde su ejército se dispersó y lo abandonó. Los caldeos capturaron al rey y lo llevaron a Riblá, donde estaba Nabucodonosor, rey de Babilonia, quien lo sometió a juicio. Nabucodonosor hizo degollar a los hijos de Sedecías en su presencia, mandó que le sacaran los ojos y lo condujo encadenado a Babilonia.
El día séptimo del quinto mes del año décimo noveno del reinado de Nabucodonosor en Babilonia, Nebuzaradán, jefe del ejército caldeo y súbdito del rey de Babilonia, entró en Jerusalén, quemó el templo del Señor, el palacio real y todas las casas de Jerusalén. Los soldados caldeos, que estaban con el jefe del ejército, destruyeron las murallas que rodeaban la ciudad. Nebuzaradán deportó al resto de la población y también a los que se habían rendido al rey de Babilonia, y sólo dejó a algunos campesinos pobres para trabajar las viñas y los campos.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Sedecías pensaba que podría contener la amenaza babilónica
aliándose con Egipto, a pesar de la predicación contraria de Jeremías. La
reacción de Nabucodonosor no se hizo esperar y Jerusalén padeció un asedio de
dieciocho meses, tras el que capituló (587) y fue sometida, primero, a saqueo
y, después, a una destrucción total, templo incluido (la descripción se
encuentra en los vv. 13-17, omitidos en el texto litúrgico). Comienza para
Israel el exilio en Babilonia, un exilio que se prolongó durante medio siglo:
hasta el año 538, en el que Ciro decretó su fin.
Al profeta Jeremías se le asocia Ezequiel en la predicción de la
ruina de Jerusalén, mientras que el Segundo Isaías acompañó a los exiliados
para infundirles valor en la prueba. Estos tres grandes profetas anuncian un
nuevo éxodo para el «resto de Israel», una nueva alianza y un nuevo templo,
reavivando la esperanza mesiánica.
Es un hecho que, tras el hundimiento del reino del Norte (722) y
la derrota del reino del Sur (587), la nación israelita perdió,
definitivamente, su propia independencia, pasando, de manera sucesiva, bajo la dominación
babilónica, persa, griega y, por último, romana.
R/. Tu recuerdo, Señor, es mi alegría.
Junto a los ríos de Babilonia nos sentábamos a llorar de nostalgia; de los sauces que estaban en la orilla colgamos nuestras arpas. R/.
Aquellos que cautivos nos tenían pidieron que cantáramos. Decían los opresores: "Algún cantar de Sión, alegres, cántennos". R/.
Pero, ¿cómo podíamos cantar un himno al Señor en tierra extraña? ¡Que la mano derecha se me seque, si de ti, Jerusalén, yo me olvidara! R/.
¡Que se me pegue al paladar la lengua, Jerusalén, si no te recordara, o si fuera de ti, alguna otra alegría yo buscara! R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 8, 17
R/. Aleluya, aleluya.
Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores. R/.
EVANGELIO
Señor, si quieres, puedes curarme.
Del santo Evangelio según san Mateo: 8,1-4
En aquel tiempo, cuando Jesús bajó de la montaña, lo iba siguiendo una gran multitud. De pronto se le acercó un leproso, se postró ante él y le dijo: "Señor, si quieres, puedes curarme". Jesús extendió la mano y lo tocó, diciéndole: "Sí quiero, queda curado". Inmediatamente quedó limpio de la lepra. Jesús le dijo: "No le vayas a contar esto a nadie. Pero ve ahora a presentarte al sacerdote y lleva la ofrenda prescrita por Moisés para probar tu curación".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Con el capítulo 8 se abre una nueva sección dedicada a los
dieciocho milagros, entendidos como «evangelio en acto»: contraprueba de la
verdad de la Palabra divina dispensada por Cristo y signos anticipadores del Reino.
La lectura de hoy nos presenta el primero de los tres milagros, que tienen como
marco la primera salida de Cristo en misión (Cafarnaún y alrededores),
realizados en beneficio de personas golpeadas por la desgracia y en abierta
violación de las normas de precaución y de defensa previstas por la ley: Jesús
toca al leproso, está dispuesto a entrar en la casa de un pagano, coge la mano
de una mujer enferma. Como se intuye de inmediato, se trata de
tres categorías «marginales» o, mejor aún, marginadas en la sociedad judía de
aquel tiempo.
El leproso le pide a Jesús que lo «purifique» (así dice el texto
original al pie de la letra), consciente de que su enfermedad es considerada
como fruto del pecado y expresión de impureza legal. Por eso Jesús, que ha
venido a cumplir la ley, envía al leproso al sacerdote, para que
verifique la curación que ha tenido lugar. El gesto, absolutamente
tradicional (cf. 1 Re 19,18), que realiza el leproso con el Señor indica, al
mismo tiempo, postración ante la divinidad y beso de su imagen. Lo volvemos a
encontrar en otras ocasiones en el evangelio de Mateo
(2,2.8; 9,18; 14,33; 15,25; 20,20; 28,9.17).
MEDITATIO
Jesús acompaña su enseñanza con la acción. Es preciso cumplir la
ley -de ahí la orden dada al leproso de presentarse a los sacerdotes-, pero la
gracia supera a la ley. Por eso Cristo no duda en extender la mano y transmitir
al enfermo la energía recreadora. El leproso representa a todo el género humano
afectado por el morbo del pecado y, junto con el centurión y la suegra de Pedro
(de los que habla el evangelio mañana), constituye
una trilogía representativa de los estrados sociales considerados al margen de
mundo judío: los enfermos incurables, los paganos y las mujeres.
El primer acto del leproso es la postración ante el Taumaturgo. Se
trata de la misma actitud que realizaba un adepto ante la imagen de la
divinidad, inclinándose con veneración y besándola (que es el significado literal
del término griego «postrarse»). En segundo lugar, realiza, no de modo
diferente a como hará el centurión un acto de fe. Un acto en el que encontramos
una absoluta confianza en la acción del «Señor» (ese es, precisamente, el
título que le dirige) y una disposición de ánimo para recibir la intervención
sanadora que favorece al máximo su eficacia.
Me identifico con el leproso: ¿cuál es la «lepra» que me afecta?
¿Cuáles son las llagas crónicas que me privan del estado de salud en el que fui
creado (cf. Sab 1,14)? Noto el toque taumatúrgico del Señor, toque que alcanza
su cima cuando recibo la eucaristía, «el medicamento de la inmortalidad»
(Ireneo de Lyon).
ORATIO
Te contemplo presente y operante en mí, oh Señor, ahora que te he
recibido en la comunión [espiritual]. Me postro en adoración ante ti y te doy,
huésped divino, aquel beso que esperaste en vano de Simón el fariseo, que te
había invitado a comer en su casa (cf. Lc 7,45). Pienso en mis llagas y digo,
con todo el arrebato de mi fe: «Señor, si quieres, puedes limpiarme». Secundo
tu acción, dado que el contacto que has establecido con mi cuerpo en la
comunión va mucho más allá que el de un simple toque, aunque sea taumatúrgico.
Tú que vives en mí haz pasar a mis miembros el fruto de tu pasión y de tu resurrección.
CONTEMPLATIO
Algo de esto, sin duda, quiso dar a entender el evangelista al
decir que le seguían grandes muchedumbres. Es decir, no de magistrados y
escribas, sino de gentes que se hallaban libres de malicia y tenían alma
insobornable. Por todo el evangelio veréis que éstos son los que se adhieren al
Señor. Cuando hablaba, éstos le oían en silencio, sin ponerle objeciones, sin
cortarle el hilo de su razonamiento, sin ponerle a prueba, sin buscar asidero
en sus palabras, como hacían los fariseos.
Ellos son ahora los que, después del discurso sobre el monte, le
siguen llenos de admiración.
Mas tú considera, te ruego, la prudencia del Señor y cómo sabe
variar para utilidad de sus oyentes, pasando de los milagros a los discursos y
de éstos nuevamente a los milagros. Porque fue así que, antes de subir al
monte, había curado a muchos, como abriendo camino a sus palabras, y ahora,
después de todo aquel largo razonamiento, otra vez vuelve a los milagros, confirmando
los dichos con los hechos. Enseñaba él como quien tiene autoridad.
Pues bien, por que nadie pudiera pensar que aquel modo de
enseñanza era pura altanería y arrogancia, eso mismo hacía en sus obras,
curando como quien tiene autoridad. Así, ya no tenían derecho a escandalizarse de
oírle enseñar con autoridad, pues con autoridad también obraba los milagros
(Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 25, 1 [edición de
Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
« Si quieres, puedes pacificarme» (cf. Mt 8,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Estás buscando el modo de encontrar a Jesús. Intentas encontrarlo
no sólo en tu mente, sino también en tu cuerpo. Buscas su afecto y sabes que
este afecto implica tanto su cuerpo como el tuyo. Él se ha convertido en carne
para ti, a fin de que puedas encontrarlo en la carne y recibir su amor en la
misma. Sin embargo, queda algo en ti que impide este encuentro. Queda aún mucha
vergüenza y mucha culpa incrustadas en tu cuerpo, y bloquean la presencia de
Jesús. No te sientes plenamente a gusto en tu cuerpo; lo consideras como si no
fuera un lugar suficientemente bueno, suficientemente bello o suficientemente
puro para encontrar a Jesús.
Cuando mires con atención tu vida, fijate cómo ha sido afligida
por el miedo, un miedo en especial a las personas con autoridad: tus padres,
tus profesores, tus obispos, tus guías espirituales, incluso tus amigos. Nunca
te has sentido igual a ellos y has seguido infravalorándote frente a ellos.
Durante la mayor parte de tu vida te has sentido como si tuvieras necesidad de
su permiso para ser tú mismo. No conseguirás encontrar a Jesús en tu cuerpo
mientras éste siga estando lleno de dudas y de miedos. Jesús ha venido a
liberarte de estos vínculos y a crear en ti un espacio en el que puedas estar
con él. Quiere que vivas la libertad de los hijos de Dios.
No desesperes pensando que no puedes cambiarte a ti mismo después
de tantos años. Entra simplemente tal como eres en la presencia de Jesús y
pídele que te conceda un corazón libre de miedo, donde él pueda estar contigo.
Tú no puedes hacerte distinto. Jesús ha venido a darte un corazón nuevo, un espíritu
nuevo, una nueva mente y un nuevo cuerpo. Deja que él te transforme con su amor
y te haga así capaz de recibir su afecto en la totalidad de tu ser (H. J. M.
Nouwen, La voce dell'amore, Brescia 21997, pp. 62-64, passim
[edición española: La voz interior del amor, Promoción Popular
Cristiana, Madrid 1997]).
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